miércoles, 29 de marzo de 2006

SUBLIME, YASUNARI KAWABATA

No creo que entendiera realmente el significado de la palabra “sublime” hasta haber leído esta novela.
¿Por qué la leí?
En primer lugar, no habría ni que decirlo, porque es un autor de renombre.
En segundo lugar, porque vi una película basada en uno de sus libros y me encantó.
En tercer lugar, porque una muy buena amiga me recomendó esta lectura.
La película era “El clamor de la montaña”. Una película que despierta cariño, que rezuma encanto. La historia del amor que no existe pero que debería haber existido para hacer feliz a una buena mujer. La historia de amor entre dos personas que no se pueden querer. Ni un “te quiero”, ni un beso, ni un abrazo. Las miradas, el afecto y la protección que velan un amor que no es que no sea imposible, es que nadie lo plantea. Además, tiene el encanto de las películas en blanco y negro, de las faldas que llegan entre la rodilla y el tobillo, de los hombres mayores con bigote y sombrero, de las calles de tierra (no asfaltadas), de las bandas sonoras relajadas y apenas audibles. Ahora sólo recuerdo, entre los personajes, a un señor japonés (con bigote y sombrero) y a una chica a la que le pongo, porque no lo puedo evitar (y que me perdone el cine), la cara de una famosa actriz estadounidense.
Después de algo tan sencillo, casero y familiar, con tanta emoción contenida, no podía evitar buscar una novela de Kawabata.

“Lo bello y lo triste”. “Utsukushisa to sabishisa to”.
Qué bien traducido el título. Porque “Belleza y tristeza” no podría haber estado menos equivado; “belleza y tristeza” tienen un sexo (el femenino), pero “lo bello y lo triste” es más universal, está más cerca del corazón de todos nosotros.
“Lo bello y lo triste” es lo que puede sublimar.
“La pasión y el dolor” son dramáticos, nos hacen sentir, nos hacen excitarnos o llorar.
Pero “lo bello y lo triste” pincha aquello que llevamos dentro sin llegar a hacer un agujero, sin abrir ese camino que nos hace mostrar nuestros sentimientos, sin sacar lo que “la pasión y el dolor” sacan.
“Lo bello y lo triste” es la lágrima que nos asoma en el ojo pero que nunca cae, porque cuando pasa el momento se reabsorbe… Y dentro queda como el eco en nuestros oídos: con ese sentimiento que rebota en las paredes de nuestro cuerpo, sin poder escapar.

Eso es lo que nos sublima. Eso es lo que remueve el agua pero no la agita.
Eso es lo que nos deja a punto de reír o llorar, sabiendo que no hay nada tan bello… ni tan triste… a la vez.




No me importan ni el señor Oki ni la pintora Otoko (personificación de “lo aborrecible y lo indiferente” – lo siento por quien pueda ofenderse, pero esa es mi opinión).
La personificación de “lo bello y lo triste” (o “lo sublime”) es, sin duda, Keiko.

Con Keiko asocia la persona que comenta el libro las palabras “amor y destrucción”. La novela tiene algo de esto, pero quizá sea exagerado. Más bien, como dice después, está “entre la ternura y la obsesión, la serenidad y el arrebato”.

Nunca vi en un libro algo tan bello como un mordisco que expresa amor o algo tan triste como un paisaje nocturno divisado desde un balcón de un restaurante.
Nunca vi en un libro algo tan bello como una mano que agarra a otra y la arrastra al sol, ni tan triste como una mujer resignada a la infidelidad.

Y nunca vi, fuera de esas películas estadounidenses en blanco y negro o “El sabor del saké” (de Yasujiro Ozu) un diálogo tan sencillo y tan logrado al mismo tiempo.
Las palabras más enrevesadas son el camino más difícil; las más sencillas son las más certeras.
Nunca vi unas palabras tan dulces y tan patéticas que expresasen mejor lo que late en el interior del ser humano en el justo momento en que no sabe si reír o llorar.

Nos hace revolvernos el fuego, pero nos subliman las brasas.
El fuego calienta, atrae; pero quema si uno se acerca demasiado.
Las brasas atraen; calientan lo justo, pero no queman. Así es “lo bello y lo triste”. En la brasa gris se ve, refulgente como el verde en las luciérnagas, el rojo vivo de lo que nos sublima. Es bello ese rojo que no se ve del todo, pero es triste saber que no durará.

Son bonitos dientes y cejas. Pero no ojos y boca. Eso es sublime. Eso es lo que no todo el mundo es capaz de ver.

Adoro las palabras de Keiko.

“Me pregunto si este cuadro realmente puede provocarle sueños.”
“Me temo que voy a sentirme tentado de soñar con usted.”
“¡Ay, por favor, hágalo! ¡Sueñe conmigo todo lo que quiera! Pero aún no ha hecho nada para soñar conmigo, señor Oki.”

(hablando de los delfines)
“Los persiguen hasta obligarlos a acercarse a la costa, y entonces los hombres se tiran al agua y los agarran a mano limpia. Los delfines no resisten que les hagan cosquillas bajo las aletas.”
“Pobrecitos.”
“Me pregunto si una chica bonita lo resistiría.”
“¡Qué idea tan absurda! Creo que se defendería a arañazos.”

“Deberíamos darnos un baño antes de cenar. ¿Quiere que juguemos a los delfines?”
“¡Qué cosas tan ridículas dice usted! ¡Se da cuenta de que me está equiparando a un pez! ¿Es necesario que se ponga grosero? ¡Jugar a los delfines!”

Keiko es capaz de gritar el nombre de otra persona cuando hace el amor.

“¡Basta! ¿Por qué me mira así?”
“¡Qué bonitas pestañas tiene usted!”
“Son auténticas. Tire y verá.”

“Me gustaría que me lleve a dar un paseo en bote por el lago Biwa. No es necesario que sea mañana.”
“No se me dan muy bien los botes.”
“A mí sí.”
“¿Y sabe nadar?”
“¿Por si naufragamos? ¡Usted podría salvarme! Lo haría, ¿no? Me aferraría a usted.”
“Si se aferra a mí no podré salvarla.”
“¿Y qué tendría que hacer?”
“Yo la mantendría a flote rodeándola con un brazo por detrás…”
“No me importaría que el bote volcara.”
“No estoy muy seguro de poder salvarla.”
“¿Y qué sucedería si no pudiera salvarme?”
“¡No diga esas cosas! Cambiemos de tema.”
“¡Pero es que me había hecho tantas ilusiones!”

Keiko es capaz de prohibir a un hombre que le toque uno de sus pechos.

“A mí me encantan las orejas de la gente. Raro, ¿no? Me he convertido en una experta en limpieza de orejas. ¿Alguna vez me dejarás hacerme cargo de las tuyas?”

Keiko muerde el brazo que la abraza, la mano que la acaricia. Habla de crueldad y sacrificio y al mismo tiempo es capaz de colocar en su cara una sonrisa infantil y abrumadora.

Perturbador.
Para quien no haya leído el libro, que no lea lo siguiente:
“De modo que usted es la que hizo matar a mi hijo”. …
Keiko abrió los ojos. Las lágrimas seguían brillando en ellos cuando miró a Otoko.

En “La máquina del tiempo” (una revista de literatura):
Algunos libros de Kawabata.
El inútil esfuerzo de lo bello”, por Amalia Sato.

Yasunari Kawabata, Premio Nobel.

Esta vez no he encontrado webs tan buenas como en entradas anteriores.
Revolveré mis apuntes este fin de semana y quizá alargue este texto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta super chido tu blog Pipu, se ve que disfrutaste mucho el libro.
Saludos desde la Tiranica Coapa.