domingo, 18 de febrero de 2007

Don Quijote de la Mancha

En una entrada anterior, ya mencionaba a nuestro héroe Don Quijote. Y le debía alguna entrada a este señor.

Releyendo viejos apuntes, he recordado el tamaño “enciclopédico” de la obra misma, físicamente hablando, y también de su saber enciclopédico.

Recuerdo que estaban excluidos de leer esta obra los alumnos que cursaban Ciencias Puras en el antiguo BUP (Bachillerato Unificado Polivalente). Quizá suene a “hace muchos años”, pero la gran mayoría de la gente a la que conozco cursó BUP y no ESO. No me meteré aquí en discusiones sobre la enseñanza, porque todos creo que las hemos escuchado cientos de veces y cientos de veces hemos participado de ellas. Además, de aquí a unos años, en lugar de la ESO, se estudiará lo OTRO. Vamos, que la cosa no para de cambiar.

Como decía, había unos alumnos de tercero que no leían El Quijote. Una lástima, creo, aunque muchos sufridores de la primera y segunda parte de la obra durante todo un curso lectivo no compartan mi opinión.

Tuve la suerte de tener un magnífico profesor de literatura preocupado por lo factible o no de leer El Quijote y disfrutarlo en un curso y con dieciséis años. Ajustó el libro al calendario escolar y leíamos cinco capítulos por semana. Si se era ordenado, uno por día, y no eran más que cinco o seis páginas. Mensualmente hacíamos un examen tipo test, simplemente para retener el argumento y poder seguirlo a lo largo de todo el curso. El examen se centraba en las características literarias de la obra, el autor, la época…

Tener en casa a verdaderos manchegos de campo y un refranero casi tan gordo como una parte de El Quijote ayudaron mucho en la comprensión.

Aunque haya mucho que hoy nos cueste entender (no sólo porque ese castellano diste bastante del actual, sea enrevesado como la parodia del género de novelas de caballería requiere o contenga palabras sólo utilizadas en la región*), merece la pena. Creo que las versiones modernizadas o para niños perderán parte del valor original de la obra.

No tiene fin lo que se ha escrito de Cervantes y su Don Quijote, así que no extenderé mi entrada en ese sentido.

Información sobre Don Quijote, Cervantes; glosario de la obra, resumen de capítulos y un largo etcétera.
E información en
Wikipedia (que aunque pueda ser criticada porque "lo puede haber escrito cualquiera, a saber si saben lo que han escrito", no creo que lo que yo hago comentando y recopilando información esté por encima de lo que hacen todos los internatuas).

Volviendo a tiempos del instituto, nos mandaron hacer un trabajo sobre El Quijote, pero no como se hacía en cualquier clase de literatura.
Nuestro trabajo consistía en escribir un capítulo más de la obra, atemporal, fuera de primera o segunda parte y fuera de todo contexto.
Se nos propuso trasladar a Don Quijote al siglo XX (porque esto fue en 1999). Sin explicación, sin motivo y sin ningún tipo de guía. Todo valía.

Tras escribir un prólogo despotricando contra la televisión (y recordemos que ni siquiera había llegado aún a España el primer Gran Hermano, hito televisivo donde los haya que se perpetúa hasta hoy), daba paso a reflexiones más centradas en Don Quijote para, finalmente, escribir ese enésimo capítulo que siempre me ha gustado tanto releer.

“Pero lo que tiene de atractivo el Quijote es sin duda la genialidad con la que se ha escrito, esa chispa que hace reír, ese humor entre líneas. He de confesar que en algunas ocasiones (y más muchas que pocas) no he podido contener una sonrisa furtiva al leer un párrafo o, quizás, una simple palabra, pues no se necesita otra cosa.
Muchas veces uno se ha podido preguntar: ¿Qué haría alguien como Don Quijote en esta sociedad? Sin duda, muchas cosas. Pero cosas relativas a nuestra era, a nuestro mundo. Por eso, propongo algo mejor: ¿Qué haría el mismísimo Don Quijote en esta sociedad, en este Madrid del siglo veinte, a las puertas del veintiuno?

Pongamos a Don Quijote en pleno Madrid: en la Gran Vía, en la Plaza de Castilla, en la estación de Chamartín, en Argüelles, en el Retiro... Aunque tampoco es necesario llevarle a Madrid para que encuentre mil y una aventuras, como ya es sabido.
Así que, con el permiso de Cervantes y de Cide Hamete Benengeli, elijo un sitio, cualquiera, completamente al azar, en el que situar a Don Quijote (con caballo, escudero y rucio) como si fuese una cualquiera de sus aventuras y como si el salto del s.SVII al s.XX hubiese pasado por todos y por todo menos por el Caballero de la Triste Figura.”


ENÉSIMO CAPÍTULO
DONDE EL CABALLERO DE LOS LEONES
HALLA LA MÁS INCREÍBLE AVENTURA

Llegaban Don Quijote y Sancho sobre sus cabalgaduras a la gran urbe que es Madrid en el s.XX, a ese hormiguero humano, humeante cual chimenea dorada que necesita de un caballero andante para que la libre de polución.
- ¿Ves allá, ante tus ojos, Sancho, ese infinito reino acosado por gigantes colosales? Esa nube gris que no cesa de tronar encubre floreados prados, blancas casas como las que hay en la misma Andalucía, palacios de oro cuyas torres rozan las nubes... Pero un gigante enorme como jamás el mundo ha visto guarda la puerta del reino. Tan descomunal es su tamaño que tan sólo se ven sus piernas; su cabeza llega más arriba de lo que el mismo Pegaso podía haber llegado volando.
Sancho seguía a su señor, silencioso y mirando al horizonte. Una mole gris se mostraba ante sus ojos, ruidosa. Era para Sancho algo sin igual, mucho más allá de lo que jamás pudiese haber imaginado o pensado, y no sólo por ser hombre rústico e ignorante.
- Pero no habrá en este reino ni en ninguno - prosiguió el hidalgo - gigante que me deslumbre por su tamaño o por sus infames acciones. Yo me haré con él y con todos los que haya en este reino, pues es este un reino sin par del que estaría orgullosa de gobernar la mismísima Ginebra. ¡Oh, mi hermosa dama Dulcinea! A ti encomiendo mi vida, pues seguro estoy de que me espera la aventura más difícil de acometer de entre las que ya he acometido, ora vencedor, ora encantado.
Y sucedió que, mientras iban hacia el gigante, lo que realmente era la Puerta de Europa (más comúnmente conocida como las Torres Quío), huella de la arquitectura moderna, pasó un tren junto a ellos y los animales, que tan tranquilos andaban por donde los amos les guiaban, se asustaron, tiraron al suelo a caballero y escudero y salieron corriendo por donde mejor pudieron.
- ¿Qué ha sido eso, amigo Sancho?
- No sé, mi señor, mas no me importaría no saberlo, pues "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer". Y si mi asno, que es el más burro de todos, sabe que es algo para temer y salir corriendo, creo yo que deberíamos seguir su ejemplo y el de Rocinante, que han tomado las de Villadiego.
- Cómo he de decirte, mi cobarde escudero, que un caballero nunca abandona una empresa. Y esta menos aún, pues no es una dama la que debo rescatar, ni siquiera cien, que es un reino lleno de menesterosos el que reclama la fuerza de mi brazo.
Sancho se resignó, como tantas veces había hecho, a seguir a su amo. No sabía qué era lo que sucedía, pero sí sabía que lo veía con sus ojos: el gigante y lo que había espantado a los animales. Ahora no era la locura de su amo la que debía enderezar y temía muy hondamente lo que les iba a acontecer, pues era más horrible que la fantasía del hidalgo se hiciese realidad que todo lo que les había sucedido en otras ocasiones, incluido el manteo que había sufrido en la venta.
Cuando Don Quijote y Sancho se vieron bajo las desmesuradas piernas del horrible gigante, se dieron cuenta de que estaban rodeados de infinidad de gigantes menores dirigidos por el Enorme Gigante de Cristal (dichos gigantes no eran sino edificios de ocho plantas o más).
- A fe mía, Sancho, que aquellos que se meten en aquella caja de hierro no lo hacen por su voluntad, sino por temor al castigo que les pueda imponer el Enorme Gigante de Cristal.
Para Don Quijote, la terminal de autobuses era una cárcel llena de celdas donde la gente era encerrada.
- Déjelos, que quizá vayan de su grado y se enojen con su valerosa persona por haberles interrumpido, y "quien avisa no es traidor", y "buena cautela iguala buen consejo".
- Cien refranes te diría yo sobre la cobardía si alguno conociese, pero me basta conocer mi deber para hacer lo que debo.
Y con estas palabras comenzó Don Quijote a cruzar la calle, sin conocer nada de pasos de cebra, de coches, de semáforos y menos aún de normas de tráfico.
Entonces se abrió el semáforo para los vehículos y, si Don Quijtoe hubiese nacido en el s.XX, habría dicho que era la mala fortuna que le enviaba el encantador que tanto le odiaba. Pero Don Quijote venía de siglos atrás y para él no era encanto ni podía pensar que lo fuese, pues ni realmente lo era ni su mente podría entenderlo de otro modo.
Autobuses, taxis, coches, motos, furgonetas... Todos de una vez acometían a Don Quijote e intentaban intimidarle con el cláxon, pero el Caballero de la Triste Figura seguía en pie, en medio de la carretera, gritando a los coches:
- ¡Bestias infernales, cuya sangre está enferma desde que caísteis en manos del Enorme Gigante de Cristal, huid si no queréis morir traspasadas por mi lanza!
La gente que esperaba el autobús le dejó marchar cuando llegó a la parada, pues estaban todos los allí presentes deseosos de saber cómo terminaba la aventura. Una anciana, algo despistada, sacó un calendario de la Virgen de la Almudena para asegurarse de que no era Carnaval, pues el disfraz de caballero medieval le parecía original pero inapropiado para la ocasión.
Sancho se maravillaba ante toda mujer que pasaba por su lado, pues vestían falda tan corta que no se atrevía a llamarla ni siquiera falda. Ellas, cuando veían a ese hombre bajito y regordete mirarlas con semejante descaro (era lo que les parecía su asombro), aceleraban el paso y se alejaban lo más que podían.
Entonces un hombre alto y bien trajeado, con maletín de cuero comprado en el Corte Inglés y teléfono móvil de alta tecnología, se puso a llamar a la policía.
- Rápidamente, vengan a la terminal de autobuses de la Plaza de Castilla, que aquí hay un loco vestido con armadura que está dispuesto a matar coches como el que pisa hormigas.
Sancho, que esto oyó, no pudo comprender nada. ¿"Policía"? ¿"Coches"? Pero se dijo para sí que "a buen entendedor, pocas palabras bastan" y se acercó a su amo lo más que pudo y lo más que se atrevió para decirle a grandes voces:
- ¡Deje por una vez la aventura y así no dejará la vida! Que la gente más extraña y lo más imposible tienen lugar aquí. ¡Avisan a la Policía, que no sé quién podrá ser, pero creo yo que debe de ser algo parecido a la Santa Hermandad!
Don Quijote se apartó de la calle y echó a correr tras Sancho, que se había dado prisa en huir sin esperar a la respuesta de su señor.
Pero Don Quijote no se marchaba porque le hubiese convencido su escudero, sino por propia convicción: ¿Quién salvaría a tanto prisionero si él era encarcelado?
Durante un tiempo estuvieron relativamente tranquilos caminando por la ciudad, pues todos les miraban como se mira a los locos, aunque en el fondo les daba lástima de ellos y se contentaban pensando que no hacían daño a nadie.
Don Quijote miraba al frente, caminaba erguido, mientras que Sancho miraba los escaparates del McDonald's, del Burger King, del Pizza Hut... No sabía lo que comían esas gentes de costumbres tan extrañas, pero se relamían que daba gusto verlos y más gusto daría compartir los manjares con ellos.
- Señor, aunque vuesa merced sea caballero, yo soy escudero, y a mí el estómago me pide alimento y el cuerpo sustento, con tanta aventura se me ha abierto el apetito.
- Calla, glotón, y sigamos adelante. Hemos de encontrar otro sitio para atacar al Enorme Gigante de Cristal.
- Sí, estoy de acuerdo, pero antes habría que recuperar las fuerzas y, ¿qué mejor que comiendo algo?
- Pero, ¿qué vas a comer en una taberna de nombre impronunciable, con una m, una c y una d de seguido?
- Yo no sé lo que esa gente se lleva a la boca ni lo que se lee en ese cartel, que para mí no son más que cuatro colores, pero sé que a mí me vale cualquier cosa para llenar el buche y también sé que "a falta de pan buenas son tortas".
Don Quijote accedió a los ruegos de su escudero y ambos entraron a una de tantas hamburgueserías que había en la calle.
Dentro del McDonald's, todos se volvieron al verlos entrar. Los camareros llamaron a los cocineros y todos se pusieron detrás de la barra para ver mejor la indumentaria de los clientes.
Uno de ellos, el más guasón, quiso divertirse un rato a su costa y se puso a despacharles.
- ¿Qué querían?
- Para mí nada, buen mozo, que los de mi oficio preferimos alimentarnos de las hierbas que encontramos en los montes.
Unas risas se les escaparon a dos de los cocineros, pero se callaron cuando Sancho les miró y escucharon a su compañero.
- Quizá prefiera una ensalada el caballero.
- Quizá, pero como bien ha dicho, gallardo mozo, soy caballero, y es esto lo que me prohíbe sucumbir a suculentos manjares. Y cierto será que son suculentos, pues vuestros huéspedes comen a dos carrillos.
- Una buena hamburguesa con ketchup no se puede mejorar.
- Pues mi mujer bien guisa un cocido y mejor una cabeza de cordero - interrumpió Sancho -, pero me da igual si es burguesa o lleva kelchu, que lo que me den bienvenido sea.
Uno de los cocineros se marchó a su puesto y allí, libremente, se puso a reír a carcajada limpia.
- Entonces, ¿qué hamburguesa quiere? - dijo el chico, refiriéndose ya a Sancho.
- No le pregunte a él, que no sabe ni escribir su nombre.
- ¿Que no sabe? ¿Pero hoy día quedan analfabetos?
- Más que letrados, sin duda.
- Entonces, ¿quién me dice lo que quiere?
- Pues déme cuarto de libra que, aunque querría saber de qué es la libra esa, tanto m-c-r y tanto m-c-p no sé cómo se lee.
- Muy fácil: "mac-royal", "mac-pollo"...
- Quedemos en cuarto de libra y no se hable más.
- Por mí - dijo Sancho - no es necesaria ninguna discusión: una libra entera está bien.
- Ahora mismo tiene su hamburguesa.
En esto reparó Don quijote en dos mujeres que estaban allí sentadas, comiendo ensalada. Eran ambas jóvenes y hermosísimas, tanto, que si no hubiese visto nunca a su amada Dulcinea, las habría tenido por las más hermosas en el mundo entero. Y al ver sus cabellos largos y negros cubrirles casi toda la espalda, pendientes y collares adornando aún más su belleza, le resultó deshonesto verla a la una con pantalones de hombre y a la otra con una falda que no merecía ni ese nombre de lo corta que era. Pero para él, las damas tan bellas siempre son honestas y puras, y semejante barbaridad en el vestir no era sino otro agravio del Enorme Gigante de Cristal.
Don Quijote no podía dejar de defender a unas damas de alta posición (aunque realmente eran las dependientas de una tienda de ropa cercana) y, al ver una cortinilla tapando una puerta donde ponía "Privado", se le ocurrió la solución al problema. Se acercó hacia la puerta, arrancó la cortinilla y dejó al descubierto todos los productos de limpieza junto con una fregona y dos cepillos.
- ¡¿Qué hace?! - gritó el camarero desde la barra.
- Lo que cualquier caballero andante haría: ¡¡ayudar a los menesterosos, desenredar entuertos y vengar agravios!!
Y, diciendo esto, cubrió a las dos mujeres de arriba a abajo con la cortinilla hasta encontrar mejores prendas para ellas.
El camarero salió de donde estaba y se dirigió furioso hacia el hidalgo, pero éste le asió del cuello y le puso la lanza a la altura de la nuez.
- ¿Acaso no sabéis quién soy? ¿Cómo osáis tratarme así? Sabed que yo soy Don Quijote de la Mancha, como el Caballero de los Leones también conocido, y no dejaré que nadie se entrometa en las venganzas que han de hacerse a quien que os vuelve la razón.
- ¡Llamad a la Policía! ¡Llamad a un manicomio, a los bomberos, a Greenpeace..! ¡Llamad a alguien!
Don Quijote, tras oír tanto nombre junto, temió que llamasen a la Santa Hermandad, a la Inquisición y quién sabe a quién, y llamando a Sancho, le dijo que con tales locos no podían atenerse a razones.
Sancho se sirvió de su hamburguesa y de otras dos que esperaban a otros desde hacía unos minutos y salió tras Don Quijote.
Los cocineros del McDonald's les persiguieron, pero el caballero y su escudero se metieron en una boca del metro. De lo que allí les ocurrió se hablará en el siguiente capítulo.


Arriba, la estatua de Don Quijote y Sancho Panza en la Plaza de España de Madrid.


“Gachupe”, “gazapo”, "ser más duro que el alcoyano", “echar un agua” o “peazo” son palabras que me resultan bastante familiares. A quien quiera familiarizarse con ellas y reírse un rato, que visite el “vocabulario manchego” de la web del municipio de Campo de Criptaza. Ojo, aquí sólo hay siete de las 422 entradas que han recogido.

A TROMPATALEGA
Dicese cuando se hace algo sin demasiado, cuidado y esmero, excesivamente deprisa y mal. Es sinonimo de 'a cruza barbecho'
AHIVADAI
Quítate diahí leche!
ALGALLOTAS
Acúmulo excesivo de zurraspas en el vello anal.
GACHUPE
Dícese del estado del agua cuando se encuentra ensuciá.
RODÁ
La huella del trastor cuando va por la viñeja.
SAN PEDRO...! (ÉSTO TA’MÁS DURO QUE EL COCOTE SAN PEDRO!)
Cuando el pan está de unos cuantos días y no se le puede tirar un bocao de lo duro que está.
SANAPISMO...! (ERES MÁS CANSAO QUE UN SANAPISMO!)
Puf! Eres más cansino que Bartolo, hijo mío!