sábado, 28 de abril de 2007

Algunas preferimos la hierbaluisa


¿Cuánto se puede tardar en leer un libro? Desde luego que se puede tardar, solamente, un Tokyo-Amsterdam. Eso, claro está, si no te entra el sueño ni intentas ver X-MEN 2 en japonés (aunque no hay demasiado que entender, por cierto).
¿Cuánto se puede tardar en escribir un libro? Dedicándole todo el tiempo que uno pasa despierto y sin contar las horas de las comidas, cenas, duchas, pipís y popós, pues tampoco sabría decirlo... También habría que suponer que se tienen las ganas, la fuerza y, sobre todo, la inspiración para escribir un libro de seguido.

Hay siempre una personita rondándome como las moscas en verano (no se te van de la cabeza), diciéndome que debería responder a los comentarios que la gente escribe a mis comentarios. Supuestamente, así ganaría popularidad y más gente leería estas cositas que escribo.
Si quisiese popularidad, ¿escribiría por placer? ¿Escribo realmente para alguien?
Si escribo es para desahogarme. Algunas personas se desahogan (liberan adrenalina, stress o lo que sea que las mantenga nerviosas o abatidas) a través del deporte. Dado que soy una vaga redomada, yo no puedo tomar esa vía. Hay otras personas que se desahogan ahogándose (literalmente) en la piscina o en el alcohol. Pues tampoco es mi solución.
Mi solución es tan sencilla como abrir el WordPad (desgraciadamente no tengo mejor herramienta en este ordenador) y empezar a escribir sin sentido. Sin sentido o recopilando lo que esta tarde pensaba mientras volvía a casa en el cercanías.
¿Qué me inspira? Me inspiran las palabras escritas en los cristales del tren con un llavero. Me inspiran las rozaduras negras de los asientos del tren. Me inspira el movimiento monótono y grasiento de las escaleras mecánicas a la salida. Me inspira la gente que ha quedado con alguien en la esquina del Opencor. Me inspira el kiosko en el que todas las mañanas me prometo comprarme algo cuando vuelva y después, con las ganas de volver, nunca me compro. Me inspira el perro pesado que mordisquea las deportivas del abuelete que lo pasea. Me inspira el chico que canta desafinado cuando escucha su walkman (sí, nada de mp3 ni ipod).
Me inspiran todas esas cosas sobre las que escribía y ya no escribo. Me inspira todo lo que, dentro de mí, quiero recuperar.
¿A quién no le agrada que le lean? Supongo que a nadie.




Por supuesto que me gusta pensar que alguien lee lo que escribo y agradezco enormemente los comentarios.

Pero no necesito la certeza (salvo de esa personita) de que me lean.
Ciertamente, sí que me pregunté si podría llegar a profesional. Hubo un tiempo en que lo ansié con todas mis fuerzas. Hubo un tiempo en que intentaba documentarme, en que escribía, en que tenía un objetivo. Un tiempo en el que registraba lo que escribía y lo mandaba a editoriales o lo presentaba a concursos. Mal no me fue. Pero nunca me sacaría de pobre (tampoco mi trabajo me hará rica).
Pero supongo que el paso del tiempo me decepcionó.

Lo que a uno le gusta no cree que pueda corromperse. Pero, sí, los escritores se corrompen. Lo escritores pagan a otros porque les escriban o, para ahorrarse el dinero, copian libros que creen que su público no conocerá jamás. Los premios no se regalan, se compran. Y poco a poco se pierde la fe.

Me alegro por la chica que escribió una novela hace poco. Una chica adolescente hablando del sexo a su edad. A ella le dieron la oportunidad.
Yo también escribí una de adolescente. Pero supongo que reflejaba la realidad de los adolescentes que los adultos prefieren ignorar.
Sea como fuere, también me animaron desde fuera a seguir. También me dijeron cosas maravillosas mis compañeros y mis profesores. Hasta gente que yo no conocía me conocía a mí por lo que escribía. Pero no fue suficiente.
Algún día, quizá, todo dé marcha atrás y recupere aquello. Pero, ¿quiero recuperarlo? Muchas veces, cuando recibes, estás obligado a que te quiten algo también...
Porque algunas preferimos la hierbaluisa. Y no nos conformaremos con las ortigas para ganar fama, éxito, popularidad... qué más da como lo llamemos.


Cuando leí "El elogio de la sombra", de Junichiro Tanizaki, quedé tremendamente impresionada por las sensaciones que podía despertar un WC.
Cualquier cosa es digna de conmover, ya sea para elogiar o desprestigiar. Pero nada, me atrevería a decir, hay ante lo que un escritor pueda quedarse callado.


En "El elogio de la sombra", Tanizaki expone toda una filosofía del valor de las cosas antiguas (solemos leer "viejas"), revalorizadas con el paso del tiempo (solemos leer "llenas de polvo") y por el uso (solemos leer "destrozadas"). Y para lo que es un ensayo solemos leer "la charla del abuelo".
Me parece un libro magnífico a la vez que curioso. Y, efectivamente, aunque las cosas en las que se nota el uso no me parecen bellas, sí que valoro esta forma de pensar, a veces cargada de razón, a veces casi pintoresca por tratarse de la mentalidad de otro siglo. Que tanto me choca y que tan valiosa fue y es para otros.

No entraré ya en las distinciones del libro entre orientales y occidentales (como la blancura del pueblo nipón y la blancura occidental - americana - ni lo noble de la blancura en Japón - que, como expliqué a colación de hablar del bikini y la exposición al sol, también fue una asociación que se dio en Europa). A veces, más que una distinción de pueblos me parece de generaciones. Porque, a lo largo del libro, no dejan de aparecer frases del tipo "encontrar en una gran ciudad manjares adecuados para el paladar de un viejo es una empresa agotadora". Que me suena a "esto que comemos ahora no es comida ni es ná; estos tomates no saben a tomates; normal, si es que los traen de por ahí, que los crían en viveros". Quizá lo primero suene mejor que lo segundo, pero la esencia es la misma, dicha por alguien que sabe escribir o dicha por alguien que se expresa como buenamente le enseñaron.


Lo que más me extraña es pensar que Tanizaki escribiese "Hay quien prefiere las ortigas" en 1929 y "El elogio de la sombra" posteriormente, en 1933. Y también me extraña pensar que escribiese "Hay quien prefiere las ortigas" con 43 años. Cierto, no era un mozo, pero tampoco el señor mayor anclado en tiempos pasados con el que lo identifico al leer la novela. Y, más, leyendo el ensayo y describiéndose él como se describe.

"Hay quien prefiere las ortigas" no me parece la historia del matrimonio formado por Kaneme y Misako.
Me parece la historia "del viejo", como aparece caracterizado y nombrado por Tanizaki durante toda la novela.
Quizá la lectura que doy de la misma no es sino el reflejo que proyecto en ella de "El elogio de la sombra", que yo leí primero. Por ello me parece que vuelca en ella el contenido del ensayo, cuando es más bien al revés.
Me pareció muy curioso el episodio en que Kaneme va con el viejo y O-hisa (la joven pareja del viejo, su suegro) a ver el teatro de marionetas en Awaji. Más allá del bunraku, la representación o el interactuar de los personajes, me llamó la atención de las palabras que Tanizaki puso en boca del viejo (o El Viejo, universalmente hablando):
"Mientras el teatro de Osaka, subvencionado por la compañía Sochiku, podía permitirse una cierta magnificencia, el de Awaji, por el contrario, distracción de campesinos, salía del paso como podía, con sencillez. Ornamentos y trajes eran muy usados; Miyuki y Komazova lucían una indumentaria algo más que raida.
Pero el viejo, con su afición por los trajes viejos, los admiraba sinceramente.
- Mucho mejores que los de Osaka - decía.

Hacía un rato que estaba mirando con envidia los vestidos de las marionetas, fijándose en todos los detalles: una faja antigua de mohair muy tiesa, un kimono amarillo de Hachijo de mangas cortas.
- Antes los de Osaka eran así también, pero poco a poco los fueron vistiendo cada vez con trajes más chillones y llamativos. Comprendo que renueven el vestuario cada temporada, pero lo que me parece signo de decadencia es que empleen estampados de muselina y purpurina a cada paso. Las marionetas son como los actores del Nô: cuanto más antiguos los trajes, mejor."



Pero todo ello se sitúa al lado de la situación real, llana, sin revestimientos de elegancia ni intentos de mostrar nada especial. Eso le admiro enormemente a Tanizaki: su capacida de observar la realidad que le rodea, sin más, sin tener que tomar un punto de vista distinto al del simple observador:
"Una madre, situándose cabalmente en el corredor central de la platea, ayudaba a un niño pequeño a desabrocharse: fue como si se hubiera reventado una cañería. Hasta el viejo se quedó un poco desconcertado.
- Demasiada naturalidad. Prácticamente en nuestra comida."

"Los cantores habían cambiado; los de ahora eran casi profesionales. Desde un sector de platea alguien gritó:
- Silencio todo el mundo. Es el coro de mi pueblo, ¿qué os parece? Es bueno, ¿verdad?
Y algún otro contestó:
- El del nuestro es mucho mejor. ¡Que se vayan!"

¿Y si se compara con algún pasaje de "El elogio de la sombra"?
"Aquel pecho liso como una plancha al que se ciñen unos senos de una delgadez de papel, aquella cintura apenas menos gruesa que el pecho, aquellas caderas, aquella grupa, aquella espalda recta, aquel tronco estrecho y delgado hasta el punto de resultar desproporcionado con el rostro y los miembros, aquella ausencia de espesor que más que un ser de carne evoca la tirantez de una bola de madera, ¿no es, en conjunto, la estructura del cuerpo femenino de antaño? (...)
Al verlas, pienso irresistiblemente en la varilla que forma el armazón de las muñecas. En realidad, el torso no es sino un soporte destinado a recibir el traje y nada más. (...) si se las despojara de sus vestidos sólo quedaría de ellas, como en las muñecas, una varilla ridículamente desproporcionada".



De "Hay quien prefiere las ortigas" me quedo, sin duda, con este pasaje y con el de Kaname en el baño de la casa del viejo
"Y la penumbra lo hacía aún más desagradable; la única ventanita, enrejada, estaba muy arriba, junto al techo y daba escasa luz incluso en pleno día. Quizás porque Kaname estaba acostumbrado a su cuarto de baño de mosaico, éste del viejo la parecía una celda; y el agua, perfumada con clavo, le daba la idea de un baño medicinal, saturado de sedimentos. (...)
Según su filosofía escatológica, el viejo sostenía que el cuarto de baño y el retrete de color blanco eran una estúpida idea de los occidentales. "Exponer ante uno las inmundicias propias con la excusa de que nadie lo ve denuncia una falta absoluta de sensibilidad y de buen gusto. ¡Cuánto mejor disponer para este menester del rincón más oscuro!" Y pretendía que el retrete estuviese siempre lleno de tiernas cortezas de cedro, ya que tenía la extraña convicción de que un cuarto de baño de puro estilo japonés debe tener ese olor delicado y característico, que le da un aire de gran refinamiento".




Y, en "El elogio de la sombra"...


"Siempre que en algún monasterio de Kyoto o de Nara me indican el camino de los retretes, construidos a la manera de antaño (...).
Siempre apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega el olor a verdor y a musgo; después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shoji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir.

(...) un buen día decides poner baldosas e instalar una taza con cisterna, pertrechos, sin duda, mucho más higiénicos y más fáciles de mantener pero que, en cambio, ya no tiene la menor relación con el "refinamiento" o el "sentido de la naturaleza". Colocado bajo una luz cruda, entre cuatro paredes más bien blancas, se perderá toda gana de entregarse a la famosa "satisfacción de tipo fisiológico" (...). Bien es verdad que toda esa blancura es de una limpieza más que evidente, pero la cuestión está en saber si realmente hace falta prestar tanta atención a un lugar destinado a recoger los desechos de nuestro cuerpo."

Estos son los apuntes que recogí en clase acerca de Junichiro Tanizaki y su literatura.

El anti-naturalismo calificaba al Naturalismo de un ensimismamiento que achicaba el mundo literario y que no conducía a nada.
Nagai (永井) Kafû (1879 - 1959) era un estudiante de filología japonesa que leyó a Zola, pero defendía la estética tradicional japonesa (era totalmente contrario a la postura de Tôson o Katai).

Escribió フランス物語 y アメリカものがたり. Su postura es crítica en cuanto a la modernización precipitada y a la acogida sin límites de lo occidental (esto mismo lo criticaría, por ejemplo, Sôseki). Veía contradicciones dentro de las novelas naturalistas: ¿para ser naturalista había que fijarse sólo en lo sucio y en lo negativo? Creía que estaban limitando la literatura. Los anti-naturalistas abren de nuevo la literatura hacia los valores tradicionales de Japón. Nagai escribe, por ejemplo, sobre el río que atraviesa Tokio, el Edo que desaparece…

Esto da pie a la escuela que se denominará 美派 (たんびは) , Escuela de los Estéticos, del deleite en la belleza. Contra los naturalistas, quieren encontrar placer y sensualidad en la literatura.

El máximo exponente de esta escuela es Tanizaki (谷崎) (1886 – 1965), defensor a ultranza de los valores tradicionales.

Su mundo es muy especial (no es un ilustrado de Meiji). Se adentra dentro de sí mismo y busca los pliegues de la emoción humana (quizá por eso es el más leído y comprendido fuera de Japón). Su literatura está marcada por un cierto sadismo y un cierto masoquismo, dos caras de la misma moneda; hay momentos en los s que sus descripciones estéticas dejan boquiabierto al lector, pues es un gran comunicador. A su vez, su visión es un tanto maligna: ve el lado oscuro de las personas y, dentro de esta escuela, se ha dado en llamar a esta tendencia 悪魔派 (あくまは, Escuela de Diablos). Como perteneciente a la Escuela de los Estéticos, se sumerge en la belleza y se empapa de ella, deleitándose. No hay nada de rudo en su carácter y rechaza todo lo malo y sucio sobre lo que escriben los naturalistas (de acercarse a un movimiento, se acerca más al Romanticismo).

Tanizaki nació en Edo, dentro de una familia bastante acomodada, y no tuvo una infancia desgraciada como otros escritores de corte más socialista o naturalista. Siempre fue agraciado en su vida. Su sensibilidad está muy ligada a la transición de Edo a Tokio, a la modernización. Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, se va transformando de forma admirable; aún en la guerra, siguió escribiendo. Se trasladó a las montañas y allí actualizó el Cuento de Genji. En esa época utilizó temas de la literatura clásica. También escribió una novela basada en el diario de una dama de Heian.

Se habla de él como un conformista con el paso del tiempo frente a los naturalistas rebeldes que se enfrentaban a la marcha del gobierno. Tanizaki siempre fue un conservador y se dedicó de lleno a su creación artística.
Tras el terremoto de Tokio de 1923, Tanizaki no pudo superar el miedo a la catástrofe y se trasladó a Ôsaka. Posteriormente viviría en Kyoto y Kobe (tras su muerte, un terremoto derrumbó su casa-museo). La cultura antigua de éstas serían su inspiración.

Su primera novela corta, “El tatuador” (刺青, しせい), se publica en una revista literaria. Esa obra le hizo muy famoso. En ella canta a la sensualidad femenina y a su maligna belleza, concepciones que impregnan toda su obra.

Luego escribiría 春琴捗 (しゅんきんしょう), la historia de una profesora de arpa. Hija de un importante comerciante, es una mujer malhumorada y difícil de tratar. Ella pronto perdió la vista y su futuro marido, que por entonces era un aprendiz de la casa, la cuidaba. Él la acompañaba a sus clases de koto y acabó aprendiendo de oído a tocarlo. Mientras ella vivió, nunca mostró ante ella su valía musical, aunque tras la muerte de la esposa retomaría la escuela que ella había fundado. Al final de su vida, él también quedó ciego. El secreto que cuenta la
novela es porqué el perdió la vista.
También escribió “El amor del idiota”, historia de un triángulo amoroso (se cree que la experiencia es auto-biográfica, que él estaba casado y apareció un tercero).

En Ôsaka escribió “Las hermanas Makioka” (en japonés, 細雪, ささめゆき). Trata de tres hermanas y de cómo van creciendo y casándose; se percibe en esta historia que en la Ôsaka del momento se pone en escena el ambiente de la época Heian. Además, utiliza el lenguaje de Kansai y su ambiente comercial, muy típicos.

Al final de su vida, Tanizaki trata el problema del sexo en la tercera edad. Lo plasma en “La

llave”, donde un hombre mayor tiene dificultades para convivir con la pérdida de capacidad física.





¿Por qué "Hay quien prefiere las ortigas"? (mejor no leer si uno se está planteando leerse la novela).
Creo que el título viene a colación de Kaname, el casado desenamorado, y a O-hisa, la pareja sin amor.

Ambos prefieren las ortigas, el disgusto, la no acción, con tal de no cambiar sus vidas. Les lleva la corriente, se dejan hacer... No son dueños de sus vidas, porque no le ponen empeño. Y se conforman.
Es mi interpretación del título en español (en el original, 蓼喰ふ蟲).
A pesar de la ventanita que deja abierta Tanizaki al final del libro, una ventanita tan pequeña como la del baño del viejo, no dejo de pensar que no sea tal ventana... Sino simplemente un ventanuco enrejado, taponado por los efluvios de los baños de clavo y la bruma del vapor y la oscuridad.
Cuando me acabé el libro, me repetí: "hay quien prefiere las ortigas". Efectivamente, no hay tal ventana. La situación no cambiará. La situación no dará el vuelco al que estamos acostumbrados en las historias felices, románticas, comerciales, del cine, la literatura o la televisión.

Aún así, yo prefiero la hierbaluisa. Huele mejor y no te pican las manos después de tocarla.

Tanizaki en Wikipedia (versión en inglés).
Un artículo sobre Tanizaki en Biblioteca Itam.