domingo, 24 de junio de 2007

Un domingo cualquiera


Domingo 24 de junio, escuchando “Promises”, de The Cranberries.

Así es como empezaba cada entrada en mi diario personal cuando iba al instituto. Un diario escrito a mano, en papel y solamente para mí. Ahora los volúmenes se hacinan en cajas de botas de invierno… La letra cursiva, desgarbada, escurridiza y apretada para aprovechar todos los cuadrados de las páginas. Porque yo siempre he escrito en páginas con cuadros, ya que me es absolutamente imposible no torcerme cuando escribo. Los márgenes nulos, las páginas llenas de tachones, subrayados y recortes de música y entradas de conciertos pegados.

Ahora que lo pienso, ¿a cuántas cosas hacen referencia dos simples líneas: un título, una fecha, una canción?

“Un domingo cualquiera” es una película de Oliver Stone que en un principio me negaba a ver por el simple hecho de ser una película sobre el fútbol americano. ¿Por qué respuestas tan pobres cuando se pregunta por el contenido de la película? No lo sé. Yo hablaría de una película sobre la corta vida de los deportistas de élite. La fama (o el fin de la carrera), la deportividad (o la lucha por no quedarse en el banquillo), la familia (o las juergas después de los partidos).
Hice bien en verla.
Pero no me gusta cómo se habla de la película en Internet. Sólo se habla de las ligas ganadas, de los partidos perdidos, de las ganas del entrenador de llevarse un trofeo para casa… ¿La sinopsis no suena un poco a la mitad o tres cuartas partes de nuestros telediarios? Si grabara el telediario durante una semana seguida, podría hacer un collage y el resultado sería la película que se describe en Internet.
Por supuesto que hay deporte, partidos, fichajes, etc. Pero me temo que si esa hubiese sido la trama central (o la única trama) no me habría gustado la película.

24 de junio, Natividad de San Juan Bautista.
Y, noche de San Juan, fiesta pagana celebrada con hogueras.
Viví en un pueblo donde la costumbre era amontonar neumáticos viejos y pinchados durante todo el año en la dehesa para, llegada no sé si la noche de San Juan o las fiestas patronales, hacerlas arder y soltar humo negro hasta lo más alto del cielo. Una barbaridad… Pero las fiestas patronales de todos los pueblos esconden una tradición, una costumbre que las hace únicas. Unas son más divertidas, otras son más, cuanto menos, peligrosas.
Es curioso que el sol amanezca el día de San Juan “dando vueltas”. Hay quien me ha porfiado y porfiado que así es… Me pregunto quién se levanta tan temprano y se pone a mirar fijamente al sol para ver si da vueltas, si baila, si aparece el carro de Santa Catalina o tantas otras leyendas…
La cosa es que ahora, viviendo en una ciudad, ni siquiera sé localizar por dónde sale el sol y no lo veo hasta las diez de la mañana o así, porque el resto del tiempo está escondido por los bloques de pisos… Por la noche no se ven tampoco las estrellas, sino las luces anaranjadas de las farolas, blancas y rojas de los coches e intermitentes de los rótulos fluorescentes de los centros comerciales.
La verdad es que nunca he celebrado esta noche. Quizá porque no haya vivido cerca de ningún sitio cuyo patrón sea San Juan.
Lo que sí hacía metódicamente de adolescente era seguir los consejos de la SuperPop y escribir mis deseos en un papelito, mojarlo con una gota de mi colonia preferida, doblarlo en un determinado número de pliegues, quemarlo durante la puesta de sol (¡y que no viera mi madre que le había cogido el mechero de la cocina!) y dejar las cenizas en el alféizar de la ventana para que el viento se las llevara durante la noche de San Juan.

Y “Promises” fue una canción publicada en el álbum “Bury the hatchet” (1999) y después incluido en “Starts: the best of 1992-2002”.
La verdad es que The Cranberries no es mi grupo preferido, simplemente un grupo agradable al que escuchar cuando se está estudiando porque no son demasiado estridentes (“Animal instinct” vs. “Salvation”), para escuchar cuando estás deprimida (“Zombie”) o para escuchar cuando tienes un día feliz sin razón aparente (“Just my imagination”) – más allá, por supuesto, del significado de las letras.

Como empezaba diciendo, hoy es un domingo cualquiera.
Me levanto a las 9.30h (sí, soy una loca, pero ayer me levanté a las 8.30h.). Intento no descolocar mucho las sábanas para que no me cueste una barbaridad hacer la cama (cuando duermo acompañada, mi acompañante es un chico más grande que la cama que saca las sábanas y me las roba, pero por suerte hacer la cama es su tarea), levanto lo justo las persianas para no matarme con las patas del somier y voy al baño. Siempre miro cómo las puntas del nuevo corte de pelo se han ahuecado y despeinado totalmente. Bajo a la cocina y me hago un zumito de naranja que acompaño con mis queridas magdalenas. Pero, con gran esfuerzo, no enciendo la tele. Si la enciendo, estoy perdida. Me absorberá su energía entontecedora y la mañana estará perdida. No en vano ya no me queda CSI ni Miami ni Las Vegas, ni Will & Grace ni Mujeres desesperadas… lo he fundido todo… Por suerte o por desgracia, LOST acabó y Anatomía de Grey no lo veo sola, así que no me puedo enganchar una mañana de culebrón en el sofá sola.
Después del desayuno, me siento delante del ordenador y por fin termino la declaración de la renta, que los plazos están aquí al lado.
Envuelta entre cajas con cosas friquis, un tendedero plagado de camisetas y calzoncillos, libros y comics, nóminas y CDs, he decidido que la mañana es mía, no de la tele. Y más mía no puede ser si la dedico a escribir.
“Le temps de lire est toujours du temps volé. Tout comme le temps d’écrire (…). Volè à quoi? Disons, au devoir de vivre.” Daniel Pennac, “Comme un roman”.
¿Cómo que no tenemos tiempo para leer? ¿Y la hora y media diaria de transporte público? Ahora que no tengo la necesidad de dormir en el autobús como cuando vivía a 45km. de Madrid, utilizo el tren y el metro (¡aquí no me mareo!) para leer. Página 155 de las 198 de “Comme un roman”. ¡Y lo empecé el día 11! El único inconveniente es la insistente contractura en el hombro izquierdo de cargar diariamente con un diccionario bilingüe.
¿Y cómo que no tengo tiempo para escribir? Eso me hacía creer. Tenía muy claro lo del tiempo para leer, pero no lo del tiempo para escribir.
Por suerte, creo que he encontrado el truco. Los días que estoy en casa, con el tendedero, las cajas, las series, el horno, las nóminas o las toallas, estoy también con el ordenador, con mis pinceles, con mis libros, con mis diccionarios, con mi pluma, con mis rotuladores, con mis lazos, con mis ideas rebuyentes (¿alguien se ha planteado el significado de Aserejé? ¿pues por qué plantearse el de rebuyente?). Le voy a plantar cara a la tele, o al menos voy a mirarla de reojo, para que no me vea y me llame, cuando baje a la cocina. Voy a intentar comer sin tele para no quedarme de nuevo pegada.
Y voy a dar por concluidas mis tareas de limpieza (una lavadora puesta y tendida, una montaña planchada, la casa barrida, la cocina fregada y la compra hecha son suficientes para una mañana de sábado) y hoy sólo voy a hacer la cama.
Pese a las tareas matutinas del sábado, el sábado cualquiera valió la pena: tuve invitados y preparé yo sola la comida. Fue mi primera quiche (champiñones y bacon) y me quedó de rechupete. ¡Estoy orgullosísima y quiero gritarlo a los cuatro vientos! A los que les gustó mi bienmesabe (o cazón) en adobo o mi tortilla española con espinacas, están invitados a una merienda de quiche. Y los que no vinieron aquella vez, también lo están.

El viernes 22 de junio, además del concierto de RBD en Madrid (por supuesto que estaba enterada), fue el solsticio de verano.
Y parece que, efectivamente, esta semana pasada ha quedado inaugurado el verano. El primer verano sobre ardiente asfalto y bajo una atmósfera de partículas de diesel. La piscina no la echaré de menos, pero le tengo respeto a mi nuevo e inhóspito biotopo.

El domingo cualquiera pasado no fue un domingo cualquiera, sino un domingo memorable. Día 17 de junio. Continuaban los ecos de mi cumpleaños, que duró una semana (una semana con los globos colgados de las cortinas, las escaleras, el cabecero de la cama, las lámparas y los armarios).

La semana del 17 fue la despedida de la primavera. Lluvia, viento, sol; perenne chaqueta en el bolso, paraguas en ristre y sandalias para no pasar calor y sentir el agua directamente en los dedos, no en unos calcetines o medias encharcados.
Adoro la lluvia y las tormentas. Quizá por contraposición a la zona seca y de clima extremo en que vivo (calor seco y sahariano en verano; frío seco y cortante en invierno; primavera y otoño que apenas duran una semana; lluvias en general escasas).
Este año he recibido el regalo de una primavera de casi dos meses y, lo que es más, sin sufrir alergia.
Aunque no era muy agradable salir del metro corriendo, la cabeza cubierta con un periódico gratuito y las sandalias resbalando en los adoquines, sí lo era oír las gotas de lluvia repiqueteando en las ventanas de la buhardilla.

El domingo memorable 17 pasé un día agradable de cine.
Primero, “Fácil”, de la que no he conseguido encontrar información en Internet. Lenta hasta aburrir, es una historia bonita sobre una chica a la que le gusta el sexo pero que no consigue tener una relación estable pese a ser simpática, guapa y sincera. Pero, de nuevo, lenta. No la aconsejo.

Segundo, “El demonio vestido de azul”. Una película de intriga sobre un hombre parado que se adentra en un peligroso mundo del que en su día consiguió salir. Pero ese es un mundo de apariencias, de falsos amigos, de falsos clientes y de falsas motivaciones. Dirigida por Carl Franklin y protagonizada por un magnífico Denzel Washington. No pongo ningún link porque parece que la película haya pasado desapercibida y no merezca más que la ficha de rigor en los portales de cine. Pero la aconsejo encarecidamente (me gusta “La dalia negra” o “La maldición del escorpión de jade”, sirva de referencia).




Películas bastante buenas, comida rica y compañía deliciosa. Envolviéndolo todo, una suave lluvia llamando a la puerta. Y, como colofón, final de la liga y cohetes y pitadas que parecían celebrar nuestra felicidad.