domingo, 30 de septiembre de 2007



Agosto en Estambul

Me gusta intercalar los temas, pero, más que nunca, me apetecía colgar fotos.
Una vez montadas, me doy cuenta de que el síndrome post-vacacional está en mi subconsciente. No lo sabía hasta ahora, pero quiero vacaciones de nuevo. Quizá porque hoy ha amanecido el día gris y plomizo y en los balcones de enfrente no veo más que trastos viejos, jaulas sin pájaros y plantas secas.

Uno de los temas de este blog iba a ser mis viajes.
Pero se me ha ocurrido uno mejor: las ciudades más bonitas que he visto.
Kamakura puede ser una de ellas, pero no habría sido prioridad de no ser porque me apetecía hablar del Gran Buda y el yabusame.

Y, bueno, ¿por dónde empezar?
He visto muchas ciudades bonitas en España, pero no puedo elaborar un ranking. Por eso, me parecía un poco feo empezar con una ciudad española. Parecería que dejo a las demás en segundo lugar.
Mejor empezar por una ciudad extranjera y, sin duda, de entre las ciudades extranjeras, la que ocupa el número 1 (aunque muy reñido con Florencia) es Estambul.

No sabría explicar qué es lo que la ha situado en lo más alto de mi ranking…
Tendría que crear unos de esos modelos turísticos que aprendí a crear durante la carrera para evaluar el destino, pero no estoy por la labor. Además, los modelos turísticos son tan fríamente objetivos que diferirían de la opinión de la mayoría en muchos casos.
Hay turistas que visitan la ciudad como turistas y otros que la visitan como turistas y personas.
Una ciudad o un país pueden ser muy aptos para el turismo y el mismo infierno para sus habitantes. Y al revés. Una ciudad puede ser un lugar estupendo para vivir pero no para ir de visita (aunque esto es más raro; pensemos en un lugar cuyo transporte público o nivel de seguridad no fuesen aptos para el turismo: difícilmente serían aceptables para sus habitantes).
Por ejemplo, la oferta hotelera o los campos de golf pueden ser maravillosos (véase la Costa del Sol), pero ese modelo puede ser un destino 10 para un turista adinerado o para turistas a los que les guste el deporte (vela, motos acuáticas, etc.).

En lo que creo que es ya la enésima repetición de la frase en mi blog, lo volveré a decir: “como soy una vaga redomada…”.
Sí, como soy una vaga redomada, a mí los destinos 10 deportivos (esquí, natación, senderismo, alpinismo…) se me suelen quedar en un 4, por eso de ver paisajes bonitos, o en un 5 si se trata de lugares destacados como Parques Naturales en los que te guía una persona que sabe de lo que habla (como cuando estuve en el Parque Nacional del Teide o en el Parque Nacional de Garajonay, en La Gomera).
Pero, como no me gusta nada la playa y la piscina no demasiado, adiós al sol y playa (calificación nunca superior al 3) y a los resorts (estos no llegan al 2, pero ya no por la piscina, sino por la impresión de estar enjaulada y con la pulserita de colores en la patita, como las palomas).




Y, centrándome ya un poco más, llegamos a Estambul.
Después de vivir el estrés lógico de buscar un viaje que te dicen que es imposible (Turquía durante la Fórmula 1 de 2005) y encontrarlo, que eso es lo importante, desembarcamos en el aeropuerto Atatürk y vimos la foto de Fernando Alonso en todas las marquesinas…

Después de barajar Túnez, que olía un poco a resort y sol y playa, y de ojear los catálogos de Azerbaijan con la carita triste de quien no tiene dinero suficiente, finalmente lo conseguimos.

Antes de saborear realmente Estambul, hicimos una ruta por Capadocia.
Nada, tan sólo 677km. en autobús desde Estambul.

De camino, pasamos por el lago Tuz, más conocido como “el lago salado”. Se trata del segundo lago más grande de Turquía y del primer lago salado más grande del mundo. Según he leído, la capa de sal que se forma en verano a causa de la evaporación tiene un espesor de unos 30cm. Si se escarba en la superficie, acaba saliendo algo de humedad. Me llamó la atención ver una araña andando por allí. ¡Siempre hay alguien que se las ingenia para vivir en los sitios más inhóspitos!




Al ver los itinerarios de los viajes, tuvimos que elegir entre el Egeo o la Anatolia central (Capadocia), porque no había viajes que cubrieran todo en un país tan grande y sin coger vuelos internos (ya el precio subía bastante).
Y no decepcionó, en absoluto. Fue increíble.

Visitamos el Valle de Dervent, la fortaleza de Uçhisar, el pueblo de Ürgüp, el Museo de Göreme…
En el Valle de Dervent escalé hasta una cueva con “ventanita” al paisaje. La verdad es que creí que no iba a poder, pero pude. Lo que no fue tan fácil fue bajar sin matarse. Ahora entiendo a los pobres gatitos que se suben a los árboles y luego se tiran horas llorando porque no saben cómo bajar… Bueno, no bajé rodando, pero sí un poco de culo (literalmente).

En la foto de abajo, la fortaleza de Uçhisar.
A su derecha, las famosas “chimeneas de hadas”, que estaban en Pasabag. La verdad es que fue muy agradable pasear por allí, en medio de un viñedo.




Lo que sí fue impresionante de verdad fue el Museo al aire libre de Göreme.
Se trata de un recinto que, a simple vista, parece un paisaje volcánico como los demás, impresionante, pero tan impresionante como todo lo que nos mostraron de Capadocia.
Sin embargo, al acercarse más, uno se da cuenta de que todas esas excavaciones en la roca guardan algo más que las casas de los lugareños (como pudimos comprobar en otras zonas durante el viaje).
Al parecer, lo que es hoy el museo fue en su día habitado por una comunidad monástica que se dedicó a hacer iglesias en el interior de las rocas. La de la foto es una de tantas de ellas. Había infinidad de ellas. Es más, había también una catedral excavada bajo tierra, pero de ésta no tengo buenas fotos debido a la oscuridad y la prohibición de fotografiar con flash para no estropear los frescos.




También visitamos una ciudad subterránea, pero lo importante de esto fue la explicación, no las imágenes, que más parecen una cueva desnuda que otra cosa.


Y, a la vuelta, visitamos el Museo de las Civilizaciones de Ankara.

En Estambul sólo pasamos un fin de semana.
Por esta calle entramos desde el aeropuerto y a la vuelta de Capadocia a la calle del hotel (del que no pondré fotos porque era bastante cutre).




Sobra decir que estábamos muertos después de quince horas de autobús (eso sí, amenizadas por radio con un partido de fútbol en turco).

Después de las recomendaciones sobre “qué barrios no visitar” o “cómo regatear en el bazar”, nos fuimos a dormir dispuestos a recorrer la ciudad de punta a punta al día siguiente. Imposible, por supuesto.

La primera mañana la pasamos metidos en el Gran Bazar. La verdad es que fue divertido lo de regatear pero, salvo que se tratara de cosas que en España no hay o cosas que sí hay pero de las que se vende la imitación, no merece mucho la pena el esfuerzo. A mí, desde luego, me parecía agotador lo de regatear… Y, más, con la certeza de que siempre pagabas lo que el vendedor quería y no lo que querías tú, aunque eso fuese lo que te gustaría pensar…
El Gran Bazar me pareció un centro comercial camuflado. De hecho, muchas tiendas tenían cierres plegables de hierro y escaparates de cristal, como cualquier tienda.


Sin embargo, el Bazar de las Especias me gustó muchísimo. Había menos turistas y ¡¡¡era el doble de agobiante!!! Pero el olor, los colores de las especias y del té, los pañuelos de las mujeres, los gritos de los vendedores (en castellano, catalán o euskera, eso les era indiferente… ¡pero cómo nos identificaban con dos palabras y dos gestos antes de desechar el inglés!)…
Allí compramos kilos de delicias turcas y de lo que llamaban “viagra turca”, que realmente era un dulce de azúcar sumamente concentrado y hecho hebras del tamaño de los fideos de sopa. Todo estaba buenísimo.




Cuando nos decidimos por una tienda, el vendedor nos sacó sillas y nos sirvió té (mira que nos advirtieron que no tomásemos agua del grifo, pero se ve que algunos no sabían con qué hacían el té y así de malitos se pusieron, ejem…). Té (“çai”) turco o de manzana. Del de manzana nos llevamos bastante y también té “del amor”, de un profundo color rojo y hecho a base de té, regaliz, rosas y otras plantas. Y, como decía, nos hartamos de delicias turcas. No, no al salir de la tienda, sino mientras pedíamos. No nos dejaban descansar y nos traían de todo; cualquier variedad que señaláramos para decirnos “eso no estará mal” o “qué color tan original” nos lo traían enseguida para que lo probáramos.
También compré un juego de vasos con un cristal que, como me demostró el vendedor “a porrazo limpio” contra el suelo, deben de ser irrompibles.

Cómo no, visitamos también la Mezquita Azul y Santa Sofía (en la foto).
También vimos el Palacio de Topkapi y la Basílica Cisterna.
Advierto que los artículos de Wikipedia sobre estos cuatro monumentos, salvo el de Santa Sofía, no merecen demasiado la pena. Es mejor visitar la página de "All about Turkey", del guía Burak Sansal.




Y la siguiente foto es de la Mezquita de Soleimán el Magnífico.




Se puede ver a varias personas purificándose con agua antes de entrar en la mezquita.
Para entrar a la misma, es necesario descalzarse, no vestir con falda o pantalón corto y llevar los hombros cubiertos. A la entrada hay baldas para dejar los zapatos y recogerlos a la salida. También hay pañuelos por si alguna turista no sabe que no puede ir en tirantes, para que pueda visitar la mezquita sin problema. Yo, debido a que nos informaron en la Embajada de Turquía que era mejor que siempre llevara pantalón largo y un pañuelo en el bolso, así fui de preparada. Luego vi que, junto a las mujeres que llevaban burka (visitantes de los países fronterizos, en su mayor parte), también había chicas turcas (no sólo extranjeras) con falda corta. Por supuesto, no para ir a la mezquita, pero sí por la calle.
En la foto aparecen el interior de la mezquita, con una iluminación maravillosa, y una parte más oscura destinada a las mujeres que van a rezar. Hombres y mujeres no pueden mezclarse durante la oración para que los hombres no se distraigan.


Y, ahora, unas cuantas fotos al azar para representar aquello que me gustó de Estambul: la gente, el atardecer, el tráfico, los vendedores ambulantes, las noches naranjas y la llamada del almuédano, el pacto del precio con los taxistas, la turka-cola, el tranvía, el té de manzana, el auténtico döner kebap, los derviches danzantes, las luces de neón, “la gran vía” istambulense (gentilicio inventado por mí, si no buscad el auténtico… ¡es horrible!), el muelle de Üsküdar, los baños turcos y los masajes exfoliantes, las cachimbas…





Barrio de Taksim denoche. Me habría gustado incluir las fotos que tomé en Tophane, cuando nos fuimos a la típica terracita (¡sí, un barrio lleno de barecitos con terrazas!) a tomar té y fumar cachimbas (todo ello amenizado, como buena noche de domingo, con un partido televisado de la liga nacional). Desgraciadamente, ninguna salió demasiado bien.




Algunas vistas de la Estambul europea. Los minaretes siempre de fondo, los taxis, el mar que enmarcaba casi todas las fotos, las tiendas de las grandes cadenas...








Y otras vistas de la Estambul asiática. Se ve el puente que une Europa y Asia y el barco en el que cruzamos. En el momento de subir, una auténtica marea humana corría hacia el barco... También había barquichuelas que te llevaban al otro lado por un módico precio pero, si ya me daba bastante impresión el barco en el que fuimos, con asientos de madera y salvavidas de antes del Titanic, no podía ni planteármelo...