sábado, 29 de marzo de 2008

Stand by me, Diane

Hoy ha sido uno de esos sábados productivos.
Después de dos semanas, al fin brillaba el sol, no necesitaba salir con abrigo y había dormido hasta tarde. Aunque al final he salido de casa a las 13.00hrs. y no he podido hacer todo lo que me había propuesto, ha merecido la pena.
Nunca había disfrutado tanto conduciendo como hoy. Quizá era por llevar las ventanillas bajadas y la música alta, por cantar a grito pelado sin pudor y por haber podido aparcar a la primera. Es lo que tiene salir a la hora de comer.
Como son pocos los grupos/cantantes nuevos que me gustan, no dejo de rescatar viejos CD’s (y puedo comprarme los pocos nuevos que me gustan sin arruinarme…).
Quizá por la comodidad del coche nuevo, por ir sola y no tener que meter tripa y por escuchar canciones viejas con aire renovado es que he disfrutado tanto.
“Stand by me” me ha alegrado el día. ¡Fin de los bucles depresivos infinitos! ¿Por qué cuando estamos tristes nos ponemos música triste? Por fin, una música que asociaba con los malos tiempos me ha sonado a plenitud. Será el sol, serán los veinte grados, será que hoy cambian la hora…
Y “Born Slippy”. Antes me fascinaba y ahora me deja casi igual… Pero me gusta. Me gusta cuando el bombardeo de fondo cesa y parece que estás tumbada boca arriba, flotando en el agua de la piscina; el pelo apelmazado en mechones sobre la frente y los ojos entrecerrados, el sol tostando la piel desnuda y produciendo destellos sobre la superficie…
No está mal un 21 de marzo que no trae consigo la famosa astenia primaveral.
Recuerdo los últimos coletazos de las rebajas de febrero.
Yo, contenta, de haber encontrado al fin el vestido de lentejuelas de Diane y por un módico precio en H&M.
Me habré acordado de mi adorada Diane por escuchar “Born Slippy”, por supuesto.
Me chocó enormemente pensar que, en otra parte del mundo, la gente podía llevar a una discoteca un vestido de lentejuelas sin ser Nochevieja y, al mismo tiempo, otra gente llevaba camisetas de algodón de lo más cutre. Aquí, por aquel entonces, se estilaba llevar minifalda negra, camiseta de tirantes y botas altas con tacón cuadrado.
Al ver a Diane en Trainsporting, les dije a mis amigas: “quiero un vestido así para la próxima Nochevieja”. Pero nunca lo encontré.
Después engordé (no me habría quedado bien), después adelgacé drásticamente (pero seguía sin encontrar el vestido) y ahora mi cuerpo ha dado el siguiente cambio en la pirámide hormonal: he encontrado el vestido pero mis caderas, mi tripa y mis muslos se niegan a que me lo ponga… Una lástima.
Aún hoy recuerdo a alguna amiga volviéndose roja de la vergüenza y mirando hacia otro lado cuando Ewan McGregor enseñaba el pito…

El pasado noviembre, fuimos a Barcelona.
En el trabajo vi una postal comercial de la exposición “Kawaii! El Japón ahora” y decidí que tenía que verla. Al entrar en la web de la
Fundación Joan Miró y buscar bien qué era eso del Espai 13, me enteré de que la exposición no era siempre la misma. Así que me encargué de buscar a la autora de la imagen de la postal, que era la que más me interesaba por lo que pude ver en Internet, y me di cuenta de que ¡tenía dos semanas para preparar un viaje!
Por si no era ya lo bastante difícil, la exposición de Aya Takano terminaba en el puente de noviembre.
Oh, pero tenía que verlo con mis propios ojos. De nada me valían los artículos de los periódicos gratuitos ni la información de Internet.
Por suerte, no hubo problema.
En el trabajo me dieron los días necesarios para alargar el puente.
Gracias, por una vez, a trabajar en turismo, conseguí
hotel sin dificultad (lo que no significa que lo consiguiese barato).
Después, compré los billetes de tren Madrid-Barcelona-Madrid, pero tampoco fue barato…
Lo más fácil de todo, sin embargo, fue convencer aquí al Sr. Renton de que teníamos que ir a Barcelona a ver esa exposición. Una cosa era visitar Barcelona, de la que yo guardaba un grato recuerdo (breve, pero muy grato) y de la que él guardaba uno poco grato por decirlo bonito (en aquel viaje todo se le puso en contra…), y otra cosa era visitar una exposición de “cosas monas”…
El refrán dice “dios los cría y ellos se juntan”. Pues nosotros dos nos juntamos y parece que la exposición de Aya Takano se juntó con la XIII edición del Salón del Manga de Barcelona. Así que allá que fuimos.

Pudimos comprobar bien de cerca el estado de las obras del AVE.
En Camp de Tarragona, el tren dijo que “hasta aquí” y, nada, tuvimos que bajarnos todos del tren y continuar hasta Barcelona en autobuses. Lo curioso es que, como mucho, llegamos sólo cuarenta minutos después de la hora estimada de llegada del tren. Increíble.

Cuando bajamos del autobús, vi a una mujer con el pelo negro, rizado y largo. Ella hablaba por el móvil mientras bajaba del autobús con su bolsa de viaje. Me sonaba muchísimo su cara e incluso me sonaba su voz. Miré a mi acompañante con cara de “¿esa es…?” Y él me dijo: “Creo que sí”. ¡Juraría que era
Lucía Etxebarría! Bueno, es que estoy segura. Pero no le dije nada. Estaba hablando por el móvil y le habría molestado (lógicamente). Además, su carácter no me gusta (a nadie le puede gustar el carácter de todo el mundo, ¿no es verdad?). ¿Qué le habría dicho? “¿Me encantas?” O, ya que no sabía qué decirle, “Pues no ha llegado tan tarde el bus a Sants, ¿no?” O, algo más clásico, “¿Me firmas aquí?” Pero, ¿dónde? ¿En mi mapa turístico? ¿En la hoja de reserva del hotel? ¿En la libretita donde voy apuntando las chorradas que quiero buscar en Internet cuando vuelva a casa? ¡Chist! Acababa de terminar “Un milagro en equilibrio” esa misma semana, pero ya no lo llevaba en el bolso. Casualidades.

Después, en el Salón del Manga, conocimos a
Aurélia Aurita (que también puede significar medusa común… ¿lo habrá hecho adrede o será otra casualidad? – por cierto, también sé que calamar común es loligo vulgaris, y, sí, debido a mi trabajo en turismo…).
Me pareció una chica encantadora. Después de unos dos años, desempolvé el francés de mi memoria y pude hablar con ella. Doblemente satisfactorio.
Me hizo un retrato con esa forma de dibujar que la caracteriza, aunque, no sé, será porque soy europea, que me dibujó una nariz que me hace parecerme a Lucy (sí, la de Snoopy…).
Yo en el Salón del Manga estaba un poco como un pulpo en un garaje, pero me lo pasé bien al fin y al cabo.
Disfraces graciosos, muchos muñecos monos, una exposición de dibujos originales de algunos autores famosos (que yo, por lo general, no conocía…), etc.
Pero conocer a Aurélia Aurita me emocionó bastante (en las fotos salgo muy risueña).
Además, conocimos a una chica que estaba en el stand del Espai 13. También era muy simpática y nos comentó sitios para visitar en Barcelona, dónde comer… Nos habló de la exposición, de cómo llegar al museo… Resulta que ella también estudiaba japonés, aunque había empezado algo más tarde que yo y aún tenía ilusión… Espero que tenga mucha suerte.

Para ir a la Fundación Joan Miró tuvimos que coger el funicular. Me hacía mucha ilusión porque siempre había pensado que vería la ciudad desde el aire, pero no… No era ese tipo de funicular.
En el museo, cabía la posibilidad de pagar entrada general o sólo la entrada para la exposición, cosa que me pareció estupenda. A mí me gusta Joan Miró pero, sencillamente, no soy tan entendida, y teníamos mucho que ver en Barcelona.


Según Hélène Kelmachter, comisaria del ciclo “El Japón ahora” (21 de septiembre de 2007 – 20 de julio de 2008):

La temporada 2007-2008 del Espai 13 de la Fundació Joan Miró centra su mirada en el país del Sol naciente, en un descubrimiento de las prácticas de la generación de jóvenes artistas japoneses, así como de su contexto histórico y social. Cada exposición nos sumergirá en el universo a menudo sorprendente y extraño de un artista, al tiempo que nos aproximará a alguno de los grandes temas que conforman el retrato de la sociedad japonesa actual. La ósmosis entre tradición y modernidad, los problemas sociales y económicos, la relación con la infancia y la búsqueda de la identidad son algunas de las perspectivas que se proyectan en las obras de Aya Takano, Erina Matsui, Chiho Aoshima, Tomoko Sawada y Kowei Nawa. Cuatro chicas y un chico, con edades comprendidas entre los 23 y los 33 años, que llenarán el Espai 13 con sus pinturas, dibujos, esculturas, películas de animación, fotografías e instalaciones, creando espacios para la experimentación.
¡Kawaii!
De las adolescentes con faldas plisadas que aparecen en los manga a los personajes de Hello Kitty, estos héroes de una nueva mitología están presentes en la imaginería popular, de los dibujos animados a los productos derivados, y constituyen el símbolo de una profunda nostalgia de la infancia. Una nostalgia que se expresa a través de un profundo entusiasmo por todo lo que es kawaii. Kawaii es una de las palabras más recurrentes en el vocabulario de los jóvenes japoneses. Próximo al sentido de “mono”, kawaii designa lo que es pequeño e infantil. Más que una moda, es una forma de pensar y de ser. Esta cultura popular japonesa invade el mundo asiático y llega a Europa y Estados Unidos. De la infancia a la edad adulta, los chicos, y sobre todo las chicas, son adeptos de los fanshi guzzu –del inglés fancy goods–, llaveros y gadgets de todo tipo. El fenómeno ha adquirido tal envergadura que se ha convertido en un tema sociológico, estudiado por escritores, periodistas, filósofos y sociólogos. Los estudiosos subrayan la otra cara de kawaii: un profundo nihilismo, la negación del presente social a favor de un retorno a la infancia, el reflejo, en definitiva, del descontento de la sociedad japonesa.
Las obras de Aya Takano y Chiho Aoshima se inscriben en la esfera kawaii, destacando su lado subversivo y falsamente inocente. Las muchachas en quimono de grandes ojos y gráciles cuerpos de Aya Takano (Saitama, 1976) evocan tanto las estampas tradicionales japonesas como las chicas emancipadas que pululan por las calles de Tokio. Chiho Aoshima (Tokio, 1974) imagina un mundo onírico y sorprendente en sus dibujos de colores ácidos generados por ordenador. Su universo se mueve a menudo entre la pesadilla y la angustia, y sus personajes dudan entre la magia y la violencia de la realidad.
La revolución de la shôjo
En Shibuya, las chicas con uniformes escolares, falditas plisadas y calcetines-polainas muy largos, trajinan riendo alrededor de los purikura, fotomatones que permiten escoger el tipo de fotografía deseada, personalizándola con modelos diferentes de marcos, que después intercambiarán. Numerosos sociólogos han llamado la atención sobre este nuevo fenómeno: las chicas pasan cada vez más tiempo en la calle, con frecuencia en grupos y vestidas de una manera espectacular y ostentosa. Las shôjo, las adolescentes japonesas -literalmente “medio mujer”–, son el símbolo de una mutación de la sociedad. Se definen como mujeres-niña, en estado de suspensión entre la infancia y la edad adulta, consciencia e inocencia. La mujer japonesa, antes encargada de garantizar la tradición, aparece cada vez más como “la vanguardia de la mutación social”. Entre colegiala y femme fatale, la gyaru –del inglés girl (chica), a la japonesa– es realmente la nueva fuerza social y cultural en Japón. La escena del arte contemporáneo confirma esta tendencia, a través de las artistas mujeres que crean una obra inventiva y sorprendente, fascinante y, a veces, molesta. La programación de las exposiciones en el Espai 13 lo demuestra: de 5 artistas, ¡4 son chicas!
El arte del siglo XX ha estado marcado en Japón por la presencia importante de dos mujeres, cabezas de fila de los movimientos más importantes, como Atsuko Tanaka (nacida en 1932), que marcó la historia del grupo de vanguardia Gutai en los años cincuenta, o Yayoi Kusama (1929), una artista imprescindible desde principios de los años sesenta. La tendencia se confirma con los artistas de la generación de Mariko Mori (1967) y se hace evidente con las creadoras de la generación que ahora tiene treinta años, hasta el punto de ser una de las características más destacadas del arte japonés de nuestros días.
Testimonio de esta búsqueda de identidad típica de las chicas japonesas, Tomoko Sawada (1977) se retrata en grupo (fotografías de curso en que repite su rostro) o en retratos individuales de fotomatón. Para su exposición en el Espai 13, realizará una serie de fotografías sobre la extravagancia en el vestir de las chicas de Tokio, y en concreto de la tendencia golitha (contracción de gótica y Lolita), que se mueven por el barrio de Harajuku.
Un mundo de extrañeza y onirismo
A pesar del gran poder económico que ha proyectado al mundo la imagen de un país con tecnología punta, Japón vive desde hace unos años el pinchazo de la burbuja económica: el paro y la precariedad laboral han pasado a ser corrientes en la vida cotidiana de los japoneses y en las creaciones de los artistas. Esto, esta evocación, no obstante, en lugar de mostrarse como una constatación del estado del mundo, se convierte en una oportunidad para abrir la puerta a la imaginación y lo extraño. Así, Erina Matsui (Okayama, 1984) presenta un mundo personal lleno de visiones extrañas y poéticas.
Muchos artistas japoneses se cuestionan la frontera entre visión y percepción, creando un mundo onírico y delicado. Kowei Nawa (Osaka, 1975), con sus dibujos, esculturas e instalaciones, juega con nuestra percepción del mundo e inventa objetos llenos de poesía y extrañeza. Proyectando imágenes sobre el agua, recubriendo objetos con cuentas de cristal, invadiendo el espacio con gigantescas formas moleculares, Nawa transforma el estado original de una imagen, de una cosa o de un lugar.
Con “¡Kawaii! Japón ahora”, la Fundació Joan Miró invita al público a un viaje sorprendente por el mundo de la creación japonesa más actual y mantiene, así, el espíritu de hallazgo y de experimentación, de sorpresa e invención que caracteriza al Espai 13.


Disfruté muchísimo de la exposición. Era sólo una pequeña sala, pero había obras de gran formato, una escultura (peluche) de un perro-vaca gigante, un video y muchas pequeñas obras de acuarela.

Sensual, agresivo, inocente y falsamente inocente, cruel, futurista… Así describen su estilo.

Más imágenes de la obra de Aya Takano en la Galería Emmanuel Perrotin.
Acerca de
Aya Takano en wikipedia (inglés).