viernes, 25 de julio de 2008

Un mundo feliz

Durante mi último viaje de trabajo pude leer este libro.
Después de que me tildaran de inculta por no haberlo leído (¡yo!, que me paso el tiempo en los kioskos rebuscando entre las colecciones que lanzan los periódicos para comprar clásicos a un euro…), me lo llevé a Lisboa conmigo.
Como es superior a mis fuerzas, la horita de vuelo la pasé durmiendo profundamente (a pesar del aire acondicionado terrorífico de los aviones), así que no leí nada de nada.

Al llegar al aeropuerto de Lisboa (a la misma hora que había salido de Madrid, sobre las 12.00hrs., como en un viaje en el tiempo) y mientras comía una “salada de frango com maçà”, empecé con el libro.
Qué curioso el portugués: frango = pollo, polvo = pulpo, presunto = jamón…

Pasar un día en un aeropuerto como el de Lisboa no es tan interesante como pasarlo en el de Nueva York (por lo que vi en “La terminal”…), ya que es un aeropuerto muy pequeño, con tan sólo un par de filas de asientos, el mismo restaurante en distintas ubicaciones y, eso sí, un puesto de chucherías con cierto aire vintage donde vendían piruletas de azucar de HelloKitty.
Así pues, las tres cuartas partes del libro las leí allí, sentada con mi conjunto mono de trabajo y con mi carpeta llena de direcciones de hoteles y nombres de personas (después de tanta preparación, para acabar llegando tarde a todas las citas, sufriendo con las medias en un junio de calor insoportable que no habíamos tenido en Madrid y desesperada por no encontrar a la persona de contacto en el aeropuerto… a las 21.00hrs.).

Puedo asegurar que da tiempo a leer todo eso en un aeropuerto, a pesar de los anuncios por megafonía, de los niños que no dejan de correr o de intentar comunicarme sin usar mi inglés macarrónico… Qué envidia: hay que ver cómo lo hablan los portugueses con los que me encontré…

Y, por fin, respecto a “Un mundo feliz” (“Brave new world”, para los valientes que quieran leerlo en su forma original), de
Aldous Huxley y escrito en 1932.

Son pocas las obras de ficción (literarias o cinematográficas) que atraen mi atención y muchas menos las que acaban por gustarme.
“Un mundo feliz” ha sido una de las más felices excepciones.
Para mí, la ficción perfecta es aquella en la que, tires del hilo que tires, la madeja sigue su curso. No hay nudos imposibles de desliar ni hilos partidos… No hay entuertos de los que el autor no sabe salir ni cosas que se dejan sin explicar para no complicar el argumento hasta el punto de hacerlo incomprensible. Pero, ¿qué ocurre con esas obras? Que uno empieza a tirar de los hilos y se desbarata la estructura en que se basa ficción.
Ficción es invención, creación de lo que no existe, pero no por ello ha de ser lo inventado ilógico. Nuestra realidad es una y podrían existir muchas diferentes, pero nadie concibe que en nuestra realidad o cualquier otra de repente los elefantes rosas volasen (a no ser como en aquel documental ficticio en el que intentaban explicar cómo habría podido volar un dragón con su enorme peso y sus pequeñas alas y cómo habría podido escupir fuego, pero… ¡hay una lógica en una ficción!).

En “Un mundo feliz” se nos presenta una realidad alternativa y futura pero al mismo tiempo lógica. De ahí que me enganchase desde el principio.
¿Que el autor no explica exactamente cómo se realizan todos esos experimentos genéticos ni el proceso mismo de creación en cadena de seres humanos (¿podríamos llamarlos personas?)? Bueno, explica de algún modo el proceso en los primeros capítulos de la obra y, aunque no nombra compuestos químicos ni cómo se “fabrica” sangre y alimento (cosa que en aquellos tiempos dudo que se pudiese hacer pero que hoy sí se puede hacer – ya vemos que se crean los primeros órganos), tampoco explicaba Mary Shelley el proceso exacto mediante el que el Dr. Frankenstein crea/construye a su ser/monstruo pero, sin embargo, sí decía que lo hacía con restos de cadáveres que desenterraba del cementerio.

En “Un mundo feliz” se nos presenta un mundo distinto, con unos avances genéticos ¿extremos? (no sabemos realmente la distancia que nos queda por recorrer hasta que ese mundo sea posible) y un sentido de la moralidad totalmente distinto.

Personalmente, más que el tema de la ciencia y la genética, lo que a mí me interesaron fueron los aspectos sociales, éticos y psicológicos de la obra. Sin mencionar ya el interés literario de la obra…

“Un mundo feliz” no es la única obra que me ha interesado por presentar un modelo social alternativo basado en un avance científico y el consecuente cambio en lo que el hombre entiende como “el bien y el mal”.
Me gustaría mencionar “
El hombre que quería ser culpable” (de Henrik Stangerup, escrito en 1973; leerlo como “Manden der ville vaere skyldig” ya no será tan fácil…), “Gattaca” (de Andrew Niccol, director y guionista de esta película de 1997) y “La isla” (dirigida por Michael Bay – lo sé, esta película ya existía, pero aún no he visto la original – en 2005).

Por un lado, está el dilema de la reproducción. A simple vista, no parece ningún dilema: las personas nos unimos y nos reproducimos, sin más. Otras personas se unen y, cumpliendo una serie de requisitos (como salud mental y posibilidad económica para mantener al niño, entre otras cosas), adoptan y crían a sus hijos. Son dos formas de tener descendencia perfectamente aceptadas.
Sin embargo, el cambio comienza: ahora existen parejas homosexuales que quieren tener el mismo derecho que yo, como heterosexual, tengo para adoptar; hay mujeres que, sin tener pareja, pueden tener descendencia con fecundación artificial (sin necesidad de adoptar), etc. Algunas personas creemos que tienen ese derecho a tener y criar sus propios hijos, ya sea por medio biológico o no (adoptando), valiéndonos en que el amor es el principal motivo que nos mueve a tener un niño. Algunas personas creen que es algo antinatural. Vaya… ¡sí que es un dilema!
En “El hombre que quería ser culpable”, todos los ciudadanos, sin excepción, necesitan cumplir una serie de requisitos para poder recibir el carné de “padre” o de “madre”. Una vez en posesión de dicho carné, pueden concebir. Atención, que no hablo de adoptar, de acoger a un niño del que el gobierno de un país es responsable y por el que debe velar, sino de tener hijos biológicos propios. ¿Cuántas personas conocemos que tienen hijos para tenerlos en estado de semi abandono? ¿Cuántas religiones conocemos que animan a las parejas a reproducirse sin tregua hasta extenuar la economía familiar o, peor aún, dependiendo del país en el que nos encontremos, a reproducirse a pesar de las enfermedades que inevitablemente van a heredar sus hijos?
En “Gattaca”, los padres pueden tener sus propios hijos, biológicamente, sin necesidad de autorización gubernamental. En cambio, si tienen el poder económico suficiente y gracias a los avances científicos, pueden elegir la profesión de sus hijos. ¿La profesión? Hoy, en ciertos países, se practica el aborto selectivo o incluso el infanticidio para así “elegir” el sexo de los descendientes (normalmente, los seleccionados son los especímenes macho). Si nos diesen la opción, quizá elegiríamos los niños más monos para nosotros: primero, los ojos azules del abuelo, el pelo rubio de la abuela, el cuerpo de su otro abuelo y, si es niña, el pecho de su otra abuela (materialistas somos). Después, evitaríamos que tuviesen nuestra miopía, nuestras alergias, nuestros lunares peligrosos y nuestra pobre capacidad pulmonar, entre otros. En “Gattaca” es tal el avance que, eligiendo una estructura ósea determinada o una inteligencia determinada (money money), podríamos concebir y parir un atleta de élite o una ingeniera aeroespacial.

Inevitablemente, en estas sociedades que se nos presentan el sentido de la ética es bastante distinto al actual.
Pero, ¿qué ocurre en “Un mundo feliz”? Es 1932 y el método de producción de personas que ingenió Huxley es más que avanzado…
Como he dicho, se trata de un método de producción, no de reproducción.
En la sociedad de “Un mundo feliz” no existen los conceptos de padres, hijos, hermanos ni de ningún otro tipo de lazo familiar. De hecho, que alguien oiga la palabra “madre” produce una vergüenza tal como la que les produce a los niños hoy día tener que decir palabras como “pene” o “testículos” en el colegio delante de la clase. Sobra decir que en el recreo se pueden oír las palabras “polla” o “huevos” como si se tratase de “mesa” o “coche”, pues no tienen mayor efecto. En “Un mundo feliz”, cualquier individuo (hombre, mujer o hermafrodita) puede tener relaciones sexuales sin el mayor pudor o cambiar de pareja a su antojo, pero sin ningún tipo de conexión con la función biológica que tiene el sexo. De este modo, decir en esta sociedad, delante de todos tus compañeros de trabajo, “esta noche voy a acostarme con X”, es como decir “mesa” o “coche”, pero no se puede decir “parir” o “madre” sin sentir vergüenza o, en algunos casos, hasta repulsión.
Puede sonar exagerado, pero hay que plantearse que la ética de nuestro siglo XXI no puede aplicarse a la sociedad de “Un mundo feliz”, pues se rige por unos valores distintos.
Los individuos de “Un mundo feliz” son frívolos y promiscuos. Sí, lo son. Pero no so malos. En “Un mundo feliz” se valora la frivolidad y la promiscuidad. En cambio, se intentaría llevar al buen camino a quienes no quisiesen comprar toda la ropa nueva y tecnología que va saliendo al mercado (vaya, decimos que no somos frívolos… ¿quizá deberíamos denominarnos hipócritas? Porque, efectivamente, hoy el que no tiene el último móvil o lo que lleva todo el mundo cuando sale por la noche es despreciado…) y a quienes quisiesen mantenerse castos o monógamos (poco a poco, la castidad es otro valor que va cambiando en nuestra sociedad, aunque a la monogamia – con la que debo pronunciarme que soy muy feliz – aún le queda cuerda para rato – salvando ciertas sociedades o religiones que abogan por la
poliginia).

Pero, volveré al método de producción en masa de personas (a través de la
bokanovskificación).
Gracias al método Bokanovsky, de un único óvulo puede fabricarse un número enorme de personas: «Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo bokanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a 96 brotes, y cada brote llegará a formar un embrión perfectamente constituido, y cada embrión se convertirá en un adulto normal. Una producción de 96 seres humanos donde antes se conseguía uno. Progreso». Se crean grupos de individuos idénticos, generalmente estériles, que se clasifican como Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon, entendiendo Alfa como el individuo con “mejor” situación.
A la hora de producir un grupo de Alfa o Beta (de un número relativamente pequeño o de forma individual – no clonada – si se trata de individuos Alfa), se hace hincapié en que se desarrollen intelectualmente para que puedan ejecutar las tareas más sofisticadas de la sociedad (como, por ejemplo, trabajar en un “Centro de Incubación y Condicionamiento”
En cambio, a la hora de producir un grupo de Epsilon, se coarta el desarrollo de su cerebro y se propicia que se desarrolle físicamente de la forma más rápida y eficaz posible. He aquí grupos uni-cara: docenas de individuos con exactamente la misma cara, pelo y complexión, perfecta masa obrera para realizar las tareas que no se destinarían jamás a un Alfa o un Beta.



Hasta aquí, la producción física del individuo. ¿Y su educación?
En “Un mundo feliz”, desde que un embrión es decantado hay un proceso de gestación artificial del feto. Después, el individuo, desde que es bebé hasta que es considerado adulto (no será adulto un Alfa tan pronto como lo será un Delta, por ejemplo, ya que el desarrollo físico no es el mismo), es tratado con un método hipnopédico, es decir, que se le “enseña” o “adoctrina” mientras duerme. De esta forma, con repeticiones continuadas (15 minutos, tres sesiones a la semana desde los 9 hasta los 11 años, por ejemplo), se crea un pensamiento colectivo que sitúa a cada tipo de individuo dentro de su casta. Al individuo puede llamársele individuo, persona, hombre o mujer, pero realmente debería ser llamado “Alfa”, “Gamma” o lo que su casta indique. Igual que en una máquina puede haber 30 tornillos, 30 tuercas, 10 bombillas, 200 cables… En un barrio de “Un mundo feliz” puede haber 50 Alfa, 80 Beta, 160 Gamma, 250 Delta y 500 Epsilon.
Cada casta tiene una conciencia distinta, puesto que han sido condicionados hipnopédicamente de forma distinta.
«Todo el mundo trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de nadie. Hasta los Epsilones son útiles. No podríamos pasar sin los Epsilones. Todo el mundo trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de… »
«…es un color repugnante. Me alegro mucho de ser un Beta. Los niños Alfa visten de color gris. Trabajan mucho más duramente que nosotros porque son terriblemente inteligentes. De verdad me alegro muchísimo de ser Beta porque no trabajo tanto. Y, además, nosotros somos mucho mejores que los Gammas y los Deltas. Os Gammas son tontos. Todos visten de color verde, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores. Son demasiado tontos para poder leer o escribir. Además, visten de negro, que es un color repugnante. Me alegro mucho de ser un Beta.»
«Los Gammas, los Deltas y los Epsilones habían sido condicionados de modo que asociaran la masa corporal con la superioridad social»
Cada individuo se sabe un engranaje de la sociedad (son piezas, como los sustitutos en “La isla”); no quiere manifestarse individualmente, no quiere hacer lo que otros no hacen ni ir donde otros no van. No quiere experimentar un trabajo distinto al que se le ha asignado ni buscar ocio alternativo al conocido.
Cada individuo se sabe perteneciente a una casta y es feliz perteneciendo a la misma.
De este modo, con el adoctrinamiento de los individuos, se les aniquila como tales: se tiene un conjunto de individuos que funcionan al unísono, que no dan problemas, que no se plantean nada más allá de lo que les fue infundido hipnopédicamente.

En resumen:
En la sociedad de “Un mundo feliz”, no existen los problemas éticos. La cadena de montaje está perfectamente engrasada y el producto, que es a su vez el ensamblaje de la sociedad, es un producto absolutamente calculado, feliz con lo que es y tiene y perfectamente sustituible por otro.
El individuo ha desaparecido hasta el punto de que sólo hay diez apellidos en todo el mundo. No hay familia, no hay vínculos de pertenencia (de ahí la felicidad vacua de quienes se sienten a gusto con lo que son y con cualquier de su propia casta), no hay propiedad…
Sin propiedad, sin sentimientos y sin seres queridos, no hay delitos ni cárceles: no hay robos, no hay crímenes pasionales, no hay incesto.
Sólo hay sexo sin tabúes y diversión, aparte de un poco de trabajo (bastante más asumido – desde la misma cuna – que en nuestra sociedad). Son adultos con mente infantil: se ha elegido la fuerza y la inteligencia para que puedan trabajar, y la mentalidad sencilla de un niño para que puedan ser felices sin planteamientos.




Cabe preguntarse, al leer este libro, si es ésta la sociedad perfecta. Si es ésto a lo que nos encaminamos. Si es ésto lo que queremos.
Todos los personajes del libro son felices: esto es lo que quieren.
Salvo Bernard Max quien, por un error durante el proceso de gestación, ha salido diferente a un Alfa pese a serlo. Es por eso que es el único que se siente distinto y, por tanto, se reconoce como individuo.
O salvo Linda, que acaba viviendo en una reserva (lugares que, por ser poco propicios para la sociedad que se quiere crear, se han reservado a los humanos que lo habitan para que continúen con su modo de vida).

Lo que hoy está bien ayer no lo estaba. A veces, incluso era pecaminoso.
No sabemos si nos dirigimos a algo parecido, pero aún nos queda un paso.
Las sociedades perfectas actuales (silenciosas, con superávit económico, con baja criminalidad…) se han manifestado no tan perfectas.
En estos países tan maravillosos, la tasa de suicidio es de las más altas. ¿Por qué? Aún sabemos que somos individuos. Y, como tales, tenemos derecho a ser desdichados, a llorar y a buscar la felicidad.

Creo que ya he escrito bastante por hoy.
Sólo dejaré para aquellos que quieran deleitarse con este libro dos perlas más:
- Ya no existe Dios. Ahora… existe Ford. Yo me preguntaba si se trataría de Henry Ford y, por lo que he leído, sí: el inventor de la cadena de montaje es el dios de “Un mundo feliz”.
- Literariamente, me asombra cómo Huxley inventa palabras para definir aquello que no existe o inventa una nueva acepción para otras (como “decantar”).