viernes, 12 de diciembre de 2008

Arte en el escenario y en la cocina


Esta semana tuve el honor de asistir a la comida de Navidad de El Corral de la Morería. Es la segunda vez y, visto lo visto, espero que haya más veces...

La verdad es que no soy una persona muy flamenca.
No he tenido jamás oído musical ni una voz bonita. Ni mucho menos arte para bailar... Estuve apuntada un año entero a clases de sevillanas y no aprendí a bailar ni “la primera”. Así de triste. Se ve que era una niña gordita y mofletuda sin ningún tipo de gracia. Al menos, todavía no era resabiada...
Desde pequeñita estuve en la cocina de mi casa, acompañando a mi madre mientras cocinaba, comiendo aceitunas y escuchando a Los Cantores de Híspalis en un magnetofón. Sí, de esos con una sola pletina y un botoncito de “rec”, aquel con el que mi hermana y yo grabaríamos nuestros programas radiofónicos en la adolescencia.
También estuve en las sesiones de CD de Camarón en la mini-cadena, cuando la tecnología avanzó... Pero no avanzó en absoluto mi aprecio por la música ni mi sentido del ritmo.

Las clases de música siempre han sido un fastidio para mí. Ni flauta dulce ni nada de nada. Componiendo alguna letra cursi tuve un poco más de suerte y, sobre todo, haciendo retratos de mis cantantes preferidos para subir nota... Pero todo un poco peregrino. Lo que se refería realmente a la música se me escapaba.

Será por eso o será porque estaba harta de escuchar flamenco que nunca me interesé demasiado por ese tipo de música (no obstante, la vida azarosa de las tonadilleras y sus letras sobre toreros y flores de primavera se me grabaron a fuego: años después sigo acordándome...).

¿Quién me diría a mí que con el tiempo y tras haber estudiado japonés durante seis años me vería yendo a los tablaos a ver todo tipo de espectáculos?

La primera vez que fui a El Corral de la Morería me quedé muy impresionada.
Es increíble sentir el taconeo de los bailaores retumbándole a una desde dentro del pecho; ver las luces del escenario reflejadas en el sudor de sus caras, a los acompañantes jaleando la fiesta y a los guitarristas concentrados en su arte. Nunca había visto algo así. Sólo en un concierto de wadaiko (curioso conocer el wadaiko en directo y no el flamenco) tuve esa sensación de repiqueteo, de un cosquilleo por dentro que parece que quiere que se te salten las lágrimas.

No puedo recordar el nombre de los artistas. Sí me acuerdo que esta vez vi a Miguel Téllez y a Belén López, los dos maravillosos.
Miguel Téllez, además de bailar y emocionar, hizo una pequeña demostración de taconeo “a capella” (que me excusen los entendidos, pero creo que he explicado ya que no tengo ni idea de música, cante ni baile). Es decir, que no había palmas ni guitarras ni cante. Sólo sus pies... La verdad es que me quedé con la boca abierta. Cómo cada pie llevaba su propio ritmo, cómo el izquierdo acompañaba al derecho, cómo se podían dar diferentes sonidos golpeando de pie, de lado, con la punta... Y finalmente cómo el taconeo aminoraba su velocidad y hacía disminuir el volumen, haciendo del ruido una caricia casi imperceptible al suelo.
Al principio me asustó un poco que me colocaran justo debajo del escenario, pero luego fue una maravilla. Ver el movimiento de los pies de esta forma no tiene precio.
Y creo que no puedo comentar la actuación de Belén López, sinceramente, por ignorancia. Premio Nacional de Flamenco 2004; creo que sobran las palabras.

Por si fuera poco, sólo me queda decir que, además de un espectáculo muy cuidado y de una decoración tradicional, uno encuentra en El Corral de la Morería un magnífico restaurante.
Además de vino y jamón (como no podía ser de otra forma), tomamos langostinos (muy a mi pesar porque no me gusta el marisco) y solomillo con un pastel de patata. De postre, coulant de chocolate con helado de vainilla. Simplemente, delicioso. La presentación, los camareros, el sabor, la carne que realmente estaba al punto... Un trato excelente.




Ahora sólo me queda seguir abriendo el mundo del flamenco a la gente que fue alrededor.
Primero fue mi querido gatito, que se vino conmigo a Sevilla y se quedó literalmente alucinado con un espectáculo de castañuelas.
Ahora intento abrir la mente a todas las personas que creen que el flamenco es aburrido. Y a todas las personas que prefieren ver wadaiko :)
Porque ni lo de fuera es bueno por definición ni lo de dentro malo...