miércoles, 14 de octubre de 2009

“El amor duele”

Cada vez que iba a la tienda de cómics me llamaba la atención un pequeño volumen de manga con la sobrecubierta amarilla.

El dibujo principal, aquél que tanto me atraía, era un retrato de una mujer en actitud cotidiana. La chica se agarraba un pelo con una mano y con la otra, ayudada de sus dientes, abría una horquilla para sujetarse el moño. Su mirada parecía absorta y su gesto era lejano; el cuerpo inclinado, el cuello de cisne.
Las líneas delicadas, la superficie plana y negra del pelo y la falta de volumen en el dibujo me recordaban enormemente a los retratos del
ukiyo-e. En ellos, a menudo aparecen mujeres con un espejo, un cepillo, etc. mostrando sus actividades diarias.

Aunque la carátula del manga en español no es la que aparece en
el original, nos da una idea muy acertada y bastante aproximada de lo que vamos a encontrar en el interior (a esto hay que añadir que la imagen del rizador de pestañas utilizada en la portada original también es muy sugerente).

Y, cuando tuve el manga en casa y lo leí, no me decepcionó en absoluto.

Se trata de pequeñas historias, trozos de la vida de unos jóvenes unas veces absortos y perdidos (como la chica de la portada) y otras veces tremendamente decididos. Como ocurre con las novelas de Tanizaki o Kawabata, parece que la autora nos abre una pequeña ventana a la vida de sus personajes. A través de ella los observamos, durante un momento. No hay historia previa ni sabemos qué les pasará en el futuro. Vemos un instante de cotidianeidad plasmado en el papel a través de unas pocas líneas (tanto las que limitan el dibujo como las que sirven de diálogo o pensamiento a los personajes).
Las historias son sencillas: una pareja y un test de embarazo, una chica que le quita el novio a una amiga, un chico que se prostituye para poder vivir despreocupadamente. Quizá no son personajes tan habituales o quizá no estamos acostumbrados a ver personas tan intensas. Quizá es un retrato de la juventud japonesa, que por un lado ha perdido un poco las guías que siempre les han encaminado (o enclaustrado) en su sociedad y por otro quiere salirse de la norma y hacer su propia historia.

Lo que es realmente bello es el dibujo: el trazo simple y ligero, la ornamentación nula y los planos a veces extremadamente cercanos. Por ejemplo, hay una viñeta en la que aparece el torso de una chica desnudo, con el pecho estirado porque está tumbada. La naturalidad de la imagen es de una belleza asombrosa y, curiosamente, lo que le da el realismo al dibujo a la vez se lo quita, porque el encuadre es tan cercano que cuesta distinguir los miembros del cuerpo.
Como ya había comentado, el color (negro) apenas aparece, salvo para algunos personajes a los que se les ha coloreado así el pelo. El dibujo es limpio y los fondos, vacíos casi siempre, son los que parecen llenar el espacio. Es decir, que el espacio está lleno de vacío, aunque sea una paradoja.

A pesar de tanta sencillez (de argumentos y de técnica), es brillante la expresividad que tienen los personajes. Personajes que lloran, gritan, desconfían... Los rostros expresan todo eso y, cuando la autora no quiere que muestren tan abruptamente sus sentimientos, coloca a los lados del dibujo los pensamientos (poéticos) de sus personajes.




Centrándome un poco más en la autora, Kiriko Nananan (魚喃キリコ), no puedo contar mucho. He encontrado poca información acerca de ella y en la Wikipedia (tanto en la japonesa como en la inglesa y la española) los artículos no son nada extensos.
Kiriko Nananan nació en 1972 y en 1997 publicó otra obra que le dio mucha fama: “Blue”. Sin embargo, ésta última no la he leído.
No soy especialista ni muchísimo menos en manga, pues apenas lo leo, pero por lo que he leído, la obra de esta autora se enmarca en el género “jôsei” (女性). El género “jôsei” engloba las obras cuyo público son mujeres, jóvenes y adultas. Además, generalmente la autoría es de mujeres. Se caracteriza también por contar historias más o menos realistas, en las que el personaje es tratado de forma más humana y menos “cómica” o “idealizada” (caso del “shôjo”, 女性).

Lo que me parece una lástima es que un libro como “El amor duele” no haya llegado hasta hace más o menos un año a España. Y llega como novedad, cuando se publicó en Japón en 1997...
La editorial es
Ponent Mon, que ha traído pequeñas joyas realmente interesantes, como “Fresa y chocolate”.

jueves, 8 de octubre de 2009

“Plora, gossa, plora”

Este mismo lunes acabé de leer “Cañas y barro”, de Vicente Blasco Ibáñez.
Fue uno de esos libros que cojo de la biblioteca casi al azar porque fuera me esperan con el coche en doble fila.
Hasta ese día, todos los lunes de biblioteca (que suelen ser cada tres o cuatro semanas), me asomaba a la letra P para ver si por fin habían devuelto “Fortunata y Jacinta”. Y cuando ya no tuve que buscar más en la P, decidí quedarme a buscar entre las primeras estanterías para no perder mucho tiempo (incluso me llevé uno de los expuestos en “novedades”, que ni siquiera están dentro de la sala donde se guardan los libros).

Nunca había leído nada de este escritor y he quedado maravillada por su forma de escribir.
Además, comparo con “Fortunata y Jacinta”, de Galdós, recién leído y disfrutado, y encuentro una narrativa mucho más viva que reposada, más rústica que refinada, más cercana al personaje en tanto que elemento de la naturaleza y no tanto como objeto de observación y enumeración. Me gustan los estilos de los dos autores, pero he quedado gratamente sorprendida por Blasco Ibáñez porque, al no tener ninguna referencia anterior, no sabía lo que me iba a encontrar.

(Como siempre, advierto que en mi análisis de obras literarias no sigo un orden específico y que, al mismo tiempo, desvelo partes de la trama.)

En un primer momento, lo que me más me animó a seguir leyendo fue el contenido del primer capítulo, que es una puesta en escena magistral del pueblo del Palmar, que es donde se va a desarrollar principalmente la acción. En él aparece el pueblo como personaje: la gente va subida en una barca al atardecer, saliendo de su pueblo; transportan comida, cosas para vender, etc. y también viajan enfermos (en otros casos, viajan ataúdes). Primero vemos al pueblo como una masa ruda, egoísta, que no deja subir a un enfermo a la barca porque ya apenas caben (y mucho menos va a bajar alguien para ceder su asiento) y después cómo un enjambre ruidoso que arma jolgorio y bromas contra el enfermo (Cañamèl) al paso de un joven llamado Tonet al que apodan el Cubano. No se dicen más nombres de pasajeros de la barca ni se dice tampoco “un hombre gritó”, “un viejo bromeó”, sino que se intercalan pequeñas frases de los personajes que da igual quién diga. Simplemente se habla, porque en los pueblos se habla, no hay alguien que dice.
Respecto a la forma de ser del pueblo, enseguida se aprecian dos características fundamentales: el pueblo es rudo y egoísta, frío a veces, y al mismo tiempo está dado a las bromas y los rumores. Esta forma de ser marcará toda la acción de los personajes de la novela y del pueblo, que parece un elemento más del paisaje y que actúa casi como coro (fuera de los personajes principales, unos seis o siete, sólo sabemos los nombres del cura – Don Miquèl – y de la Samaruca).
En cuanto al paisaje en sí, el entorno en el que se desarrolla la novela, se trata de la albufera valenciana, donde labradores y pescadores conviven para intentar sacar fruto a la tierra. También se hace un retrato muy sugestivo de dicho paisaje. Se muestra el mundo tan crudo como es, sin artificios pero tampoco sin más connotación que aquella de que dotan los elementos de la naturaleza a un ecosistema duro y hostil. Se muestra desde los ojos de unas gentes que cruzan la albufera sobre una barca todo lo que tienen a su alrededor: el agua, el fango, el bosque temido, los animales del fondo del lago. Y eso nos hace sentir que estamos delante, pasando con una barquita y viendo todo a nuestro paso.
Se puede imaginar al verlo ese juego de luces y sombras de Sorolla con el que además se ha ilustrado la portada del libro que yo leí: las velas blancas, el horizonte rojizo, el agua oscura y casi siniestra.
“Las gallinas corrían por entre las brozas del ribazo siguiente la barca. Las bandas de ánades agitaban sus alas en torno de la proa que enturbiaba el espejo del canal, donde se reflejaban invertidas las barracas del pueblo, las negras barcas amarradas a los viveros con techos de paja a ras del agua, adornadas en los extremos con cruces de madera, como si quisieran colocar las anguilas de su seno bajo la divina protección”.

Me gustaría saber si el autor escribió el primer capítulo al empezar la novela, cuando la terminó o en el momento en el que tiene lugar el viaje en barca realmente. Porque ese primer capítulo recoge parte de la acción del capítulo VII (y el libro comprende un total de diez capítulos). Si realmente fue escrito al comenzar la novela, me parece prodigiosa la forma de tener en mente el hilo ya no sólo de lo que va a suceder a lo largo del libro, sino de cuándo sucede y de dónde va a estar situado cada personaje.
Este primer capítulo podría parecer una introducción al libro, pero realmente es parte de la acción que luego será desarrollada. Tampoco parece que los siguientes capítulos, donde empieza a relatarse la historia familiar de los personajes, sean un “flashback”. Ahora que he aprendido un nuevo término y basándome en mi opinión, a mí lo que me parece es que este primer capítulo se trata de una
prolepsis.
Así, se nos sitúa a Cañamèl enfermo antes de conocerle sano, a Sangonera borracho antes de saber que acabaría perdido o al tío Toni labrando su propio campo antes de saber que dejaría de cultivar arroz para otros.

Aparte de ese primer capítulo que sirve de escenario e introducción, he disfrutado también con los temas presentados en la novela.

El que más, la vida en la albufera. Según he leído, Blasco Ibáñez se documentaba a conciencia para escribir las que se llamaron sus “novelas valencianas”. Y, sin duda, hizo bien su trabajo.
Por un lado, presenta la forma de vida de los pescadores. La forma en que navegan por la albufera, cómo pescan con un sistema de redes las anguilas y con un tridente otro tipo de peces, el sorteo de los redolíns (parcelas de la albufera para su explotación pesquera) o cómo su medio para sustentarse está presente en todo lo que les rodea (desde su valor como barqueros para los cazadores hasta el desfile en las fiestas con la anguila más grande que se ha pescado durante la temporada a la cabeza). Me llamó mucho la atención que a los pescadores y sus aparejos se les reconociese por una muesca hecha en la madera de los mismos, el mismo símbolo que aparecía en los documentos de la asociación en lugar el nombre de la familia.
También se presenta, aunque someramente, la vida de los labradores y de los jornaleros que llegan a la albufera desde el interior para recolectar el arroz. Los hombres sumergidos hasta la cintura, con la espalda tostada y las piernas atestadas de sanguijuelas.
Por último, me pareció de gran interés el retrato de las fiestas populares (así como el retrato de la caza con escopeta de los pájaros de la albufera). Cómo las mujeres salían a la calle remangadas a pesar de celebrarse la fiesta del patrón (el Niño Jesús) en invierno por pura coquetería, cómo los niños deseaban ser los portadores de la anguila durante el desfile... Pero despertó mi interés especialmente la recepción de los músicos (provenientes del pueblo vecino de Catarroja, sobre el que despotricaban el resto del año) y la noche de albaes.
“Cuando en la víspera llegaba la música de Catarroja en una gran barca, los jóvenes se metían en el agua del canal, pugnando por quién avanzaba más y cogía el bombo. Era un honor que hacía pavonearse altivo ante las muchachas, apoderarse del enorme instrumento y cargárselo a la espalda, paseándolo por el pueblo”.
“(...) y las noches de albaes, serenatas de la gente joven, que iba hasta el amanecer de puerta en puerta cantando coplas, escoltada por un pellejo de vino para tomar fuerzas y acompañando cada canción con una salva de relinchos y otra de tiros”.

También es muy interesante el tratamiento de la estirpe de pescadores de los Palomas, que son tres de los protagonistas del libro. Se habla de ellos a través de su relación con el trabajo y el conflicto generacional que surge entre ellos.
El tío Paloma, ya viejo, hijo de pescador y pescador afanado incluso en sus años de vejez, es el patriarca de su barraca. Viudo, sólo le queda un hijo, el tío Toni, que de todos los que tuvo su mujer fue el único que sobrevivió (al resto los enterró sin pena, agradeciendo que no tuviesen que vivir entre miseria). Se trata de un hombre apegado a las costumbres, duro, acostumbrado a la ardua faena de la pesca en la albufera pero amante al mismo tiempo de su tarea. Entiende la vida como una entrega al trabajo, sin dejar que el cariño u otros sentimientos asomen en él. Pero no olvida en absoluto que el hombre tiene que ser honrado, trabajar y no ensuciar el nombre de la familia.
El tío Toni, aunque pescador de joven, pronto sentiría interés por la agricultura del arroz. Eso le llevó a discutir con su padre y a segregar a su familia dentro de la barraca del viejo: de un lado, él, su mujer y su hijo; de otro, el abuelo. Pero el tío Toni, primero trabajando las tierras para una señora de Valencia y después pidiendo dinero prestado, perseguiría su sueño de poseer un trozo de tierra en la que sembrar el arroz. Su padre le trata como a un traidor que ha abandonado la pesca y que condena a su familia a una dieta pobre sin carne ni pescado; después, su hijo ignorará su esfuerzo y tenacidad.
Y es Tonet, el hijo, el nieto, el que ya no sólo se desliga del trabajo tradicional de su familia, la pesca, sino que se desentiende del trabajo en cualquiera de sus formas. En un intento de cambiar su vida y, sobre todo, de alejarse de su padre (que le había avergonzado ante el pueblo abofeteándole en público), se embarca hacia Cuba y allí combate en la guerra. Pero tras su vuelta al Palmar, unos años después, no ha cambiado tanto: sigue con ganas de fanfarronear y de beber y divertirse.
Con estos hombres vive en la barraca la Borda, una pobre huérfana a la que adopta la mujer del tío Toni y a la que ninguno llama por su nombre sino por su apodo. Al enviudar el tío Toni, es la única mujer que queda en la casa. Vive constantemente humillada por Tonet y se desvive por el trabajo, como se le ha enseñado.

Otro personaje clave en la novela es Neleta que, junto con Sangonera, el borracho del pueblo, era la amiga de la infancia de Tonet. Se llegó a hablar de ella y Tonet como de una pareja de novios, pues tanto se les relacionaba. Y ellos mismos aceptaban esa relación como cierta (relación que se rompería al marcharse él a Cuba).
He leído en Internet que Neleta es la imagen de la
mujer fatal tan a menudo retratada durante finales del siglo XIX y también que en ella se encuentran esbozados lo que se podrían llamar “rasgos del proto feminismo”. Desgraciadamente, yo no tengo los conocimientos necesarios para analizar este punto, pero creo que ambas ideas tienen su base.
Respecto al carácter de Neleta, y sin destripar el argumento más de lo necesario, prefiero recordar el prólogo de
Victoria Vera, la actriz que dio vida a este personaje en la serie “Cañas y barro”.
(sobre Neleta)
“Poseía esa fuerza demoníaca que los hombres de finales del XIX identificaban con las mujeres, hasta el extremo de cuestionar la existencia del alma femenina. Creo que entre nuestros mejores escritores de finales del XIX aquellos que se ocuparon de esa alma femenina, ya que no todos estuvieron igualmente interesados, dos son fundamentales a mi modo de ver: Blasco Ibáñez y Galdós. Ambos, desde una visión completamente masculina, nos ofrecen un mundo femenino por el que sienten comprensión e indulgencia, con sus faltas o errores a la hora de decidir su futuro”.
“Entre sus personajes, casi nadie consigue ser lo que se propuso, incluso Neleta cuando parece que lo ha conseguido todo, lo pierde, lo pierde mientras escucha las palabras del abuelo: “Llora, perra, llora” y Neleta llora; sin embargo uno tiene la impresión de que no está ante una perdedora”.
“El hombre paga su cobardía, la mujer su osadía, sin embargo la reprimenda moral no existe, nadie es bueno o malo, simplemente es así y ésa es su gran modernidad y su aportación a un naturalismo carente de castigo, el castigo de ser de una determinada manera”.

Pero, ¿quiénes son los protagonistas del libro? Para mí, indudablemente, el tío Paloma y Neleta. El abuelo además es el hilo conductor, el personaje que ha estado ahí desde el primer suceso narrado hasta el último. Y Neleta es la desencadenante de la tragedia, aún sin saberlo.

(A partir de aquí, descubro la trama totalmente.)

Pasando por encima de los temas del adulterio, la avaricia y el infanticidio, me quedo con varias imágenes de esta novela, esas imágenes que se le graban a uno en la mente, en la falsa retina de lo que no ha visto.
La imagen del tío Toni y de la Borda, los únicos que dejan escapar sus sentimientos cuando la desgracia cae sobre la familia. La desgracia ha de ser tapada, primero con la mentira del hijo que ha escapado y después con la tierra del arrozal soñado, que cubre el cadáver del hijo que se ha suicidado. Únicamente en este momento el tío Toni deja escapar sus lágrimas. Y la Borda, besando el cadáver de Tonet, muestra al lector (a nadie más) el amor que sentía por él y que nunca dejó salir.
Y la imagen de la perra Centella...
“Pasó junto a la barca del abuelo, y el cazador se llevó la mano a los ojos como si le hiriese un relámpago.
- Mare de Déu! - gimió aterrado, mientras la escopeta se le iba de las manos.
Tonet se irguió, con la mirada loca, estremecido de pies a cabeza, como si el aire faltase de pronto a sus pulmones”.


Por último, he leído los estudios sobre el naturalismo realizados por César Besó Portalés (aquí y aquí).
Se habla en ellos del carácter de Neleta (atrevida, luchadora, bella) y también del ambiente costumbrista como descripción etnográfico-literaria de las gentes valencianas. Pero me parecen muy interesantes las reflexiones sobre el idioma. Si bien el autor escribe en castellano, siempre que hablan los personajes (estilo directo) utiliza el valenciano, mientras que cuando piensan o el narrador reproduce (estilo indirecto) lo que dicen se sigue usando el castellano. Es una forma de presentarnos a los personajes como más reales, dentro de su medio natural.
“Y para que su forma de hablar resulte convincente, Blasco usa un recurso muy eficaz: intercala alguna palabra en valenciano en esquemáticos diálogos (...). Estas expresiones en valenciano sólo forman una ínfima parte de la novela, pero, a su lado, el trasvase al indirecto libre de la mayoría de las palabras de los personajes permite mantener la verosimilitud: el lector entiende perfectamente que está asistiendo, a través de un filtro, a contemplar las palabras de unos personajes que se expresan en otra lengua”.

Para los perezosos que no quieren acercarse a la biblioteca a pesar del agradable olor del papel,
aquí se puede leer el libro.
Y, cuando acabe el resto de libros que he cogido esta vez, creo que me lanzaré a “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” para seguir descubriendo a Blasco Ibáñez. También me gustaría, con todo lo que he leído y con lo que me gusta la anguila, probar un "
all i pebre"; para eso no necesito leer todo lo que tengo en casa...

lunes, 5 de octubre de 2009

De la sangre embotellada

Las leyendas sobre vampiros y todo su merchandising (en forma de películas y libros) parecen tener mucha acogida.
Sin embargo, yo no soy una de sus fans. Y que disfrutase de “Entrevista con el vampiro” no me hace caer en una contradicción. Es como disfrutar con la trilogía de Bourne pero no estar interesada, por norma general, en el género de acción.

Por lo que vi en “Entrevista con el vampiro”, los vampiros “son” (hablemos como si existieran, como cuando decimos que Zeus “es” un mujeriego) seres que viven aislados pero que tienen una conciencia de grupo y que obedecen una jerarquía. Sobre su carácter, son crueles y lujuriosos. Y sus debilidades, aquello que desafía su inmortalidad, son las estacas de madera y el sol.
Hay toda una super leyenda rodeando el mito del vampiro. Ajos, crucifijos, agua bendita... Y luego están los vampiros “según”, esto es, según el que reinvente el mito. Unos recogen parte de la leyenda, otros la modifican y algunos hasta la niegan de tal modo que lo único que comparte el vampiro con el mito original es aquello de lo que se alimenta: la sangre.

La verdad es que mi conocimientos sobre el mito vampírico es muy reducido. Se basa en el boca a boca, la única película de vampiros que he visto (prefiero obviar que también vi “La reina de los condenados”) y lo que he leído sobre
Vlad Tepes. Y, bueno, también tengo algunas imágenes grabadas de “Nosferatu”...
A pesar de ese escaso conocimiento, nunca me ha llamado la atención este mito que a veces no sabía si relacionar con Batman o más con el chupacabras.
De hecho, alguien ha pensado como yo y en la
wikipedia se comenta:
“Los animales muertos, presuntamente por el ataque del chupacabras, no tendrían sangre sus cuerpos.” “Todos los que han sido testigos del fenómeno afirman que sus ojos tienen la capacidad de hipnotizar y de paralizar a sus presas para atontarlas mentalmente. Esto permitiría que el Chupacabras succione la sangre del animal en su letargia.” “Los testigos claman que algunos chupacabras estarían cubiertos de pelo negro, presentarían ojos rojos, una cabeza ovalada y alas tipo murciélago.”

El caso es que el mundo glamouroso de los vampiros victorianos no se me presenta como algo atractivo y en la actualidad veo esa imagen de hombres con modales amanerados, con coleta y camisas con chorreras bastante fuera de lugar.
Y, a pesar de todo, a pesar de “Crepúsculo” (que no he visto) y su estética teen a lo “OC” o “Dawson Crece” y de las bandas más o menos rockeras de “La reina de los condenados”, estas últimas imágenes de los vampiros no me han hecho olvidar el rostro de Tom Cruise como Lestat.

Sería por esto último que me animase a ver “True Blood”. ¿Vampiros victorianos en el siglo XXI? No, tenía que haber algo diferente.

Según me habían dicho, el episodio piloto de esta serie había sido un récord de audiencia. Pues bien, en mi opinión, merecía serlo.
En ese primer capítulo se nos presenta a todos los personajes principales de la serie y se nos da una idea bastante aproximada de cómo son, qué relaciones tienen entre ellos, etc. Y en ese primer capítulo se nos presentan también las características principales de los dos protagonistas:
1) Sookie Stackhouse puede escuchar los pensamientos de los demás. Tiene que hacer grandes esfuerzos para no enterarse de lo que sus amigos y familiares están pensando para no invadir su intimidad y al mismo tiempo querría no oír a todos aquellos que se pasan el día criticando a todo el que tienen alrededor (incluida ella), formando en su cabeza una algarabía que no le deja vivir tranquila.
2) Bill Compton es un vampiro. Como tal, se alimenta de sangre, vive de noche y tiene ya sus añitos. En el primer capítulo descubrimos también que uno de sus puntos débiles es la plata (le quema) y que su sangre es muy valiosa porque puede curar a los humanos.

La serie añade muchos otros detalles al mito vampírico. Por ejemplo, la incoherencia de que la sangre de vampiro (llamado zumo V) funciona como un tipo de Viagra y al mismo tiempo es el más potente alucinógeno, porque no explican por qué un mismo personaje (Jason Stackhouse) la toma y unas veces le sirve para una cosa y otras para otra.
Por otro lado, la serie es un auténtico culebrón y un show de culos y tetas. Jason con esta, Jason con la otra; Jason arriba, Jason abajo... Y, aunque supongo que son cosas del caché, me mata que en una serie se vea a una tía completamente desnuda (véase Maudette Pickens) y luego a la prota se le escondan las escenas de sexo con un tupido en negro o con una sábana que le tapa hasta el pecho.

Puedo llegar a entender todo lo mencionado porque siempre hay que enganchar con algo al espectador. Reconozco que a mí lo que me enganchó fue el triángulo (o cuadrángulo) tremendamente facilón entre Sookie, Bill, Sam Merlotte y Tara Thornton. A otros les engancharía lo de chupar sangre y dormir durante el día o el show de culos y tetas.

Pero lo que me motivó a ver la serie fue el nuevo concepto de vampiro que parecía presentar el primer capítulo.
El vampiro como un ser aislado, deprimido. Un ser que ha vivido más años de los que le corresponderían a un humano por naturaleza y que, estando de vuelta de todo, está hastiado de la gente y de lo que le rodea.
Por otro lado, una chica que tiene la capacidad de leer el pensamiento y encuentra a alguien a quien no puede leérselo y, lógicamente, encuentra en él un gran atractivo. Porque por mucho que digamos “ojalá pudiera leerle el pensamiento”, seguramente no lo soportaríamos. Así, entabla con él una relación basada en la confianza ciega de verdad, porque con el resto de personas no se trata de confianza sino de ver lo que piensan los demás, tal cual.
Además, aparece lo que llaman “true blood”, un producto sintético que permite a los vampiros alimentarse sin necesidad de desangrar a los humanos. Esta es la llave para que los vampiros puedan entrar en la sociedad, comprando su comida en el super, y vivir más o menos “normalizados”. Existe en la serie una asociación que se dedica a promover los derechos de los vampiros, pidiendo que se les dé, por ejemplo, derecho a voto. Puede parecer absurdo el planteamiento, pero esto lleva a pensar por qué se localiza la acción en el estado de Luisiana y por qué hay un personaje negro, Tara, que constantemente se dedica a recordar a los blancos su condición de distinta, de heredera de la tradición de los esclavos. Se dicen muchas frases que se pueden extrapolar perfectamente a siglos antes y a los habitantes negros de los EE.UU.: “No son como nosotros” o “No deberían tener los mismos derechos que nosotros”. Creo que es una forma de hacer más razonable la premisa de que los vampiros tienen el derecho a vivir en sociedad con los humanos.

Desafortunadamente, la serie cae y cae hasta llegar a una caída en picado que se estrella en el último capítulo de la primera temporada. Aquí quiero pensar que en “The Southern Vampire Mysteries”, si es que la historia que se refleja en la serie se ajusta a los libros de Charlaine Harris, se da una solución al misterio de los asesinatos que tienen lugar en el pueblo bastante más elaborada.

Pero no es sólo el argumento.
Es el personaje de Eric y “la banda de los vampiros guays”. Un vampiro al que todos deben obedecer por ser el sheriff de la zona... ¿Dónde queda la asociación pro-vampiros? ¿Dónde quedan los vampiros más humanizados que quieren pasar desapercibidos en la sociedad y que no se les vea como monstruos? No, aquí se nos presenta a un cara de bobo y a tres energúmenos que desangran humanos como si fuera aquello San Martín.
Es el pueblo en sí, ese grupo de pueblerinos (“No os queremos de aquí”, “Fuera de mi bar”, etc.) con poderes paranormales. Demonios, cambiantes... Me imagino Stars Hollow plagado de vampiros, licántropos y hombres-polilla.

¿Y qué decir de la interpretación de Anna Paquin? Pésima. Una cara de alelada continua, cuando, creo yo, debería ser más avispada por el hecho de saber lo que piensa la gente y cómo piensa la gente. Pero no. Ella se tiende en su tumbona ataviada cual Lolita y luego se salta unos cordones policiales para llenar de huellas un escenario de un crimen del que podría ser sospechosa.

Y, lo último, que después de ese primer capítulo, poco nos aportan los demás. Ni al mito del vampiro ni a construir la idea que se esboza en el piloto. Esa idea aproximada que nos da es toda la idea que hay.
Como he leído en
otro blog:
Nos dejan caer toda la historia como si tiraran piedras, y allí te las den todas.


'True Blood' es lo mejor y lo peor, lo más y lo menos, el éxtasis y la arcada, oro y caca. Posiblemente lo único en lo que estaremos todos de acuerdo es en afirmar que 'True Blood' es diferente y rara. Es 'Embrujadas' y 'Twin Peaks', 'Medianoche en el Jardín del Bien y el Mal' y 'Jóvenes Ocultos'. Pasa de lo sublime a lo ridículo en cuestión de segundos. Es capaz de enganchar una secuencia cómica, con otra dramática y luego encadenar seguidas una de terror, otra de sexo, otra paródica y títulos de crédito a ritmo de country. ¿Esquizofrenia? ¿Arte? ¿El último timo televisivo?”

Qué pena que con lo único que me quede de la serie sea con la música de introducción...
Para “mejorar” (más si cabe) la serie, podían haber entonado esta cancioncilla:
Sangre cuajada de primera división, me voy al cementerio a hacer la digestión; mi casa es un castillo, mi cama un ataúd y mi mejor comida son las tripas con pus.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Otra visita al Museo del Prado

Es tal la afluencia que ha habido en la exposición temporal de Sorolla todos estos meses, que el Museo del Prado ha decidido ampliar una semana más su duración. Así que esta semana que acaba de empezar es la última oportunidad para ver esta exposición. Sin embargo, en su web anuncia el museo que todas
las entradas están agotadas. No sé si habrá un modo de conseguir entradas (legalmente hablando) que no sean las taquillas, pero en la entrada de los Jerónimos se arremolina bastante gente buscando alguien a quien le sobren... Y eso que la entrada cuesta 10€ por persona...

Ayer tuve la suerte de ir de invitada al museo a ver la exposición. Una vez dentro, me di cuenta de que realmente sí que vale sus 10€ por la amplitud de la exposición y la variedad de los cuadros (retratos, marinas, paisajes...).
Existe la posibilidad de coger una audioguía por 3,50€ o, si se va en grupo, quizá interese un guía para que nos explique la visita. Como nosotras éramos varias, se nos ofreció una guía por un precio de 50€ una hora. Para grupos grandes creo que es una buena opción. Si no, será suficiente con la audioguía. Algunas de nosotras no cogimos ni audioguía y otras sí que la cogieron. Era bastante práctica porque no obligaba a seguir la ruta al ritmo de la explicación, sino que se podía activar al llegar a los cuadros. Así, si una explicación se hacía demasiado larga se podría acortar y seguir el camino. Por otro lado, si no se quiere ningún tipo de explicación extra, he de decir que en esta exposición los cuadros venían muy bien explicados. Normalmente, en los cartelitos que hay junto a los cuadros sólo aparece el título y el año o el título, el año y el tema. En cambio, en los de la exposición de Sorolla se añade una pequeña explicación sobre el tema (si es sobre un tema social, el interés que tenía el pintor en ese paisaje determinado, etc.) y sobre la técnica (la disposición de los personajes, el tratamiento de la luz, etc.).

Las obras están ordenadas cronológicamente.
La primera sala (la más abarrotada y la más difícil de ver durante nuestra visita), contiene la obra con la que Sorolla optó a la beca de estudios en Roma de la que disfrutó durante tres años (a pesar de que la primera obra que presentó para dicho concurso, una marina, no gustó por no ser apreciada en el momento y tuvo que volver a intentarlo). Después se expone una serie de pinturas que nos presentan la realidad de la época de Sorolla. Son realmente impactantes las de “Trata de blancas” y “¡¡Otra margarita!!”. Personalmente, esta última fue la que más me impactó: una madre que acaba de matar a su niño, fruto de una relación prohibida, es custodiada por dos guardias civiles; el uno mira hacia otro lado y el otro tiene tal expresión que parece que en cualquier momento vaya a echarse a llorar; mientras tanto, la mujer tiene la vista perdida, como ausente, no tanto arrepentida como enajenada.
Creo que casi todos estamos más familiarizados con las pinturas de velas blancas y playas de aguas refulgentes y límpidas, más que con este tipo de pintura. Será por eso que me sorprendieron tanto esas pinturas. La expresividad de los personajes, la sensación real de estar ante el vagón de un tren...
De camino a la siguiente sala, me encontré con otra pintura que me dejó anonadada: “Después del baño” (1892). Una mujer desnuda está sentada, con las piernas estiradas, en un suelo de mármol. La pared, también de mármol azul. En el suelo, un charco de agua de un realismo que da casi miedo. Una pintura preciosa, sencilla en su tema y muy conseguida (la piel, la piedra, el agua).

A partir de ahí, se pueden ver otras obras centradas más en el mar, el mundo de la pesca, los pescadores valencianos remendando redes, etc. Creo que no hay ni por qué explicar el valor de estas piezas, con la blancura tremenda de las telas y las tonalidades de las mismas, a veces transparentes por la fuerza del sol.
Y, entre ellas, de repente un retrato de Benito Pérez Galdós, que he visto ya en la contraportada de tantos libros... Más adelante vería otros retratos, como el de Echegaray o el de Ramón y Cajal.

De esta primera planta, dos cosas más me llamarían la atención.
Por un lado, la fascinación de Sorolla por su mujer, que aparece como modelo del pintor en muchísimas ocasiones. Ni siquiera sabía, antes de ir, que el famoso cuadro en el que dos damas con vestido blanco y pamela pasean por la playa es un retrato de su mujer y su hija mayor.
De todos ellos, el que más me interesó fue el del desnudo de Clotilde, que titula “Desnudo de mujer”. Tal como me había ocurrido con “Después del baño”, me llamó la atención el tratamiento de la piel: desde encarnados rosas hasta verdes y grises violáceos, todo para dar un realismo a la piel desnuda a veces mayor que el de la misma fotografía. Y también el tratamiento de la tela, que esta vez no es blanca sino rosa y además de raso, es perfecto.
En esta serie de retratos familiares, es especialmente tierno el de “Madre”, en el que su mujer reposa en la cama después del parto, mirando, con los ojos entrecerrados y una expresión de paz en el rostro, a su hija pequeña recién nacida.

La otra cosa que tanto llamó mi atención fue la influencia de Velázquez en el pintor. Así lo explican en la web del museo, desde el “Desnudo de mujer”, que recuerda a “La Venus del espejo”, hasta los retratos familiares de su mujer e hijos, que se inspiran muy claramente en “Las Meninas”. En uno de ellos, se adivina al propio Sorolla pintando a su familia: vemos en primer plano un trozo del lienzo y a los niños a su mujer posando frente a él.

Muchas de sus composiciones son bastante atrevidas, pues muestra los parasoles que tapan al pintor cuando trabaja al aire libre, muestra también parte de los toldos de las habitaciones desde las que pinta, etc. Incorpora muchos recursos fotográficos debidos en buena medida a la profesión de su suegro (el abuelo de sus hijos, que es una expresión que él utiliza en un retrato que hace a sus suegros pero que no titula “Mis suegros”).

Sobre la segunda planta... Impresionante. Ya no sólo por la calidad, sino por la monumentalidad. Dejaré aquí algunas
anotaciones del Museo del Prado, que explicarán mejor que yo el contenido de las salas y el interés de las obras:

"The Hispanic Society of America fue fundada en 1904 por el magnate americano Archer M. Huntington, que la concibió como un lugar para el estudio y la conservación de la cultura hispánica en Nueva York. Su fundador dejó en ella su vasta y rica colección de obras arte y de piezas históricas, fundamentalmente procedentes de España. A partir de 1909, Sorolla y Huntington establecieron una fecunda relación que ayudó mucho a la promoción del pintor en Estados Unidos y el coleccionista compró también algunas de las mejores obras de su producción. En 1910 planearon la decoración que Sorolla habría de llevar a cabo en la sala de la Biblioteca del nuevo edifi cio de la Sociedad levantado en 1908, y que sería el epicentro de la actividad de la institución."
"A pesar de los planes iniciales de Sorolla, que determinaba la representación ordenada de todas las regiones ibéricas en los muros de la Biblioteca de la Hispanic Society, los argumentos y sus campañas de trabajo por las distintas provincias fueron surgiendo paulatinamente de los intereses del pintor. Primero, entre 1912 y 1913 realizó el gran panel Castilla. La Fiesta del Pan, que por su monumentalidad y sus pretensiones fue el que más tiempo le ocupó de todo el conjunto. Entre marzo y abril de 1914 emprendió el primero sobre Sevilla, dedicado a la Semana Santa. Los nazarenos. En el verano de 1914 pintó los paneles que representan Aragón.La jota, Navarra. El concejo del Roncal y Guipúzcoa. Los bolos. Ese mismo otoño realizó otro panel en Andalucía, El encierro, con el que terminó ese año de trabajo. Comenzó el año de 1915 afrontando de nuevo dos paneles con asuntos andaluces, El baile y Los toreros, hasta abril. Ese mismo verano pintó Galicia. La romería y en septiembre Cataluña. El pescado. Entre enero y marzo de 1916 realizó el correspondiente a Valencia. Las grupas, y descansó durante casi un año, hasta que en octubre del año siguiente abordó el dedicado a Extremadura. El mercado. En noviembre de 1918 volvió a Valencia y realizó el panel de Elche. El Palmeral. Terminado éste, en el mes de enero siguiente Sorolla volvió a Andalucía para realizar el último lienzo de todo el conjunto, Ayamonte.La pesca del atún, que concluyó en junio de 1919."


No hay que preocuparse porque ya no se pueda visitar la exposición. Una vez nos ha picado el gusanillo, podemos visitar el Museo Sorolla, también en Madrid. Y, de hecho, algunas de las obras que se exponen en el Prado provienen de este museo (otras, como las obras encargadas por Huntington, habrá que verlas en Nueva York...). Por 3€, merece mucho la pena conocer más de cerca la obra de este artista.

jueves, 13 de agosto de 2009

Soy fan acérrima de La Terremoto de Alcorcón

Hace años, el vasto mundo de Internet nos presentó a mi hermana y a mí a la artistaza conocida como “La Terremoto de Alcorcón”.
Encontramos una canción titulada “Kylie Minogue Rural” y supusimos (acertadamente) que estábamos ante una parodia desternillante y un auténtico filón. Se había trastocado un poco el título, porque realmente se había rebautizado la canción “Can’t get you out of my head” como “Me estoy poniendo morá”.
Con frases tan memorables como “Era como Ally McBeal, la portada del Vogue yo fui”, nos lanzaríamos a buscar todo el repertorio de la Terremoto del que hubiese constancia en Internet. Y, así, encontraríamos otros hits como “Thriller”, verdaderamente hilarante.
Lástima que de su “Thriller” no haya ningún videoclip, porque el exitazo en enero de 2006 del “Tain gous bai, so’slouli” (transcripción libre), parodia del videoclip de gimnasio glamouroso de Madonna, fue imparable. Todo el mundo lo bailaba y cantaba, incluida yo en mi despedida de soltera (pajita en oreja, al más puro estilo “pinganillo cool”).

Sin embargo, nuestra búsqueda sobre la Terremoto como persona no tuvo tan buenos resultados. Si bien la red estaba inundada (e imagino que a partir del éxito de Madonna más) de sus canciones, no había demasiadas referencias a ella. Ni sobre su vida privada (que ya es más curiosidad que otra cosa) ni sobre su vida en el mundo del espectáculo.
Encontramos algún articulillo sobre ella y las Diabéticas Aceleradas, pero poco más.

Si por entonces yo ya era una fan declarada, poniendo sus canciones en fiestas de cumpleaños y barbacoas, para el regocijo general y las burlas de unos pocos ignorantes, hoy son una fan acérrima. Vaya, de las que llevarían camiseta y todo con la declaración.

Las versiones de las canciones siempre me han gustado, desde aquel programa presentado por Constantino Romero y titulado “La parodia nacional” (un programa bien hecho a base de participación del público y picardía, con ingenio y humor, porque se puede uno reír sin faltar y ser una persona de a pie sin tener que ser un don nadie con ínfulas de tertuliano).
Después me apuntaría al carro de “El informal”, antes de la pérdida de Capitán en el metro y del desparrame total de Miki Nadal, la vida de monologuista – actor – humorista de Flo y el estrellato de Patricia Conde como presentadora absoluta. Sin duda, mi parodia preferida era la de “Every breath you take” o “Vaca burra”.
Fabada, pollo y café / Menú tradicional / Que sueles tomar a eso de las seis / Para merendar

Ese nuevo festín / Con embutido y pan / Llegará a su fin y te oiré decir / Me paso al Biomanán / No te engañes más / Todo se acabó / Vas a reventar
Es curioso el tema de la canción sea el mismo que el de “Me estoy poniendo morá”:
Me estoy poniendo morá, de phoskitos, donnettes y de kit kats

Hace unos dos años, emitían en La 2 un programa que vi desde la primerísima emisión: D-Calle. Dicho programa era presentado por Cayetana Guillén Cuervo (también soy fan, le pese a quien le pese, igual que soy fan de su alter ego en Homo Zapping). Durante todo el programa, la Terremoto acompañaba a Caye (¿juego de palabras?), que la llamaba cariñosamente Terre.
El programa se presentó desde el principio como un programa de mujeres y para mujeres, también “visible” por hombres. Mi chico se sentaba conmigo en el sofacito de dos plazas a verlo los miércoles a las 23.00hrs. (creo recordar), hueco que ocuparían después los chanantes de Muchachada Nui. Sí, lo siento, también soy su ídolo (sic).
No tenía el gancho de Buenafuente (aunque a mí me enerve cada vez que le veo con su “no, no, no, no...”, negándose a los aplausos) ni tampoco el del Gran Wyoming, pero era curioso y habría tenido un gran futuro si hubiesen sabido moldear el formato y limar todos los detalles que hacían que el programa no terminase de cuajar.
Personalmente, me gustaba mucho Cayetana. Ha habido también detractores de cómo presentaba el programa, quizá porque la hemos visto ya muchos años en la butaca de Versión Española. Pero a mí me gustaba verla, tal como es: me parece una mujer seria pero que sabe reírse, aunque no a carcajadas. Un poco como yo. Ya quisiera (yo, claro, no ella...). Además, era un lujazo cómo la vestían cada noche: minivestidos y faldas globo muy actuales, con colores casi siempre lisos y llamativos. Después he leído una entrevista que le han hecho (creo que esta primavera), con reportaje fotográfico incluido y con un look desbordado y más que sugerente, muy al estilo de Marta Sánchez, y me ha encantado. Cada vez más como yo, en serio.
Pero vuelvo al programa y a la otra gran figura de las noches de D-Calle: la Terremoto.
Esta mujer, con su particular forma de vestir (ropa ceñida y extravagante), su pelo negro cardado, con cinta de color impactante o flor roja detrás de la oreja, imprimía su personalidad al programa. Antes del sospechoso cardado de Amy Winehouse (también soy fan), tuvimos el de la Terre y también el de Peggy Bundy (también soy fan).
Pero su personalidad no se queda sólo en el personaje y en sus canciones, sino en su forma de ser. Su desparpajo y su naturalidad. Muy buenos recuerdos me quedan de la entrevista que ella y Caye le hicieron a Gallardón (bastante más jugosa que la de Nacho Vidal, por cierto).
Porque el programa, aparte de otras secciones y otras colaboradoras que, lamentablemente, no recuerdo y creo que es porque no me gustaban tanto, tenía entrevista, reportaje de la Terre y debate.
De las entrevistas recuerdo sobre todo la de Gallardón y la de Estrella Morente. Y ya digo que la Terre le coló bastantes preguntas a Gallardón que no parecían preparadas. Tal vez sugeridas, pero no preparadas. No era como esas entrevistas donde todos se tiran los platos a la cabeza y luego se descubre que era todo un amaño (a veces se descubre hasta mientras se está viendo). Pero aquí no se tiraban platos a la cabeza ni se insultaba nadie. Vaya, un programa normal e inteligente.
Y la otra sección que me encantaba era la del reportaje de la Terre. Los que más recuerdo son, en este caso, los que hizo en Bilbao y Marbella. El de Marbella fue de sobresaliente, con la Terre paseando por Marbella con unas gafas de sol y una pose pantojil bien dignas.

Desafortunadamente, también había cosas en el programa que no me gustaban.
La primera de ellas, la música. Música en directo con guitarristas y cantantes femeninas, pero no de mi gusto. Muy buena idea pero quizá un estilo musical desacertado. El estilo es tan válido como cualquier otro y yo no tengo buen oído, de modo que no lo puedo criticar de esta forma, pero creo que era demasiado especial para un programa que empieza y más cuando se oyen canciones al principio, al final, entre secciones, antes y después del intermedio... Vaya, que si alguien está de zapping por La 2 rara vez se queda a ver un programa con esa música porque creerá que es un concierto o un especial sobre un grupo determinado. No parecía “música de programa”. Pero, bueno, salvemos que aquí entran los gustos personales.
Desgraciadamente, la segunda (y última) cosa del programa que no me gustaba era mucho peor: la tertulia. Donde podía haberse hecho algo serio, con sentido y con resultado y no se hizo. Las tertulias políticas de la mañana suelen ser aburridas y no ya por el tema, sino porque los tertulianos salen repantingados en sus sillones, hablando lentamente y con voz ronca, como si no hubiesen terminado de despertarse. Pero la tertulia de D-Calle no aportaba nada nuevo, salvo una señora que parecía estar en contra de todo y que era tremendamente extremista. Perdón por no recordar el nombre, pero ni recordarlo quiero. Las mujeres elegidas tenían opiniones demasiado extremas como para aceptar el debate: entiendo que quien debate debe tener una opinión firme, pero argumentativa. No la vi en los debates del programa.

Una verdadera lástima que no continuara el programa, pero me temo que sin el debido avance tampoco se podía hacer más.(El programa se emitía los jueves y comenzó en 2006. No duró muchos meses, pero lo disfruté mientras pude.
Así lo presentaba RTVE).

Yo, mientras tanto, seguiré las canciones de la Terremoto, que antes no tenía web propia.
Y, si puedo, iré a algún espectáculo suyo. Digo si puedo porque yo ando muy perdida en el mundo de “seguir agendas”.
Para leer algo de su boca,
aquí y aquí.


Esta entrada se la dedico a un amigo que opina que los bloggers, por definición, son (¿somos?) friquis. Y que opina, también, que los comentarios de los blogs son las mejores oportunidades para utilizar palabras como “recalcitrante” o “desarraigado”, entre otras. Yo añadiría “latrocinio” o “ignominia”.

Aprovecho también para darme cuenta (como si uno pudiese hacerlo conscientemente) de que soy fan de muchas cosas. Y de que, si fuese como otros, tendría camisetas de casi todo y no tendría con qué ir al trabajo...

Por último, dejo aquí una cita reveladora de Mª Teresa Campos: “Ahora todo el mundo sabe hacer un chupa-chups de morcilla, pero nadie sabe hacer un cocido”.

martes, 14 de julio de 2009

Animales boquiabiertos en Tallin

Aún tengo que hablar del viaje a los países bálticos (¡aunque nos dejamos Lituania por falta de tiempo!). Una fría experiencia inolvidable. Porque no sólo lo cultural, lo diferente y lo bonito de Tallin y Riga nos gustó. Aunque parezca masoquismo, también nos gustó el frío, esa experiencia del invierno más gélido de España (quizá, no lo sé, en Burgos...) en prácticamente el mes de abril. Y nos gustó superar ese frío. Sin tos, sin fiebre, sin dolor de garganta. Serán los bosques estonios.

Es verano y será por el calor que no me apetece escribir largo y tendido.
Además, el último libro que leí me decepcionó y no puedo coger con ánimos ahora la crítica. Así que toca escribir de algo más ligero y entretenido.
Y rapidito.

Cuando llegamos a Tallin, recogimos en el aeropuerto un mapa (bastante cutre) de la ciudad. Es uno de los dos únicos mapas que conseguimos entre el hotel y las oficinas de turismo. Es cierto que el casco antiguo es muy pequeño y que es difícil perderse, pero falta un plano menos esquemático y misterioso.
El caso es que, para poder correr con los gastos de un plano gratuito, hay numerosos anuncios en él. Y, entre tantos “spa” (me río, más después de haber leído un artículo sobre los “soaplands” o ソープランド, japoneses), entre tanto margen engalanado con rubias nórdicas y tetonas, había un pequeño anuncio de la Navitrolla Galerii.

Dicha galería se encuentra en la calle Pikk número 7. Muy fácil de encontrar.
Pero las dos primeras veces que fuimos estaba cerrado (una de ellas porque fue de noche cuando pasamos por allí y comprobamos dónde estaba y otra porque cuando llegamos ya era tarde y habían cerrado).
Pero tuvimos tiempo de entrar a ver la galería. Allí hay expuestos cuadros e ilustraciones para la venta. Y, si no se dispone del dinero necesario para adquirir uno (como fue mi caso), también venden camisetas (con un precio realmente bueno teniendo en cuenta lo que estamos comprando), chapas y postales.

Sobre su arte, hay quien lo considera “ligero”, “pueril” o incluso “prescindible”. Pero como él mismo dice, “el público no es estúpido”.
Una vueltecita por su galería es altamente recomendable. Hasta mi amiga, la que llevaba viviendo en Estonia meses, quedó sorprendida. Porque no sabía que en Tallin hubiese una galería así. Tiene otra galería en Tartu, pero no la conozco porque no visité esa ciudad.

Recojo de las webs (son ésta y ésta) que he visitado algunas palabras del artista, Heiki Trolla (Navitrolla no es su nombre real):

I remember from my childhood that I was always drawing something at every spare moment. That did not remain unnoticed by my friends and relatives, who suggested that I should take up art more seriously. At first I considered this to be a dangerous idea. After all, I was just a country boy and, despite my dreams, being an artist seemed too unreal and remote to me.”

I began to look for a method to differentiate between my pictures and those of other artists and to make the audience think about the greatness and opportu­nities of art. For starters, I decided to learn to draw things in the ‘wrong?? way. The world is full of artists who can photograph with their brushes but for me, those pictures seemed empty like amateur photos of some family event. That was just boring. One day, when I was hanging out at a place of somebody I knew, I happened to take a look at some erotic magazines left on the table. And suddenly I discovered that 99% of the models had their mouths open in the photos. I thought that this was not just another insignificant fact and began to look at the pictures more carefully. Half an hour later I decided that I should depict only open-mouthed dogs on my pictures. For me, dogs seemed to be much more appropriate characters than women because almost everybody likes dogs and, then, nobody could accuse me of political incorrectness, antifeminism or some other nonsense of that kind. I was convinced that my art should not shock anybody, as at that moment, all kinds of shock arts were very fashionable in Estonia.”

La verdad es que un artista como éste no podía dibujar de otra forma:
I also have three piranhas. They are called Kurt, Joackim and Herbert.
No me dejaron llamar a ninguno de mis gatos Otto o Dimitri. Probablemente Navitrolla me habría comprendido.

martes, 30 de junio de 2009

Soba frito al estilo ibérico y tôfu con jamón

Hoy voy a volver a los “temas japoneses”.
Me gustaría hablar, en este caso, de la gastronomía. Me encanta comer y me gusta probar cosas nuevas, así que en cuanto empecé a ver los cartelitos de “cocina asiática” o “cocina japonesa”, no dudé salir un poco del típico restaurante chino (“El X feliz” y “El X de Pekín”).
Para mi sorpresa, después de estudiar japonés y cultura japonesa me daría cuenta de que muchos japoneses en los que había estado eran realmente pseudo-japoneses en los que los platos que se servían no eran auténticas recetas japonesas. Como les pasa a la gran mayoría de restaurantes chinos que conozco, las recetas no son realmente chinas, sino que son recetas de una región determinada del país que luego se transforman al gusto del paladar español (no lo sé por mi experiencia empírica, sino por la de una amiga que ha estado tres años viviendo en China).
Yo no soy de esas que rechazan un restaurante japonés porque lo regenten unos dueños chinos o porque la comida la sirvan camareros chinos. Un restaurante japonés, para mí, es aquel en el que puedo comer comida japonesa cocinada de la forma que se cocina en Japón. Y me parece especialmente valioso si en la carta hay algo más que sushi (pescado crudo con arroz) y sashimi (pescado crudo).

Muchas personas se niegan a comer comida japonesa porque “no les gusta el pescado crudo”.
Para empezar, la comida japonesa no es sólo pescado crudo, pero nadie se ha molestado en dar otra imagen de ella (por ejemplo, en España tenemos una dieta a base de paella, jamón y tortilla de patata). Un plato de udon (fideos largos y gruesos) casero se asemeja bastante a un cocido, con el olor fuerte y el color anaranjado (¿grasiento?) del caldito.
Y, para seguir, hay mucha gente que no se da cuenta de la cantidad de pescado crudo que puede comer. Por ejemplo, los boquerones en vinagre, aunque estén marinados, no están cocinados (ni hervidos, ni asados, ni fritos, ni salteados, ni a la plancha, ni guisados). Y qué decir de los moluscos (como las ostras o la concha fina) que se comen crudos (¡y vivos!) rociados con un sencillo chorrito de limón. Que no se extrañen después si a muchos extranjeros les tira para atrás probar una pata de cerdo que se ha dejado secar en una bodega...

En Semana Santa vinieron unos primos (¡parece que sean unos primos al estilo de Stitch!) y decidimos ir un día a un japonés (habíamos ido a un donner kebap, a un asador, de tapas...).
Elegí el restaurante Nippon (Los Madrazo 18, Madrid). Me había dicho una compañera que los domingos hacen un 50% de descuento en los platos (no en las bebidas ni los postres) y, cuando hice la reserva (lógicamente, los domingos se llena), me dieron la opción de reservar una mesa al estilo japonés. Así que ni lo dudé: nos descalzaríamos para comer. También me explicaron por teléfono que el 50% no se aplicaba a todos los precios de la carta: creo recordar que no eran aplicables a los platos de atún ni al sashimi.
En este caso, había una persona que nunca había probado la comida japonesa. ¿Qué pedir para que no se quedara con la sensación “del pescado crudo”? Por supuesto, pedimos un sushi moriawase (selección de sushi, incluyendo sushimaki) porque a los otros tres nos gustaba y no se quedaría en la mesa. Pedimos ramen (¡me encantan estos fideos y casi nunca falla!) y gyoza, así como tempura (rebozado) variado. Las empanadillas gyoza son de los platos que más me gustan de la comida japonesa y a casi todo el mundo le gusta. Así que nadie se quedó con hambre. Luego nos quedó una espinita por no haber pedido los California maki así que los añadimos al pedido y nos los comimos también. De postre, helado. Y esta vez nada de helados de té verde ni de anko (judías dulces, que realmente son las judías pintas de nuestros guisos más tradicionales). Recomiendo tomar una bola de mandarina y una de manzana; no son sabores habituales para los helados pero están muy logrados (por algún motivo, en la carta aparecen anunciados como “sorbete”).
Me gustó mucho la experiencia del Nippon. Es un restaurante precioso. Me volvió loca el baño y todos quedamos encantados con la mesa japonesa. No es el tipo de mesa en la que tienes que sentarte arrodillado (con el consecuente dolor de piernas y la impresión de no poder volver a estirarlas nunca más), sino que te sientas normal porque hay un agujero en el suelo en el que te sientas; desde arriba, parece que la mesa está a veinte centímetros del suelo. Me gustó también cómo las camareras servían los platos “al estilo geisha”, descalzándose antes de entrar a la zona entarimada, arrodillándose y arrastrándose hasta la mesa con la bandeja en la mano. Muy de película de
Yasujirô Ozu.
Además, con el descuento, el precio es bastante razonable. Sin descuento, lo siento pero mi bolsillo no podría estirarse lo suficiente... Quizá para una celebración romántica.

Para mí ha sido bastante importante comprobar con mis compañeras cuáles son los restaurantes de Madrid con verdadera cocina japonesa.
Por suerte, la elección que hice la primera vez que comí en un japonés con mi chico acerté. Fuimos a Janatomo (Reina 27, Madrid). Pero esto fue hace diez años y no he vuelto a comer allí... Por eso, no puedo comentar mucho. Cuando nosotros fuimos, había un menú degustación bastante bueno que incluía sopa de miso, un plato principal y un bol de arroz blanco. El menú era bastante económico y por eso, en mis tiempos de instituto me lo pude permitir. No sé cómo estará ahora, pero si la gente sigue dando buenas opiniones en la red y mis compañeras creen que es bueno, entonces creo que no habrá cambiado mucho.

Otro restaurante recomendado por mis compañeras y muy utilizado en mi oficina es
Daikichi (Reina 31, Madrid). Los precios no son excesivos y la comida es buena.
Hemos hecho allí algunas cenas de empresa, nos han traído obentô (comida para llevar, servida en cajitas) a la oficina (tanto del individual como para picar) y no he perdido ocasión de ir, en este caso, con mi chico y también con mi madre. También hacen descuento los domingos. En este caso, del 30% (pero no recuerdo si las bebidas están incluidas en el descuento).
Siempre que he ido he pedido el menú japonés para dos personas (en su web está colgada la carta y los menús, así que se puede pensar y estudiar tranquilamente en casa lo que se quiere).
En primer lugar sirven unos entrantes para picar, todos ellos fríos (que nadie piense en raciones, sino más bien en la bandejita de aceitunas del bar): hijiki (algas cocida), goma-ae (espinacas cocidas con salsa de sésamo), maguro-kakuni (atún cocido, ¡me encanta!) y gyu-tataki (solomillo de ternera poco asado con salsa ponsu, muy bueno también).
Después viene la sopa de miso, el tempura (de langostinos, pescado y verduras variadas) y una selección de sushi y sashimi. Está incluido el postre, que será helado de té verde o anko (por eso lo comentaba antes...) o un café o té.
Con mi chico he ido dos veces y, aparte del menú, probamos en una ocasión el California maki y en otra la anguila asada.
El California maki me parece el más rico de todos los maki (sushi en forma de rollo) pues, en lugar de utilizar alga nori para envolverlo (no soy fan del alga nori, aunque tampoco me disgusta) se utiliza sésamo o tobiko, que son huevas de pez volador. Lo prefiero con sésamo y adoro el aguacate que lleva dentro.
La anguila me vuelve loca (aparte de la película de
Shohei Imamura), como a Nakata, uno de los personajes de “Kafka en la orilla” de Haruki Murakami. En una ocasión probé el sushi de anguila asada (me parece curioso porque no se utiliza el pescado crudo) y en otra tomé la anguila en el futomaki (un maki más grande y grueso de lo habitual, con relleno de todo tipo). Es un sabor tan especial que aún estando escondida entre aguacate, surimi, tortilla, etc. no puedes dejar de captarlo. Así que tuve que pedir ese platito (caro) de anguila asada sólo por volver a paladear esa textura suave y gomosa de la anguila que, no sé por qué, en otro tipo de alimentos no puedo ni probar.
Ni qué decir tiene que mi madre, que es muy lanzada a la hora de probar comida, quedó encantada con la comida japonesa. Cierto que no le convenció tanto el pescado crudo, pero probamos otras muchas cosas.

Y sigo con las recomendaciones de restaurantes japoneses en Madrid.
Ahora le toca al restaurante Sake Dining Himawari (Tamayo y Baus 1, Madrid).
Fui por primera vez con la clase de la Escuela Oficial de Idiomas. Uno de mis compañeros lo conocía (creo que conocía también a una de las camareras) y nos lo recomendó. No nos decepcionó en absoluto.
La decoración, en la que siempre me fijo, me pareció sencilla pero muy agradable. Recuerdo la madera, el cristal, las piedras; los tonos grises y una colección de botellas. Hay también mesas japonesas, pero creo recordar que eran, como mucho, para cuatro personas. Y nosotros éramos unos diez o doce.
Pedí un plato de katsudon, que es muy recurrente en mí cuando no sé qué pedir. La verdad es que no me parece un plato tan complicado porque consiste en arroz hervido y filetes de cerdo empanados con salsa tonkatsu (una salsa que puede recordar a la salsa barbacoa, aunque no tenga tanto que ver, pero para hacernos una idea). Creo que, teniendo salsa tonkatsu, es un plato para hacer en casa con bastante facilidad. Por es realmente representativo de la calidad del restaurante que hicieran bien un katsudon.
Sí lo es, por ejemplo, que allí tomara el único tôfu fresco que me ha gustado en mi vida. Para los que dicen que “el tôfu no sabe a nada” o que “es como el queso de Burgos”, ¡mentira cochina! El tôfu sabe a algo. No sé describir a qué sabe pero, sepa a lo que sepa, fresco a mí no me gusta (ni solo ni en ensaladas). Pues el de Himawari sí que me gustó. El plato consistía en una plancha de tôfu fresco cortada en cuadraditos que simplemente había que rociar con salsa de soja. No he vuelto a probar un tôfu así.
También es representativa la cena que nos dimos las de la oficina para despedir a una de nuestras compis. Ese día pedí pescado asado y me faltó relamerme como un gatito. Estaba buenísimo.

Hasta ahora, he ido hablando de los restaurantes según los he ido recordando. Ni por orden alfabético, ni de mejor a peor impresión ni por orden en las visitas.
Sin embargo, el restaurante
Miyama (Flor Baja 5, Madrid) sí que lo dejo para el final por ser el que más me ha impresionado y el que, desgraciadamente, menos voy a poder visitar debido a mi limitado presupuesto.
He estado allí sólo dos veces (hablo con un misterio de novela de terror, ¡¡pero no!!). Una de ellas, con las compañeras de la oficina, también en una despedida. Pedimos platos para compartir y recuerdo, sobre todo, dos: el sashimi y el tartar de atún.
El surtido de sashimi (pescado crudo tal cual, sin arroz ni condimentos) venía servido en un cuenco lleno de hielos. Era como tener una mini-pescadería en la mesa, pero con mucho más estilo. Porque tampoco puedo olvidar la decoración del restaurante, realmente cuidada y mucho más apreciada si se va de noche y si te sientan en el interior y no junto a las ventanas (ver las piernas de la gente y las ruedas de los coches le quita encanto...).
¿Y qué decir del tartar de atún? A mí nombrar las recetas con todos sus ingredientes y con diminutivos me suena bastante cursi, pero repito la descripción que leí en El Mundo sobre este restaurante: “el tartar de atún macerado picante con aguacate” es exquisito.
((Al escribir esta entrada de lo que me estoy dando cuenta es del gusto que le estoy cogiendo al aguacate...))
La segunda vez que fui íbamos una compañera y yo invitadas por otra empresa japonesa. Ese día tomamos un “menú degustación fuera de carta”. Es decir, que le pidieron al chef que nos sirviera lo que quisiera, a su elección, para poder probar diferentes platos. Yo creo que probamos prácticamente todo, en cantidades muy pequeñitas, pero acabamos llenas (nunca me había pasado en un japonés, porque es un tipo de cocina nada pesada). Delicioso. Especialmente la anguila...

Y quiero terminar mi particular recorrido dando una vueltecilla por Barcelona.
Sólo he estado dos veces en Barcelona, como quizá ya haya comentado por aquí. La primera vez fue para presentarme al Nôryoku Shiken, un examen de habilidades de idioma japonés cuyo diploma tiene validez internacional. Y, la segunda vez, eso sí que lo he comentado, para pasar un puente y ver (por primera vez para mí) el salón del manga y también para ver una exposición de una artista japonesa (Aya Takano).
Y las dos veces aproveché para cenar en un japonés (curiosamente, en Madrid como y en Barcelona ceno).

Con mis compañeras de japonés de la universidad fui al Udon Noodle Bar & Restaurant (Princesa 23, Barcelona). No es un restaurante japonés al uso, pero me gustó mucho. Es bastante modernillo, comes en largas mesas con otra gente y proyectan imágenes de películas en blanco y negro sobre la pared. Digamos que de aires “modernillos”. Aquí fue donde probé por primera vez el katsudon (¡¡mmm!!). También comí gyoza. Otra cosa interesante (no sé si porque éramos un grupito de chicas o si es que siempre es así) es que el camarero nos obligó (literalmente) a comer con palillos. En principio no suponía ningún problema aunque he de reconocer que a mí me cansa comer así, pero una de nosotras no había comido nunca con palillos y no sabía. Cuando le trajeron el “tenedor”, lo que el camarero le llevaba eran unos palillos atados con una goma para no tener que hacer tanta fuerza al coger la comida. ¿Aprenderán así los niños japoneses a comer?
Curioso y buena comida. Más auténtico que el Wok, pero no deja de ser un restaurante tipo cadena.

Y en mi viaje friqui total del salón del manga y la exposición (friqui no, señores: “Fan de Hugh Jackman”) cenamos con unas guías japonesas en Una mica de Japó (Muntaner 114, Barcelona).
He leído por ahí que la gente dice que es “cutre”. Me parece un comentario de lo más desapropiado. ¿Por qué? Por lo mismo que una tasca española es no es cutre. ¿Que es pequeño? ¿Que no es “zen”? (qué manía con lo del zen...) ¿Que hay que comer en la barra o de cara a la pared? Es lo que se vive en cualquier restaurante pequeñito de una callejuela de Tokyo o de cualquier pueblecito de Japón. Precisamente este tipo de cosas son las que me gustaron del restaurante. No caben más de diez personas, es cierto, pero sólo hay dos personas atendiendo, cocinando y sirviendo, así que tampoco dan para más y así se personaliza más el servicio.
La comida es totalmente casera y ves en vivo y en directo cómo se cocina. No se trata del trabajo de lo que llaman un “sushiman”, troceando verduras en el aire y pescados con tal rapidez que crees que entre lámina y lámina de salmón tiene que ir la yema de algún dedo, sino de la cocina esmerada de una mujer que lleva años cocinando y preparando sus platos. Durante horas, antes de que lleguen los clientes, preparan las gyoza y los platos que creen que vayan a consumir en el día. Así que, si llegas tarde, quizá no puedas degustar ciertas cosas.
La carta es corta pero suficiente: ni sushi ni sashimi (¡como a mí me gusta!), pero hay platos de donburi (como el katsudon), menús de obentô, gyoza, ramen y otras exquisiteces como las que a mí me gustan. Imaginaos en Tokyo, comiendo bacalao a la bilbaína, cochinillo, paella y otras exquisiteces pero no poder croquetas. ¡Sería un castigo!
Ir a Una mica de Japó es como ir a comer las delicias caseras de una mamá, sólo que de una mamá japonesa.
En resumen, que nos encantó.




Si alguien quiere conocer más restaurantes, en esta web hay todo un especialista que se dedica a encontrarlos, comer y opinar.

Si alguien se anima a hacer alguna recetilla en casa, ¡adelante!
Esta es una
web sobre comida japonesa que tiene algunas recetas.



He de decir que hervir arroz nunca fue tan difícil como cuando he intentado preparar sushi (el tipo de arroz, los lavados, el vinagre, “el rastrillado” y “el abanicado”...). Pero también es cierto que con un poco de imaginación se pueden hacer cosas muy buenas (por ejemplo, a falta de salsa teriyaki – que comprarla hecha sale bastante caro –, con salsa de soja y azúcar se pueden conseguir resultados adecuados). Mi compañera la cocinillas muchas veces me ha dicho que, si se le acaba la materia prima que trae de Japón, busca trucos entre los ingredientes de por aquí para que no le salgan tan caras las compras. Porque comprar productos japoneses aquí es caro, mientras que en Japón la mayoría de los comestibles, aliños, etc. son bastante baratos en contra de lo que se cree.

Y, para muestra de imaginación y de la cocina fusión que tanto se lleva, dos recetas inventadas por mi chico (un maestro de la eco-cocina que consiste en rebuscar lo que queda en la nevera y un maestro de la imaginatio):
1) Soba frito al estilo ibérico. El soba es un tipo de fideos. Mi chico los cocina salteados con champiñones y salsa de soja. Pero, en lugar de mirin, que es un “vinagre” japonés (no es vinagre realmente...), utiliza mosto. ¡El resultado es espectacular!
2) Tôfu con jamón. Tan sencillo como saltear el tôfu con unos taquitos de jamón. También buenísimo.




A los que les den miedo las mezclas, ¡que se arriesguen!

miércoles, 10 de junio de 2009

Paella de paillettes

Allá por 2005 leí un artículo muy interesante del magazine de El Mundo titulado “
Abecedario de tendencias”.

En el mismo se definen una serie de términos relacionados con la moda que, después de años de lectura, pueden parecer de lo más corriente pero que no lo son. Al fin y al cabo, se trata de un vocabulario específico de un tema tan diario (¿qué me pongo hoy con este frío que se ha levantado?) como ajeno (¿qué es eso de “godet”?). Por supuesto, palabras como “ballena” no tienen el mismo significado para un zoólogo que para un sastre... Y que uno conozca esas dos acepciones no significa que cualquier persona las tenga que conocer.
En casa, ya todos sabemos la diferencia del cuello barco, el cuello halter y el palabra de honor. Me atrevería a decir que casi todo el mundo conoce el origen del nombre del último escote (“el vestido no se te cae, palabra de honor”), pero la mayoría llamábamos al cuello halter “atado al cuello”. Y eso es lo que es, pero parece más entendido hablar de halters...

¿Para qué sirve este vocabulario? Pues, bien, creo que tiene más funciones que la de alimentar mi curiosidad.
Por ejemplo, si necesito meter en la maleta a última hora un vestido para las vacaciones, puedo dar una explicación mucho más concisa que “el vestido rosa con chirrifús” y se me entiende: “el vestido rosa de raso, con estampado geométrico, escote palabra de honor y corte imperio”. Parece mentira, pero en casa ya se me entiende. Y puede que cuando digo semejante frasecita suene a chino y en un primer momento cree confusión, pero “el vestido rosa con chirrifús” ya ha dejado de ser “el vestido fucsia con cinturón y manga francesa”.
Porque también es muy importante reconocer que hay más colores que los siete del arco iris o, ¡ni siquiera eso!, que hay más colores que los tres colores primarios. Lo sé, suena muy recursi escribir en el Scattergories “con la k, color” “klein, azul”. Pero yo distingo ese color y sé nombrarlo... Así, si vas de boda y tu amiga te lleva el bolso y te lo da en la puerta, no te encuentras con que entre vestido, zapatos, chal y bolso llevas toda la gama de verdes, desde el esmeralda hasta el aceituna... Pero esto en casa todavía no lo “vemos” todos.

Puede que con estas cosas dé la risa. Ay que ver en las cosas tan tontas que reparo...
Curiosamente, estando un día leyendo en la cama una revista oigo a mi respectivo hablar por teléfono y decirle a un amigo “El Halo 3 es un must have de la 360”. ¡Vaya, vaya, vaya! Así que suena ridículo que “los estampados tribales son el must have de la temporada” pero con el Halo 3 suena distinto...

Aquí entro también al uso del inglés que se hace en el mundo de la moda (y, cada vez más, muy a mi pesar, en cada rincón de nuestras vidas). Strass, cardigan, trench, legging, halter... Sin embargo, en cuanto una se habitúa a este tipo de palabras ya le suena casi vulgar utilizar “pedrería” o “mallas” en lugar de “strass” o “legging”. ¿Y todo por qué? Porque entonces lo fashion, las shopaholic, las celebrities, las trendsetters, los blogs, los outfits... Todo deja de ser cool.
Respecto al francés, creo que se utiliza por lo general para palabras más relacionadas con la sastrería y el diseño que con la moda como fenómeno de masas. Tenemos los bolsos baguette, el bustier, el culotte, las faldas de corte evasé...

Para mi desgracia y futura frustración, pensé que tendría suerte con el japonés. Quizá, al tratarse de revistas, con menos textos y más imágenes, me sería más fácil o al menos más esperanzadora la lectura, porque podría pasar de página (no como me ocurre con las novelas). Al menos, en el manga esto es lo que me ocurría (pero el manga no me gusta demasiado, al menos el que yo he tenido a mi alcance).
Cuando mi compañera me trajo una revista japonesa de moda, creí que se debía a que era una revista japonesa y que por eso me costaba tanto avanzar en la lectura. Y es que las revistas japonesas no se parecen tanto a las revistas que vemos en España; tienen una estructura distinta y una forma de presentar las imágenes también diferente. Por ejemplo, en las páginas centrales se presentaban varias prendas “comodín” que utilizaban para crear diferentes looks (ojo, que lo moderno es decir outfits) y que aparecían a lo largo de toda la revista. De alguna forma, estaba viendo la Venca en formato InStyle.
Pero una amiga me traería de unas vacaciones en Japón un regalito:
la revista Elle en japonés. El formato, totalmente occidental (así como las modelos, incluso para anuncios de cremas Shiseido...). Pero tampoco podía leer apenas los pies de las fotos. Elegí para leer el artículo sobre la primera colección de Kate Moss para TopShop, pero fue imposible. Me agotaba la aglomeración de katakana, apenas separadas las palabras por una simple partícula... Faltaban los verbos, los sujetos y sobraban las palabras japonesizadas. Lo que en un primer momento creí que iba a ser un aliado se convertía en un enemigo.
Es relativamente fácil descifrar los anglicismos en el japonés porque existen unas reglas más o menos sencillas para transcribir las palabras inglesas en katakana. Por ejemplo, las palabras terminadas en consonante, se transforman en una sílaba terminada en O o U (dessert = デサート, denim = デニム, bed = ベッド). Pero, si se trata de un nombre, ya cuesta más encontrar el significado del katakana: Kate Moss = ケート・モス.

Ni que decir tiene que no conozco las reglas para transcribir el francés al japonés, con lo que la locura era ya absoluta.
En las revistas españolas también me pierdo con los términos franceses. Sin ir más lejos, tuve que buscar la palabra “paillettes” en el diccionario. ¿No les sonaba bien a los que fijan este vocabulario ni “lentejuelas” por sonar alimenticio – los guisos parecen reñidos con el mundo de la moda – ni “sequins”? Pero creo que esta es una de esas palabras que, por caerme en gracia, no voy a olvidar. Paillettes. Pailletes. Pailletes.

Voy a transcribir a continuación un diálogo de la novela “
La de Bringas” de Benito Pérez Galdós. En él se da precisamente este uso del francés del que hablo para el mundo de la moda. El personaje narrador lo transcribe como si se tratase (y para mí también se trata de eso) de un lenguaje inexpugnable.

(...) Las dos hablaban en voz baja para que no se enterase Bringas, y era su cuchicheo rápido, ahogado, vehemente, a veces indicando indecisión y sobresalto, a veces el entusiasmo de una idea feliz. Los términos franceses que matizaban este coloquio se despegaban del tejido de nuestra lengua; pero aunque sea clavándolos con alfileres, los he de sujetar para que el exótico idioma de los trapos no pierda su genialidad castiza.
ROSALÍA. - (Mirando un figurín.) Si he de decir la verdad, yo no entiendo esto. No sé cómo se han de unir atrás los faldones de la casaca de guardia francesa.
MILAGROS. - (Con cierto aturdimiento, al cual se sobrepone poco a poco su gran juicio.) Dejemos a un lado los figurines. Seguirlos servilmente lleva a lo afectado y estrepitoso. Empecemos por la elección de tela. ¿Elige usted la muselina blanca con viso de foulard? Pues entonces no puede adoptarse la casaca.
ROSALÍA. - (Con decisión.) No; escojo resueltamente el gros glasé, color cenizas de rosa. Sobrino me ha dicho que le devuelva el que me sobre. El gros glasé me lo pone a veinticuatro reales.
MILAGROS. - (Meditando.) Bueno: pues si nos fijamos en el gros glasé, yo haría la falda adornada con cuatro volantes de unas cuatro pulgas; ¿a ver?, no; de cinco o seis, poniéndolo al borde un bies estrecho de glasé verde naciente... ¿Eh?
ROSALÍA. - (Contemplando en éxtasis lo que aún no es más que una abstracción.) Muy bien... ¿Y el cuerpo?
MILAGROS. - (Tomando un cuerpo a medio hacer y modelando con sus hábiles manos en la tela las solapas y los faldones.) La casaca guardia francesa va abierta en corazón, con solapas, y se cierra al costado sobre el tallo con tres o cuatro botones verdes... aquí. Los faldones... ¿me comprende usted?, se abren por delante... así... mostrando el forro, que es verde como la solapa; y esas vueltas se unen atrás con ahuecador... (La dama, echando atrás sus manos, ahueca su propio vestido en aquella parte prominentísima, donde se han de reunir las vueltas de los faldones de la casaca.) ¿Se entera usted?... Resulta monísimo. Ya he dicho que el forro de esta casaca es de gros verde y lleva al borde de las vueltas un ruche de cinta igual a la de los volantes... ¿qué tal? ¡Ah!, no olvide usted que para este traje hace falta camiseta de batista bien plegadita, con encaje valenciennes plegado en el cuello... los puños holgaditos, holgaditos; que caigan sobre las muñecas.
(...)
ROSALÍA. - (Quitando y poniendo telas y retazos para comparar mejor.) Se me ocurre una idea para la camiseta de este traje. Si escojo al fin el color cenizas de rosa... (Deteniéndose meditabunda.) ¡Qué torpe soy para decidirme! El figurín... (Recogiendo todo con susto y rapidez.) Me parece que siento a Bringas. Son un suplicio estos tapujos...
MILAGROS. - (Ayudándola a guardar todo atropelladamente.) Sí; siento su tosecilla. Ay, amiga, su marido de usted parece la Aduana, por lo que persigue los trapos... Escondamos el contrabando.


Por último, me he acordado de un articulito que escribió Espido Freire en el diario gratuito ADN.
Y es que me trae a colación otro tema muy presente en la moda: las siglas.
Tenemos, como claros ejemplos, SJP y LBD. El primero, como suele venir acompañado de alguna foto de la mentada (Sarah Jessica Parker) se puede descifrar enseguida. Pero LBD tuve que buscarlo. Se trata del “little black dress”, un básico que no puede faltar en ningún armario.
Y recuerdo ese artículo de Espido Freire porque hablaba del gusto por lo negro de las adolescentes. Por su elegancia y nocturnidad, pero añado yo que también por todos los complejos de las adolescentes que hemos querido disimular con el negro.
A los quince dominaba las leyes ópticas de la moda: el uso de las rayas verticales para estilizar, las horizontales para dar volumen. Los colores que combinaban entre sí, con independencia de que la pasarela mezclara grises y pardos, y rojos y amarillos. Las hombreras, los rellenos, los cortes que emplazaban la cintura en la posición adecuada y más favorecedora. Como a todas las mujeres, me habían convencido de que el negro era el color más elegante, y me unía a las que convertían los bares de los sábados en reuniones lúgubres de chicas enlutadas.
¿Es elegante el LBD o es una reminiscencia adulta de esos conjuntos absolutamente negros que pretendían ser a la vez reclamo y escondite?

sábado, 30 de mayo de 2009

De Kafka y lo kafkiano

Desde que descubrí la biblioteca municipal, uno de mis objetivos ha sido empezar a conocer a esos escritores de renombre mundial, de esos que califican como “atemporales”, y poco a poco ir ganando más culturilla general.
Los dos primeros de mi lista han sido
Franz Kafka y Edgar Allan Poe. Del segundo no comentaré en esta ocasión (en parte porque las últimas páginas del libro no se habían impreso debido a algún error y no pude acabar la historia...), pero sí del primero.
Porque cogí un libro de Edgar Allan Poe como de casualidad, para rellenar los cuatro o cinco libros que cojo cada mes (por supuesto, entre ellos también hay algún comic; si no, sería realmente difícil leer tanto sólo en los trayectos del transporte público), pero lo de Kafka fue completamente intencionado.

Kafka aparece en casi todas las colecciones universales de literatura. Kafka por aquí, Kafka por allá... Cuando hice mi visita express (2h30min) a Praga, vi desde el puente Carlos (Karlovy Vari) el Museo Kafka. Y tengo una amiga que emplea habitualmente el adjetivo “kafkiano” dentro de su vocabulario. Lo que es más: lo emplea correctamente.
Según la RAE, “Dicho de una situación: absurda, angustiosa”.
Una
opinión sobre qué significa “kafkiano”:
En el diccionario de la RAE habla de una situación absurda y angustiosa, aunque habría que añadir otros ingredientes como la ironía, lo onírico o el subconsciente. La mejor manera de hacérselo comprender es leyendo “La metamorfosis” y otras obras del autor de Praga. Aunque hay otro modo de comprender a este genio de la narrativa: observar la realidad cotidiana y comprobar cómo en todos los ámbitos - individual, familiar, social,...- hay situaciones absurdas que nos remiten a esta breve novela en la que un funcionario se siente ninguneado y marginado incluso en su misma familia.”

Desgraciadamente, después de terminar el primero de los libros de Kafka que he leído, quedé totalmente desconcertada. No me había gustado de hecho el libro; de hecho, lo había sufrido kafkianamente (si es que puedo crear un adverbio para decir “con angustia”).
Se trata de “
El proceso”.
Dicha novela fue publicada en 1925, aunque su autor no quiso nunca que se publicase y no llegó a darle su forma definitiva. Otros harían esta labor por él, recolocando los capítulos, decidiendo qué partes eran superfluas y cómo habría de terminar la obra. Básicamente, Joseph K., el protagonista, es sorprendido en su habitación cuando unos hombres irrumpen en ella y le comunican que está arrestado. De cómo K. intenta comprender por qué se le arresta, qué puede hacer para que desaparezcan los cargos sobre él y cómo puede interferir si finalmente ha de celebrarse un proceso es de lo que se trata la novela.
Se trata de una novela larga, difícil y, efectivamente, angustiosa. Siempre intentará K. llegar desde el punto A al punto B, buscando todos los caminos, intentando encontrar nuevos contactos, pero todo será vano. El proceso seguirá su curso sin estar él presente. Tendrá un abogado, pero dicho abogado tan sólo se limitará a redactar informes que parece que nunca va a concluir.
Lo enrevesado e imposible de la administración y el mundo en el que el individuo poco o nada puede influir son algunos de los temas que trata esta obra.

Después, leí un libro de relatos (completo, a excepción de un extracto de “El proceso” que se incluía en el mismo) en el que también se recogía “La metamorfosis”. Había oído que era el libro más famoso de Franz Kafka, pero en un primer momento cogí “El proceso” por tratarse de una novela y no de un relato corto. Enseguida me arrepentí, pero pensé que quizá todo se debía a que “El proceso” no era exactamente lo que Kafka había escrito o lo que Kafka tenía en mente. Quizá por eso se hacía tan pesado y tan rebuscado a veces.
Del libro de relatos aprecié enormemente “
La metamorfosis” y “Un médico rural”.
Quizá ayudó en gran parte la extensión de los mismos, pero creo que sobre todo se debió a que no eran textos tan crudos y que estaban envueltos de un aura, digamos, “literaria”. Hay mucho surrealismo en ambos relatos: en “La metamorfosis” está bastante claro porque el protagonista, Gregor Samsa, se despierta un día convertido en insecto y en el segundo, “Un médico rural”, porque el mismo médico habla de cosas que no pueden estar sucediendo pero que las toma como algo totalmente cierto y aceptable (por ejemplo, hace un viaje a caballo en el que parece no moverse en el espacio y sin embargo cuando mira su casa ya no está ante su casa, sino ante la casa del enfermo al que iba a visitar).
Me encantó “Un médico rural” por su final y disfruté muchísimo con los pensamientos de Gregor Samsa en “La metamorfosis”:
Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos.
Se deslizó de nuevo a su posición inicial.
-Esto de levantarse pronto -pensó- hace a uno desvariar. El hombre tiene que dormir. Otros viajantes viven como pachás. Si yo, por ejemplo, a lo largo de la mañana vuelvo a la pensión para pasar a limpio los pedidos que he conseguido, estos señores todavía están sentados tomando el desayuno.

Hay que pensar que Samsa se despierta con el cuerpo de un enorme escarabajo y sus primeros pensamientos se dirigen a su trabajo. Cualquiera diría que mañana mismo nos podemos levantar con cuerpo de oruga o saltamontes sin más...

Habiendo leído que las obras más importantes de Kafka son “La metamorfosis”, “El proceso” y “
El castillo”, sólo me faltaba leer esta última para tener al menos cierta base sobre la que ejercer de crítica.
Así que en el bolso llevo “El castillo” desde hace dos semanas. Hoy es su último día. Si no puedo ver un atisbo de algo nuevo, a las siete o las ocho me pasaré por la biblioteca a por cuatro nuevos libros (y esta vez elegiré algo más “light”).
Al poco de empezar con “El castillo”, me vi envuelta de nuevo en los recuerdos de “El proceso”. No en vano, el protagonista también se llama K. Y, de nuevo, se ve envuelto en un proceso imposible de intentar llegar a la autoridad (en este caso no judicial, sino administrativa). Muchos de los personajes del libro se dirigen a él como “señor agrimensor”, igual que en “El proceso” le llaman “señor apoderado”. También hay chica. También hay alguien que le puede ayudar pero cuya ayuda resulta inútil.
En algunos momentos, su relato (así sucede en “El castillo” y “El proceso”) parece resumirse en un diálogo cuasi monólogo que dice: “Donde dije digo usted dice Diego, pretendiendo que lo que significa digo lo signifique Diego, más si quisiera haber dicho Diego no habría dicho digo”. Sé que resulta absurdo, pero así lo resultan algunas páginas de estos libros (desde mi humilde punto de vista). Todos los personajes parecen saber todo sobre el protagonista (esto es más así en “El castillo”) y a menudo le corrigen; el protagonista K. (en ambas novelas) lleva las conversaciones a su terreno y se convierte todo en un diálogo farragoso y pesado.
En definitiva, que no puedo volver a leer lo mismo. Algo que ya sé que no me ha gustado y de lo que no voy a poder sacar grandes provechos.

Recomiendo encarecidamente “La metamorfosis”.
Y recomiendo también, a aquellos que sepan que Kafka es filósofo (siempre pensé que escribía novelas, pura literatura*), que acometan su lectura como lo que es: filosofía. Y si tienen preparación que la aprovechen. Y, si no (como es mi caso)... ¡qué útil me habría resultado una guía o una pequeña introducción al mundo de este autor!
Es cierto que su obra describe una concepción del mundo especial. Su forma de ver las cosas, de entender las relaciones humanas y de plasmar (a escondidas) sus (seguro) muchos traumas y dudas personales en el papel, son dignas de alabanza. Pero no creo que para un simple lector sea fácil acometer su obra.

* Soy de las que opinan que la literatura no es sólo lo que se escribe, si bien la palabra literatura engloba muchos tipos de escritura: la literatura médica, la literatura filosófica, etc.


En el artículo “¿Era kafkiano el señor Kafka?” de SIMÓN BRAINSKY L., he podido leer cosas verdaderamente interesantes sobre la vida de Kafka y sobre la interpretación de sus libros.

El autor del libro que nos ocupa hoy (pág. 39), en el capítulo "El arte de escribir", nos muestra que para Kafka la literatura es destino. Como en el psicoanálisis, ubicada cada disciplina en sus dimensiones, la literatura se ocupa de encontrar un sentido a lo que Camus y otros autores existencialistas llaman el Absurdo: el diálogo del hombre con el silencio del universo. El psicoanalista recorre, en su calidad de creador artesanal, un camino más laborioso e indirecto, en tanto que el artista, como nos lo enseñara Freud, tiene un acceso casi directo a su propio inconsciente, privilegio por el cual y con frecuencia paga un alto precio en cuanto al ardor que lo consume.

Tal y como lo describe De Francisco, en su estudio sobre El castillo, los caminos que llevan hacia Klamm están diseñados de forma tal que el agrimensor K. jamás tendrá acceso al jefe-padre. Sólo puede verlo desde lejos. Subraya tres mundos: el del camino, el del castillo mismo y el de la aldea y las gentes despreocupadas que la habitan. En todos, el agrimensor K. es el alienado, el otro, el extraño, el judío. Los sistemas y los trámites burocráticos, impersonales, crueles y destinados a perpetuarse a sí mismos y a exterminar y anular al Otro, no se habían sistematizado aún en vida de Kafka. La existencia del hombre será un error que hay que arreglar (los nazis intentaron corregirlo hasta el extremo mismo de lo diabólico), como lo es el nombramiento del agrimensor.

La relación se estropeó después de una reunión de las dos familias, pero tres años después se reanudó cuando Kafka enfermó de tuberculosis. Por otra parte, consideraba el matrimonio como incompatible con la creatividad literaria y había además un fracaso serio en la identificación con el padre que le impedía fundar un nuevo hogar.Poco después de la ruptura con Felice, Kafka escribió El proceso. Joseph K, el héroe, nunca sabrá porqué es juzgado, humillado y finalmente muerto a cuchilladas. Sólo lo sobrevivirá su propia vergüenza. Muere, como lo dice De Francisco, como un mártir del sinsentido.