lunes, 5 de enero de 2009

El arte de las muñecas


Creo que voy a acabar siendo una aficionada de las muñecas de mayor más que de pequeña...

De pequeña sólo tuve una Barbie (de profesión bailarina de ballet), de aquellas primeras que venían con el brazo estirado y que no parecían robots. Además, aquéllas traían sus braguitas de tela, no las tenían pintadas.
También tuve una Nenuco, aunque creo que este tipo de juguete no se puede considerar “muñeca”, sino más bien “muñeco”. La gracia está en darles de comer, sacarles a pasear y, en definitiva, tratarles como a bebés. La protagonista eres tú cuando juegas, no la muñeca. En cambio, jugar con Barbie o con Nancy significaba vestirse (no vestirla) para ir al trabajo, marcharse (no llevarla) de vacaciones, etc.


Después heredaría una Nancy y un montón de Barriguitas, pero me quedaban pocos años en los que pudiese aceptar delante del resto de la clase que jugaba con muñecas.

Por eso me parece tan curioso lo de las muñecas: primero juegas con ellas, después las rechazas y con el tiempo vuelves a ellas por nostalgia o coleccionismo.

Pero las muñecas (como los niños, por otro lado), se pueden ver de dos formas bien distintas, cosa de la que se ha hecho eco el cine en muchas ocasiones:
- Son inocentes, adorables y enternecen.
- Pueden ser tétricos y producir miedo.

Creo que la segunda visión que tenemos en ocasiones de los niños no es inherente a su naturaleza. Pero hay algo que nos hace asustarnos más de aquello que tiene una apariencia frágil o cándida que de aquello que de entrada tomamos como peligroso. En muchas películas de miedo, la imagen de un niño que simplemente camina, sin hablar, puede llegar a producir terror. Si se coloca a un niño solo (no necesita ser un fantasma ni nada por el estilo), la música y la iluminación hacen el resto.

No sé si existen muñecas realmente lúgubres o si es el cine el que ha proyectado esa visión en ellas. Pero una muñeca rota o una muñeca de porcelana antigua en un desván ya nos ponen en situación... y nos preparan para lo peor...
No en vano, hace un tiempo pasamos un fin de semana en una casita de la sierra (con una pequeña cuadra que hacía las veces de garaje, una cocina de chimenea y un pajar) y lo primero que hice fue cerrar (¡yo diría que clausurar!) la habitación en la que había unas cuatro o cinco muñecas antiguas sobre una cama. Sólo eran Nenucos viejos, pero vestidos con trajecitos de ganchillo y gorros de bebé hechos por alguna abuela. ¡Me daban escalofríos!
¿Será porque se trata de un muñeco viejo? ¿Será porque lo han vestido con la ropa de un bebé?


Visto esto, también es interesante prestar atención al hecho de que algunas empresas se han dado cuenta de este filón (el del terror) y han encontrado un nicho de mercado más que jugoso: el de los jóvenes (y a veces no tan jóvenes) góticos.
Hablo, por ejemplo, de las Living Dead Dolls.
Las venden en ataúdes a medida y suelen ser pálidas y desgreñadas (otras representan directamente a personajes de películas de terror). Algunas de ellas presentan el cráneo abierto o un arma clavada en alguna parte de su cuerpo cubierto de sangre, rozando algunas de ellas casi lo gore. No obstante, los rostros de estas muñecas no dejan de ser rostros suaves, redondeados, con boquitas de piñón y ojos grandes: es una caricaturización del terror (pero que, en algunos modelos, a algunas aprensivas como yo nos produce cierto asquito).

También hay que decir que, si bien “la vuelta a las muñecas” en un primer momento podía producirse por la nostalgia, ahora tenemos el coleccionismo.
Sacar del trastero la vieja Nancy o comprarse una Barriguitas por el recuerdo de aquella bañera de Barriguitas en las que las negritas, chinitas y blanquitas se bañaban todas juntas sigue teniendo su encanto.
Pero todas (sin excepción) se han subido al carro del coleccionismo.
No son sólo las muñecas que se crean a este efecto por su estudiada estética, sino todas las muñecas que conozco desde niña. Aunque es cierto que en su momento también podían coleccionarse, puesto que el coleccionismo es fan de recoger todo aquello que se pueda guardar, creo que muchas reediciones (de las profesiones de Barbie, de las Nancy del mundo, etc.), las colecciones semanales (como las sesenta Barriguitas que llegué a tener y que, por falta de espacio, doné a un colegio) y nuevas series se crean única y exclusivamente para este fin.
De hecho, hubo una colección de trajes del mundo para Barbie que mi madre le regaló a mi hermana y que, al ver mi madre que quedaban esparcidos los vestiditos entre coches, caballos, teteras y otros juguetes casi le dan los siete males. ¿Los regalaba mi madre con la verdadera intención de que mi hermana jugara con ellos? ¿Esperaba que no los pintara, que no los rompiera? ¿Preparó Mattel estos vestidos para una niña de siete años o para una adulta? Porque yo, si fuese Barbie mi muñeca preferida, los habría adorado (los vestidos eran preciosos y muy detallados, como un abrigo de Rusia que venía en la mini colección).


El coleccionismo (en general y de objetos grandes en particular) tiene muchos problemas. Y creo que los dos más graves son el gusto y el espacio.
Hubo un especial de Nochebuena o Nochevieja de Martes y Trece en el que hacían una parodia de las colecciones semanales de los kioskos. Llegaban a coleccionar pinzas de la ropa del mundo o algo así... Sin duda, este ejemplo ilustra de sobra...
Si uno colecciona sellos, quizá con una estantería tendrá suficiente. Pero si uno colecciona maquetas de barco o, como decía antes, muñecas, ¿dónde las guarda?
Además, si uno colecciona las susodichas pinzas de la ropa, ¿no dudarán las visitas de que el expositor de cristal de la entrada, lleno de pinzas de plástico y de madera, es una soberana horterada? Y lo de pinzas de la ropa es por no herir los sentimientos de nadie, porque por norma general el coleccionismo, sea cual sea, siempre encontrará sus detractores.
¿No será el coleccionismo un eufemismo cuando realmente hablamos del síndrome de Diógenes? Si no, véase de qué puede servir coleccionar etiquetas, bolsas de plástico y cosas parecidas (cosas que yo misma he coleccionado y que con el paso de los años, por parecerme una pérdida de espacio absurda, he mandado al cubo de la basura).


No obstante, podría empezar a coleccionar muñecas gustosamente (u horteramente, según quien lo mire) porque, si el problema es el espacio, no me importaría tener mi muñequita y comprarle cien vestidos.

Hace unos años, empecé a ver ciertas muñecas en anuncios y ropa. Por ejemplo, en un viejo anuncio de Sony de un mp3 o en unos bolsos que vendían en una tienda de mi pueblo.
Desgraciadamente, no encuentro en Internet una imagen de aquel anuncio. Sé que lo recorté de la revista y me lo guardé (aquella carpeta llena de recortes de revistas terminó vacía – el contenido en el cubo de la basura – pero vuelve a llenarse preocupantemente...).
Uno de los bolsos finalmente fue mío. Me lo regaló mi madre. ¿Va a ser que es mi madre la que no se atreve a comprar muñecas?

Pues bien, con el paso del tiempo empecé a ver esas muñecas tan bonitas en más y más sitios. Sobre todo en páginas web y blogs de gente que, como yo, adora lo kawaii (las cosas monas).

Una vez, comentó una compañera de clase que por fin le iba a llegar la cabeza de su no-sé-que-nombre-tenía (pongamos Miguelita). Al fin iba a tener la cabeza de Miguelita para seguir creando su muñeca. Ni qué decir que no tenía ni idea de lo que hablaba... Un día entré en una página que tenía en la que iba subiendo fotos de las muñecas que tenía: en el escritorio, en el teléfono, en la terraza... Me pareció bastante curioso, aunque no eran exactamente esas las muñecas que a mí me gustaban.


Sería en noviembre de 2007, en el ExpoManga o Salón del Manga (no recuerdo bien los nombres de este tipo de festivales) de Barcelona al que fuimos, cuando vi una exposición de fotografías de muñecas. Había muñecas de distintos tipos, pero todas tenían una característica común: su dueña las había configurado de forma única. Había en la salita una caja para que votásemos nuestra muñeca preferida, y yo voté a una con una larga melena blanca y una vestimenta que me recordaba al gato de Alicia en el País de las Maravillas.

Y, sin saber cómo, trasteando por Internet he encontrado finalmente el nombre de las famosas muñecas: Blythe (en Japón, ブライス, bu-ra-i-su).


Las muñecas Blythe, salieron a la venta en el año 1972 de mano de la empresa de juguetes Kenner (empresa estadounidense ya desaparecida).
Al parecer, los diseños se inspiraron en un primer momento en la obra de Margaret Keane, como muchas otras muñecas del momento, y se caracterizaban, sobre todo, por los ojos extremadamente grandes. El diseño fue llevado a cabo por los estudios Marvin Glass & associates.
Aparte de su tamaño, otra característica de los ojos de las Blythe es el color (los hay verdes, azules, rosas y naranjas) y que se pueden cerrar (como los de Nancy o Nenuco).
A las primeras Blythe, las de 1972, se les podía cambiar el color de los ojos con un simple hilo a modo de tirador (a este hilo se le llamaba “pullstring”). Las Blythe modernas tienen un color de ojo fijo y, si se quiere cambiar, es necesario cambiar la pieza (“eyechip”).

Sin embargo, el cambio de color, que podría haber supuesto una ventaja competitiva frente a otras muñecas, no gustó a las niñas estadounidenses. Al parecer, les asustaba que tirando de un hilito de la parte trasera de la cabeza la muñeca cambiase sus ojos. Y no menos les asustaba el tamaño desproporcionado de la cabeza de la muñeca (es curioso pensar en las actuales Bratz y su enorme éxito, que ha copiado Mattel creando las My Scene).
Así, las Blythe sólo se fabricaron durante un año.

Tendrían que pasar treinta años para llegar al boom actual de las Blythe. Y, como suele suceder, son las casualidades las que impulsan este tipo de bombazos.


Todo comenzaría (o recomenzaría, más bien) en el año 1997, cuando la productora y fotógrafa Gina Garan recibió de un amigo una Blythe original. Para su amigo, la muñeca se parecía a ella. Garan utilizó la muñeca como modelo para unas fotos y debió de gustarle, ya que a partir de entonces tomó la costumbre de llevarla con ella allá donde iba. Así, empezó a fotografiarla en diferentes lugares y en diferentes posiciones.

En diciembre de 1999, durante la inauguración de una exposición de la CWC (Cross World Connections, una agencia creativa) en el Soho neoyorquino, Garan mostró algunas de sus fotos a Junko Wong.
Wong se percató de las posibilidades de mercado de las Blythe en Japón y utilizó las imágenes en una presentación para Parco, un centro comercial japonés que se encontraba entre sus clientes.
La muñeca Blythe se convirtió en la “chica” de Parco para su campaña de Navidad del año 2000. Y, después, sería la protagonista de un anuncio de quince segundas que proyectaría su imagen a escala nacional.

De repente, las Blythe a las que sólo prestaban atención algunos coleccionistas muy especializados subieron su cotización en eBay como la espuma. Las Blythe originales que en EE.UU. costaban alrededor de 35 dólares subieron hasta los 350 dólares. Los ejemplares mejor conservados podían llegar hasta los mil dólares.


Las muñecas Blythe continuarían siendo la imagen de Parco hasta el verano de 2001.
Hubo de hecho una edición limitada de 1000 muñecas (“The Parco Limited Edition”). Se agotaron en menos de una hora...

En junio de 2001, tras la cesión de derechos de la estadounidense Hasbro (que tenía, tras varias compras, los derechos de las Blythe) a la japonesa Takara, las Neo Blythe salieron al mercado con un nuevo diseño de CWC inspirado en las vintage Blythe. El lanzamiento sería acompañado por una exposición de las fotos de Gina Garan.
Estas nuevas muñecas serían utilizadas de nuevo por Parco con fines publicitarios, lo que las acabó de lanzar a la fama no sólo en Japón, sino también en EE.UU.

Ya hay más de cincuenta Neo Blythe (muñecas de 30 cm.) e incluso se han creado las Petite Blythe (muñecas de 11 cm.), pequeñas muñecas que sirven de llavero. Sobra decir que el diseño de estas muñecas ha servido para todo tipo de productos (camisetas, cuadernos...).
Las muñecas han sido protagonistas de galas benéficas y exposiciones y son vestidas por diseñadores de alta costura.

Pero lo que a mí me resulta más interesante de estas muñecas no es sólo la variedad que hay y lo bonitas que son, sino la capacidad de sus seguidores de crear nuevos modelos o de personalizar los existentes.


Como decía más arriba, se pueden cambiar, por ejemplo, los ojos de la muñeca. En la parte trasera de la cabeza (de los modelos más modernos), se desatornilla la pieza y se pueden quitar los ojos y poner unos nuevos (rosas, azules...). Pero se les puede cambiar el pelo, maquillar en otro tono, poner gafas... Hay en la red multitud de foros y blogs de seguidores de estas muñecas. Aparte del coleccionismo, en este caso hay una vertiente creativa de diseño y modificación nada desdeñable.



Si tuviese las habilidades necesarias, no dudaría en crear una muñeca a mi gusto comprando piezas y aprendiendo a montarla y pintarla. Pero como no es ese el caso, tendría que comprar las muñecas creadas por otras personas (aunque dudo que alguien que dedica semejante tiempo a esto se pueda desprender después de su obra) o de venta en varias tiendas de internet.

Si se quiere aprender más sobre la creación de las muñecas y la compra de las mismas, recomiendo visitar la página “KAWAIIDOLLS”. En ella hay todo tipo de recomendaciones y, además, está en castellano.
En la página de Gina Garan también se pueden comprar.

Otros enlaces:
Entrevista con Junko Wong.
Sobre los distintos tipos (BL, EBL, SBL y RBL) y ediciones de las Neo Blythe, toda la información en Wikipedia.
Otras páginas aquí, aquí y aquí.

Creo que si no puedo permitirme una Blythe (ya no sólo por el espacio, sino también por la compañía, que no a todo el mundo le gustan estas muñecas y “algunos” siguen teniéndoles miedo), sí que me compraré algún libro de fotografías.

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