viernes, 20 de febrero de 2009

Introducción, nudo y desenlace


Esas son las partes básicas de las que consta un relato. Una pequeña presentación, para conocer la situación y los personajes. Después, una parte bastante más larga en la que se explican las relaciones entre los personajes, los temas de los que trata la obra, los problemas a los que los personajes se enfrentan... Y, finalmente, un desenlace: la solución del problema planteado o la conclusión sobre las preguntas formuladas.

Y esas son las partes que encontramos también en "La muchacha de las bragas de oro".
El año pasado, vistas a la lista de Reyes que tenía que preparar, me fue de ayuda la noticia del Premio Cervantes. El ganador de 2008 era Juan Marsé.
Lo sé: soy una inculta, no sabía quién era. En las clases de Literatura (como en las de Historia) no se suele llegar más allá de la Guerra Civil en el temario. Eso hace que muchos de nosotros tengamos un conocimiento parcial de la literatura de nuestro país cuando, de entrada, nuestro conocimiento se ve bastante reducido ya de por sí porque en los libros de texto hay una selección de todo lo que podemos estudiar, porque algunos dejan de lado la literatura cuando eligen otras materias y porque, en definitiva, lo que uno conoce muchas veces es lo que cae en sus manos. Por eso conocía a otros escritores y no a Juan Marsé.

Juan Marsé recibió el Premio Cervantes "por su decidida vocación por la escritura y por su capacidad para reflejar la España de la posguerra".

Ganador del "Premio Planeta" en 1978 con "La muchacha de las bragas de oro", del Premio Juan Rulfo en 1997, del Premio Internacional de Literatura Romance de la Unión Latina en 1998 y del Premio Nacional de Narrativa en 2001 entre otros... Hice mi elección.

Volviendo a la estructura de una novela, en este caso, a pesar de ser una novela muy buena, yo llamaría a sus partes: “introducción”, “aburrimiento” y “bomba”. No tan radicalmente, pero básicamente esas fueron las sensaciones que me produjo. Y, como cabe esperar, me centraré especialmente en el final de la obra, de modo que, si alguien quiere leerla, esta entrada no es recomendable en absoluto...

La introducción es una introducción al uso. Se nos presenta a un hombre, viudo, escritor, redactando sus memorias en una antigua casa en la que vive solo como un ermitaño. Se nos presenta a la muchacha, veinteañera, alocada, porrera, visitando a su tío como “castigo” (su madre la obliga a trabajar en una entrevista a su tío para intentar que se centre y deje su vida ibicenca). Se nos presenta un pueblo pueblo, cerrado, como todos esos pueblos donde la gente pasea con las manos en los bolsillos y, aburrida de sus propios zapatos, levanta la vista del suelo para mirar al vecino (no más allá, no vaya a ser que uno encuentre algo interesante no digo ya en el extranjero, sino en el pueblo vecino...).
Se nos presentan, bastante linealmente, el protagonista, su pueblo y su sobrina. Y, si se ha leído la contraportada del libro o algún pequeño artículo sobre la novela, se sabe (no sólo se intuye) la relación que puede desencadenarse entre los dos personajes.
La verdad es que la introducción me parece de una extensión adecuada: no se hace pesada pero tampoco se presenta a los personajes deprisa y corriendo.

El nudo... A veces sí que se hace un nudo, sobre todo cuando se acerca al clímax de la novela.

Me sorprendió mucho leer una novela cuyo protagonista es un ex militante franquista. Tiene que haber muchos libros y películas con militantes y combatientes franquistas, pero yo hasta ahora no me había topado con uno de ellos. Lo más habitual es ver estrenos de películas sobre la guerra y la posguerra con republicanos como protagonistas. A menudo me pregunto cómo se sienten los del otro lado. “Lados” que, por otra parte, parecen a menudo difusos. Y “lados” que, según quien hable, es mejor no mentar.

En el libro vemos cómo Luys Forest, el protagonista, escribe sus memorias o lo que realmente quiere sacar a la luz de sus recuerdos. Unas veces glorificando el pasado y otras quitándole importancia. Unas veces enfadándose por lo pasado y otras divirtiéndose o incluso riéndose (de los demás personajes, en muchos casos).
Multitud de personajes asoman entre sus páginas mecanografiadas (y anotadas al margen por su sobrina): Soledad Montey, Mariana Montey, Germán Barrachina, José María (Chema) Tey, Lali Vera. Y todos ellos maravillosamente descritos, más que nada, por sus acciones y actitudes ante la vida. Poca descripción física, como a mí me gusta, para dar fuerza a los personajes con su carácter. La enfermedad de Sole o la inestabilidad de Mariana (madre) pueden ser más importantes que su pelo, sus ojos, su ropa...
Pero lo que más me maravilló del libro fue la facilidad con la que Marsé cambiaba de narrador en tercera persona a leer lo que Forest había escrito. Cuando avanza más la novela, es más evidente que leemos trozos de las memorias de Forest. El ritmo está completamente marcado por el día, la noche y el trabajo: de día, Mariana (sobrina) duerme y su tío trabaja; cuando se ha puesto el sol, los dos hablan sobre las memorias, los apuntes que hay que hacerles y Mariana hace algunas preguntas para su entrevista; durante la noche, él duerme y ella trabaja, pasando a limpio las memorias de su tío. Pero no sólo eso: empiezan a aparecer en la novela numeraciones de los capítulos que escribe Forest, de modo que no hay lugar a equivocaciones. Pero eso me lleva a preguntarme: ¿por qué Marsé, que había conseguido con una maestría admirable cambiar de un tipo de narración a otra sin que el lector se pierda, cambia a un ritmo mucho más repetitivo? ¿Por qué se empeña en aclarar lo que ya está claro? Es, como decía Augusto Pérez (“Niebla”), llamar al lector tonto “subrayando” y poniéndole “letra negrita”. Como técnica narrativa, el cambio de narrador sin previo aviso (cambiando de repente los posesivos: “su mujer” por “mi mujer”, por ejemplo) para mí es uno de los puntos más destacables de esta novela.
Pero también hubo cosas que no me gustaron. Y fueron, principalmente, dos:
- El personaje de Mariana (la muchacha de las bragas de oro)
- La relación sensual-pornográfica que se establece entre los dos protagonistas.

Antes de leer la obra (cuando tuve que decidir qué leer de Marsé), me enteré de que la habían tachado de “pornográfica” por su contenido. Sin embargo, otros se apresuraban a desmentirlo... Quizá no es pornográfica en el sentido que hoy le damos a la palabra (aunque se vean teta, culo y lo que no es culo sin parar), pero sí es cierto que en algunos momentos el lenguaje es sorprendentemente vulgar. Y no es esa sorpresa una sorpresa agradable, sino una sorpresa de verdad, de esas de “¿a qué viene esto ahora?”. Y ahí entra Mariana.

No me gusta Mariana por su desparpajo, por su personalidad apabullante y extrovertida. ¿Qué le vamos a hacer? Yo soy así, cada uno tiene sus compatibilidades e incompatibilidades de carácter.
Sin embargo, por lo que no me gusta literariamente es por su exageración. Es cierto que hay gente vulgar, que hay gente arrolladora, que hay gente encantadora, que hay gente promiscua... Hay gente de miles de formas y colores, pero parece que Mariana es Todo. Y, sinceramente, es un poco grotesco.
Mariana llega a la casa de su tío con su pareja, Elmyr. Es digamos, un tipo de pareja estable que deja de serlo con la misma facilidad que parece que lo empezó a ser. Y, en el tiempo que Mariana pasa en casa de su tío, pasea por la casa en bragas, tira (deja caer, dice el autor, pero nadie “deja caer” las cosas) vajilla que no es suya al suelo, deja todo hecho un estercolero y no le importa que el perro se coma un bicho destripado debajo de su cama. Al mismo tiempo, Mariana tiene un pelo precioso, pecas, unas piernas bonitas... y las tetas al aire cuando entrevista a su tío. Me parece un despropósito y poco creíble, la verdad. Pero pase. Es alrededor de este personaje que veo tres cosas que no sabes por dónde coger cuando lees la novela y que te dejan cara de “¿ein?”:
- El novio resulta ser una chica. ¿Por qué lo ocultaban? ¿Por qué ella se lía con quien quiere pero a él/ella no se lo permiten? (ni siquiera me queda claro si en la novela le trataban de él o ella). Pero pase.
- Sabe rollos amorosos de su madre. Sabe de sus borracheras, de con quién se acostaba y con quién no y hasta dónde se folló su tía a su tío por primera vez.
- Usa un vocabulario absolutamente soez en medio de parrafadas sobre historia o temas familiares.
Me parece para reírse el personaje. ¿De verdad hay alguien así? ¿Alguien podría presentárseme y decirme: “cuando leí sobre Mariana, me pregunté si alguien me había observado a mí a través de una cámara secreta”?
Si ya me parecía fuera de lugar que Mariana entrevistase a su tío con las tetas al aire, más me parece fuera de lugar la pregunta “¿Te hago una paja?” en medio de una entrevista.
Como decía al principio, hay muchos indicios que nos hacen intuir que entre los dos protagonistas se va a desarrollar una relación más que familiar. Como la propia Mariana dice en una carta que escribe a su amiga Flora, su tío le atrae desde niña, aunque a estas alturas no pueda conseguir más que un “magreo de viejo”.
Como es de esperar, acabará saliéndose con la suya.

Y, ¿no ocurre a veces que un autor utiliza una expresión que nos saca de quicio? Puede parecer una expresión magnífica para utilizar en una novela (como esas frases o ideas que apunto en mi cuadernito de Maitena y que luego no sé cómo colocar en un relato), pero a algunas personas les sacará de sus casillas. Mi expresión en esta novela fue “husmear corrupciones”. El perro “husmeaba corrupciones”, el viejo “husmeaba corrupciones”... ¿El perro olía lo podrido y el viejo qué? Además de enervarme, creo que se repetía más de una vez.

Respecto al final de la obra (repito que voy a contar absolutamente todo lo que sucede en la novela), ahí sí encuentro una brillantez exquisita, tanto en el hilo que sigue el argumento y que se enreda y desenreda magistralmente, como en las imágenes de cuadro que se nos presentan.

Luys Forest, que reinventa su pasado, cuenta entre sus memorias historias grandiosas. Como la marca que queda en la fachada de su casa (por poner un ejemplo), que, según él, es fruto de una bala con la que atravesó la mano de un vecino. Pero, más tarde, le confiesa a Mariana que no es cierto: tan sólo es la varilla de un paraguas que fue disparada por un niño a modo de flecha. Necesitaba de ese tipo de historias para amenizar su relato...
Luys Forest también cuenta, por ejemplo, la solemnidad con que se afeitó para siempre el bigote cuando murió su padre (alterando fechas y contexto). Hasta inventa el color del mango de la navaja con que se afeitó.
Pero a Mariana nada de esto le cuadra... El ama de llaves de su tío le cuenta también historias sobre el disparo que se llevó aquel vecino por soltar improperios acerca del régimen. Fue por sus palabras por lo el vecino acabó en la cárcel (por años y años...) y no su tío, que realmente era quien disparaba un arma contra otro.
Cuando empieza a cobrar un ritmo trepidante la narración es cuando Forest descubre en su casa cartas, cuadros (como el retrato de su mujer que en su imaginación hizo Chema) y hasta la navaja que él había utilizado para hacer menos aburrida su obra.
Llega a inventarse y a convencerse de que su mujer y Chema tuvieron una aventura y, sin saber cómo, se da cuenta de que no inventa, sino que descubre (¡o incluso recuerda!) que tal aventura existió.
También resulta que Forest había consultado a un señor mayor, médico de profesión, que vivía en el pueblo. Para dar verosimilitud a la enfermedad que quería que tuviera su mujer (que realmente sí que estuvo enferma, aunque él creyera no saber de qué), le pidió que le hablase de enfermedades y medicamentos que a él le cuadraban con los síntomas de su mujer. Y, de repente, el perro empezó llevaba entre sus fauces las cajas de los medicamentos que él mismo había prescrito, en su novelar, a su mujer...

Cuando, al continuar leyendo, se descubre que el Pau, el jardinero que trabaja en la casa del médico, es aquel hombre al que Forest disparó... Todo cobra sentido.
Parece ser que Forest no imaginaba, sino que recordaba. Parece ser que el Pau le tiene rencor y le está haciendo padecer lo que casi se convierte en locura: todo lo que Forest escribía como ficción y que sólo su sobrina conocía aparece ante sus ojos. El culpa a su sobrina por gamberra, pero está equivocado...
Y, en otro giro de tuerca, el autor saca de su error al lector... Tampoco el Pau le está tomando el pelo a Forest: es su memoria la que le está jugando una mala pasada. Y todo aquello que inventaba era cierto...

Por último, las imágenes que embellecen una novela sin ilustraciones.
“PERRO IMAGINARIO Y NIÑO”
“HOMBRE LLORANDO EN EL SUELO”
¿No parecen los títulos de afamadas obras pictóricas?

Es conmovedora la imagen de David, el niño que pasea una correa de perro por la playa. Al no poder tener un perro de verdad, se contenta con pasear al que él imagina atado de su correa y llevarlo de paseo diariamente en los horarios fijados.
Elmyr enviará a Mariana una foto del niño con su perro para que se la regale a David.

Y el hombre, el escritor, el sabio, sollozando en el suelo, en posición fetal, con un arma pendiendo de su mano inerte...
Después de un diluvio nocturno, de que se cortase la luz durante la noche; después de que el viejo deambulase a oscuras por la casa, sin saber distinguir el jardín delantero del trasero, pensando que su frente rozaba unas bragas doradas que su sobrina habría dejado colgando de una barandilla o de una rama... Después de una noche de desconcierto de un fuerte simbolismo (a mí me recuerda, en cierto modo, a la escena al diluvio previa invasión de hormigas en “Cien años de soledad”), aparece Mariana madre y le redescubre a su cuñado otra verdad.
Que aquella noche que inventó, en la que en lugar de acostarse con una prostituta (la bailarina convertida, Lali Vera) se acostaba con su cuñada, no la había inventado realmente... Que la hija que Barrachina creía suya no lo era. Y que la sobrina política que Forest tenía no lo era tampoco. Hacía veinte años, Forest había engendrado a la hija con la que cometería el terrible pecado del incesto.
Y, en lo que parece un último reto a su memoria, Forest busca el arma que inventó haber guardado en un cajón, aún cargada. Y allí estaba.
Pero las apariencias no son nunca lo que parecen y al destino le gusta bromear.
Su sobrina nunca tuvo bragas doradas, sino que tomaba el sol con unos vaqueros que tan sólo tenían perneras. El arma siempre estuvo cargada, pero en el momento preciso de suicidarse se encasquilló.Bonito retrato de una familia, cuando las dos Marianas entran en la habitación y encuentran a Luys Forest sollozando, en el suelo, castigado sin poder matarse.

Sobre Juan Marsé y su novela.
Sobre Juan Marsé en Wikipedia.
Sobre Juan Marsé y la tierra.


Sé que se ha hecho una película basada en esta novela.Pero no sé si realmente quiero verla. Ni siquiera a Marsé le gusta (y, por lo que he leído, piensa que la mayoría de las películas que se han hecho basándose en sus novelas son malas...). Tanta pechuga al descubierto, tanta manguera en el jardín (de las dos mangueras, sí...)... La verdad es que el alto contenido sexual de la novela se ve mitigado por el tiempo dedicado a las memorias y a la historia familiar. Si en la película han tirado de lo primero “para ganar audiencia” (sexo suave = reclamo hollywoodiense; sexo sin remilgoso = “en España siempre se hace lo mismo”), quizá es eso lo que falla. Aunque para hacer esta otra crítica habría que ver la peli, por supuesto.