martes, 30 de junio de 2009

Soba frito al estilo ibérico y tôfu con jamón

Hoy voy a volver a los “temas japoneses”.
Me gustaría hablar, en este caso, de la gastronomía. Me encanta comer y me gusta probar cosas nuevas, así que en cuanto empecé a ver los cartelitos de “cocina asiática” o “cocina japonesa”, no dudé salir un poco del típico restaurante chino (“El X feliz” y “El X de Pekín”).
Para mi sorpresa, después de estudiar japonés y cultura japonesa me daría cuenta de que muchos japoneses en los que había estado eran realmente pseudo-japoneses en los que los platos que se servían no eran auténticas recetas japonesas. Como les pasa a la gran mayoría de restaurantes chinos que conozco, las recetas no son realmente chinas, sino que son recetas de una región determinada del país que luego se transforman al gusto del paladar español (no lo sé por mi experiencia empírica, sino por la de una amiga que ha estado tres años viviendo en China).
Yo no soy de esas que rechazan un restaurante japonés porque lo regenten unos dueños chinos o porque la comida la sirvan camareros chinos. Un restaurante japonés, para mí, es aquel en el que puedo comer comida japonesa cocinada de la forma que se cocina en Japón. Y me parece especialmente valioso si en la carta hay algo más que sushi (pescado crudo con arroz) y sashimi (pescado crudo).

Muchas personas se niegan a comer comida japonesa porque “no les gusta el pescado crudo”.
Para empezar, la comida japonesa no es sólo pescado crudo, pero nadie se ha molestado en dar otra imagen de ella (por ejemplo, en España tenemos una dieta a base de paella, jamón y tortilla de patata). Un plato de udon (fideos largos y gruesos) casero se asemeja bastante a un cocido, con el olor fuerte y el color anaranjado (¿grasiento?) del caldito.
Y, para seguir, hay mucha gente que no se da cuenta de la cantidad de pescado crudo que puede comer. Por ejemplo, los boquerones en vinagre, aunque estén marinados, no están cocinados (ni hervidos, ni asados, ni fritos, ni salteados, ni a la plancha, ni guisados). Y qué decir de los moluscos (como las ostras o la concha fina) que se comen crudos (¡y vivos!) rociados con un sencillo chorrito de limón. Que no se extrañen después si a muchos extranjeros les tira para atrás probar una pata de cerdo que se ha dejado secar en una bodega...

En Semana Santa vinieron unos primos (¡parece que sean unos primos al estilo de Stitch!) y decidimos ir un día a un japonés (habíamos ido a un donner kebap, a un asador, de tapas...).
Elegí el restaurante Nippon (Los Madrazo 18, Madrid). Me había dicho una compañera que los domingos hacen un 50% de descuento en los platos (no en las bebidas ni los postres) y, cuando hice la reserva (lógicamente, los domingos se llena), me dieron la opción de reservar una mesa al estilo japonés. Así que ni lo dudé: nos descalzaríamos para comer. También me explicaron por teléfono que el 50% no se aplicaba a todos los precios de la carta: creo recordar que no eran aplicables a los platos de atún ni al sashimi.
En este caso, había una persona que nunca había probado la comida japonesa. ¿Qué pedir para que no se quedara con la sensación “del pescado crudo”? Por supuesto, pedimos un sushi moriawase (selección de sushi, incluyendo sushimaki) porque a los otros tres nos gustaba y no se quedaría en la mesa. Pedimos ramen (¡me encantan estos fideos y casi nunca falla!) y gyoza, así como tempura (rebozado) variado. Las empanadillas gyoza son de los platos que más me gustan de la comida japonesa y a casi todo el mundo le gusta. Así que nadie se quedó con hambre. Luego nos quedó una espinita por no haber pedido los California maki así que los añadimos al pedido y nos los comimos también. De postre, helado. Y esta vez nada de helados de té verde ni de anko (judías dulces, que realmente son las judías pintas de nuestros guisos más tradicionales). Recomiendo tomar una bola de mandarina y una de manzana; no son sabores habituales para los helados pero están muy logrados (por algún motivo, en la carta aparecen anunciados como “sorbete”).
Me gustó mucho la experiencia del Nippon. Es un restaurante precioso. Me volvió loca el baño y todos quedamos encantados con la mesa japonesa. No es el tipo de mesa en la que tienes que sentarte arrodillado (con el consecuente dolor de piernas y la impresión de no poder volver a estirarlas nunca más), sino que te sientas normal porque hay un agujero en el suelo en el que te sientas; desde arriba, parece que la mesa está a veinte centímetros del suelo. Me gustó también cómo las camareras servían los platos “al estilo geisha”, descalzándose antes de entrar a la zona entarimada, arrodillándose y arrastrándose hasta la mesa con la bandeja en la mano. Muy de película de
Yasujirô Ozu.
Además, con el descuento, el precio es bastante razonable. Sin descuento, lo siento pero mi bolsillo no podría estirarse lo suficiente... Quizá para una celebración romántica.

Para mí ha sido bastante importante comprobar con mis compañeras cuáles son los restaurantes de Madrid con verdadera cocina japonesa.
Por suerte, la elección que hice la primera vez que comí en un japonés con mi chico acerté. Fuimos a Janatomo (Reina 27, Madrid). Pero esto fue hace diez años y no he vuelto a comer allí... Por eso, no puedo comentar mucho. Cuando nosotros fuimos, había un menú degustación bastante bueno que incluía sopa de miso, un plato principal y un bol de arroz blanco. El menú era bastante económico y por eso, en mis tiempos de instituto me lo pude permitir. No sé cómo estará ahora, pero si la gente sigue dando buenas opiniones en la red y mis compañeras creen que es bueno, entonces creo que no habrá cambiado mucho.

Otro restaurante recomendado por mis compañeras y muy utilizado en mi oficina es
Daikichi (Reina 31, Madrid). Los precios no son excesivos y la comida es buena.
Hemos hecho allí algunas cenas de empresa, nos han traído obentô (comida para llevar, servida en cajitas) a la oficina (tanto del individual como para picar) y no he perdido ocasión de ir, en este caso, con mi chico y también con mi madre. También hacen descuento los domingos. En este caso, del 30% (pero no recuerdo si las bebidas están incluidas en el descuento).
Siempre que he ido he pedido el menú japonés para dos personas (en su web está colgada la carta y los menús, así que se puede pensar y estudiar tranquilamente en casa lo que se quiere).
En primer lugar sirven unos entrantes para picar, todos ellos fríos (que nadie piense en raciones, sino más bien en la bandejita de aceitunas del bar): hijiki (algas cocida), goma-ae (espinacas cocidas con salsa de sésamo), maguro-kakuni (atún cocido, ¡me encanta!) y gyu-tataki (solomillo de ternera poco asado con salsa ponsu, muy bueno también).
Después viene la sopa de miso, el tempura (de langostinos, pescado y verduras variadas) y una selección de sushi y sashimi. Está incluido el postre, que será helado de té verde o anko (por eso lo comentaba antes...) o un café o té.
Con mi chico he ido dos veces y, aparte del menú, probamos en una ocasión el California maki y en otra la anguila asada.
El California maki me parece el más rico de todos los maki (sushi en forma de rollo) pues, en lugar de utilizar alga nori para envolverlo (no soy fan del alga nori, aunque tampoco me disgusta) se utiliza sésamo o tobiko, que son huevas de pez volador. Lo prefiero con sésamo y adoro el aguacate que lleva dentro.
La anguila me vuelve loca (aparte de la película de
Shohei Imamura), como a Nakata, uno de los personajes de “Kafka en la orilla” de Haruki Murakami. En una ocasión probé el sushi de anguila asada (me parece curioso porque no se utiliza el pescado crudo) y en otra tomé la anguila en el futomaki (un maki más grande y grueso de lo habitual, con relleno de todo tipo). Es un sabor tan especial que aún estando escondida entre aguacate, surimi, tortilla, etc. no puedes dejar de captarlo. Así que tuve que pedir ese platito (caro) de anguila asada sólo por volver a paladear esa textura suave y gomosa de la anguila que, no sé por qué, en otro tipo de alimentos no puedo ni probar.
Ni qué decir tiene que mi madre, que es muy lanzada a la hora de probar comida, quedó encantada con la comida japonesa. Cierto que no le convenció tanto el pescado crudo, pero probamos otras muchas cosas.

Y sigo con las recomendaciones de restaurantes japoneses en Madrid.
Ahora le toca al restaurante Sake Dining Himawari (Tamayo y Baus 1, Madrid).
Fui por primera vez con la clase de la Escuela Oficial de Idiomas. Uno de mis compañeros lo conocía (creo que conocía también a una de las camareras) y nos lo recomendó. No nos decepcionó en absoluto.
La decoración, en la que siempre me fijo, me pareció sencilla pero muy agradable. Recuerdo la madera, el cristal, las piedras; los tonos grises y una colección de botellas. Hay también mesas japonesas, pero creo recordar que eran, como mucho, para cuatro personas. Y nosotros éramos unos diez o doce.
Pedí un plato de katsudon, que es muy recurrente en mí cuando no sé qué pedir. La verdad es que no me parece un plato tan complicado porque consiste en arroz hervido y filetes de cerdo empanados con salsa tonkatsu (una salsa que puede recordar a la salsa barbacoa, aunque no tenga tanto que ver, pero para hacernos una idea). Creo que, teniendo salsa tonkatsu, es un plato para hacer en casa con bastante facilidad. Por es realmente representativo de la calidad del restaurante que hicieran bien un katsudon.
Sí lo es, por ejemplo, que allí tomara el único tôfu fresco que me ha gustado en mi vida. Para los que dicen que “el tôfu no sabe a nada” o que “es como el queso de Burgos”, ¡mentira cochina! El tôfu sabe a algo. No sé describir a qué sabe pero, sepa a lo que sepa, fresco a mí no me gusta (ni solo ni en ensaladas). Pues el de Himawari sí que me gustó. El plato consistía en una plancha de tôfu fresco cortada en cuadraditos que simplemente había que rociar con salsa de soja. No he vuelto a probar un tôfu así.
También es representativa la cena que nos dimos las de la oficina para despedir a una de nuestras compis. Ese día pedí pescado asado y me faltó relamerme como un gatito. Estaba buenísimo.

Hasta ahora, he ido hablando de los restaurantes según los he ido recordando. Ni por orden alfabético, ni de mejor a peor impresión ni por orden en las visitas.
Sin embargo, el restaurante
Miyama (Flor Baja 5, Madrid) sí que lo dejo para el final por ser el que más me ha impresionado y el que, desgraciadamente, menos voy a poder visitar debido a mi limitado presupuesto.
He estado allí sólo dos veces (hablo con un misterio de novela de terror, ¡¡pero no!!). Una de ellas, con las compañeras de la oficina, también en una despedida. Pedimos platos para compartir y recuerdo, sobre todo, dos: el sashimi y el tartar de atún.
El surtido de sashimi (pescado crudo tal cual, sin arroz ni condimentos) venía servido en un cuenco lleno de hielos. Era como tener una mini-pescadería en la mesa, pero con mucho más estilo. Porque tampoco puedo olvidar la decoración del restaurante, realmente cuidada y mucho más apreciada si se va de noche y si te sientan en el interior y no junto a las ventanas (ver las piernas de la gente y las ruedas de los coches le quita encanto...).
¿Y qué decir del tartar de atún? A mí nombrar las recetas con todos sus ingredientes y con diminutivos me suena bastante cursi, pero repito la descripción que leí en El Mundo sobre este restaurante: “el tartar de atún macerado picante con aguacate” es exquisito.
((Al escribir esta entrada de lo que me estoy dando cuenta es del gusto que le estoy cogiendo al aguacate...))
La segunda vez que fui íbamos una compañera y yo invitadas por otra empresa japonesa. Ese día tomamos un “menú degustación fuera de carta”. Es decir, que le pidieron al chef que nos sirviera lo que quisiera, a su elección, para poder probar diferentes platos. Yo creo que probamos prácticamente todo, en cantidades muy pequeñitas, pero acabamos llenas (nunca me había pasado en un japonés, porque es un tipo de cocina nada pesada). Delicioso. Especialmente la anguila...

Y quiero terminar mi particular recorrido dando una vueltecilla por Barcelona.
Sólo he estado dos veces en Barcelona, como quizá ya haya comentado por aquí. La primera vez fue para presentarme al Nôryoku Shiken, un examen de habilidades de idioma japonés cuyo diploma tiene validez internacional. Y, la segunda vez, eso sí que lo he comentado, para pasar un puente y ver (por primera vez para mí) el salón del manga y también para ver una exposición de una artista japonesa (Aya Takano).
Y las dos veces aproveché para cenar en un japonés (curiosamente, en Madrid como y en Barcelona ceno).

Con mis compañeras de japonés de la universidad fui al Udon Noodle Bar & Restaurant (Princesa 23, Barcelona). No es un restaurante japonés al uso, pero me gustó mucho. Es bastante modernillo, comes en largas mesas con otra gente y proyectan imágenes de películas en blanco y negro sobre la pared. Digamos que de aires “modernillos”. Aquí fue donde probé por primera vez el katsudon (¡¡mmm!!). También comí gyoza. Otra cosa interesante (no sé si porque éramos un grupito de chicas o si es que siempre es así) es que el camarero nos obligó (literalmente) a comer con palillos. En principio no suponía ningún problema aunque he de reconocer que a mí me cansa comer así, pero una de nosotras no había comido nunca con palillos y no sabía. Cuando le trajeron el “tenedor”, lo que el camarero le llevaba eran unos palillos atados con una goma para no tener que hacer tanta fuerza al coger la comida. ¿Aprenderán así los niños japoneses a comer?
Curioso y buena comida. Más auténtico que el Wok, pero no deja de ser un restaurante tipo cadena.

Y en mi viaje friqui total del salón del manga y la exposición (friqui no, señores: “Fan de Hugh Jackman”) cenamos con unas guías japonesas en Una mica de Japó (Muntaner 114, Barcelona).
He leído por ahí que la gente dice que es “cutre”. Me parece un comentario de lo más desapropiado. ¿Por qué? Por lo mismo que una tasca española es no es cutre. ¿Que es pequeño? ¿Que no es “zen”? (qué manía con lo del zen...) ¿Que hay que comer en la barra o de cara a la pared? Es lo que se vive en cualquier restaurante pequeñito de una callejuela de Tokyo o de cualquier pueblecito de Japón. Precisamente este tipo de cosas son las que me gustaron del restaurante. No caben más de diez personas, es cierto, pero sólo hay dos personas atendiendo, cocinando y sirviendo, así que tampoco dan para más y así se personaliza más el servicio.
La comida es totalmente casera y ves en vivo y en directo cómo se cocina. No se trata del trabajo de lo que llaman un “sushiman”, troceando verduras en el aire y pescados con tal rapidez que crees que entre lámina y lámina de salmón tiene que ir la yema de algún dedo, sino de la cocina esmerada de una mujer que lleva años cocinando y preparando sus platos. Durante horas, antes de que lleguen los clientes, preparan las gyoza y los platos que creen que vayan a consumir en el día. Así que, si llegas tarde, quizá no puedas degustar ciertas cosas.
La carta es corta pero suficiente: ni sushi ni sashimi (¡como a mí me gusta!), pero hay platos de donburi (como el katsudon), menús de obentô, gyoza, ramen y otras exquisiteces como las que a mí me gustan. Imaginaos en Tokyo, comiendo bacalao a la bilbaína, cochinillo, paella y otras exquisiteces pero no poder croquetas. ¡Sería un castigo!
Ir a Una mica de Japó es como ir a comer las delicias caseras de una mamá, sólo que de una mamá japonesa.
En resumen, que nos encantó.




Si alguien quiere conocer más restaurantes, en esta web hay todo un especialista que se dedica a encontrarlos, comer y opinar.

Si alguien se anima a hacer alguna recetilla en casa, ¡adelante!
Esta es una
web sobre comida japonesa que tiene algunas recetas.



He de decir que hervir arroz nunca fue tan difícil como cuando he intentado preparar sushi (el tipo de arroz, los lavados, el vinagre, “el rastrillado” y “el abanicado”...). Pero también es cierto que con un poco de imaginación se pueden hacer cosas muy buenas (por ejemplo, a falta de salsa teriyaki – que comprarla hecha sale bastante caro –, con salsa de soja y azúcar se pueden conseguir resultados adecuados). Mi compañera la cocinillas muchas veces me ha dicho que, si se le acaba la materia prima que trae de Japón, busca trucos entre los ingredientes de por aquí para que no le salgan tan caras las compras. Porque comprar productos japoneses aquí es caro, mientras que en Japón la mayoría de los comestibles, aliños, etc. son bastante baratos en contra de lo que se cree.

Y, para muestra de imaginación y de la cocina fusión que tanto se lleva, dos recetas inventadas por mi chico (un maestro de la eco-cocina que consiste en rebuscar lo que queda en la nevera y un maestro de la imaginatio):
1) Soba frito al estilo ibérico. El soba es un tipo de fideos. Mi chico los cocina salteados con champiñones y salsa de soja. Pero, en lugar de mirin, que es un “vinagre” japonés (no es vinagre realmente...), utiliza mosto. ¡El resultado es espectacular!
2) Tôfu con jamón. Tan sencillo como saltear el tôfu con unos taquitos de jamón. También buenísimo.




A los que les den miedo las mezclas, ¡que se arriesguen!

miércoles, 10 de junio de 2009

Paella de paillettes

Allá por 2005 leí un artículo muy interesante del magazine de El Mundo titulado “
Abecedario de tendencias”.

En el mismo se definen una serie de términos relacionados con la moda que, después de años de lectura, pueden parecer de lo más corriente pero que no lo son. Al fin y al cabo, se trata de un vocabulario específico de un tema tan diario (¿qué me pongo hoy con este frío que se ha levantado?) como ajeno (¿qué es eso de “godet”?). Por supuesto, palabras como “ballena” no tienen el mismo significado para un zoólogo que para un sastre... Y que uno conozca esas dos acepciones no significa que cualquier persona las tenga que conocer.
En casa, ya todos sabemos la diferencia del cuello barco, el cuello halter y el palabra de honor. Me atrevería a decir que casi todo el mundo conoce el origen del nombre del último escote (“el vestido no se te cae, palabra de honor”), pero la mayoría llamábamos al cuello halter “atado al cuello”. Y eso es lo que es, pero parece más entendido hablar de halters...

¿Para qué sirve este vocabulario? Pues, bien, creo que tiene más funciones que la de alimentar mi curiosidad.
Por ejemplo, si necesito meter en la maleta a última hora un vestido para las vacaciones, puedo dar una explicación mucho más concisa que “el vestido rosa con chirrifús” y se me entiende: “el vestido rosa de raso, con estampado geométrico, escote palabra de honor y corte imperio”. Parece mentira, pero en casa ya se me entiende. Y puede que cuando digo semejante frasecita suene a chino y en un primer momento cree confusión, pero “el vestido rosa con chirrifús” ya ha dejado de ser “el vestido fucsia con cinturón y manga francesa”.
Porque también es muy importante reconocer que hay más colores que los siete del arco iris o, ¡ni siquiera eso!, que hay más colores que los tres colores primarios. Lo sé, suena muy recursi escribir en el Scattergories “con la k, color” “klein, azul”. Pero yo distingo ese color y sé nombrarlo... Así, si vas de boda y tu amiga te lleva el bolso y te lo da en la puerta, no te encuentras con que entre vestido, zapatos, chal y bolso llevas toda la gama de verdes, desde el esmeralda hasta el aceituna... Pero esto en casa todavía no lo “vemos” todos.

Puede que con estas cosas dé la risa. Ay que ver en las cosas tan tontas que reparo...
Curiosamente, estando un día leyendo en la cama una revista oigo a mi respectivo hablar por teléfono y decirle a un amigo “El Halo 3 es un must have de la 360”. ¡Vaya, vaya, vaya! Así que suena ridículo que “los estampados tribales son el must have de la temporada” pero con el Halo 3 suena distinto...

Aquí entro también al uso del inglés que se hace en el mundo de la moda (y, cada vez más, muy a mi pesar, en cada rincón de nuestras vidas). Strass, cardigan, trench, legging, halter... Sin embargo, en cuanto una se habitúa a este tipo de palabras ya le suena casi vulgar utilizar “pedrería” o “mallas” en lugar de “strass” o “legging”. ¿Y todo por qué? Porque entonces lo fashion, las shopaholic, las celebrities, las trendsetters, los blogs, los outfits... Todo deja de ser cool.
Respecto al francés, creo que se utiliza por lo general para palabras más relacionadas con la sastrería y el diseño que con la moda como fenómeno de masas. Tenemos los bolsos baguette, el bustier, el culotte, las faldas de corte evasé...

Para mi desgracia y futura frustración, pensé que tendría suerte con el japonés. Quizá, al tratarse de revistas, con menos textos y más imágenes, me sería más fácil o al menos más esperanzadora la lectura, porque podría pasar de página (no como me ocurre con las novelas). Al menos, en el manga esto es lo que me ocurría (pero el manga no me gusta demasiado, al menos el que yo he tenido a mi alcance).
Cuando mi compañera me trajo una revista japonesa de moda, creí que se debía a que era una revista japonesa y que por eso me costaba tanto avanzar en la lectura. Y es que las revistas japonesas no se parecen tanto a las revistas que vemos en España; tienen una estructura distinta y una forma de presentar las imágenes también diferente. Por ejemplo, en las páginas centrales se presentaban varias prendas “comodín” que utilizaban para crear diferentes looks (ojo, que lo moderno es decir outfits) y que aparecían a lo largo de toda la revista. De alguna forma, estaba viendo la Venca en formato InStyle.
Pero una amiga me traería de unas vacaciones en Japón un regalito:
la revista Elle en japonés. El formato, totalmente occidental (así como las modelos, incluso para anuncios de cremas Shiseido...). Pero tampoco podía leer apenas los pies de las fotos. Elegí para leer el artículo sobre la primera colección de Kate Moss para TopShop, pero fue imposible. Me agotaba la aglomeración de katakana, apenas separadas las palabras por una simple partícula... Faltaban los verbos, los sujetos y sobraban las palabras japonesizadas. Lo que en un primer momento creí que iba a ser un aliado se convertía en un enemigo.
Es relativamente fácil descifrar los anglicismos en el japonés porque existen unas reglas más o menos sencillas para transcribir las palabras inglesas en katakana. Por ejemplo, las palabras terminadas en consonante, se transforman en una sílaba terminada en O o U (dessert = デサート, denim = デニム, bed = ベッド). Pero, si se trata de un nombre, ya cuesta más encontrar el significado del katakana: Kate Moss = ケート・モス.

Ni que decir tiene que no conozco las reglas para transcribir el francés al japonés, con lo que la locura era ya absoluta.
En las revistas españolas también me pierdo con los términos franceses. Sin ir más lejos, tuve que buscar la palabra “paillettes” en el diccionario. ¿No les sonaba bien a los que fijan este vocabulario ni “lentejuelas” por sonar alimenticio – los guisos parecen reñidos con el mundo de la moda – ni “sequins”? Pero creo que esta es una de esas palabras que, por caerme en gracia, no voy a olvidar. Paillettes. Pailletes. Pailletes.

Voy a transcribir a continuación un diálogo de la novela “
La de Bringas” de Benito Pérez Galdós. En él se da precisamente este uso del francés del que hablo para el mundo de la moda. El personaje narrador lo transcribe como si se tratase (y para mí también se trata de eso) de un lenguaje inexpugnable.

(...) Las dos hablaban en voz baja para que no se enterase Bringas, y era su cuchicheo rápido, ahogado, vehemente, a veces indicando indecisión y sobresalto, a veces el entusiasmo de una idea feliz. Los términos franceses que matizaban este coloquio se despegaban del tejido de nuestra lengua; pero aunque sea clavándolos con alfileres, los he de sujetar para que el exótico idioma de los trapos no pierda su genialidad castiza.
ROSALÍA. - (Mirando un figurín.) Si he de decir la verdad, yo no entiendo esto. No sé cómo se han de unir atrás los faldones de la casaca de guardia francesa.
MILAGROS. - (Con cierto aturdimiento, al cual se sobrepone poco a poco su gran juicio.) Dejemos a un lado los figurines. Seguirlos servilmente lleva a lo afectado y estrepitoso. Empecemos por la elección de tela. ¿Elige usted la muselina blanca con viso de foulard? Pues entonces no puede adoptarse la casaca.
ROSALÍA. - (Con decisión.) No; escojo resueltamente el gros glasé, color cenizas de rosa. Sobrino me ha dicho que le devuelva el que me sobre. El gros glasé me lo pone a veinticuatro reales.
MILAGROS. - (Meditando.) Bueno: pues si nos fijamos en el gros glasé, yo haría la falda adornada con cuatro volantes de unas cuatro pulgas; ¿a ver?, no; de cinco o seis, poniéndolo al borde un bies estrecho de glasé verde naciente... ¿Eh?
ROSALÍA. - (Contemplando en éxtasis lo que aún no es más que una abstracción.) Muy bien... ¿Y el cuerpo?
MILAGROS. - (Tomando un cuerpo a medio hacer y modelando con sus hábiles manos en la tela las solapas y los faldones.) La casaca guardia francesa va abierta en corazón, con solapas, y se cierra al costado sobre el tallo con tres o cuatro botones verdes... aquí. Los faldones... ¿me comprende usted?, se abren por delante... así... mostrando el forro, que es verde como la solapa; y esas vueltas se unen atrás con ahuecador... (La dama, echando atrás sus manos, ahueca su propio vestido en aquella parte prominentísima, donde se han de reunir las vueltas de los faldones de la casaca.) ¿Se entera usted?... Resulta monísimo. Ya he dicho que el forro de esta casaca es de gros verde y lleva al borde de las vueltas un ruche de cinta igual a la de los volantes... ¿qué tal? ¡Ah!, no olvide usted que para este traje hace falta camiseta de batista bien plegadita, con encaje valenciennes plegado en el cuello... los puños holgaditos, holgaditos; que caigan sobre las muñecas.
(...)
ROSALÍA. - (Quitando y poniendo telas y retazos para comparar mejor.) Se me ocurre una idea para la camiseta de este traje. Si escojo al fin el color cenizas de rosa... (Deteniéndose meditabunda.) ¡Qué torpe soy para decidirme! El figurín... (Recogiendo todo con susto y rapidez.) Me parece que siento a Bringas. Son un suplicio estos tapujos...
MILAGROS. - (Ayudándola a guardar todo atropelladamente.) Sí; siento su tosecilla. Ay, amiga, su marido de usted parece la Aduana, por lo que persigue los trapos... Escondamos el contrabando.


Por último, me he acordado de un articulito que escribió Espido Freire en el diario gratuito ADN.
Y es que me trae a colación otro tema muy presente en la moda: las siglas.
Tenemos, como claros ejemplos, SJP y LBD. El primero, como suele venir acompañado de alguna foto de la mentada (Sarah Jessica Parker) se puede descifrar enseguida. Pero LBD tuve que buscarlo. Se trata del “little black dress”, un básico que no puede faltar en ningún armario.
Y recuerdo ese artículo de Espido Freire porque hablaba del gusto por lo negro de las adolescentes. Por su elegancia y nocturnidad, pero añado yo que también por todos los complejos de las adolescentes que hemos querido disimular con el negro.
A los quince dominaba las leyes ópticas de la moda: el uso de las rayas verticales para estilizar, las horizontales para dar volumen. Los colores que combinaban entre sí, con independencia de que la pasarela mezclara grises y pardos, y rojos y amarillos. Las hombreras, los rellenos, los cortes que emplazaban la cintura en la posición adecuada y más favorecedora. Como a todas las mujeres, me habían convencido de que el negro era el color más elegante, y me unía a las que convertían los bares de los sábados en reuniones lúgubres de chicas enlutadas.
¿Es elegante el LBD o es una reminiscencia adulta de esos conjuntos absolutamente negros que pretendían ser a la vez reclamo y escondite?