jueves, 8 de octubre de 2009

“Plora, gossa, plora”

Este mismo lunes acabé de leer “Cañas y barro”, de Vicente Blasco Ibáñez.
Fue uno de esos libros que cojo de la biblioteca casi al azar porque fuera me esperan con el coche en doble fila.
Hasta ese día, todos los lunes de biblioteca (que suelen ser cada tres o cuatro semanas), me asomaba a la letra P para ver si por fin habían devuelto “Fortunata y Jacinta”. Y cuando ya no tuve que buscar más en la P, decidí quedarme a buscar entre las primeras estanterías para no perder mucho tiempo (incluso me llevé uno de los expuestos en “novedades”, que ni siquiera están dentro de la sala donde se guardan los libros).

Nunca había leído nada de este escritor y he quedado maravillada por su forma de escribir.
Además, comparo con “Fortunata y Jacinta”, de Galdós, recién leído y disfrutado, y encuentro una narrativa mucho más viva que reposada, más rústica que refinada, más cercana al personaje en tanto que elemento de la naturaleza y no tanto como objeto de observación y enumeración. Me gustan los estilos de los dos autores, pero he quedado gratamente sorprendida por Blasco Ibáñez porque, al no tener ninguna referencia anterior, no sabía lo que me iba a encontrar.

(Como siempre, advierto que en mi análisis de obras literarias no sigo un orden específico y que, al mismo tiempo, desvelo partes de la trama.)

En un primer momento, lo que me más me animó a seguir leyendo fue el contenido del primer capítulo, que es una puesta en escena magistral del pueblo del Palmar, que es donde se va a desarrollar principalmente la acción. En él aparece el pueblo como personaje: la gente va subida en una barca al atardecer, saliendo de su pueblo; transportan comida, cosas para vender, etc. y también viajan enfermos (en otros casos, viajan ataúdes). Primero vemos al pueblo como una masa ruda, egoísta, que no deja subir a un enfermo a la barca porque ya apenas caben (y mucho menos va a bajar alguien para ceder su asiento) y después cómo un enjambre ruidoso que arma jolgorio y bromas contra el enfermo (Cañamèl) al paso de un joven llamado Tonet al que apodan el Cubano. No se dicen más nombres de pasajeros de la barca ni se dice tampoco “un hombre gritó”, “un viejo bromeó”, sino que se intercalan pequeñas frases de los personajes que da igual quién diga. Simplemente se habla, porque en los pueblos se habla, no hay alguien que dice.
Respecto a la forma de ser del pueblo, enseguida se aprecian dos características fundamentales: el pueblo es rudo y egoísta, frío a veces, y al mismo tiempo está dado a las bromas y los rumores. Esta forma de ser marcará toda la acción de los personajes de la novela y del pueblo, que parece un elemento más del paisaje y que actúa casi como coro (fuera de los personajes principales, unos seis o siete, sólo sabemos los nombres del cura – Don Miquèl – y de la Samaruca).
En cuanto al paisaje en sí, el entorno en el que se desarrolla la novela, se trata de la albufera valenciana, donde labradores y pescadores conviven para intentar sacar fruto a la tierra. También se hace un retrato muy sugestivo de dicho paisaje. Se muestra el mundo tan crudo como es, sin artificios pero tampoco sin más connotación que aquella de que dotan los elementos de la naturaleza a un ecosistema duro y hostil. Se muestra desde los ojos de unas gentes que cruzan la albufera sobre una barca todo lo que tienen a su alrededor: el agua, el fango, el bosque temido, los animales del fondo del lago. Y eso nos hace sentir que estamos delante, pasando con una barquita y viendo todo a nuestro paso.
Se puede imaginar al verlo ese juego de luces y sombras de Sorolla con el que además se ha ilustrado la portada del libro que yo leí: las velas blancas, el horizonte rojizo, el agua oscura y casi siniestra.
“Las gallinas corrían por entre las brozas del ribazo siguiente la barca. Las bandas de ánades agitaban sus alas en torno de la proa que enturbiaba el espejo del canal, donde se reflejaban invertidas las barracas del pueblo, las negras barcas amarradas a los viveros con techos de paja a ras del agua, adornadas en los extremos con cruces de madera, como si quisieran colocar las anguilas de su seno bajo la divina protección”.

Me gustaría saber si el autor escribió el primer capítulo al empezar la novela, cuando la terminó o en el momento en el que tiene lugar el viaje en barca realmente. Porque ese primer capítulo recoge parte de la acción del capítulo VII (y el libro comprende un total de diez capítulos). Si realmente fue escrito al comenzar la novela, me parece prodigiosa la forma de tener en mente el hilo ya no sólo de lo que va a suceder a lo largo del libro, sino de cuándo sucede y de dónde va a estar situado cada personaje.
Este primer capítulo podría parecer una introducción al libro, pero realmente es parte de la acción que luego será desarrollada. Tampoco parece que los siguientes capítulos, donde empieza a relatarse la historia familiar de los personajes, sean un “flashback”. Ahora que he aprendido un nuevo término y basándome en mi opinión, a mí lo que me parece es que este primer capítulo se trata de una
prolepsis.
Así, se nos sitúa a Cañamèl enfermo antes de conocerle sano, a Sangonera borracho antes de saber que acabaría perdido o al tío Toni labrando su propio campo antes de saber que dejaría de cultivar arroz para otros.

Aparte de ese primer capítulo que sirve de escenario e introducción, he disfrutado también con los temas presentados en la novela.

El que más, la vida en la albufera. Según he leído, Blasco Ibáñez se documentaba a conciencia para escribir las que se llamaron sus “novelas valencianas”. Y, sin duda, hizo bien su trabajo.
Por un lado, presenta la forma de vida de los pescadores. La forma en que navegan por la albufera, cómo pescan con un sistema de redes las anguilas y con un tridente otro tipo de peces, el sorteo de los redolíns (parcelas de la albufera para su explotación pesquera) o cómo su medio para sustentarse está presente en todo lo que les rodea (desde su valor como barqueros para los cazadores hasta el desfile en las fiestas con la anguila más grande que se ha pescado durante la temporada a la cabeza). Me llamó mucho la atención que a los pescadores y sus aparejos se les reconociese por una muesca hecha en la madera de los mismos, el mismo símbolo que aparecía en los documentos de la asociación en lugar el nombre de la familia.
También se presenta, aunque someramente, la vida de los labradores y de los jornaleros que llegan a la albufera desde el interior para recolectar el arroz. Los hombres sumergidos hasta la cintura, con la espalda tostada y las piernas atestadas de sanguijuelas.
Por último, me pareció de gran interés el retrato de las fiestas populares (así como el retrato de la caza con escopeta de los pájaros de la albufera). Cómo las mujeres salían a la calle remangadas a pesar de celebrarse la fiesta del patrón (el Niño Jesús) en invierno por pura coquetería, cómo los niños deseaban ser los portadores de la anguila durante el desfile... Pero despertó mi interés especialmente la recepción de los músicos (provenientes del pueblo vecino de Catarroja, sobre el que despotricaban el resto del año) y la noche de albaes.
“Cuando en la víspera llegaba la música de Catarroja en una gran barca, los jóvenes se metían en el agua del canal, pugnando por quién avanzaba más y cogía el bombo. Era un honor que hacía pavonearse altivo ante las muchachas, apoderarse del enorme instrumento y cargárselo a la espalda, paseándolo por el pueblo”.
“(...) y las noches de albaes, serenatas de la gente joven, que iba hasta el amanecer de puerta en puerta cantando coplas, escoltada por un pellejo de vino para tomar fuerzas y acompañando cada canción con una salva de relinchos y otra de tiros”.

También es muy interesante el tratamiento de la estirpe de pescadores de los Palomas, que son tres de los protagonistas del libro. Se habla de ellos a través de su relación con el trabajo y el conflicto generacional que surge entre ellos.
El tío Paloma, ya viejo, hijo de pescador y pescador afanado incluso en sus años de vejez, es el patriarca de su barraca. Viudo, sólo le queda un hijo, el tío Toni, que de todos los que tuvo su mujer fue el único que sobrevivió (al resto los enterró sin pena, agradeciendo que no tuviesen que vivir entre miseria). Se trata de un hombre apegado a las costumbres, duro, acostumbrado a la ardua faena de la pesca en la albufera pero amante al mismo tiempo de su tarea. Entiende la vida como una entrega al trabajo, sin dejar que el cariño u otros sentimientos asomen en él. Pero no olvida en absoluto que el hombre tiene que ser honrado, trabajar y no ensuciar el nombre de la familia.
El tío Toni, aunque pescador de joven, pronto sentiría interés por la agricultura del arroz. Eso le llevó a discutir con su padre y a segregar a su familia dentro de la barraca del viejo: de un lado, él, su mujer y su hijo; de otro, el abuelo. Pero el tío Toni, primero trabajando las tierras para una señora de Valencia y después pidiendo dinero prestado, perseguiría su sueño de poseer un trozo de tierra en la que sembrar el arroz. Su padre le trata como a un traidor que ha abandonado la pesca y que condena a su familia a una dieta pobre sin carne ni pescado; después, su hijo ignorará su esfuerzo y tenacidad.
Y es Tonet, el hijo, el nieto, el que ya no sólo se desliga del trabajo tradicional de su familia, la pesca, sino que se desentiende del trabajo en cualquiera de sus formas. En un intento de cambiar su vida y, sobre todo, de alejarse de su padre (que le había avergonzado ante el pueblo abofeteándole en público), se embarca hacia Cuba y allí combate en la guerra. Pero tras su vuelta al Palmar, unos años después, no ha cambiado tanto: sigue con ganas de fanfarronear y de beber y divertirse.
Con estos hombres vive en la barraca la Borda, una pobre huérfana a la que adopta la mujer del tío Toni y a la que ninguno llama por su nombre sino por su apodo. Al enviudar el tío Toni, es la única mujer que queda en la casa. Vive constantemente humillada por Tonet y se desvive por el trabajo, como se le ha enseñado.

Otro personaje clave en la novela es Neleta que, junto con Sangonera, el borracho del pueblo, era la amiga de la infancia de Tonet. Se llegó a hablar de ella y Tonet como de una pareja de novios, pues tanto se les relacionaba. Y ellos mismos aceptaban esa relación como cierta (relación que se rompería al marcharse él a Cuba).
He leído en Internet que Neleta es la imagen de la
mujer fatal tan a menudo retratada durante finales del siglo XIX y también que en ella se encuentran esbozados lo que se podrían llamar “rasgos del proto feminismo”. Desgraciadamente, yo no tengo los conocimientos necesarios para analizar este punto, pero creo que ambas ideas tienen su base.
Respecto al carácter de Neleta, y sin destripar el argumento más de lo necesario, prefiero recordar el prólogo de
Victoria Vera, la actriz que dio vida a este personaje en la serie “Cañas y barro”.
(sobre Neleta)
“Poseía esa fuerza demoníaca que los hombres de finales del XIX identificaban con las mujeres, hasta el extremo de cuestionar la existencia del alma femenina. Creo que entre nuestros mejores escritores de finales del XIX aquellos que se ocuparon de esa alma femenina, ya que no todos estuvieron igualmente interesados, dos son fundamentales a mi modo de ver: Blasco Ibáñez y Galdós. Ambos, desde una visión completamente masculina, nos ofrecen un mundo femenino por el que sienten comprensión e indulgencia, con sus faltas o errores a la hora de decidir su futuro”.
“Entre sus personajes, casi nadie consigue ser lo que se propuso, incluso Neleta cuando parece que lo ha conseguido todo, lo pierde, lo pierde mientras escucha las palabras del abuelo: “Llora, perra, llora” y Neleta llora; sin embargo uno tiene la impresión de que no está ante una perdedora”.
“El hombre paga su cobardía, la mujer su osadía, sin embargo la reprimenda moral no existe, nadie es bueno o malo, simplemente es así y ésa es su gran modernidad y su aportación a un naturalismo carente de castigo, el castigo de ser de una determinada manera”.

Pero, ¿quiénes son los protagonistas del libro? Para mí, indudablemente, el tío Paloma y Neleta. El abuelo además es el hilo conductor, el personaje que ha estado ahí desde el primer suceso narrado hasta el último. Y Neleta es la desencadenante de la tragedia, aún sin saberlo.

(A partir de aquí, descubro la trama totalmente.)

Pasando por encima de los temas del adulterio, la avaricia y el infanticidio, me quedo con varias imágenes de esta novela, esas imágenes que se le graban a uno en la mente, en la falsa retina de lo que no ha visto.
La imagen del tío Toni y de la Borda, los únicos que dejan escapar sus sentimientos cuando la desgracia cae sobre la familia. La desgracia ha de ser tapada, primero con la mentira del hijo que ha escapado y después con la tierra del arrozal soñado, que cubre el cadáver del hijo que se ha suicidado. Únicamente en este momento el tío Toni deja escapar sus lágrimas. Y la Borda, besando el cadáver de Tonet, muestra al lector (a nadie más) el amor que sentía por él y que nunca dejó salir.
Y la imagen de la perra Centella...
“Pasó junto a la barca del abuelo, y el cazador se llevó la mano a los ojos como si le hiriese un relámpago.
- Mare de Déu! - gimió aterrado, mientras la escopeta se le iba de las manos.
Tonet se irguió, con la mirada loca, estremecido de pies a cabeza, como si el aire faltase de pronto a sus pulmones”.


Por último, he leído los estudios sobre el naturalismo realizados por César Besó Portalés (aquí y aquí).
Se habla en ellos del carácter de Neleta (atrevida, luchadora, bella) y también del ambiente costumbrista como descripción etnográfico-literaria de las gentes valencianas. Pero me parecen muy interesantes las reflexiones sobre el idioma. Si bien el autor escribe en castellano, siempre que hablan los personajes (estilo directo) utiliza el valenciano, mientras que cuando piensan o el narrador reproduce (estilo indirecto) lo que dicen se sigue usando el castellano. Es una forma de presentarnos a los personajes como más reales, dentro de su medio natural.
“Y para que su forma de hablar resulte convincente, Blasco usa un recurso muy eficaz: intercala alguna palabra en valenciano en esquemáticos diálogos (...). Estas expresiones en valenciano sólo forman una ínfima parte de la novela, pero, a su lado, el trasvase al indirecto libre de la mayoría de las palabras de los personajes permite mantener la verosimilitud: el lector entiende perfectamente que está asistiendo, a través de un filtro, a contemplar las palabras de unos personajes que se expresan en otra lengua”.

Para los perezosos que no quieren acercarse a la biblioteca a pesar del agradable olor del papel,
aquí se puede leer el libro.
Y, cuando acabe el resto de libros que he cogido esta vez, creo que me lanzaré a “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” para seguir descubriendo a Blasco Ibáñez. También me gustaría, con todo lo que he leído y con lo que me gusta la anguila, probar un "
all i pebre"; para eso no necesito leer todo lo que tengo en casa...

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