viernes, 26 de marzo de 2010

Lecturas recomendables


Voy a hablar de varias novelas que he leído y con las que he quedado muy contenta. Para variar, no desvelaré el final de las historias. La primera lectura es mi primer acercamiento a la literatura cubana. La segunda es mi primera novela de Saramago (pues estoy segura de que después vendrán muchas más). Y la tercera es una obra maestra de la literatura universal que, junto con la novela gráfica “Fun Home” de Alison Bechdel (2006), me ha empujado a buscar bibliografía sobre literatura estadounidense.




Leonardo Padura: “La novela de mi vida” (2002) y la saga de Mario Conde (1991 - 1998)


De este autor he leído tres obras. La primera de ellas, “Máscaras” (1997).

Es ésta una novela policíaca de la tetralogía “Las cuatro estaciones”, cuyo protagonista es Mario Conde. Como yo no sabía que se trataba de una serie, fue un libro que cogí en la biblioteca sin más y con el tiempo me enteraría de que era el tercero. No obstante, esto no fue impedimento para seguir la trama ni para disfrutar plenamente de los personajes. Es una característica muy positiva de este libro (y de “Paisaje de otoño” (1998), el cuarto, que también leí) la presentación que se hace de los personajes. Aun en el tercer y el cuarto libro se nos esbozan su historia y caracteres, de modo que no echamos de menos ningún detalle que pudo ser explicado en novelas anteriores, y tampoco cansa por la repetición.

Otra característica que a mí me entusiasmó de “Máscaras” que, a pesar de tratarse de una novela policíaca, hay mucha “literatura” en su interior. Es decir, que hay mucha poesía, mucha descripción; no es, por ser una obra de género, una obra menor en la que hay mucha acción y narración de acontecimientos.

Me gustó mucho asomarme al ambiente de La Habana por medio de este libro. Además, Padura se convirtió para mí en un embajador turístico de Cuba con “Máscaras”. Mientras lo leía, el verano pasado, tumbada en el césped de la piscina municipal, creía estar respirando el aire de La Habana y no el aire contaminado y clorificado que realmente respiraba... Vi colores, vi caras, vi olores; fue una sensación real del ritmo de vida de esa ciudad y de su gente. Y, por supuesto, ¡me sentí muy intrigada por probar su gastronomía!

Otra cosa que aprecio bastante cuando leo literatura iberoamericana es aprender el vocabulario de todos estos países, que me suena exótico y que entiendo sólo a medias. Es ciertamente interesante.

Antes de seguir conociendo a Mario Conde, Carlos el Flaco, Andrés o Candito el Rojo, decidí leer algo distinto. Y entonces fue cuando elegí “La novela de mi vida”, una historia sobre un filólogo, Fernado Terry, en busca de los documentos perdidos de José María Heredia, poeta cubano desconocido por mí hasta ese momento.

La forma en que Padura enlaza dos relatos, el de Terry, un exiliado que consigue volver a Cuba por las cosas que allí le quedan pendientes (entre ellas, la de encontrar una biografía escrita por el mismo Heredia), y el de la vida del poeta, que no es si no ese manuscrito que Terry está buscando.Ambas historias siguen un ritmo cada vez más fuerte, más rápido. Durante todas las páginas vemos a Fernando Terry acercarse al manuscrito y cómo se desvanece la pista que le ha llevado hasta ese punto, sin saber en ningún momento si llegará a encontrarlo o no al mismo tiempo que “leemos” ese manuscrito.

Me pareció una obra muy completa que deja claro al lector que todo en ella es ficción (no es de esas novelas históricas en las que dudas qué sucedió realmente y qué está adornando la historia). Y, al mismo tiempo, los temas de la búsqueda, el reencuentro, el amor abandonado... Todo lo que se plasma en el personaje de Fernando Terry.

Esta es una web para conocer un poquito más al autor.

Y aquí un par de párrafos que me gustaron mucho:

Todo el mundo se olvida de todo y siempre se dice que se puede empezar de nuevo y ya: está hecho el exorcismo. Si no hay memoria, no hay culpa, y si no hay culpa no hace falta siquiera el perdón, ¿ve cuál es la lógica?

Cuando saco esa cuenta, y no te creas que la saco todos los días, por Dios, me da pánico, pero sobre todo me da fuerzas. Porque lo único que me queda claro es que hay que vivir, y ni el odio, ni el resentimiento ni la frustración ayudan. A mí me costó trabajo, pero decidí que tenía que seguir viviendo.

José Saramago: “El hombre duplicado” (2002)


Este ha sido mi primer acercamiento a Saramago y, por lo que he visto en la red, podría haber estado más acertada.

Me quedo pues con las ganas de leer “El evangelio según Jesucristo” o “Ensayo sobre la ceguera”, que en cuanto tenga un hueco me pondré a buscar.Puede que, efectivamente, no sea la mejor obra del autor, pero lo que tengo claro es que yo quedé bastante satisfecha.

Para leer una crítica del libro, muy bien hecha y respetuosa, recomiendo este artículo. Creo que este autor admira la obra del portugués y la conoce, de modo que dice cosas como:

Saramago pertenece a esa estirpe de escritores que cree que la literatura debe articularse en torno a una idea que ayude a explicar o a cuestionar problemas de nuestro mundo o nuestro alma.

Así que creo que ya no sólo por leer las novelas que ha bordado, me nace un interés todavía mayor por el autor.

Algunos de los puntos más interesantes de “El hombre duplicado” han sido los que luego he leído que son los que más le definen como escritor: las oraciones largas, con poca puntuación, la falta de nombres propios y, sobre todo, la falta de comillas o guiones en los diálogos. Creo que todo ellos es muy definitorio de un estilo muy particular e interesante.

Lo que más me llamó la atención fue precisamente la puntuación: uno o dos puntos y aparte por capítulo y comas entre las intervenciones de los personajes. Unido esto a que el protagonista, Tertuliano Máximo Afonso, profesor de historia, habla consigo mismo muchas veces, respondiéndole su Sentido Común, hace difícil seguir la conversación y el quién dice qué. De hecho, en algunos momentos me vi poniendo voz a Tertuliano y a Maria Paz en mi cabeza para saber cuándo hablaba el hombre y cuándo la mujer... Si para la crítica que mencionaba más arriba la intervención del Sentido Común puede ser interpretada como un defecto, a mí me parece todo lo contrario: me parece un recurso muy imaginativo, incluso diría que surrealista (por ejemplo, el Sentido Común “baja” del coche de Tertuliano cuando éste va a cometer alguna temeridad).

Y es que yo veo tres principales actores en esta novela (aparte, lógicamente, de los personajes con nombre y apellidos que forman parte del argumento): Tertuliano Máximo Afonso, su Sentido Común y el Narrador (en la novela no aparece con mayúscula, pero podría perfectamente...). Una cosa es el argumento (el del sosias) y sus protagonistas y otra muy distinta la del montaje que hace el escritor durante la narración. Es decir, que hay un montaje absoluto que, de cara al lector, “se sale” del libro, como esos cuentos con muñecos plegados cuando los cierras y en 3D cuando los abres.En medio de la acción (lenta acción, es cierto, pero como a mí me gusta), el Narrador nos hace tomar consciencia de que existe. Es un Narrador omnisciente pero al mismo caso presente: no es sólo que todo lo sabe, es que existe, por encima de todo lo demás. Y es consciente de su existencia y nos lo hace saber. En algunos momentos, dice algo así como “voy a dejar de pensar en alto porque podría influir en lo que Tertuliano Máximo Afonso piense, pues al fin y al cabo es un personaje”. Me parece pura metaliteratura. El narrador no sólo nos cuenta la historia, sino que nos explica cómo se forja el pensamiento de un personaje y cómo se sabe o no se sabe lo que está por venir, dejando entrever las tácticas del autor. Es decir, que si los magos no enseñan nunca el truco, aquí se nos enseña el truco: se nos descubre que esto es literatura.

Pero, realmente, ¿de qué va el libro? Como dice la misma contraportada y como se puede ver en las primeras páginas, de un profesor de instituto que un día, viendo una película en casa, descubre a un actor idéntico a él, pero idéntico hasta extremos insospechados. Y, después, de la anécdota, se salta al nivel más filosófico de los problemas de identidad y, en cierto modo, de “autenticidad” y “singularidad” del individuo, que no sabe hasta qué punto es prescindible para otros, siendo el único elemento consciente en él el yo.

El blog del autor es éste.


Vladimir Nabokov: “Lolita” (1955)

Quizá cuando estoy escribiendo ya demasiado no debería embarcarme en la recomendación de “Lolita”, pero creo que si le dedico una entrada entera acabaría por escribir páginas y páginas y no sé si lograría darla nunca por terminada...

Si bien las obras anteriores que, aunque a mí me han gustado mucho, son objeto de crítica, por el momento no he encontrado una crítica literaria contra “Lolita”. Y es que creo que si las anteriores son muy buenas obras, esta otra es una obra de la literatura universal.

La historia de Dolores Haze, Lo o Lolita, junto con los pensamientos de Humbert Humbert, son perturbadores.

Para una mente como la mía (yo “crecí en los 90”, aunque no haya canción), el concepto de Nabokov de “Lolita” ya había no sólo desaparecido, sino que había sido totalmente pisoteado. Por un lado, las niñas que crecen a gran velocidad, vistiendo y pintándose a los doce como adultas y, por otro, las adultas queriendo parecer niñas.

Y no sólo eso. Además, quizá propiciada por la película de 1997 (que tendré que ver de nuevo), sólo me quedó en la memoria el simple hecho del hombre de 37 años (48 el actor) que se enamora de una joven de 12 (14 en la película). Es decir, que la historia me pareció una “nadería” después de que la he podido comparar con la novela.

Se trata de una historia, es cierto, de la atracción de un hombre maduro por una niña. Y, además, de una atracción sexual más que enamoramiento y de una atracción sexual consumada.

Lo que quizá no es tan conocido es el carácter maniático y culto de Humbert Humbert o del carácter difícil de adolescente de Lolita, que además es más bien vulgar y soez que fresca y desvergonzada.

La novela está escrita por el mismo profesor Humbert Humbert, que explica al lector de su novela (que es una carta, una explicación de los hechos), qué es lo que le ha movido a actuar como ha actuado y, por tanto, a consumar su relación con Lolita. Explica lo que es para él una nínfula, lo que es un ser que, más que una niña, es algo casi diabólico, algo que parece emanar incluso diríamos un perfume que sólo él puede notar. Algo que se encuentra en el momento exacto en que se va a llegar a la etapa de la pubertad, pero aún no se ha llegado. Y es cuando llega la pubertad, con su exuberancia de formas, cuando toda la magia se acaba.

Por otro lado, Lo es una niña consentida y maleducada que se dedica a comer patatas fritas a manos llenas, helados y todo tipo de comida grasienta. Cada vez que habla dice alguna barbaridad, con un montón de palabras malsonantes en cada frase, diciendo que todo lo que ve y hace con Humbert Humbert es “una mierda” y que “se aburre”. A menudo se escapa, monta un espectáculo, exige lo que quiere e incluso increpa a su amante que no volverá a acostarse con él si no le compra tal o cual cosa.

No se trata tanto de un examen de culpabilidades sino como de ver dos personalidades completamente antagónicas pugnando por lo que quieren; con chantajes, amenazas... Una relación anormal que no es ni siquiera tal relación. La del profesor de buenos modales que se sorprende llevando a cabo sus deseos más inconfesables y que se sorprende al ver en Lolita a quien quiere satisfacérselos (ya sea por aburrimiento o por querer montar un espectáculo que le acaba saliendo mal).

Sé que como opinión no he dicho demasiado, pero creo que esta obra debe leerse siempre. Es un viaje a lo más profundo de la humanidad y de la inhumanidad que, ¿quién sabe? Quizá sea la misma cosa...

Creo que es muy representativo del valor de esta obra que tuviese que leerla con la palma de la mano extendida sobre el texto por leer... porque se me iban los ojos al párrafo siguiente.

Pero igualmente valioso es el prólogo del libro (que yo leí al final, pensando que no era parte de la novela... aunque creo que fue muy valioso leerlo así, aunque no fuese la idea inicial de Nabokov). Y, también, el epílogo, la explicación de Nabokov sobre las dificultades de la publicación de la novela y del problema de firmar o no con pseudónimo, ya que podría haberse tomado el pensamiento de Humbert Humbert como el del mismo autor.

martes, 9 de marzo de 2010

Palomitas sin caramelo y una bélica

Fue una grata sensación la de volver a unos multicines de barrio.
Me recordaba a mí misma viendo “
Pequeño Buda”, obnubilada, y comiendo Rufinos.

Las butacas sin numerar, el acomodador vestido de acomodador (y no de vendedor de productos electrónicos), la señora que vende las palomitas de toda la vida (¿naturales?; sin caramelo, sin colores...).
Bastante nostálgico, aunque imagino que los que han crecido con las grandes superficies del cine no conciben una sala sin numerar ni tampoco una pantalla tan pequeña. Lo cierto es, dicho sea de paso, que ha habido cines en los que me parecía tener que girar la cabeza para ver qué sucedía en una esquina de la pantalla, o sea que tampoco es tan positivo el tamaño por el tamaño.

Lo que sí percibí es que el público de este tipo de cines no tiene nada que ver con el público de las macro salas de los centros comerciales o de los “centros de cine”, donde la gente acude en masa, busca aparcamiento durante unos treinta minutos y va al cine más a engullir palomitas que a ver una película.
El público de las salas pequeñas, de no más de cien butacas, accede a ellas en transporte público y tiene un gusto por el cine que es más morriña que cinefilia (aunque los que engullían palomitas al ritmo de típica comedia americana o típica acción americana tampoco van al cine por el arte que encierra).
El cine es la alternativa al teatro de ocio asequible. Tanto económica como intelectualmente hablando. Es tanto el estrés y el cansancio que sufrimos en nuestra vida diaria que uno no tiene ganas ya no de pensar, sino de prestar excesiva atención a algo. Y últimamente el cine nos ofrece muchas horas huecas de entretenimiento.
Creo que en todo lo anterior están las razones de por qué la sala estaba llena de gente mayor de sesenta años en su mayoría.

Otro motivo para ir ayer al cine, aparte de una supuesta nostalgia, era ver “
En tierra hostil”.
Supongo que a más de uno le habrán pillado de sorpresa
la cantidad de Oscars que ha recibido esta película. Es verdad que puede que sean demasiados, pero lo que tampoco comprende uno es que después de unas semanas un tanto complicadas para poder ir al cine, nos encontremos con que esta película ha pasado sin pena ni gloria por nuestra cartelera. ¿Tan sólo hemos tenido oportunidad de verla durante un mes?
Supongo que no habrá funcionado cuando la gente no quiere ver cosas serias, sino entretenerse o reírse. No es una película para reírse, sino para examinar muchas conductas humanas que vemos diariamente pero que aquí parecen mostrarse sin tanto tapujo como el que nos brinda la rutina.
Pero no ha funcionado tanto comercialmente como “Avatar” (y no va con segundas) o como muchas otras películas.

Pues, como decía, después de haber intentado todos los fines de semana de febrero ir al cine a ver “En tierra hostil”, el primer domingo que tuvimos libre comprobamos que ya había sido retirada de los macro cines que hay al lado de casa.
Y, después de ver en qué acabaron los Oscar este año, ya sí que nos pusimos a buscar dónde siguen proyectando esta película, que es lo que debieron de hacer también los jubilados que llenaron ayer la sala.
Por sorpresa o por dejadez, acabamos los cien llenando la sala de un multicine un lunes por la tarde.

Respecto a “En tierra hostil”, sólo decir que no podía estar más de acuerdo con su candidatura y su premio como mejor película y mejor dirección. Es cierto que no he visto todas las películas que competían a estas categorías pero, por ejemplo, creo que “En tierra hostil” barría tanto a “
Distrito 9” (que fue más publicitada en marquesinas, por ejemplo) como a “Avatar” (un producto de alta calidad técnica pero de contenido de poco peso).
Si como candidata a mejor película le daba a “Avatar” un 5,5, a “Distrito 9” le daría un 7 y a “En tierra hostil” un 9.
Puede ser que “En tierra hostil” no se convierta en un clásico del cine pero, como producto global, es una película realmente buena: historia, diálogos e interpretación.

Me gustó todo de la película, a decir verdad. Me pareció de un acabado redondo.
Los escenarios, los actores, la importancia del protagonista y de los co-protagonistas, la falta de posicionamiento político, la escasez de diálogo y la cantidad de sentimientos expresados.

Me gustó ver determinados tipos (el conciliador, el sumiso, el temerario) que nos presenta nuestra vida diaria, aunque se presenten en un entorno muy distinto. Si estas ideas se hubiesen ubicado en un entorno mucho más común (una empresa, una familia...), la película no habría sido tan impactante para mí. Pero lo que realmente me gustó fue ver a personas normales, de carne y hueso, en una situación fuera de lo normal.
Y ver que el que se hace el héroe no es el héroe, sino el antihéroe. Es decir, que si Matt Damon en “
El caso Bourne” es casi un ser sobrenatural (pese a que no tiene poderes sobrenaturales), el sargento William James (Jeremy Renner) hace padecer a sus compañeros porque su heroísmo es realmente temeridad.
A pesar de que James es el protagonista de la película, comparte casi todo el peso con J.T. Sanborn (Anthony Mackie) y Owen Eldridge (Brian Geraghty), con los que trabaja mano a mano todos los días como artificiero. Aunque le vemos adentrarse solo en la ciudad por la noche, aunque es el único cuya familia conocemos y aunque tiene más minutos metraje que sus colegas, éstos comparten con él todo el peso de la historia.

Una vez más, se trata de una historia de relaciones personales vestida de cine bélico o de cine de acción. En muchos casos, a estos géneros les sobran tiros y movimiento y les falta un poco de humanidad.
Y humanidad es lo que sobra en esta película.

Es curioso el personaje de William James. Harto de todo, fumador compulsivo, hastiado de la vida, sin nada que perder... Al mismo tiempo, si puede ayudar a un compañero le ayuda, aunque sea al que más odie o el que más le odie. Hay muchos así fuera de la pantalla.
Y no menos curioso el personaje de J.T. Sanborn, mi preferido de toda la película. Prudente, consciente de sus funciones y de quiénes están a su cargo (el emocionalmente inestable Eldridge), también sabe preocuparse de quienes parecen no necesitar ayuda (James).

En dos horas de película, en absoluto largas, la acción se desarrolla como “a tiempo real”. Sé que no es así, pero la guerra tampoco es la contienda de “
300” (ahora te meto una flecha en el ojo, ahora una espada entre dos costillas, ahora tú me pisas...), cuerpo a cuerpo y entre dos auténticos batallones.
La guerra en el desierto es imprevisible; unas veces es un ataque sorpresa al que hay que reaccionar en cuestión de segundos y otras veces es una espera de horas para asegurarse de que el enemigo ha sido abatido. Espera y decisiones de vida o muerte, eso es lo que se transmite.
Me pareció muy interesante la escena en la que, en medio del desierto, el equipo de artificieros tiene que enfrentarse a unos insurgentes que se ocultan en una pequeña edificación abandonada. A pesar de que parecen haber acabado con todos ellos, tienen que asegurarse. Mientras tanto, el sol se pone; se nos muestran muchas tomas de primer plano de Sanborn y James, llenos de polvo, sudor y moscas. El desierto.
O esa otra en la que James vuelve a la zona donde están detonando unas bombas para “recoger sus guantes”. Mientras tanto el nivel de exasperación de Sanborn llega a su límite y se plantea si alguien podría sospechar de un detonador defectuoso que, “por error”, ha matado a un soldado...

Y, para escena interesante, la de los tres bebiendo y peleando en uno de los barracones. Peleando Sanborn y James, que tienen una relación de subordinación y odio en la que saltan chispas. Cuando Sanborn pega, pega para hacer daño; y cuando James devuelve, devuelve como fanfarrón que es, riéndose de quien sabe que está furioso con él. Una forma de descargar todo lo que llevan encima, a lo que unos dan mucha importancia y otros, como James, que no le dan ninguna. Es uno de esos momentos en los que, con un diálogo casi nulo, se expresa mucho en la acción, en las miradas, en las risas, en los golpes. Porque todo es expresión, no sólo la palabra.

Por último, están la escena en la que James descubre el cuerpo bomba del que cree que es Beckham, el niño que vende DVDs en el campamento, y la escena en la que intenta salvar a un pobre hombre al que le han puesto encima una bomba con un temporizador.
Creo que no se trata tanto de la humanidad de James como de la humanidad en general. La humanidad, envuelta en una disputa terrible, en la que todos, en última instancia, son víctimas.
Se ve cómo el mismo hombre que ha sido elegido para estallar y hacer daño puede ser un elegido en el sentido más místico de la palabra o un pobre desgraciado que sabe que va a morir y que pide ayuda, desesperadamente, a quien no le cree.
O se ve cómo un coronel, que tiene un relación muy cordial con el especialista Eldridge, muere sin haber apuntado a nadie (se entiende, a nadie durante lo que hemos visto) mientras que otros, James, llaman a la puerta de la muerte a diario y nunca se la abren.


Por último, nos queda el final de la película.
La conclusión, la moraleja del cuento que es, realmente, que no hay moraleja.
Le explica James a su hijo que, a medida que vaya creciendo, irá perdiendo las ilusiones. Que el muñeco que hoy tanto le gusta se convertirá en un trozo de trapo relleno de algodón. Y que llegará un día en que sólo un par de cosas le gusten. O, quizá, sólo una.
Qué será esa cosa dependerá de cada uno. Pero si miramos atrás, pocos obtendrán la alegría de comprobar que cuanto les ilusionaba de niños les sigue ilusionando.

Sobre la polémica...

¿La han votado los actores para evitar que ganase “Avatar”, una película “sin actores”? Como se puede leer en esta página,
en “Avatar” han trabajado actores, no como en otras películas (por ejemplo, “Up”), de modo que este argumento se cae por sí sólo. Pero eso se dice ahora; antes leía que la academia no premiaría a “En tierra hostil” por ser una película incómoda, aunque yo no sepa lo que se quiere decir con ese adjetivo.
¿Por qué se critica a
Kathryn Bigelow como directora? He leído las opiniones de algunas mujeres que critican que Bigelow se meta en un género tan “violento” cuando podría haber hecho cosas “mejores”. ¿Es eso cierto? ¿Es eso lo que las mujeres nos merecemos? ¿Seguir vetándonos aquellos temas crueles, violentos e históricamente masculinos? Creo que el valor de esta directora es doble: porque ha dirigido muy bien su película y porque se ha atrevido con un género que no suelen tocar las mujeres.