domingo, 16 de diciembre de 2012

Comercio local

Últimamente, en todas las redes sociales, se nos anima a comprar en comercios locales y a artesanos todo aquello que podamos necesitar estas navidades.
Es cierto que, si bien este año nuestros presupuestos pueden verse mermados, no está de más invertir lo que tenemos en algo que revierta en nuestra comunidad o en aquellas personas que trabajan como autónomos. Las grandes superficies pueden ser una solución fácil y rápida: nos permiten comprar todo en el mismo sitio y a veces en un mismo día (como el dinero, tampoco es que nos sobre el tiempo...), pero también es bonita (aunque parezca cursi) la opción de buscar, comparar, pasear... y disfrutar de lo que se ha convertido en una época de consumo rápido y bestial. A menudo se compran los regalos navideños con las prisas, sin pensar en la utilidad de lo que compramos, en si a la persona a la que regalamos le va a gustar o le va a encantar, en si no habría algo mucho más adecuado u original. Porque, siendo sinceros, ¿no compramos todos exactamente lo mismo en el centro comercial?
He vivido siempre en pueblos pequeños, sin demasiado acceso a los comercios. Así que, cuando tenía el tiempo y llegaba la ocasión, me acercaba al centro comercial más cercano y empezaba la fiebre de las compras. Primero en navidad y después en las rebajas. En el pueblo apenas tenía a mi disposición una papelería – tienda de regalos y una mercería – tienda de regalos.
Después de mudarme a una ciudad pequeña (o un pueblo grande, a veces yo misma me confundo), descubrí lo que es de verdad una zona comercial de barrio. Pequeñas tiendas, galerías comerciales (el centro comercial a pequeña escala o el hipermercado fragmentado)... Al principio seguía yendo a los centros comerciales pero ahora, en la medida de lo posible, los evito.
También es difícil, en estas ciudades pequeñas (o pueblos grandes), no sucumbir a la tentación de comprar en el bazar chino. Pero la tentación dura poco. Al cabo de unos meses, descubres que los productos son siempre los mismos, la calidad es bastante mala y los precios no dejan de subir.
Tengo la suerte de vivir en el casco viejo de la ciudad, de modo que tengo las dos calles comerciales a tiro de piedra. Puedo comprar todo lo necesario para la casa, regalos y contratar servicios sin apenas moverme de casa. Y, ahora sí, con la convicción de estar ayudando a familias que regentan una tienda de toda la vida, generación tras generación, y también de ayudar a multitud de personas que, tras haber sido despedidas de sus trabajos como grises asalariados, se lanzan ahora “con la que está cayendo” (¡cómo odio esta frase!) a luchar por el sueño de su vida.
Es imposible dejar de comprar en las grandes superficies. Por ejemplo, ahora, con el carrito, es una odisea salir de casa, anclar el cuco en el coche, plegar el carro, quitarme el abrigo, guardar el bolso y la bolsa de paseo, buscar aparcamiento, ponerme el abrigo, desplegar el carro, colocar el bolso y la bolsa, sacar el cuco y entonces, ¡ahora sí!, empezar a comprar (si la niña te deja...). Por eso, no puedo permitirme ni ir a un hipermercado a cargar una compra enorme ni tampoco cargar diariamente con productos de primera necesidad, pesados, para ir poco a poco trayéndolos a casa. ¿La solución? La compra on-line.
Y la compra on-line también facilita encontrar cosas descatalogadas, que no reponen, que no se venden en España... Para los regalos es una maravilla y muchas veces se pueden encontrar productos artesanos en la red.
Pero intento encontrar el equilibrio.
A menudo compro en una tienda de regalos que abrieron dos hermanas. Decoración, bisutería, complementos... Traen cosas originales, bastante asequibles y de mejor calidad que las de importación made in RPC. De hecho, trabajan con bolsos sintéticos de acabado perfecto y diseño original. Y trabajan también con un par de marcas españolas (fabricación y diseño español) de bisutería, con piedras semipreciosas y plata.
Compro también en la tienda de una mujer que vende vestidos de fiesta (por supuesto, las compras se reducen a una boda al año o menos), zapatos de fiesta con strass y bolsos art déco. Vende muchas otras cosas (¡incluso lámparas traídas de Turquía!), pero sus vestidos son una maravilla. La mujer es un amor: te atiende con una sonrisa espléndida, te deja probarte mil y un vestidos y te recomienda aquellos que te quedarán mejor por tu silueta o por tu tono de piel.
Otra de mis tiendas favoritas es una zapatería que no es parte de una cadena (como la mayoría de la zona). Vende caro pero bueno, también dando a conocer multitud de marcas españolas. Hace mucho tiempo era fácil encontrar calzado nacional del que se sabe procedencia y materiales utilizados, pero cada vez se está convirtiendo en algo mucho más complicado.
Y, entrando en el sector “servicios”, he tomado la decisión de no volver a las cadenas. En las cadenas a menudo se explota a los trabajadores, se van rotando trabajadores con poca experiencia de modo que nunca llegan a aprender y tú no recibes el servicio que buscas. Sí, son mucho más baratas, ¿pero a qué precio? Hace poco descubrí un centro de estética regentado por una mujer de mediana edad (está estupenda, pero dedicándose a lo que se dedica, seguro que es mayor de lo que a mí me parece); ofrece multitud de servicios de limpieza facial, masajes, manicuras... y estoy segura de que es una de esas magníficas profesionales a las que su sector ha “expulsado” por no ser ya la niña guapa y joven que fue; sin embargo, como profesional tiene un 10 y como trato al cliente también. Casualmente, junto a esta tienda, hay una peluquería pequeñita, modesta, pero con un servicio estupendo. Los precios están dentro de la media y la niña que atiende (sospecho que sea aprendiza pero de esas que finalmente se quedan allí y se convierten en una profesional maravillosa – ya lo es, por otro lado) es un sol: simpática y muy precisa al encontrar el color de tinte adecuado.
Parecen nimiedades, pero nos hemos olvidado de lo que es el servicio. De que te conozcan y te digan que puedes cambiar un producto aunque te pases un par de días, de que te envuelvan los regalitos y te pongan un lazo, de que te saluden al entrar y al salir...
Por eso también he decidido dejar de comprar a las grandes superficies aquello que no les tengo que comprar por necesidad. Carne, pescado y fruta: los compro en mi barrio. La carnicería de toda la vida, en la que te dicen de dónde traen la carne; la pescadería de la galería comercial; la fruta de un matrimonio mayor que debe de estar a punto de jubilarse.
¿Lo malo? Con toda esta amabilidad y este buen servicio, ¿qué voy a hacer cuando estos señores se jubilen? ¿Y si les siguen subiendo los impuestos y tienen que cerrar? Hay que buscar la manera de apoyar al comercio local. El año pasado fue la galería de artesanía que colocaron en una de las galerías comerciales; este año, pasear y buscar en las tiendas de la zona.

martes, 11 de diciembre de 2012

Femina and fauna

Cuando viajamos a Londres el año pasado, como siempre, rastreamos las tiendas de comics de la ciudad y entramos en todas aquellas que nos encontramos. Cerca de Covent Garden paseamos por uno de los barrios que más nos gustó: pubs, cafeterías, tiendas de música... Y una tienda de comics en la que conocí la obra de Camilla d’Errico y me enamoré de ella.
En las estanterías de aquella tienda de comics se encontraba el libro de ilustraciones (*artbook*) “Femina and fauna”. Probablemente podría haberlo comprado en España, a un precio más económico que el que el cambio de la libra me proporcionaba, pero al mismo tiempo... ¿encontraría ese libro cuando volviese? ¿quién me aseguraba que no se le habría hinchado el precio en nuestro país, como a todo aquello susceptible de gustar al público?

Camilla d’Errico es una artista canadiense de origen italiano. Se dedica a la pintura (sobre madera y sobre lienzo), la ilustración y el comic principalmente. A menudo se la sitúa en la corriente del surrealismo pop, también conocido como lowbrow. A ella no le van demasiado las etiquetas, pero sí es cierto que tanto el tipo de dibujo como los soportes que utiliza (juguetes, esculturas...) se acercan a esta corriente. Igualmente, los temas, al menos los de “Femina and fauna”, tienen ese componente de picardía que caracteriza al lowbrow.
“I am not a fan of labels in general; I feel that labels put people in boxes. And as you can see from my artwork, it ranges far too much to be contained in one box. However, the term Pop Surrealism is not a bad thing. And I'm really quite fond of the movement. I love the energy and quirkiness of the art and I'm constantly inspired by the work being produced.”
En esa entrevista, se trata otro punto muy importante: la desnudez.
“(...) North America has issues with nudity. Censorship in art is so wrong, I just can't believe that our culture has such a problem with nudity and yet reveres violence. In Europe they have no problem with nudity, it's just a part of fashion and seen simply as the human body. To them, nudity does not equal sex, but North America can't make that distinction.”
En “Femina and fauna”, Camilla d’Errico pinta, como el título del libro indica, mujeres y animales. Pero fuera de lo que cabría pensar, es decir, en lugar de bucólicos paisajes con mujeres y animales pastando, corriendo o posando, se centra en la figura femenina más bien aniñada que utiliza animales como tocados. La originalidad de sus composiciones es absoluta y, si bien estos tocados de animales son el hilo conductor del libro de ilustraciones, también recopila algunos homenajes a personajes conocidos, normalmente tétricos pero disfrazados por ella de dulzura (el conejo de Donnie Darko, el gato de Chesire...). Al final del libro también descubrimos el proceso de creación de la artista; Camilla toma como ejemplo la obra “Canadian Tiger” y nos muestra cómo va pintando, desde el boceto inicial hasta los últimos detalles.
Lo cierto es que esta no es la única obra de Camilla d’Errico y quizá tampoco sea la más famosa. Sin embargo, personalmente, es, de sus proyectos, el que más me gusta.
Además de numerosos encargos para clientes, Camilla d’Errico ha trabajado en la novela gráfica “Tanpopo”. Esta es su verdadera pasión y en ella fusiona su ecléctico estilo, con toques de manga, y las historias de la literatura universal. En el primer volumen de “Tanpopo”, de hecho, se inspira en el “Fausto” de Goethe.
Ahora trabaja en una serie de dibujos femeninos más cerca de lo oscuro que de lo inocente. Y puede hacerlo aun trabajando con colores vivos, como siempre. No hay nada más que ver que una idea puede ser tratada de mil maneras y el trasfondo puede no perder nada de profundidad.
Y, como casi siempre pasa, esta artista ha sabido explotar el lado más comercial de su arte. En su tienda se pueden comprar sus obras (desde copias hasta originales firmados), pero también tazas, fundas de móviles, bolsos... El surtido es muy variado y realmente bonito. Perfecto para un regalo.

jueves, 29 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 5: La lactancia

La lactancia materna es un proceso biológico tremendamente complejo, el punto en el que culmina la concepción pues es la forma natural de continuar haciendo crecer al bebé.
Se puede hablar de complejidad puesto que es un proceso biológico en el que no sólo influye el organismo de la madre, sino también el del hijo. Es la estimulación física del hijo al mamar la que hace que el pecho produzca la leche, previo paso por el cerebro de la madre y previa creación de las hormonas necesarias en el cuerpo de ella. Una ruptura en este ciclo podría hacer peligrar la lactancia materna.
Además de ésto, está el hecho de que puede haber malformaciones en el bebé que dificulten o impidan que el niño pueda mamar, de que el pecho de la madre pueda tener una forma determinada que dificulte que ese niño pueda mamar o de que se dé lo que se denomina hipogalactia. Sin embargo, este último caso es realmente poco frecuente, pero aún así muchas afirmábamos antes de ponernos a dar el pecho lo de “lo daré si puedo”, porque de algún modo estamos convencidas de que lo más seguro es que no nos suba la leche, produzcamos leche mala o se nos retire demasiado pronto. Y, de nuevo, la hipogalactia o falta de leche es muy poco frecuente.
Sin embargo, como comentaba en una entrada anterior, estamos ya muy limitados en lo que a instinto se refiere. De hecho, tiene mucho más instinto, a mi parecer, el bebé recién llegado a este mundo que sabe cómo mamar que la madre que quiere darle el pecho.
La generación anterior a la nuestra, en muchos casos, decidió no dar el pecho ante las maravillas de la leche artificial y la facilidad de optar por este método (cabe mencionar que ahora mismo está prohibido anunciar la leche artificial, hasta ese punto se había inclinado la balanza hacia ese lado). Así que dar el pecho dejó de ser la norma y se convirtió en la excepción. Muchas mujeres se ocultaban al dar el pecho en habitaciones apartadas del “público” o utilizaban pañuelos y otros artilugios incómodos para que nadie pudiera ver lo que hacían.
Pues bien, dar el pecho no es algo sucio ni vergonzoso. Dar el pecho es algo natural. No digo que haya que ir exhibiendo el pecho igual que no comemos con la boca abierta, pero deberíamos sentirnos libres de dar el pecho en público igual que comemos en público, cosa que no es, ni más ni menos, que parte de nuestra naturaleza.
¿No formamos parte acaso de la familia de los mamíferos?
Pero contamos con poca información o, lo que es peor, contamos con mala información. Incluso hay profesionales del sistema médico que siguen sin saber asesorar sobre la lactancia materna. Yo no soy, en absoluto, una experta (tan sólo llevo dos meses en esto), pero sí que he intentado informarme todo lo posible. La experiencia de mis familiares es las de las maravillas del biberón y, en este caso, el curso se quedó un poco corto. Después, si bien en el hospital la atención fue fabulosa (en especial la de una de las jefas de enfermeras, Susana) y las enfermeras constataban en cada momento que la niña se hubiese colocado bien y me explicaban lo que significaba dar el pecho “a demanda” (cuando el bebé quiera y durante el tiempo que quiera, sin negárselo y sin obligarle, ofreciéndoselo siempre para que él decida si es el momento de comer), en el sistema hay un seguimiento bastante parco de la lactancia materna. Sí que te preguntan, el pediatra y la matrona, si es el sistema que has elegido y constatan que tienes leche, pero poco más. O quizá es que, como yo no he tenido ningún tipo de problema (ni de enganche, ni de dolor, ni de infecciones...), no han profundizado más.
Aún así, es bueno saber que contamos con otras herramientas más que la experiencia de nuestros familiares o la atención médica posparto. Por otro lado, no hay que olvidar a aquellas amigas que hayan elegido la lactancia materna y que estén felices con esa opción, porque seguro que nos darán ánimo para seguir con nuestra idea mientras que otras personas nos dirán día tras día: “¿no sería más fácil con un biberón?”, “¿pero qué necesidad tienes?”, “¿otra vez al pecho?”
En mi caso, me aconsejaron el libro “Un regalo para toda la vida”, del Dr. Carlos González, e incluso me lo regalaron. Se trata de una guía que nos explica cómo dar el pecho y cómo esta experiencia “interfiere” en el resto de aspectos de nuestra vida. Y entrecomillo “interfiere” porque realmente no interfiere, pero sí es cierto que habrá que hablar de medicamentos y lactancia, salud y lactancia, otros embarazos y lactancia, trabajo y lactancia... Lo aconsejo encarecidamente, ya que es un primer acercamiento a la lactancia materna y resuelve gran parte de las dudas. Además, en mi caso, me ha dado argumentos para explicar por qué hago lo que hago, cuando simplemente es... ¡lo natural! Sería incluso más aconsejable leerlo antes de dar a luz.
Otras herramientas útiles son los grupos de ayuda y las asesoras de lactancia.
Estas personas están haciendo una magnífica labor para que la lactancia materna vuelva al lugar donde debería estar, para que vuelva a ser la norma y no la excepción.
No puedo hablar de lo que hay que hacer cuando se tiene un problema dando el pecho o de lo que hay que hacer cuando se cree que se tiene un problema (muchas veces los problemas nos los mete la gente de nuestro alrededor en la cabeza... y realmente no pasa nada), pero sí puedo decir que, si bien al principio una se siente rara amamantando porque es algo que no ha hecho nunca y, en muchos casos, no se imaginaba haciéndolo en el futuro, es tremendamente gratificante.
Cuando lo haces, sabes que sigues ayudando a crecer a tu bebé fuera de tu barriguita. Es la continuación de lo que has hecho durante nueve meses y ahora, de verdad, ves cómo crece, comprobando en cada revisión que pesa y mide un poquito más. Y ves también cómo ese bebé te necesita, cómo se aferra a ti con sus bracitos y cómo confía que, en los tuyos, está seguro. Nunca lo vas a dejar caer.
Me considero aún muy nueva en esta etapa de la maternidad, pero creo que no me va mal.
Lamentablemente, nuestra sociedad no está diseñada para facilitar la crianza de los hijos. Las limitaciones a la hora de pedir excedencias, reducciones horarias y, ahora, la nueva ley que avala lo que para mí es un “mobbing legal” (cambiar horarios y reducir salarios cuando se quiera o si no “te despido”) nos hacen la vida imposible. Podría escribir un “MATERNIDAD 6: la vuelta al trabajo”, pero aún no estoy en ese punto. Lo experimentaré dentro de unos meses y va a ser realmente duro. No sólo porque no tengamos, al menos uno de los padres, la oportunidad de compartir con la bebé todos sus momentos especiales y una etapa de su vida en la que necesita que se le exprese el afecto de una forma muy concreta y cercana. Tan cercana que se trata de abrazar, coger en brazos y achuchar, más que de apoyar, escuchar y comprender, para lo que, cuando haya crecido, estará preparada para que lo hagamos “en el horario no laborable”. Pero no hay hora para los abrazos, no se pueden posponer las necesidades de atención para satisfacerlas “en el horario no laborable”. Ni hay horario para tener hambre, de ahí la dificultad añadida de optar por la lactancia materna cuando se trabaja. Pero con el asesoramiento necesario, no hay nada imposible.

domingo, 25 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 4: El parto

Es cierto que disfruté mucho mi embarazo. Especialmente paseando las noches de agosto, un lunes cualquiera, o tomando boquerones fritos y zumo de tomate al lado de casa. Ver las evoluciones de mi niña dentro de la tripa, dormir con la palma de la mano apoyada en el vientre, cantarle canciones en la ducha...
Fue toda una experiencia pero, el broche final, el parto, fue el momento cuminante de un proceso de espera feliz y natural.
Comprendo que quienes hayan tenido un parto difícil, que quienes hayan vivido el sufrimiento de su bebé durante su nacimiento o quienes lo hayan visto directamente junto a su cama después de una césarea quizá no puedan compartir mi opinión sobre el parto como un momento hermoso. Sin embargo, aquellas mujeres que han compartido conmigo sus experiencias en partos largos o dolorosos sí que han dicho que el parto se olvida enseguida y nada más que se atiende al bebé. Es decir, el parto quizá no es algo tan bello pero tampoco se convierte en un trauma.
Una vez más, compartiendo mi experiencia, sólo quiero dejar constancia de que hay partos sencillos. El mío fue un ejemplo del parto que sigue todos los pasos que nos explicaron en el curso: borramiento de cuello, dilatación, expulsión y alumbramiento. Nada más. Ni cesárea, ni instrumentalización ni ningún tipo de complicación grave.
Y para quienes creen, como nos enseña erróneamente la televisión, que el parto consiste en gritar desde que se ingresa hasta que se da a luz y que, además, se tarda una media hora (por lo que hay que correr para que el niño “no se caiga”), sólo decirles que no es así. Habrá quien tenga unas contracciones terriblemente dolorosas durante todo el proceso del parto, pero no es lo normal; y habrá multíparas a quienes “se les caiga” el bebé, pero tampoco es lo normal.
Cuando comentas con tus conocidos que el parto de una primípara puede llevar de catorce a veinte horas, como media, se quedan con la boca abierta. Entonces, ¿los niños no se caen? Pero, ¿cómo se aguanta el dolor durante catorce horas? Y, aún así, cuando les cuento que yo estuve en el hospital ingresada nueve horas, les parece mucho...
El parto consta de varias fases y no todas ellas son dolorosas.
En mi caso, noté el borramiento de cuello porque tuve “pistas”, pero no sentí lo que yo denominaría como dolor (hay que decir también que esta fase y la de dilatación son la misma en una multípara, es decir, las dos cosas ocurren a la vez). La noche del domingo 16 al lunes 17 de septiembre, sobre la una de la madrugada percibí la expulsión del tapón mucoso (a quien le parezca un poco escatológico... bueno, son los nombres que tienen todas estas cosas...). Aunque esto no es un síntoma inequívoco de comienzo de parto, sí que es cierto que se debe a que el cuello del útero se ha borrado un poco y por eso se desprende. Es posible que el cuello continúe borrándose o es posible que tarde unos días aún.
El lunes 17 de septiembre, mi fecha prevista de parto, sobre las cuatro de la tarde, sentí un dolor en el útero como “dolor de regla” (esta es la descripción que se hace en el curso de las contracciones). A las seis y media, otra vez, pero bastante más intenso; me mantuve tumbada en el sofá, donde estaba viendo la televisión, pero en unos segundos me encontraba perfectamente. Cuando mi chico llegó, sobre las siete, le comenté que creía estar de parto. Totalmente incrédulo (pues me veía fenomenal), accedió a salir a caminar para “acelerar el proceso”. Algunas amigas me habían comentado que caminar ayuda a mitigar el dolor, a acelerar las contracciones y, en fin, a hacer todo el trabajo de parto más llevadero. Estuvimos andando una hora y media aproximadamente. Sobre las ocho de la tarde, yo ya tenía que sentarme de vez en cuando en los bancos que encontrábamos a nuestro paso, puesto que las contracciones eran bastante fuertes. De nuevo, era “dolor de regla”, incómodo pero no insoportable ni mucho menos. Aún no necesitaba hacer ejercicios de respiración.
Tenía mis dudas sobre si los leves sangrados que tenía eran graves o simplemente era parte del tapón mucoso así que, siguiendo el consejo de Rosa, nuestra matrona, nos presentamos en las urgencias del hospital (como ella nos decía: “Para eso están.”). En urgencias, donde las embarazadas tienen prioridad absoluta, a las diez de la noche me atendieron una matrona y una ginecóloga; ambas corroboraron que todo era perfectamente normal y en el informe hicieron constar que había borrado el 70% del cuello (habían pasado menos de veinticuatro horas desde el primer aviso). Por otro lado, la ginecóloga me dijo que podía volver tranquila a casa aunque tuviese que volver seis horas después. Es decir, que veía que las contracciones de dilatación (frecuentes, constantes e intensas) estaban a punto de llegar (las mías de momento eran infrencuentes, irregulares y leves). Según sus cálculos, podría querer volver al hospital sobre las cuatro de la mañana.
Una vez en casa, aprovechamos para darnos un último homenaje (otros cenarían solomillos, nosotros preferimos hamburguesa y patatas fritas) y, después, a dormir. Sobra decir que no pegamos ojo...
Las contracciones iban en aumento pero las más intensas (de nuevo, sin ser dolorosas realmente) eran de una frecuencia totalmente aleatoria. Sobre las siete de la mañana, creí necesario empezar a anotar la frecuencia de las contracciones: cada media hora. Sobre las nueve, ya eran cada quince minutos. Mi chico avisó al trabajo de que no podía ir. Sobre las once, ya eran cada cinco minutos. Creo recordar que desde las siete de la mañana aproximadamente, cuando ya el proceso de dilatación estaba establecido, empecé con los ejercicios de respiración, porque ya sí se podía catalogar como dolor lo que sentía.
A las once, pues, empezamos a preparar las maletas (llevaban hechas quince días, la mía y la de la niña), el carrito, nuestras duchas... En fin, que no llegamos al hospital hasta la una. E ingresé, después de una monitorización por parte de una matrona muy amable, a la una y veinte del día 18 de septiembre. Directamente fuimos al paritorio: tres centímetros de dilatación (me faltaban siete).
Una vez en el paritorio, se presentó la matrona (Mariví) y nos presentó también a las dos enfermeras que trabajaban con ella en ese turno (lamento no recordar los nombres, porque eran amabilísimas).
Sé que la descripción de todo este proceso es un poco fría pero, en mi opinión, cuanta más objetividad intente arrojar sobre el tema menos influiré en lo que hipotéticamente una lectora embarazada pudiese opinar de todo esto. Y, repito, el proceso es de lo más normal (son muchas más las embarazadas que acuden al hospital con contracciones que las que acuden por haber roto aguas).
La matrona, Mariví, era una mujer muy amable y muy amiga de explicar todo lo que hacía. Me explicó lo que me ponía en el gotero (suero), que me ponía monitorización externa, que iba a ver cómo iba el proceso antes de empezar a tomar decisiones y que después hablaríamos. Sobre las dos de la tarde me preguntó si quería ponerme la epidural pero, como le dije, aún era perfectamente aguantable todo (y llevaba con contracciones relativamente fuertes desde las siete de la mañana). De todas formas, tampoco quería dilatar tanto como para que el uso de la anestesia estuviese contraindicado, porque desde luego que quería parir sin dolor si era posible. En ese momento me explicó que un procedimiento que siguen para acelerar las contracciones y, consecuentemente, el parto, es romper la bolsa de las aguas, pero que a veces aceleraba tanto las contracciones que después les costaba poner la epidural porque las contracciones nos hacen movernos (¡y hay que estar totalmente quieta!). Así que llamó a la anestesista para que me hablara sobre la epidural y me explicase los posibles efectos secundarios. A las tres de la tarde la tenía puesta y, después de unos veinte minutos, me hormigueaban las piernas. Uno de los obstetras que me había atendido en una de las consultas rutinarias y al que le pregunté si en mi hospital aplicaban la “epidural ambulante” (y no, no la aplicaban...) me explicó que no tenía que preocuparme por una absoluta insensibilización causada por la anestesia epidural: por supuesto que no podría caminar, pero no perdería la sensibilidad porque controlaban muy bien las dosis. Y así fue. La anestesista (también lamento no recordar su nombre) me puso la epidural y dejé de sentir dolor enseguida, pero no perdí la sensibilidad; como las únicas anestesias que había recibido previamente eran locales (para sacar una muela y para extirpar un lunar), nunca había notado tan a las claras lo que es mover un miembro, tocarlo, notar que está ahí, pero no sentirlo. Sobre las cinco, la matrona comprobó que la dilatación, por causa de la epidural, se había estancado (este es uno de los principales riesgos de la anestesia epidural, junto con acabar con un expulsivo largo o que no haga efecto o que sólo duerma parcialmente las piernas / abdomen / útero). Rompió la bolsa y, después de una hora, comprobó que seguíamos igual. Me explicó el uso de la oxitocina y me la pusieron para volver a tener buenas contracciones. A las ocho de la tarde todo iba sobre ruedas pero, por desgracia, Mariví no podría acabar mi parto. Había cambio de turno a las nueve y media y no nos iba a dar tiempo. Aproveché para preguntarle por lo que podíamos hacer si no llegaba al final el efecto de la epidural, porque notaba la pierna izquierda despertándose (mientras la izquierda la movía y la manejaba, la derecha intentaba moverla pero se me llegó incluso a salir de la camilla...). Me dijo que yo misma podía valorar si llegaría hasta el final, si me parecía que el efecto se pasaba demasiado rápido, si me sentía con fuerzas para hacer un expulsivo con dolor y que, llegado el caso, sólo tenía que pulsar un botón de la camilla y automáticamente tendría una dosis extra. Aguanté un poco más con el goteo de anestesia pero me pareció que, efectivamente, no llegaría hasta el final y, viendo la intensidad de las contracciones en el monitor, no me veía aguantando ese tipo de contracciones y, sobre todo, cuando fuesen cada dos minutos. Así que pulsé el botón.
A las nueve y media, se presentó Rosario, la matrona del turno de noche. Si bien no era tan extrovertida, me pareció una profesional de primera y también me explicó todo lo que se estaba haciendo en todo momento. Actuaba con más firmeza, pero creo que también porque estábamos en la recta final. La niña se había quedado colocada cuando se hizo el cambio de turno y, a las diez menos algo, Rosario me dejó colocada de lado, con monitorización interna (con la externa no se podía captar el latido de la bebé) para que empezase a empujar sola: tenía la suerte de notar cuándo llegaban las contracciones aunque no me dolieran. Sobre las diez y cuarto, volvió. Había visto que empujaba correctamente y me preguntó si sentía presión: sí, la sentía. Es decir, la niña estaba ya de camino. Me tumbó boca arriba (siempre quise dar a luz en otra postura, pero con la epidural no hay opción), colocó la camilla, todo el instrumental y empezó el trabajo del expulsivo. Toda esta preparación supuso otros diez minutos. Es decir, empezamos con el expulsivo puro y duro a las diez y veinticinco y, a las diez y media, Ariadna había nacido.
Después de esto, empieza todo el trabajo de la matrona de analizar, después de un par de empujones más, la placenta; de, en nuestro caso, preparar el cordón umbilical para una posible donación (que, tristemente, no pudo ser); y de, dos horas después, examinar mi útero para corroborar que todo sigue su curso normal y que, tan sólo un rato después de haber dado a luz, mi cuerpo intenta regresar a su forma y colocación normal. No hubo nada que coser.
Pues bien, esto que he detallado de forma tan “fría”, que se me pasó en un suspiro, con la mejor compañía posible (la de mi chico hablándome, radiándolo todo a nuestros amigos, tranquilizando a nuestros familiares), tiene otra lectura muy distinta. Y es la de la tranquilidad que mantuvimos en todo momento porque sabíamos que todo nuestro esfuerzo iba a ser recompensado, que al fin veríamos qué carita tiene el amor personificado, y porque sabíamos que estábamos en muy buenas manos con el personal médico que nos estaba atendiendo.
Por eso, aconsejo el curso de preparación al parto, para contar con la información. Y también aconsejo hacer los ejercicios de mantenimiento y de respiración y, si se tiene la oportunidad, hacer algún ejercicio de relajación para calmar los nervios (mi desgracia es haber padecido en alguna ocasión crisis de ansiedad; mi fortuna es haber tenido que aprender a relajarme, cosa que me fue especialmente útil durante el parto).
Para lo que una nunca estará preparada es para el momento en que te dan a tu bebé y eres consciente, más que cuando viste la primera ecografía, de que ese sueño se ha materializado en una personita. Cuando, nada más nacer, en el minuto uno, te la colocan encima, su cabecita en su pecho, sus bracitos que se agarran fuertemente a tu tórax y sus piernecitas a tu abdomen, sientes que algo increíble te ha pasado... ¡Pero no te ha pasado! ¡Lo habéis hecho, por fin! Sientes que esa pequeña criatura a la que tanto esperabas te quiere y te necesita, se aferra a ti, confía en que de tu pecho nunca caerá. Es un torbellino de sensaciones difícilmente descriptibles y que, intuyo, serán diferentes en cada uno de nosotros (porque ellos también las experimentan).
Agradezco, nada más llegar al paritorio, que la matrona, Mariví, nos preguntase “¿Cómo se llama?” Porque no había nacido, pero era, existía. No había lugar a un “¿Cómo se va a llamar?”

miércoles, 21 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 3: La preparación al parto y la atención médica

Soy una verdadera defensora de la sanidad pública. Además, estando las cosas como están, creo que hay que defenderla con uñas y dientes porque la necesitamos y, al mismo tiempo, porque nos necesitan (hospitales, médicos, enfermeros...).
Todo el seguimiento de mi embarazo ha sido por la seguridad social y no ha podido ser mejor. Me encantaría saber nombre y apellidos de todas las personas que nos han atendido, pero es imposible. Recuerdo muchos nombres, pero nada más. Eso sí, nombraré a todas esas personas aquí para que no se me olviden más nombres a medida que pasa el tiempo.
En primer lugar, quiero agradecer a mi médico de cabecera, Ana Victoria, que ha sido tan amable con nosotros desde que empezó a trabajar en nuestro centro de salud. No he visto nunca una médico tan agradable ni tan sonriente, es un gusto ir a verla (por mucho que estés con una fiebre altísima...). Nos asesoró muy bien sobre las medidas que debíamos tomar para que yo quedase embarazada y, después, tras felicitarnos cuando le dimos la noticia, sobre lo que podía comer y lo que no, lo que podía hacer y lo que no (esfuerzos, deporte...), etc.
En el hospital, todos los obstetras, enfermeros y matronas nos han atendido estupendamente. Jamás, en todas las visitas, se ha repetido un obstetra. Así que me habrán visto, entre visitas ordinarias y urgencias, unos diez. No tengo queja de ninguno de ellos. Es cierto que no se explayan en las consultas (por suerte, obstetricia es uno de los servicios que he visto menos masificados en nuestro hospital, pero no dejamos de contar con un tiempo limitado), pero siempre que he tenido dudas me las han resuelto y nunca ha habido una mala cara. Mención aparte merece el personal que nos atendió durante el parto y el posparto, de quienes hablaré después.
En este punto, quería dar mi mayor agradecimiento a Rosa, la matrona de nuestro centro de salud y quien impartió el curso de preparación al parto.
He recibido muchas preguntas irónicas y afirmaciones con una sonrisilla oculta en la comisura de los labios por parte de muchos padres y madres de la generación anterior a la mía (de quienes podrían, en fin, ser mis padres). Personas que creen que la preparación al parto es una tontería y que allí estábamos perdiendo el tiempo en una colchoneta “como en las películas”. Creo que este tipo de afirmaciones se deben, como casi siempre, a la falta de información, y a creer que los niños se paren solos como los del ganado (creo que la mayoría han sido hombres, que quizá no se han planteado el miedo al dolor que podemos tener las mujeres embarazadas)... Pero también he oído este tipo de cosas de gente de mi edad, sobre todo cuando les he comentado sobre la parte emocional del curso (¿cómo nos educaron nuestros padres? ¿queremos educar igual a nuestro hijo? ¿qué opina nuestra pareja? ¿qué miedo tenemos a la hora de recibir a nuestro bebé?), e incluso he tenido que aguantar risotadas (sobre todo de chicas, no sé si porque creen que una vez evitado el dolor del parto, el resto es coser y cantar).
Rosa es una persona abierta, con desparpajo, muy clara en sus afirmaciones y, sobre todo, con una vasta experiencia. Ha atendido partos durante veinte años.
De algún modo, vernos las diez chicas del curso sentadas en las colchonetas, escuchando sus explicaciones, me recordaba a las jóvenes de la tribu escuchando a sus mayores. Y en cierta manera esto es lo que hacíamos. Ya que el instinto nos ha sido prácticamente anulado (debido a la evolución y también a nuestra obcecación por la asepsia) y ya que hemos construido una serie de tabúes a la hora de hablar sobre determinados temas (¿cuántas veces he oído lo de “ha ido al... médico... por lo de... ahí abajo...”?), creo que estos cursos son especialmente útiles.
Por un lado, se plantea la cuestión básica que todos conocemos de estos cursos: ¿cómo transcurrirá el parto y cómo evitar el dolor?
En nuestro curso es de agradecer que salí de allí pensando que tenía en mi poder toda la información. Por un lado, esto te hace tener algo de control sobre la situación (algo, ya que el parto vendrá como y cuando venga) y, al mismo tiempo, disipas la mayor parte del miedo con el que empiezas el curso. Respecto al dolor, sabes que es lógico y necesario y, al mismo tiempo, sabes que cuentas con algunas herramientas para disminuirlo o evitarlo y que tú tienes la libertad de elegirlas.
Rosa se esforzó en describir los partos para primíparas (todas las del curso) y para multíparas, desde el más sencillo (rápido e indoloro) hasta el más complicado, pasando por niveles de complicación leves (una vuelta de cordón) a graves (bebés de nalgas, cesáreas, etc.). Así, sabías a qué te podías enfrentar: no sabías cómo iba a ser el tuyo, pero sabías todas las situaciones posibles y cómo deberías actuar en unos casos u otros y también cómo actuaría el personal médico.
Respecto a evitar el dolor, a veces es posible y a veces no. Existen técnicas de relajación, distintos tipos de respiración... Y está la anestesia epidural, esa que tiene tantas defensoras como enemigas. Como toda anestesia, tiene sus riesgos y, salvo contraindicación médica, podremos ponérnosla si así lo queremos. Igualmente, tampoco será obligatorio que se la ponga nadie... Y aquí hay un tema escabroso, pues con muchas amigas se puede llegar a discusiones. Están las que creen que la epidural es de cobardes, las que creen que es una medicalización adicional e innecesaria del parto, las que creen que los avances científicos están para utilizarlos y las que no quieren sentir dolor, sin más. Yo soy de las dos últimas afirmaciones, pero respeto a quienes creen que la epidural no es necesaria y que se puede parir y resistir el dolor (al fin y al cabo, estamos diseñadas para ello). Pero creo que no se puede hablar de cobardía por no querer sentir dolor... Y que igual que yo no ofendo a quienes no quieren anestesia, no deberían ofenderme a mí. Por suerte esto no lo he oído, pero sí tengo amigas que han sufrido estas opiniones y que incluso han llegado a sentirse mal por querer recurrir a la anestesia.
Como decía, la epidural tiene sus riesgos y sus desventajas y no tiene eficacia asegurada. Pero es absolutamente opcional y cada una tiene que juzgar si son más los pros o los contras.
Otro punto importante de la parte informativa del curso fue la lactancia. Para mí, se trata de la parte más compleja de toda la maternidad. En un principio, es algo que sólo intuí al leer la guía “Los consejos de tu matrona”; pero después, durante el curso, lo constataría. Hablaré sobre mi experiencia con la lactancia en otra entrada.
También hubo información sobre reproducción, sobre métodos anticonceptivos (“¿para qué?”, se preguntarán algunos; pues porque otro embarazo antes de recuperarse del primero no es recomendable), sobre temas laborales (bajas, mobbing...), sobre papeleo...
Por supuesto, también hicimos la parte de “las películas”: ejercicios sobre las colchonetas. Pero es muy importante mantenerse en forma durante el embarazo. Hay una serie de músculos que sufren mucho (los del abdomen, los de la espalda, las articulaciones) y, al mismo tiempo, hay que fortalecer más aquellos que intervendrán en el parto (especialmente, los del suelo pélvico). Quien crea que con caminar un rato es suficiente... se queda corto.

sábado, 17 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 2: El embarazo

Llegado el día en que vimos las dos líneas rosas en nuestro test de embarazo y tras reconfirmarlo con un análisis, empecé a prepararme para la difícil etapa del embarazo.
Como siempre, todo el mundo me hablaba de lo horrible que es. De las náuseas, de los vómitos, del engordar... Tuve dos experiencias muy cercanas sobre lo terrible que es vivir un embarazo: una persona que se vio totalmente trastocada emocionalmente (y lo digo de verdad, quizá porque se había quedado embarazada después de un procedimiento hormonal brutal, la cuestión es que siempre andaba nerviosa, deprimida, malhumorada, agresiva...) y una persona que me dijo literalmente que “las mujeres que dicen que el embarazo es la etapa más bonita de sus vidas mienten; no es verdad, es ho-rri-ble, yo me sentía fatal”.
Así que, con estos “consejos” (porque cuando la gente te comenta este tipo de embarazos cree que te está ayudando) me enfrenté a mi primer trimestre de embarazo, el que se supone más fastidioso y lleno de síntomas.
Pues he de decir que es posible un embarazo sin náuseas ni vómitos. Jamás sentí una náusea y mucho menos vomité. Si acaso, por las tardes y sólo el primer mes, me mareaba y creía que me iba a dormir allá donde me sentase (sofá, silla, escalón... cualquier sitio era bueno). Tenía la impresión de llevar dos horas en el asiento trasero de un coche que circula por carretera de montaña (¡mi reino por una biodramina!), pero eso fue todo.
Es cierto que muchas embarazadas, un alto porcentaje, sienten esas náuseas y vómitos. Pero yo no. Y con esto no quiero regodearme en mi suerte, sino dar algo de esperanza a aquellas que creen que van a sentir estos síntomas sí o sí.
¿Cambios de humor? Sí.
¿Moqueo y congestión? Sí (de esto no se habla mucho, pero sí que lo tuve).
Sé que hay otros síntomas del primer trimestre, pero no los padecí.
Después van apareciendo otros que se deben, más que a los cambios hormonales, a los cambios físicos del cuerpo (la barriga que crece, el estómago que cambia de lugar, el útero que se hace enorme, las articulaciones que se relajan...).
Pero, aunque parezca obvio, muchos de estos síntomas puramente físicos (tan “sólo” dolor y cansancio en muchos de los casos) mejoran con una dieta sana y ejercicio. Parece el consejo fácil de los anuncios contra el colesterol, pero es absolutamente cierto.
Yo introduje en mi dieta la fruta y conseguí una sensación de energía que antes no tenía.
Y caminé cuanto pude, al menos mientras el calor no era asfixiante, y creo que debido a ello mis piernas no engordaron “tanto”. ¡Engordar es inevitable, es un embarazo!
Para marzo, tenía apenas la barriguilla de después de la comida de Navidad. Ya no me sentía cansada ni mareada ni somnolienta. De hecho, hice un viaje de trabajo en el que estuvimos inspeccionando una media de doce hoteles al día (en pie a las ocho de la mañana, cenando a las nueve; viendo zonas comunes y habitaciones de, repito, unos doce hoteles al día). Fue una auténtica paliza, pero estar embarazada no supuso ningún problema para mí. La pena fue no poder comer determinadas cosas, ya que durante el embarazo están prohibidos los embutidos y las carnes crudas (depende de si se ha pasado la toxoplasmosis pero, como no la había pasado...) y se aconseja evitar determinados alimentos (mayonesa casera fuera de casa, huevos poco hechos, pescado crudo, verduras y frutas crudas por si no se han lavado adecuadamente...). He de decir que, salvo los embutidos y las carnes crudas, el alcohol, el tabaco y los medicamentos, no hay nada prohibido durante el embarazo. Pero es bueno cuidar lo que se come; no hará un daño directo al feto, pero una intoxicación, infección, gastroenteritis u otros, que no se podrán, casi con total seguridad, tratar con medicamentos, pueden hacernos sentir realmente mal.
Y aquí me permitiré el único consejo que quiero dar para el embarazo... No fuméis. Personalmente, no llego a entender del todo lo de “es mejor fumar menos que dejar el tabaco y sufrir ansiedad”. La ansiedad se puede sufrir por muchas causas (yo lo sé), la mayor parte de ellas inevitables, y por ello tienes que aprender a cambiar tú para que esas cosas que no puedes evitar dejen de causarte ansiedad. Pero el síndrome de abstinencia es una causa absolutamente evitable que, con la debida voluntad, paciencia e incluso ayuda externa, tiene un principio y un final. Entiendo el caso de las mujeres que no planearon su embarazo y que se vieron incapaces de dejar la adicción (tomar pan con las comidas es un hábito o costumbre: fumar es una adicción), pero no entiendo a las que lo planifican y no planifican también dejar el tabaco. Habrá unas pocas que se queden embarazadas realmente rápido y no les dé tiempo, pero cuando he sufrido lo que se tarda en encontrar a ese bebé que se busca con tanto ahínco, sé que en la mayor parte de los casos dejar el tabaco a tiempo es una meta alcanzable.
En fin, cada uno es responsable de sus actos. Y, sí, por supuesto, también tienen cáncer de pulmón y bebés con malformaciones las no fumadoras... Todo es una cuestión de probabilidad, pero hay más probabilidades de sacar dos calcetines del mismo color del cajón cuando sólo tienes verde y rojo que cuando tienes también azul, rosa y amarillo.
Y, volviendo a la alimentación, no noté una gran diferencia con lo que antes comía. Eliminé de mi dieta los fritos “de freidora” (aunque me dijeron que no las tomara, seguí comiendo patatas fritas, me gustan demasiado; pero se acabaron las anillas de calamar, las crepes, las croquetas...), el sushi (por el cuidado que pudiesen poner los cocineros en el tratamiento del pescado crudo), el alcohol (no bebo cerveza con las tapas ni copas los sábados por la noche, pero sí que eché de menos la sangría en verano y, ahora, una copita de vino tinto...), las pizzas (por miedo a la mozzarela); añadí ingentes cantidades de fruta y aumenté las raciones de pescado que tomo a la semana; eliminé la pasta y el arroz hasta quedarme tan sólo con una ración semanal de una de las dos cosas y volví a las lentejas, garbanzos y otras legumbres.
He de decir que agradezco infinitamente haber tomado estas decisiones. No he vuelto a tomar fritanga de la mala (aunque no puedo resistirme a unas croquetas o a una tortilla de patatas caseras), tomo muchos menos hidratos que antes y más legumbres, frutas y verduras. Y añado proteínas de pescado, carne y lácteos cuando me apetece, eligiendo mucho mejor si hoy quiero un buen pescado al honor o un sabroso chuletón.
Y, volviendo (aún más atrás) a los síntomas del embarazo, me quedan los físicos.
Los calambres por la noche (que sí que los sufrí, llegando tres o cuatro noches a llorar del dolor) se pueden evitar (o al menos se puede disminuir su intensidad) con ejercicio y buenos estiramientos antes de acostarse. Me dieron entre mayo y junio, es decir, en el segundo trimestre.
El lumbago sí que me acompañó desde marzo aproximadamente, cuando aún no tenía barriga. Y me acompañó hasta el final. Pero no eché en falta poder tomarme un analgésico potente. Sí que intenté no forzar la espalda más de lo normal, ya que la columna estaba modificando su curvatura y el dolor era inevitable, pero tampoco era cuestión de pasarse de bruta (cuidado con hacer ejercicio que nunca antes has hecho o con seguir haciendo tareas de la casa que requieren un gran esfuerzo). Di las gracias por no padecer ciática.
En agosto, sobre la semana 34, sufrí de retención de líquidos. Sólo podía ir a trabajar en chanclas y las di de sí (en septiembre se me caían de los pies...); el tobillo desapareció completamente y sentía los dedos de las manos secos y doloridos, como cuando has cargado con demasiadas bolsas el día de la compra. Nunca he tomado mucha sal y ya tomaba bastantes líquidos; poco más podía hacer. Sinceramente, creo que la retención se debió, más que a mi actitud, al agosto tan caluroso que hemos padecido este año.
Después, sobre la semana 36, empecé a notar que la cadera me dolía bastante. El lumbago empeoró ligeramente y, cuando intentaba levantarme de la silla en la oficina para ir a coger un papel a la impresora, tenía que hacerlo despacio y acababa recorriendo los escasos seis metros cojeando. Tenía la sensación de que el fémur no encajaba donde le correspondía. Y, aunque la explicación es algo burda... efectivamente: mi cadera se había ensanchado y desplazado, ¡el fémur no sabía dónde se tenía que encajar! El dolor no era tan horrible como parece al explicarlo. No es una luxación de la articulación ni mucho menos. Pero cuando tienes diez kilos de más, un bebé que se mueve en la barriga, la curvatura de la columna aumentada, pies de pato y la cadera relajándose (junto con el resto de articulaciones del cuerpo) para permitir al bebé nacer con mayor facilidad, lo notas. La semana 38 comenzó mi baja. Así que estuve trabajando (trabajo en una oficina, 8 hrs sentada; no es recomendable estar tanto tiempo sentada, pero tampoco es peligroso para el desarrollo del bebé) hasta casi el último momento. Mi doctora me dio esa baja por lumbalgia, porque con esa barriga y esos dolores necesitaba descanso, pero yo siempre quise trabajar.
Y, bien, creía que no iba a dar muchos consejos (ni lecciones), pero supongo que está en nuestra naturaleza humana entrometida... ¡Ahí va otro! Viviendo como vivimos en el país de la apariencia, de la avaricia, del enchufismo y del trepismo, hago un llamamiento a las embarazadas sanas cuyos trabajos no interfieran en sus embarazos a que continúen trabajando. Un embarazo fácil, como el mío, sin riesgos propios ni sin riesgos laborales (trabajar de pie, trabajar con personas desequilibradas, trabajar manejando peso, trabajar con productos tóxicos...), es perfectamente compatible con el trabajo. Y mantenernos trabajando ayuda a que les den las bajas a todas esas mujeres que realmente lo necesitan, bien porque sus bebés peligren o porque puedan sufrir el menor tipo de daño trabajando y que requieran reposo. Recibí varios consejos de los de “échale cara y pide la baja”. Lo más triste fue tener que dar evasivas a esas personas... Porque no todo el mundo entiende que tengas unos principios y un fuerte sentido de la responsabilidad (para con tu trabajo y para con las embarazadas que realmente necesitan una baja y les cuesta conseguirla).
Así que mi embarazo fue ejemplar. Pocos síntomas y, los que tuve, perfectamente soportables. Trabajando casi hasta el último día (madrugar, tren, trabajo, comer fuera, trabajar, tren, mimos en casa) e inmensamente feliz.
Porque cuanto más iba avanzando la cosa más real se hacía.
Así que hablaré no sólo de los síntomas, de la alimentación y del trabajo, sino del feliz proceso de llevar galletas al trabajo para dar la noticia, de ver las ecografías, de saber cuál es el sexo de tu bebé, de oír que todo va bien...
Cuando vi la primera ecografía, al fin me convencí de que era cierto. Doce semanas. Doce semanas gestando, con una falta (o dos, nunca he llevado bien la cuenta con “las faltas”), pero sin llegar a creérmelo del todo. Cuando vimos esa imagen con forma, tan humana, con su cabecita y sus cuatro extremidades y, sobre todo, con un corazoncito que oímos latir, no pudimos evitar que se nos saltaran las lágrimas (yo) o llorar como una magdalena (él). Al fin estaba aquí. Al fin había llegado, para sellar nuestra larga relación de amor.
En la siguiente ecografía nos dijeron que era una niña. Así, a las claras. Una niña. Y mis compañeros me dijeron que yo era muy de niñas. Ciertamente, era lo que quería en el fondo de mi corazón. A todos se lo decía. Aunque también es verdad que en ese momento lamenté que no fuera niño. Supongo que, de alguna manera, lamentas que no pueda ser todas las cosas que podría, porque lo quieres todo a la vez. Necesitas experimentarlo absolutamente todo.
Y después, según me había comentado otra amiga (una amiga a la que aprecio un montón, porque con su ejemplo fui consciente de que no hay que dejar los sueños, ni las aficiones; ni dejar de trabajar, ni dejar de correr una media maratón; con su ejemplo fui consciente de que un embarazo puede ser algo precioso), sentí esos tintineos en el interior de la barriga. Ella me decía que notaba como si alguien diese leves golpecitos desde dentro; yo notaba como una pompa de jabón, muy sutil, explotaba. Pero las pompas de jabón dieron lugar a las volteretas y, más adelante, a las pataditas. ¿Lo más bonito? Notar que una niña pequeña se despereza dentro de ti, y notar sus extremidades rozando tus costillas y tu pubis
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lunes, 12 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 1: La decisión de tener un bebé y su búsqueda

Después de mucho meditarlo y de haber creído siempre que las cuestiones personales no tienen cabida en este blog que es más bien un cajón de sastre que me sirve de desahogo y de recordatorio gramatical y ortográfico, creo que voy a hablar de mi maternidad.
No hay nada más personal ni más único que esto. Pero, por otro lado, me ha ido tan bien hasta ahora que me veo impelida a contarlo. Cuando una está llena de dudas y busca en internet, siempre encuentra las peores experiencias: la decisión de tener un bebé y su búsqueda (la infertilidad), el embarazo (los fastidiosos síntomas), la preparación al parto y la atención médica (la mala información y la poca amabilidad), el parto (partos secos, cesáreas, negligencias...) y la lactancia (mastitis, hipogalactia, de nuevo mala información).
No será, desde luego, un examen exhaustivo de la experiencia vivida.
Y no creo que mucha gente consulte este blog para leer sobre este tema. Y dudo que nadie llegue hasta aquí buscando información sobre el proceso de la maternidad habiendo tanta información como hay en internet, con infinidad de foros, webs y blogs especializados.
Sobre la decisión de tener un bebé... Soy consciente de que mucha gente no lo decide. Hay niños que llegan, sin más, y luego están los que parece que no llegan y los que definitivamente no llegan nunca.
Nuestra decisión fue tomada en verano de 2009, aunque sin demasiada oficialidad dentro de nosotros. Lo que teníamos claro era que no se lo íbamos a decir a nuestras familias porque habíamos vivido, por otras parejas, lo que es sentirse presionado constantemente con las llamadas y las visitas y el “¿ya?” Así que decidimos no decírselo a nadie. Posteriormente, en octubre, ya de forma clara y no sólo como un futurible, decidimos ir a buscar a ese bebé.
En nuestro caso, la decisión había sido meditada largo y tendido. Queríamos conocernos bien, vivir juntos y experimentar ciertas cosas en la vida antes de implicarnos en la crianza de un hijo. Habíamos reflexionado enormemente sobre lo que es tener un hijo y sabíamos que era el momento.
Desafortunadamente, por causas familiares y laborales, la decisión se vio aplazada hasta 2011. Una serie de acontecimientos tristes en la familia, de crisis de pareja y, por supuesto, debido a la inestable situación económica de nuestro país (y del cierre de la empresa donde yo trabajaba más concretamente) hicieron que no nos viésemos fuertes de nuevo hasta el verano de 2010 y que no tuviésemos la solvencia económica necesaria hasta el verano de 2011.
Lo más valioso para mí de todo este proceso que implica querer y decidir tener un hijo es dar nombre a lo que estamos haciendo. Tener un hijo no es tener a alguien que te cuide cuando seas viejito; tener un hijo no es tenerlo antes de que pase tu edad fértil; tener un hijo no es sucumbir a la presión social (“ya lleváis mucho tiempo casados...”, “¿es que no queréis tener hijos?” y demás frases que son ya casi dichos).
Para nosotros, tener un hijo es culminar una historia de amor auténtico. Crear una vida, mitad yo y mitad él, en la que se fundan lo que yo y él somos, sin saber qué tendrá de cada uno pero con la certeza de que nos hemos hecho uno al fin.
Respecto a la búsqueda... Es la parte menos bonita de todo ello.
La decisión, cuando para ti es algo tan grande como esa fusión de dos personas que se quieren en un solo y nuevo ser, es una cosa grandiosa.
Pero la búsqueda, después de un año, puede convertirse en algo frustrante y agotador. Puede incluso hacer que tu relación se tambalee y retroceda hasta puntos que ya creías olvidados. De nuevo dimos gracias por no haberle comentado a nadie en nuestras familias de nuestra idea de tener un bebé. Porque el bebé no llegaba...
Estadísticamente, encontrarte al azar con tu pico de fertilidad, no es fácil. Emocionalmente, después de meses de intentos, empiezas a estar en baja forma. Cuando en tu trabajo las cosas vuelven a torcerse y sientes que la ansiedad regresa a tu vida, crees que todo es causa del estrés. Pero necesitas el trabajo para poder criar a tu hijo y el trabajo que tienes va ligado inequívocamente al estrés que sufres.
Por lo que yo he probado, y aunque no me gusta hacer publicidad gratuita, puedo recomendar el test de ovulación de clearblue. Estábamos planteándonos ya serios problemas de infertilidad, pero nos hablaron de este producto y probamos. Al tercer mes, al fin, estaba todo en marcha. No lo supimos hasta el día de Reyes de 2012, pero alguien estaba empezando a formarse dentro de mi barriga. Después de un largo proceso de meditación y de búsqueda, feliz y complicado también.

jueves, 25 de octubre de 2012

Que se parecían... pero no

Llevo mucho tiempo pensando en hacer una entrada sobre "parecidos razonables" del cine estadounidense. Y es que, muy a menudo, cuando veo a uno de los siguientes actores en un anuncio, película, entrevista... ¡Siempre pregunto si es X cuando resulta ser Y!
La verdad es que me tocaba un poco la moral que no se entendiese porqué los confundía cuando yo veía el parecido más que claro clarísimo. Ahora, visto con una cara junto a la otra, me doy cuenta de que el parecido es más bien peregrino (de hecho, he descartado publicar algunos de los parecidos porque eran absolutamente inexistentes).


Para lo que sí me ha servido esto es para no volver a confundirlos nunca más. O, al menos, eso espero.
Más bien, creo que lo que me ocurría era que asociaba un mismo nombre a dos caras. Jamás dije "ese es John Cusack"; fuese el que fuese, siempre era Edward Norton...

lunes, 17 de septiembre de 2012

Comer en Madrid... ¡como en Bélgica!

Pocas veces me lanzo a hacer una crítica gastronómica, pero a veces uno encuentra una joya (como el japonés “Miyama” o como el tablao flamenco “El corral de la morería”) y no se puede dejar escapar la oportunidad.
Además, el descubrimiento del Atélier Belge fue algo totalmente casual pero muy productivo.
Se trata de un restaurante de la calle Martín de los Heros, cerca de la oficina donde actualmente trabajo. Al tratarse de un restaurante belga en una zona repleta de “bares de toda la vida” y grandes cadenas de comida semi – rápida, nos llamó la atención a todos.
Un día nos decidimos a atrevernos y probar suerte. ¡Y tanta suerte que tuvimos!
 
El menú del día del Atélier Belge es un menú de tres platos que varía cada día y que consta de primero, segundo y postre, incluyendo pan y una bebida. Los platos no se pueden elegir, algo que, para alguien como yo, con aversión al pimiento y reticencias al marisco (supongo que es una pena por lo que a los mejillones respecta...), es peligroso. Pero es totalmente comprensible: el chef elige los productos frescos en el mercado cada mañana, seleccionando lo mejor de entre lo que puede encontrar, por lo que nos deleita con productos de cada estación que conforman un menú variado y diferente cada día. El no poder comer carne cruda este verano o mis preferencias culinarias no han impedido, de ningún modo, que haya comido prácticamente una vez a la semana en este restaurante, desde la primavera hasta que cerraron por vacaciones en agosto.
El precio del menú del día (servido de lunes a viernes a la hora de comer) es de 11.50 €, un precio muy económico teniendo en cuenta los precios de la zona y el tipo de comida de que se trata. Los menús de la zona oscilan entre 8.50 € y 12 €, dependiendo de si se come en un bar o en un restaurante, pero está claro que no hay color entre un menú de sopa + filete con patatas + flan y un menú de sopa de melón con anchoas + atún con salsa de langostinos + buñuelos de chocolate.
Además, para aquellos que no quieran / puedan lanzarse a la carta (el precio medio a la carta calculo que oscila entre los 35 € y los 40 € por persona), es una opción más que interesante para probar algo distinto y totalmente exquisito. El uso de las especias y de la mostaza (la mostaza era mi enemiga también antes de conocer la cocina belga) es fantástico: cualquier carne o pescado tiene un gusto y un punto especial. Recomiendo encarecidamente este menú, especialmente después de haber cenado también a la carta y haber comprobado que, la calidad del menú, la presentación y el servicio no se descuida en absoluto, de modo que no hay diferencia en pedir un plato por la noche o degustarlo a la hora de comer un martes cualquiera. En otros sitios, uno nota la diferencia en la calidad según el montante que va a pagar al final del servicio. Aquí, en absoluto.


Pero no sólo es un sitio donde disfrutar con la comida.
Además de que cuenta con un personal fabuloso, que ya nos conoce por asiduos y que el último día que comí aquí me hizo el favor de cambiarme la guarnición de pimientos por brócoli (¡mmm!), el Atélier Belge es también un placer para la vista y el oído. Me encanta la decoración, la madera, la pared de ladrillo visto, los colores de paredes y techo, vivos y contrastados a pesar de tratarse de un local relativamente angosto, y, en general, el buen gusto y el detalle con que lo hacen todo, desde el pan que hornean cada día hasta las mini magdalenas que sirven con el café. Y, respecto a lo que al oído se refiere, la música en francés.
Por criticar algún aspecto, diría nada más que me gustaría que hubiese más variedad en los postres. Por supuesto, como buenos belgas, tienen todo tipo de postres de chocolate, pero al no ser una gran amante del chocolate... me gustaría ver otras cosas en la carta y, sobre todo, en los menús diarios. Para nuestra cena a la carta elegí unas crêpes, que no me decepcionaron en absoluto, y los postres con fruta los bordan.

martes, 11 de septiembre de 2012

Hanna

Hace mucho tiempo que quería hablar de esta película y, supongo, ver ayer “Los juegos del hambre” ha sido el impulso final para hacerlo.
Y es que Hanna me sorprendió muy gratamente. Todo empecó con una nota en un periódico gratuito, hablando del  tema de la película: “una joven que ha sido criada por su padre en un territorio inhóspito, sin ninguna otra compañía e influencia, y que desarrolla todas las habilidades necesarias como soldado / superviviente nata”. Efectivamente, la idea me pareció sumamente atractiva. Una especie de “Tarzán” moderna, sólo que con una referencia tamizada del mundo real, pero igualmente perdida en el momento de relacionarse con el resto del mundo, ya que sabe que existe pero no lo conoce en absoluto.
No dudo que el resto de argumentos de la película son bastante básicos y manidos (como me ocurrió al ver el otro día “El invitado”, que parte de una idea muy vista y que después se basa en la historia de persecución – pelea constante), pero Hanna tiene un punto fuerte que no se puede obviar: la estética. Entendiendo por estética el aspecto de la protagonista, los paisajes, los escenarios, la música.
Creo que Hanna es toda una experiencia sensorial más que una película con cuyo argumento o diálogos uno puede deleitarse, perdiéndose en lo complejo de su trama. Pero para una esteta como yo... ¡es perfecta!
 
La protagonista, Saoirse Ronan, sufre una espectacular caracterización para interpretar esta película. Si bien su rostro tiene una belleza exótica e inocente, el trabajo realizado para ensalzar ambos rasgos es encomiable. El exotismo nórdico puede ser muy llamativo al principio pero, después, según se va sucediendo la historia, choca la forma en que la inocencia de sus gestos esconden una frialdad absoluta. Hanna es una máquina de matar. Aún así, también descubriremos que es capaz de amar, de hacer amistades, de crear lazos con desconocidos como nunca había hecho... puesto que nunca tuvo la oportunidad de conocer a nadie.

Sobre el resto, poco puedo decir. No soy una cinéfila experimentada, pero sí sé que al leer esta crítica encontré muchos puntos en común con lo que yo misma pensaba. Sí que es verdad que el autor de la misma le da a la película un 7 y yo esperaba que le hubiese dado un 5 por la forma en que comenta, pero creo, una vez más, que es porque yo no conozco ni directores, ni lenguaje crítico, ni sé, en definitiva, cómo hablar de una película sin comentar lo obvio. Yo, aún así, le daría un 9.
Comentarios compartidos con la crítica de la película:
- Adulterado thriller de la era post – Bourne.
- Acción techno al ritmo de los Chemical Brothers
- Atracón de libertad creativa tan retorcido como excesivo
- Contundencia visual de un videoclip de Prodigy
- La gramática de un Tim Burton desquiciado y malsano
 

Me falta añadir a esto el parecido con "Alicia en el País de las Maravillas": el colorido, el sombrerero loco... No me habría extrañado un gato de Cheshire a la vuelta de la esquina.
 

Incluso los comentarios a la crítica: “el montaje es brutal, el uso de la música impecable, en el aspecto formal roza la perfección”.
Así que, para quien quiera deleitar sus sentidos, adelante con Hanna.
No puedo decir lo mismo de la insulsa “Los juegos del hambre”.

martes, 29 de mayo de 2012

Herencia de hechiceras

¿En qué desesperada situación me hallo? ¿Qué no sería capaz de hacer por amor? Pues despierto en una playa de aguas cálidas y cristalinas, rodeada de árboles exóticos, y no sólo no encuentro caras conocidas sino que me adivino totalmente sola, sin otra alma a mi alrededor que no sea la mía.
Ayer mismo partía de mi hogar, abandonaba a mi padre desdichado, y hoy soy yo la abandonada. Y es que siempre hay uno que abandona… y sólo uno que es abandonado.
Quizá este amar hasta la última consecuencia a aquel que se cruza en tu camino es herencia de mi madre, que se enamoró (por castigo divino, decía mi padre para alejar de su casa la ignominia) de un hermoso toro blanco. Y es que este amor animal y contra natura la llevó a engendrar a mi medio hermano. Secreto en un principio, secreto a voces después; mi madre gestó en su vientre una criatura medio hombre medio ternero, que mi padre tuvo siempre por suya hasta el noveno mes, cuando el niño toro vio las primeras luces de este mundo, lanzó su primer mugido y, al contrario que nosotros sus cuatro hermanos maternos, pudo sostenerse en pie en ese mismo momento.
Gritos, sollozos, peleas… Al día del parto le siguieron días mucho peores, en los que al niño no se le permitió dormir con sus hermanos, sino que se le relegó a la cocina con las criadas. Asustadas éstas, después su hogar serían las vaquerizas de la casa. Y, mientras mi padre intentaba calmar los rumores que ya habían salido de nuestra isla, mi madre penaba día y noche por su hermoso hijo de testa nívea y ojos negros.
A pesar de tratarle como a una bestia criadas y ganaderos, los ojos de mi pequeño hermanastro (que alcanzaría una altura muy superior a la humana) me demostraban que en su pecho latía el corazoncito de un niño. No podía hablar, al no tener garganta humana, pero pronto dejó de mugir, avergonzado de su condición bovina. Se convirtió en una criatura asustadiza y ensimismada, a la que sólo me dejaban ver desde la puerta de las cuadras, y a la que nunca pude acariciar. Sus pies de niño sufrían en el lodazal del suelo y las vacas ni le miraban al no reconocer en él a un semejante. Cada mañana, cuando me acercaba a ver sus evoluciones, le susurraba desde la lejanía: “¡Asterión!” Pues con cabeza de toro o no, mi hermanastro era humano y merecía el honor de tener un nombre.
Igualmente, humano o no, mi atormentado padre decidió que el único modo de evitar los lamentos de mi madre era alejarla totalmente del pequeño. Además, le disgustaba enormemente la idea de que yo pudiese acercarme a un ser tan abominable y, según él, agresivo, ya que pronto desarrollaría una temible cornamenta con la que podría herirnos a todos mortalmente. Así, ordenó sacarlo también de las vaquerizas igual que el primer día lo arrancó de los brazos de su madre.
Otros lo habrían lanzado a las bestias, lo habrían despeñado por un acantilado o lo habrían hecho navegar en una caja de madera allende los mares. Pero no pudo tampoco disponer de la vida de aquel en cuyos pies y manos reconocía los pies y manos de los hijos de su propia semilla, en cuyos genitales reconocía la virilidad de sus hijos biológicos.
Mandó llamar al ingeniero Dédalo, fiel servidor y artesano de renombre, para encontrar con él una solución. Y la solución fue sencilla: crear una celda donde el desgraciado quedaría confinado, sin salir nunca jamás y sin más compañía que la de su sombra. A quien otrora ayudase a mi madre en sus lascivos deseos se le ocurrió el diseño del laberinto, después conocido en el mundo entero, una obra de arquitectura con principio pero sin fin, de la que el hombre toro no pudiese encontrar la salida. Allí lo encerraron de niño y allí continuó de adulto, sin visitas, sin amigos. Sin aquellos compañeros de su infancia, personas y animales; aquéllos, que le habían obsequiado con un trato de bestias, y éstos, con un humano desprecio. Fue despojado, pues, mi hermanastro, sangre de mi sangre, de cualquier signo de su humanidad o animalidad. Dejó de ser, encerrado y olvidado.
Sin embargo, aprisa recurriría a él mi padre cuando, en venganza de su hijo Androgeo, obligó a los atenienses a enviar a siete hombres y siete mujeres que puntualmente serían sacrificados en honor a su hijo muerto. Y tal sacrificio consistiría en obligarles a adentrarse en el siniestro laberinto del que nunca habrían de salir y en el que, tarde o temprano, se encontrarían con aquel otro que allí vivía. Así volvió la mirada a quien, mitad hombre mitad toro, un día había relegado a su salvaje condición de bestia.
Mi instinto me decía que el sosegado Asterión no era el monstruo que todos pintaban. Aquellos ojos bovinos, inocentes, que me miraban desde la cuadra, conocedores de su condición así como de mi libertad, no podían ser capaces de mirar con furia homicida. No podían sus pies humanos hendirse en la tierra para luego embestir a los que siempre quiso ver como iguales.
Una de las tardes marcadas, llegó a la isla, entre los catorce jóvenes, uno de especial atractivo. Se llamaba Teseo y era el mismísimo príncipe de Atenas. Al contrario que sus compañeros, humildes y pobres atenienses, venía por su propia voluntad a enfrentarse al Minotauro, como lo conocían a nuestro alrededor. Pretendía así terminar de una vez con el tributo que su pueblo debía al mío.
Encontré en él y en su determinación a la persona indicada para ayudarnos a todos a poner punto y final a la vida que llevábamos desde el nacimiento de nuestro último hermano. Sin duda, se trataba de una persona con coraje, segura de sí misma y con la entereza como para encontrarse cara a cara con el hombre toro y medirse con él. Sin duda, Teseo vería lo que en él había de humano. Sentiría latir ese corazón como podía sentir latir el mío.
Al atardecer, cuando los jóvenes eran azuzados por las espadas de los guardias minoicos e impelidos a entrar en el laberinto, tomé a Teseo del brazo. Los otros trece lloraban, se arrastraban en la arena de la entrada, sus caras se descomponían del terror. Informé a Teseo de mis intenciones y le obsequié con un ovillo de hilo mágico que le ayudaría a encontrar el camino de vuelta. Pero Teseo se mostraba escéptico. Al poco, entre gritos y bramidos, se extendió sobre nosotros el manto de la noche. Se hizo el silencio. Los guardias se marcharon. Pero el hilo nunca se destensó. Esperé y esperé.
A su salida, cubierto de sangre, Teseo me miró a los ojos, compungido: “¿Lo creerás, Ariadna? El Minotauro apenas se defendió”.
Mis temores se habían confirmado. Di la llave al héroe para poder escapar, para poder contar a todos que el hombre toro no era tal bestia, pero no acerté a calcular cuál sería el desenlace de mi acción.
Traicioné a mi hermanastro, puse fin a sus días sin desearlo y asimismo terminaron las desdichas de mi padre y de los atenienses todos. Pero no podría volver a danzar sobre una pista de baile salpicada de sangre inocente, ni mucho menos levantar la cabeza y cruzar mi mirada con la de mi desventurada madre.
La única salida era huir hacia adelante, asumiendo las consecuencias de las decisiones tomadas. Partí sin dilación en el barco de Teseo, rumbo a una nueva vida. La que me prometieron su sonrisa acaramelada y sus brazos apasionados en una noche que se unió con el día.
Esto fue ayer mismo y, hoy, ¿en qué desesperada situación me hallo? Surcan mis mejillas lágrimas amargas, con la certeza de poder recorrer con mi propio pie el perímetro de esta nueva prisión de arena en la que me veo confinada.
Sobre el origen del mito de Ariadna y el Minotauro:
“(…) la pista de baile que habría construido Dédalo para Ariadna estaría relacionada con un pavimento en el cual se encontró el dibujo de un laberinto, sobre el cual se realizaban las danzas rituales es las cuales se escenificaba la unión entre el sol y la luna, representada por el rey y la reina (y/o sacerdotisa), portando el rey una máscara de toro, símbolo de la fertilidad y la virilidad masculina, mientras que la reina y/o sacerdotisa representaría el papel de vaca celestial, asociada a la Luna y a la fecundidad.”

domingo, 20 de mayo de 2012

Sí que me gusta la ciencia ficción

Otro de los autores que se encontraban entre los clásicos que pretendía leer era Isaac Asimov. Poco sabía de él salvo que había destacado en el género de la ciencia ficción y que se llevó a la gran pantalla su novela “Yo, robot”.
Sin embargo, la idea que me hice sobre dicha novela fue totalmente equivocada. No vi la película pero tuve que contentarme con un ejemplar del libro que llevaba a Will Smith en la portada (quizá incentive más a la lectura ver a un famoso en la portada, habría que estudiarlo...) y, además, enseguida descubrí de que no se trataba de una novela como tal.

Yo, robot” es realmente una compilación de cuentos sobre robots, unido mediante el hilo conductor de la robopsicóloga Susan Calvin, que cuenta dichas historias a un periodista.

Asimov publicó algunos de sus cuentos en revistas temáticas como las que él leía de niño. El primero de los cuentos que conforman “Yo, robot”, “Robbie”, fue publicado en la revista “Super Science Stories” en 1940. Dicho cuento sirve, de algún modo, de introducción para el lector al resto de cuentos. Se trata de la historia de Robbie, uno de los primeros robots fabricados por la U.S. Robots. Un robot incapaz de hablar, tosco, de movimientos poco humanos aún y sin inteligencia. Así, este robot es un antecedente de los robots más elaborados que aparecerían después. A pesar de obedecer desde un principio a las tres leyes de la robótica, como todos los robots, no es un ejemplo de inteligencia artificial, aunque sí está programado para, como robot niñera, ser capaz de cuidar y “mimar” en cierto modo a los niños humanos. De algún modo, es la otra cara de David, el niño robot de “A.I., Inteligencia Artificial”, creado para ser dependiente y ser querido (“la emoción es la última y controvertida frontera en la evolución de los robots, pero Cybertronics Manufacturing ha creado la solución”).

La segunda historia que compone este libro es “Círculo Vicioso”. Si en el primer cuento se explica lo que son las tres leyes de la robótica, esta historia es un verdadero ejemplo práctico de cómo una mala programación de dichas leyes en el cerebro positrónico del robot puede malograr el funcionamiento de la máquina.
Las tres leyes son las siguientes:
- Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, exceptos si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley.
- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

Dichas leyes se formulan debido al temor que experimentan los humanos de que sus creaciones, más racionales, más fuertes que ellos, puedan volverse en su contra (así se rebeló la criatura del Dr. Frankenstein o las máquinas de Matrix). Así, el robot que se saltase una de esas leyes quedaría automáticamente inutilizado.
En “Círculo Vicioso”, el robot Speedy no es capaz de cumplir la orden que le han dado los humanos, de modo que debe existir algún tipo de error de programación en su cerebro. Así, los doctores Powell y Donovan se dedican a observarlo y estudiarlo para averiguar lo que ocurre. En un momento dado, se percatan de que Speedy se acerca y se aleja, periódicamente y sin parar, al pozo del que debe extraer los materiales que se le ha ordenado recoger. Algo, que no consiguen descifrar, le hace acercarse para luego alejarse y volverse a acercar, sin completar jamás su misión. A lo largo del cuento, el lector se ve sumergido en un ejercicio de lógica que le resultará muy interesante resolver.
Si los argumentos de ciencia ficción que hasta ahora he leído me interesaban sobre todo por el fondo ético que tenían, me encontré al leer a Asimov también con la lógica. De algún modo, leer me suponía ejercitar mi cabecita y, aunque no hiciese ningún tipo de matemáticas, notaba que mi cerebro iba perdiéndose poco a poco su capa de óxido. Este fue uno de los puntos más interesantes para mí a lo largo de la lectura de “Yo, robot”: el pensar y acabar resolviendo los acertijos que a los doctores de la U.S. Robots se les planteaban.

En “Razón”, se nos presenta a Cutie, un tipo de robot preparado para vivir aislado de humanos y poder realizar sus tareas sin necesidad de supervisión constante. La independencia le lleva, en cierto modo, a despegarse de la primera ley. La obedece pero, sin humanos alrededor, la ley más importante parece tener menos peso. Cutie y el resto de robots, con su capacidad de inteligencia artificial, acaban por crear una religión. Cutie se convierte en profeta y vemos, desde fuera, una crítica a aquello intangible en lo que a veces creemos y cómo nace el principio del mito.
Crítica que, desde otro ángulo, hacen el Dr. Hubert Farnsworth y el Dr. Banjo, el uno apoyando el evolucionismo y el otro el creacionismo, para después acabar dándose cuenta de que ambos tienen razón... excepto si se trata de robots (ver “A clockwork origin”, de Futurama).

En “Pequeño Robot Perdido”, se plantea una vez más la problemática de las tres leyes de la robótica.  Dentro de la hornada de robots NS-2, algunos de ellos han sido programados con una pequeña modificación de la primera ley (“Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño”) para que puedan realizar determinadas misiones. Así, se omite la parte de la inacción, de modo que los NS-2 modificados no dañarán deliberadamente a un ser humano pero podrán permanecer inactivos si es otro el que los daña. El verdadero problema llega cuando uno de los NS-2 modificados se esconde obedeciendo la segunda ley, ya que un humano, enfadado, le ha ordenado “que se pierda”. Y literalmente se pierde, mezclándose con un grupo de más de sesenta NS-2 idénticos en su forma exterior.

En el relato “Evidencia”, el lector se encuentra con nuevos ejercicios de lógica. Se acusa al candidato a un puesto político, Stephen Byerley, de ser un robot humanoide, no un ser humano, de modo que, según la ley imperante, no podría presentarse a dicho puesto. Es la Doctora Susan Calvin quien tiene que probar si se trata o no de un robot, pero sabe que los robots humanoides han sido diseñados con todo detalle para parecer humanos aunque se les hagan determinadas pruebas que cualquier otro robot no pasaría. Y ahí llega el planteamiento lógico de Calvin: si Byerley es un robot, debe obedecer las tres leyes de la robótica; si las violase sería claramente humano, pero si no lo hiciese, tampoco quedaría probado que no fuera “más que” una buena persona. Y, por último, la triste conclusión de que las leyes morales que se aplicaron a los robots para que no hiciesen daño a sus creadores son las que precisamente no siguen los humanos, que les hace capaces de acceder a cargos políticos y comportarse de forma cruel e injusta con sus congéneres.

El resto de cuentos que conforman “Yo, robot”, son “Atrapa esa liebre”, “¡Embustero!”, “Fuga” y “El conflicto evitable”.


En resumen, las historias de “Yo, robot” me parecieron relatos interesantes, cortos, ideales para leer en el tren y desengrasar un poco los engranajes de mi materia gris. Estoy segura de que disfrutaré con otras obras suyas, como “La fundación”, que ya me han recomendado. Y, con esta agradable introducción que es este libro, estaré seguramente preparada para enfrentarme a textos más complejos.
No obstante, lo que quizá también hace a Asimov asequible es la simplicidad de sus escritos. Si bien sólo he leído este libro, sí he visto otras opiniones sobre su literatura y su estilo, en las que se asegura que se trata de un “estilo conciso y limitado”. Conciso, por un lado porque su profesión (profesor) y “este tipo de actividades obligan a sacrificar la forma de decir algo, por el hecho de que se entienda la materia de la que se trata”. Limitado, porque el tipo de literatura del que bebió y para el que escribió era también bastante limitado. Puede parecer una crítica, pero lo comparto totalmente, igual que la conclusión de que es este tipo de estilo el que precisamente nos hace a muchos entender planteamientos que en boca de otros parecen grandilocuentes y tremendamente complejos, cuando lo que varía es la presentación y no el contenido.

Para terminar, de vuelta a la película, no, no la vería.