domingo, 20 de mayo de 2012

Sí que me gusta la ciencia ficción

Otro de los autores que se encontraban entre los clásicos que pretendía leer era Isaac Asimov. Poco sabía de él salvo que había destacado en el género de la ciencia ficción y que se llevó a la gran pantalla su novela “Yo, robot”.
Sin embargo, la idea que me hice sobre dicha novela fue totalmente equivocada. No vi la película pero tuve que contentarme con un ejemplar del libro que llevaba a Will Smith en la portada (quizá incentive más a la lectura ver a un famoso en la portada, habría que estudiarlo...) y, además, enseguida descubrí de que no se trataba de una novela como tal.

Yo, robot” es realmente una compilación de cuentos sobre robots, unido mediante el hilo conductor de la robopsicóloga Susan Calvin, que cuenta dichas historias a un periodista.

Asimov publicó algunos de sus cuentos en revistas temáticas como las que él leía de niño. El primero de los cuentos que conforman “Yo, robot”, “Robbie”, fue publicado en la revista “Super Science Stories” en 1940. Dicho cuento sirve, de algún modo, de introducción para el lector al resto de cuentos. Se trata de la historia de Robbie, uno de los primeros robots fabricados por la U.S. Robots. Un robot incapaz de hablar, tosco, de movimientos poco humanos aún y sin inteligencia. Así, este robot es un antecedente de los robots más elaborados que aparecerían después. A pesar de obedecer desde un principio a las tres leyes de la robótica, como todos los robots, no es un ejemplo de inteligencia artificial, aunque sí está programado para, como robot niñera, ser capaz de cuidar y “mimar” en cierto modo a los niños humanos. De algún modo, es la otra cara de David, el niño robot de “A.I., Inteligencia Artificial”, creado para ser dependiente y ser querido (“la emoción es la última y controvertida frontera en la evolución de los robots, pero Cybertronics Manufacturing ha creado la solución”).

La segunda historia que compone este libro es “Círculo Vicioso”. Si en el primer cuento se explica lo que son las tres leyes de la robótica, esta historia es un verdadero ejemplo práctico de cómo una mala programación de dichas leyes en el cerebro positrónico del robot puede malograr el funcionamiento de la máquina.
Las tres leyes son las siguientes:
- Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, exceptos si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera ley.
- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

Dichas leyes se formulan debido al temor que experimentan los humanos de que sus creaciones, más racionales, más fuertes que ellos, puedan volverse en su contra (así se rebeló la criatura del Dr. Frankenstein o las máquinas de Matrix). Así, el robot que se saltase una de esas leyes quedaría automáticamente inutilizado.
En “Círculo Vicioso”, el robot Speedy no es capaz de cumplir la orden que le han dado los humanos, de modo que debe existir algún tipo de error de programación en su cerebro. Así, los doctores Powell y Donovan se dedican a observarlo y estudiarlo para averiguar lo que ocurre. En un momento dado, se percatan de que Speedy se acerca y se aleja, periódicamente y sin parar, al pozo del que debe extraer los materiales que se le ha ordenado recoger. Algo, que no consiguen descifrar, le hace acercarse para luego alejarse y volverse a acercar, sin completar jamás su misión. A lo largo del cuento, el lector se ve sumergido en un ejercicio de lógica que le resultará muy interesante resolver.
Si los argumentos de ciencia ficción que hasta ahora he leído me interesaban sobre todo por el fondo ético que tenían, me encontré al leer a Asimov también con la lógica. De algún modo, leer me suponía ejercitar mi cabecita y, aunque no hiciese ningún tipo de matemáticas, notaba que mi cerebro iba perdiéndose poco a poco su capa de óxido. Este fue uno de los puntos más interesantes para mí a lo largo de la lectura de “Yo, robot”: el pensar y acabar resolviendo los acertijos que a los doctores de la U.S. Robots se les planteaban.

En “Razón”, se nos presenta a Cutie, un tipo de robot preparado para vivir aislado de humanos y poder realizar sus tareas sin necesidad de supervisión constante. La independencia le lleva, en cierto modo, a despegarse de la primera ley. La obedece pero, sin humanos alrededor, la ley más importante parece tener menos peso. Cutie y el resto de robots, con su capacidad de inteligencia artificial, acaban por crear una religión. Cutie se convierte en profeta y vemos, desde fuera, una crítica a aquello intangible en lo que a veces creemos y cómo nace el principio del mito.
Crítica que, desde otro ángulo, hacen el Dr. Hubert Farnsworth y el Dr. Banjo, el uno apoyando el evolucionismo y el otro el creacionismo, para después acabar dándose cuenta de que ambos tienen razón... excepto si se trata de robots (ver “A clockwork origin”, de Futurama).

En “Pequeño Robot Perdido”, se plantea una vez más la problemática de las tres leyes de la robótica.  Dentro de la hornada de robots NS-2, algunos de ellos han sido programados con una pequeña modificación de la primera ley (“Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño”) para que puedan realizar determinadas misiones. Así, se omite la parte de la inacción, de modo que los NS-2 modificados no dañarán deliberadamente a un ser humano pero podrán permanecer inactivos si es otro el que los daña. El verdadero problema llega cuando uno de los NS-2 modificados se esconde obedeciendo la segunda ley, ya que un humano, enfadado, le ha ordenado “que se pierda”. Y literalmente se pierde, mezclándose con un grupo de más de sesenta NS-2 idénticos en su forma exterior.

En el relato “Evidencia”, el lector se encuentra con nuevos ejercicios de lógica. Se acusa al candidato a un puesto político, Stephen Byerley, de ser un robot humanoide, no un ser humano, de modo que, según la ley imperante, no podría presentarse a dicho puesto. Es la Doctora Susan Calvin quien tiene que probar si se trata o no de un robot, pero sabe que los robots humanoides han sido diseñados con todo detalle para parecer humanos aunque se les hagan determinadas pruebas que cualquier otro robot no pasaría. Y ahí llega el planteamiento lógico de Calvin: si Byerley es un robot, debe obedecer las tres leyes de la robótica; si las violase sería claramente humano, pero si no lo hiciese, tampoco quedaría probado que no fuera “más que” una buena persona. Y, por último, la triste conclusión de que las leyes morales que se aplicaron a los robots para que no hiciesen daño a sus creadores son las que precisamente no siguen los humanos, que les hace capaces de acceder a cargos políticos y comportarse de forma cruel e injusta con sus congéneres.

El resto de cuentos que conforman “Yo, robot”, son “Atrapa esa liebre”, “¡Embustero!”, “Fuga” y “El conflicto evitable”.


En resumen, las historias de “Yo, robot” me parecieron relatos interesantes, cortos, ideales para leer en el tren y desengrasar un poco los engranajes de mi materia gris. Estoy segura de que disfrutaré con otras obras suyas, como “La fundación”, que ya me han recomendado. Y, con esta agradable introducción que es este libro, estaré seguramente preparada para enfrentarme a textos más complejos.
No obstante, lo que quizá también hace a Asimov asequible es la simplicidad de sus escritos. Si bien sólo he leído este libro, sí he visto otras opiniones sobre su literatura y su estilo, en las que se asegura que se trata de un “estilo conciso y limitado”. Conciso, por un lado porque su profesión (profesor) y “este tipo de actividades obligan a sacrificar la forma de decir algo, por el hecho de que se entienda la materia de la que se trata”. Limitado, porque el tipo de literatura del que bebió y para el que escribió era también bastante limitado. Puede parecer una crítica, pero lo comparto totalmente, igual que la conclusión de que es este tipo de estilo el que precisamente nos hace a muchos entender planteamientos que en boca de otros parecen grandilocuentes y tremendamente complejos, cuando lo que varía es la presentación y no el contenido.

Para terminar, de vuelta a la película, no, no la vería.

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