jueves, 29 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 5: La lactancia

La lactancia materna es un proceso biológico tremendamente complejo, el punto en el que culmina la concepción pues es la forma natural de continuar haciendo crecer al bebé.
Se puede hablar de complejidad puesto que es un proceso biológico en el que no sólo influye el organismo de la madre, sino también el del hijo. Es la estimulación física del hijo al mamar la que hace que el pecho produzca la leche, previo paso por el cerebro de la madre y previa creación de las hormonas necesarias en el cuerpo de ella. Una ruptura en este ciclo podría hacer peligrar la lactancia materna.
Además de ésto, está el hecho de que puede haber malformaciones en el bebé que dificulten o impidan que el niño pueda mamar, de que el pecho de la madre pueda tener una forma determinada que dificulte que ese niño pueda mamar o de que se dé lo que se denomina hipogalactia. Sin embargo, este último caso es realmente poco frecuente, pero aún así muchas afirmábamos antes de ponernos a dar el pecho lo de “lo daré si puedo”, porque de algún modo estamos convencidas de que lo más seguro es que no nos suba la leche, produzcamos leche mala o se nos retire demasiado pronto. Y, de nuevo, la hipogalactia o falta de leche es muy poco frecuente.
Sin embargo, como comentaba en una entrada anterior, estamos ya muy limitados en lo que a instinto se refiere. De hecho, tiene mucho más instinto, a mi parecer, el bebé recién llegado a este mundo que sabe cómo mamar que la madre que quiere darle el pecho.
La generación anterior a la nuestra, en muchos casos, decidió no dar el pecho ante las maravillas de la leche artificial y la facilidad de optar por este método (cabe mencionar que ahora mismo está prohibido anunciar la leche artificial, hasta ese punto se había inclinado la balanza hacia ese lado). Así que dar el pecho dejó de ser la norma y se convirtió en la excepción. Muchas mujeres se ocultaban al dar el pecho en habitaciones apartadas del “público” o utilizaban pañuelos y otros artilugios incómodos para que nadie pudiera ver lo que hacían.
Pues bien, dar el pecho no es algo sucio ni vergonzoso. Dar el pecho es algo natural. No digo que haya que ir exhibiendo el pecho igual que no comemos con la boca abierta, pero deberíamos sentirnos libres de dar el pecho en público igual que comemos en público, cosa que no es, ni más ni menos, que parte de nuestra naturaleza.
¿No formamos parte acaso de la familia de los mamíferos?
Pero contamos con poca información o, lo que es peor, contamos con mala información. Incluso hay profesionales del sistema médico que siguen sin saber asesorar sobre la lactancia materna. Yo no soy, en absoluto, una experta (tan sólo llevo dos meses en esto), pero sí que he intentado informarme todo lo posible. La experiencia de mis familiares es las de las maravillas del biberón y, en este caso, el curso se quedó un poco corto. Después, si bien en el hospital la atención fue fabulosa (en especial la de una de las jefas de enfermeras, Susana) y las enfermeras constataban en cada momento que la niña se hubiese colocado bien y me explicaban lo que significaba dar el pecho “a demanda” (cuando el bebé quiera y durante el tiempo que quiera, sin negárselo y sin obligarle, ofreciéndoselo siempre para que él decida si es el momento de comer), en el sistema hay un seguimiento bastante parco de la lactancia materna. Sí que te preguntan, el pediatra y la matrona, si es el sistema que has elegido y constatan que tienes leche, pero poco más. O quizá es que, como yo no he tenido ningún tipo de problema (ni de enganche, ni de dolor, ni de infecciones...), no han profundizado más.
Aún así, es bueno saber que contamos con otras herramientas más que la experiencia de nuestros familiares o la atención médica posparto. Por otro lado, no hay que olvidar a aquellas amigas que hayan elegido la lactancia materna y que estén felices con esa opción, porque seguro que nos darán ánimo para seguir con nuestra idea mientras que otras personas nos dirán día tras día: “¿no sería más fácil con un biberón?”, “¿pero qué necesidad tienes?”, “¿otra vez al pecho?”
En mi caso, me aconsejaron el libro “Un regalo para toda la vida”, del Dr. Carlos González, e incluso me lo regalaron. Se trata de una guía que nos explica cómo dar el pecho y cómo esta experiencia “interfiere” en el resto de aspectos de nuestra vida. Y entrecomillo “interfiere” porque realmente no interfiere, pero sí es cierto que habrá que hablar de medicamentos y lactancia, salud y lactancia, otros embarazos y lactancia, trabajo y lactancia... Lo aconsejo encarecidamente, ya que es un primer acercamiento a la lactancia materna y resuelve gran parte de las dudas. Además, en mi caso, me ha dado argumentos para explicar por qué hago lo que hago, cuando simplemente es... ¡lo natural! Sería incluso más aconsejable leerlo antes de dar a luz.
Otras herramientas útiles son los grupos de ayuda y las asesoras de lactancia.
Estas personas están haciendo una magnífica labor para que la lactancia materna vuelva al lugar donde debería estar, para que vuelva a ser la norma y no la excepción.
No puedo hablar de lo que hay que hacer cuando se tiene un problema dando el pecho o de lo que hay que hacer cuando se cree que se tiene un problema (muchas veces los problemas nos los mete la gente de nuestro alrededor en la cabeza... y realmente no pasa nada), pero sí puedo decir que, si bien al principio una se siente rara amamantando porque es algo que no ha hecho nunca y, en muchos casos, no se imaginaba haciéndolo en el futuro, es tremendamente gratificante.
Cuando lo haces, sabes que sigues ayudando a crecer a tu bebé fuera de tu barriguita. Es la continuación de lo que has hecho durante nueve meses y ahora, de verdad, ves cómo crece, comprobando en cada revisión que pesa y mide un poquito más. Y ves también cómo ese bebé te necesita, cómo se aferra a ti con sus bracitos y cómo confía que, en los tuyos, está seguro. Nunca lo vas a dejar caer.
Me considero aún muy nueva en esta etapa de la maternidad, pero creo que no me va mal.
Lamentablemente, nuestra sociedad no está diseñada para facilitar la crianza de los hijos. Las limitaciones a la hora de pedir excedencias, reducciones horarias y, ahora, la nueva ley que avala lo que para mí es un “mobbing legal” (cambiar horarios y reducir salarios cuando se quiera o si no “te despido”) nos hacen la vida imposible. Podría escribir un “MATERNIDAD 6: la vuelta al trabajo”, pero aún no estoy en ese punto. Lo experimentaré dentro de unos meses y va a ser realmente duro. No sólo porque no tengamos, al menos uno de los padres, la oportunidad de compartir con la bebé todos sus momentos especiales y una etapa de su vida en la que necesita que se le exprese el afecto de una forma muy concreta y cercana. Tan cercana que se trata de abrazar, coger en brazos y achuchar, más que de apoyar, escuchar y comprender, para lo que, cuando haya crecido, estará preparada para que lo hagamos “en el horario no laborable”. Pero no hay hora para los abrazos, no se pueden posponer las necesidades de atención para satisfacerlas “en el horario no laborable”. Ni hay horario para tener hambre, de ahí la dificultad añadida de optar por la lactancia materna cuando se trabaja. Pero con el asesoramiento necesario, no hay nada imposible.

domingo, 25 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 4: El parto

Es cierto que disfruté mucho mi embarazo. Especialmente paseando las noches de agosto, un lunes cualquiera, o tomando boquerones fritos y zumo de tomate al lado de casa. Ver las evoluciones de mi niña dentro de la tripa, dormir con la palma de la mano apoyada en el vientre, cantarle canciones en la ducha...
Fue toda una experiencia pero, el broche final, el parto, fue el momento cuminante de un proceso de espera feliz y natural.
Comprendo que quienes hayan tenido un parto difícil, que quienes hayan vivido el sufrimiento de su bebé durante su nacimiento o quienes lo hayan visto directamente junto a su cama después de una césarea quizá no puedan compartir mi opinión sobre el parto como un momento hermoso. Sin embargo, aquellas mujeres que han compartido conmigo sus experiencias en partos largos o dolorosos sí que han dicho que el parto se olvida enseguida y nada más que se atiende al bebé. Es decir, el parto quizá no es algo tan bello pero tampoco se convierte en un trauma.
Una vez más, compartiendo mi experiencia, sólo quiero dejar constancia de que hay partos sencillos. El mío fue un ejemplo del parto que sigue todos los pasos que nos explicaron en el curso: borramiento de cuello, dilatación, expulsión y alumbramiento. Nada más. Ni cesárea, ni instrumentalización ni ningún tipo de complicación grave.
Y para quienes creen, como nos enseña erróneamente la televisión, que el parto consiste en gritar desde que se ingresa hasta que se da a luz y que, además, se tarda una media hora (por lo que hay que correr para que el niño “no se caiga”), sólo decirles que no es así. Habrá quien tenga unas contracciones terriblemente dolorosas durante todo el proceso del parto, pero no es lo normal; y habrá multíparas a quienes “se les caiga” el bebé, pero tampoco es lo normal.
Cuando comentas con tus conocidos que el parto de una primípara puede llevar de catorce a veinte horas, como media, se quedan con la boca abierta. Entonces, ¿los niños no se caen? Pero, ¿cómo se aguanta el dolor durante catorce horas? Y, aún así, cuando les cuento que yo estuve en el hospital ingresada nueve horas, les parece mucho...
El parto consta de varias fases y no todas ellas son dolorosas.
En mi caso, noté el borramiento de cuello porque tuve “pistas”, pero no sentí lo que yo denominaría como dolor (hay que decir también que esta fase y la de dilatación son la misma en una multípara, es decir, las dos cosas ocurren a la vez). La noche del domingo 16 al lunes 17 de septiembre, sobre la una de la madrugada percibí la expulsión del tapón mucoso (a quien le parezca un poco escatológico... bueno, son los nombres que tienen todas estas cosas...). Aunque esto no es un síntoma inequívoco de comienzo de parto, sí que es cierto que se debe a que el cuello del útero se ha borrado un poco y por eso se desprende. Es posible que el cuello continúe borrándose o es posible que tarde unos días aún.
El lunes 17 de septiembre, mi fecha prevista de parto, sobre las cuatro de la tarde, sentí un dolor en el útero como “dolor de regla” (esta es la descripción que se hace en el curso de las contracciones). A las seis y media, otra vez, pero bastante más intenso; me mantuve tumbada en el sofá, donde estaba viendo la televisión, pero en unos segundos me encontraba perfectamente. Cuando mi chico llegó, sobre las siete, le comenté que creía estar de parto. Totalmente incrédulo (pues me veía fenomenal), accedió a salir a caminar para “acelerar el proceso”. Algunas amigas me habían comentado que caminar ayuda a mitigar el dolor, a acelerar las contracciones y, en fin, a hacer todo el trabajo de parto más llevadero. Estuvimos andando una hora y media aproximadamente. Sobre las ocho de la tarde, yo ya tenía que sentarme de vez en cuando en los bancos que encontrábamos a nuestro paso, puesto que las contracciones eran bastante fuertes. De nuevo, era “dolor de regla”, incómodo pero no insoportable ni mucho menos. Aún no necesitaba hacer ejercicios de respiración.
Tenía mis dudas sobre si los leves sangrados que tenía eran graves o simplemente era parte del tapón mucoso así que, siguiendo el consejo de Rosa, nuestra matrona, nos presentamos en las urgencias del hospital (como ella nos decía: “Para eso están.”). En urgencias, donde las embarazadas tienen prioridad absoluta, a las diez de la noche me atendieron una matrona y una ginecóloga; ambas corroboraron que todo era perfectamente normal y en el informe hicieron constar que había borrado el 70% del cuello (habían pasado menos de veinticuatro horas desde el primer aviso). Por otro lado, la ginecóloga me dijo que podía volver tranquila a casa aunque tuviese que volver seis horas después. Es decir, que veía que las contracciones de dilatación (frecuentes, constantes e intensas) estaban a punto de llegar (las mías de momento eran infrencuentes, irregulares y leves). Según sus cálculos, podría querer volver al hospital sobre las cuatro de la mañana.
Una vez en casa, aprovechamos para darnos un último homenaje (otros cenarían solomillos, nosotros preferimos hamburguesa y patatas fritas) y, después, a dormir. Sobra decir que no pegamos ojo...
Las contracciones iban en aumento pero las más intensas (de nuevo, sin ser dolorosas realmente) eran de una frecuencia totalmente aleatoria. Sobre las siete de la mañana, creí necesario empezar a anotar la frecuencia de las contracciones: cada media hora. Sobre las nueve, ya eran cada quince minutos. Mi chico avisó al trabajo de que no podía ir. Sobre las once, ya eran cada cinco minutos. Creo recordar que desde las siete de la mañana aproximadamente, cuando ya el proceso de dilatación estaba establecido, empecé con los ejercicios de respiración, porque ya sí se podía catalogar como dolor lo que sentía.
A las once, pues, empezamos a preparar las maletas (llevaban hechas quince días, la mía y la de la niña), el carrito, nuestras duchas... En fin, que no llegamos al hospital hasta la una. E ingresé, después de una monitorización por parte de una matrona muy amable, a la una y veinte del día 18 de septiembre. Directamente fuimos al paritorio: tres centímetros de dilatación (me faltaban siete).
Una vez en el paritorio, se presentó la matrona (Mariví) y nos presentó también a las dos enfermeras que trabajaban con ella en ese turno (lamento no recordar los nombres, porque eran amabilísimas).
Sé que la descripción de todo este proceso es un poco fría pero, en mi opinión, cuanta más objetividad intente arrojar sobre el tema menos influiré en lo que hipotéticamente una lectora embarazada pudiese opinar de todo esto. Y, repito, el proceso es de lo más normal (son muchas más las embarazadas que acuden al hospital con contracciones que las que acuden por haber roto aguas).
La matrona, Mariví, era una mujer muy amable y muy amiga de explicar todo lo que hacía. Me explicó lo que me ponía en el gotero (suero), que me ponía monitorización externa, que iba a ver cómo iba el proceso antes de empezar a tomar decisiones y que después hablaríamos. Sobre las dos de la tarde me preguntó si quería ponerme la epidural pero, como le dije, aún era perfectamente aguantable todo (y llevaba con contracciones relativamente fuertes desde las siete de la mañana). De todas formas, tampoco quería dilatar tanto como para que el uso de la anestesia estuviese contraindicado, porque desde luego que quería parir sin dolor si era posible. En ese momento me explicó que un procedimiento que siguen para acelerar las contracciones y, consecuentemente, el parto, es romper la bolsa de las aguas, pero que a veces aceleraba tanto las contracciones que después les costaba poner la epidural porque las contracciones nos hacen movernos (¡y hay que estar totalmente quieta!). Así que llamó a la anestesista para que me hablara sobre la epidural y me explicase los posibles efectos secundarios. A las tres de la tarde la tenía puesta y, después de unos veinte minutos, me hormigueaban las piernas. Uno de los obstetras que me había atendido en una de las consultas rutinarias y al que le pregunté si en mi hospital aplicaban la “epidural ambulante” (y no, no la aplicaban...) me explicó que no tenía que preocuparme por una absoluta insensibilización causada por la anestesia epidural: por supuesto que no podría caminar, pero no perdería la sensibilidad porque controlaban muy bien las dosis. Y así fue. La anestesista (también lamento no recordar su nombre) me puso la epidural y dejé de sentir dolor enseguida, pero no perdí la sensibilidad; como las únicas anestesias que había recibido previamente eran locales (para sacar una muela y para extirpar un lunar), nunca había notado tan a las claras lo que es mover un miembro, tocarlo, notar que está ahí, pero no sentirlo. Sobre las cinco, la matrona comprobó que la dilatación, por causa de la epidural, se había estancado (este es uno de los principales riesgos de la anestesia epidural, junto con acabar con un expulsivo largo o que no haga efecto o que sólo duerma parcialmente las piernas / abdomen / útero). Rompió la bolsa y, después de una hora, comprobó que seguíamos igual. Me explicó el uso de la oxitocina y me la pusieron para volver a tener buenas contracciones. A las ocho de la tarde todo iba sobre ruedas pero, por desgracia, Mariví no podría acabar mi parto. Había cambio de turno a las nueve y media y no nos iba a dar tiempo. Aproveché para preguntarle por lo que podíamos hacer si no llegaba al final el efecto de la epidural, porque notaba la pierna izquierda despertándose (mientras la izquierda la movía y la manejaba, la derecha intentaba moverla pero se me llegó incluso a salir de la camilla...). Me dijo que yo misma podía valorar si llegaría hasta el final, si me parecía que el efecto se pasaba demasiado rápido, si me sentía con fuerzas para hacer un expulsivo con dolor y que, llegado el caso, sólo tenía que pulsar un botón de la camilla y automáticamente tendría una dosis extra. Aguanté un poco más con el goteo de anestesia pero me pareció que, efectivamente, no llegaría hasta el final y, viendo la intensidad de las contracciones en el monitor, no me veía aguantando ese tipo de contracciones y, sobre todo, cuando fuesen cada dos minutos. Así que pulsé el botón.
A las nueve y media, se presentó Rosario, la matrona del turno de noche. Si bien no era tan extrovertida, me pareció una profesional de primera y también me explicó todo lo que se estaba haciendo en todo momento. Actuaba con más firmeza, pero creo que también porque estábamos en la recta final. La niña se había quedado colocada cuando se hizo el cambio de turno y, a las diez menos algo, Rosario me dejó colocada de lado, con monitorización interna (con la externa no se podía captar el latido de la bebé) para que empezase a empujar sola: tenía la suerte de notar cuándo llegaban las contracciones aunque no me dolieran. Sobre las diez y cuarto, volvió. Había visto que empujaba correctamente y me preguntó si sentía presión: sí, la sentía. Es decir, la niña estaba ya de camino. Me tumbó boca arriba (siempre quise dar a luz en otra postura, pero con la epidural no hay opción), colocó la camilla, todo el instrumental y empezó el trabajo del expulsivo. Toda esta preparación supuso otros diez minutos. Es decir, empezamos con el expulsivo puro y duro a las diez y veinticinco y, a las diez y media, Ariadna había nacido.
Después de esto, empieza todo el trabajo de la matrona de analizar, después de un par de empujones más, la placenta; de, en nuestro caso, preparar el cordón umbilical para una posible donación (que, tristemente, no pudo ser); y de, dos horas después, examinar mi útero para corroborar que todo sigue su curso normal y que, tan sólo un rato después de haber dado a luz, mi cuerpo intenta regresar a su forma y colocación normal. No hubo nada que coser.
Pues bien, esto que he detallado de forma tan “fría”, que se me pasó en un suspiro, con la mejor compañía posible (la de mi chico hablándome, radiándolo todo a nuestros amigos, tranquilizando a nuestros familiares), tiene otra lectura muy distinta. Y es la de la tranquilidad que mantuvimos en todo momento porque sabíamos que todo nuestro esfuerzo iba a ser recompensado, que al fin veríamos qué carita tiene el amor personificado, y porque sabíamos que estábamos en muy buenas manos con el personal médico que nos estaba atendiendo.
Por eso, aconsejo el curso de preparación al parto, para contar con la información. Y también aconsejo hacer los ejercicios de mantenimiento y de respiración y, si se tiene la oportunidad, hacer algún ejercicio de relajación para calmar los nervios (mi desgracia es haber padecido en alguna ocasión crisis de ansiedad; mi fortuna es haber tenido que aprender a relajarme, cosa que me fue especialmente útil durante el parto).
Para lo que una nunca estará preparada es para el momento en que te dan a tu bebé y eres consciente, más que cuando viste la primera ecografía, de que ese sueño se ha materializado en una personita. Cuando, nada más nacer, en el minuto uno, te la colocan encima, su cabecita en su pecho, sus bracitos que se agarran fuertemente a tu tórax y sus piernecitas a tu abdomen, sientes que algo increíble te ha pasado... ¡Pero no te ha pasado! ¡Lo habéis hecho, por fin! Sientes que esa pequeña criatura a la que tanto esperabas te quiere y te necesita, se aferra a ti, confía en que de tu pecho nunca caerá. Es un torbellino de sensaciones difícilmente descriptibles y que, intuyo, serán diferentes en cada uno de nosotros (porque ellos también las experimentan).
Agradezco, nada más llegar al paritorio, que la matrona, Mariví, nos preguntase “¿Cómo se llama?” Porque no había nacido, pero era, existía. No había lugar a un “¿Cómo se va a llamar?”

miércoles, 21 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 3: La preparación al parto y la atención médica

Soy una verdadera defensora de la sanidad pública. Además, estando las cosas como están, creo que hay que defenderla con uñas y dientes porque la necesitamos y, al mismo tiempo, porque nos necesitan (hospitales, médicos, enfermeros...).
Todo el seguimiento de mi embarazo ha sido por la seguridad social y no ha podido ser mejor. Me encantaría saber nombre y apellidos de todas las personas que nos han atendido, pero es imposible. Recuerdo muchos nombres, pero nada más. Eso sí, nombraré a todas esas personas aquí para que no se me olviden más nombres a medida que pasa el tiempo.
En primer lugar, quiero agradecer a mi médico de cabecera, Ana Victoria, que ha sido tan amable con nosotros desde que empezó a trabajar en nuestro centro de salud. No he visto nunca una médico tan agradable ni tan sonriente, es un gusto ir a verla (por mucho que estés con una fiebre altísima...). Nos asesoró muy bien sobre las medidas que debíamos tomar para que yo quedase embarazada y, después, tras felicitarnos cuando le dimos la noticia, sobre lo que podía comer y lo que no, lo que podía hacer y lo que no (esfuerzos, deporte...), etc.
En el hospital, todos los obstetras, enfermeros y matronas nos han atendido estupendamente. Jamás, en todas las visitas, se ha repetido un obstetra. Así que me habrán visto, entre visitas ordinarias y urgencias, unos diez. No tengo queja de ninguno de ellos. Es cierto que no se explayan en las consultas (por suerte, obstetricia es uno de los servicios que he visto menos masificados en nuestro hospital, pero no dejamos de contar con un tiempo limitado), pero siempre que he tenido dudas me las han resuelto y nunca ha habido una mala cara. Mención aparte merece el personal que nos atendió durante el parto y el posparto, de quienes hablaré después.
En este punto, quería dar mi mayor agradecimiento a Rosa, la matrona de nuestro centro de salud y quien impartió el curso de preparación al parto.
He recibido muchas preguntas irónicas y afirmaciones con una sonrisilla oculta en la comisura de los labios por parte de muchos padres y madres de la generación anterior a la mía (de quienes podrían, en fin, ser mis padres). Personas que creen que la preparación al parto es una tontería y que allí estábamos perdiendo el tiempo en una colchoneta “como en las películas”. Creo que este tipo de afirmaciones se deben, como casi siempre, a la falta de información, y a creer que los niños se paren solos como los del ganado (creo que la mayoría han sido hombres, que quizá no se han planteado el miedo al dolor que podemos tener las mujeres embarazadas)... Pero también he oído este tipo de cosas de gente de mi edad, sobre todo cuando les he comentado sobre la parte emocional del curso (¿cómo nos educaron nuestros padres? ¿queremos educar igual a nuestro hijo? ¿qué opina nuestra pareja? ¿qué miedo tenemos a la hora de recibir a nuestro bebé?), e incluso he tenido que aguantar risotadas (sobre todo de chicas, no sé si porque creen que una vez evitado el dolor del parto, el resto es coser y cantar).
Rosa es una persona abierta, con desparpajo, muy clara en sus afirmaciones y, sobre todo, con una vasta experiencia. Ha atendido partos durante veinte años.
De algún modo, vernos las diez chicas del curso sentadas en las colchonetas, escuchando sus explicaciones, me recordaba a las jóvenes de la tribu escuchando a sus mayores. Y en cierta manera esto es lo que hacíamos. Ya que el instinto nos ha sido prácticamente anulado (debido a la evolución y también a nuestra obcecación por la asepsia) y ya que hemos construido una serie de tabúes a la hora de hablar sobre determinados temas (¿cuántas veces he oído lo de “ha ido al... médico... por lo de... ahí abajo...”?), creo que estos cursos son especialmente útiles.
Por un lado, se plantea la cuestión básica que todos conocemos de estos cursos: ¿cómo transcurrirá el parto y cómo evitar el dolor?
En nuestro curso es de agradecer que salí de allí pensando que tenía en mi poder toda la información. Por un lado, esto te hace tener algo de control sobre la situación (algo, ya que el parto vendrá como y cuando venga) y, al mismo tiempo, disipas la mayor parte del miedo con el que empiezas el curso. Respecto al dolor, sabes que es lógico y necesario y, al mismo tiempo, sabes que cuentas con algunas herramientas para disminuirlo o evitarlo y que tú tienes la libertad de elegirlas.
Rosa se esforzó en describir los partos para primíparas (todas las del curso) y para multíparas, desde el más sencillo (rápido e indoloro) hasta el más complicado, pasando por niveles de complicación leves (una vuelta de cordón) a graves (bebés de nalgas, cesáreas, etc.). Así, sabías a qué te podías enfrentar: no sabías cómo iba a ser el tuyo, pero sabías todas las situaciones posibles y cómo deberías actuar en unos casos u otros y también cómo actuaría el personal médico.
Respecto a evitar el dolor, a veces es posible y a veces no. Existen técnicas de relajación, distintos tipos de respiración... Y está la anestesia epidural, esa que tiene tantas defensoras como enemigas. Como toda anestesia, tiene sus riesgos y, salvo contraindicación médica, podremos ponérnosla si así lo queremos. Igualmente, tampoco será obligatorio que se la ponga nadie... Y aquí hay un tema escabroso, pues con muchas amigas se puede llegar a discusiones. Están las que creen que la epidural es de cobardes, las que creen que es una medicalización adicional e innecesaria del parto, las que creen que los avances científicos están para utilizarlos y las que no quieren sentir dolor, sin más. Yo soy de las dos últimas afirmaciones, pero respeto a quienes creen que la epidural no es necesaria y que se puede parir y resistir el dolor (al fin y al cabo, estamos diseñadas para ello). Pero creo que no se puede hablar de cobardía por no querer sentir dolor... Y que igual que yo no ofendo a quienes no quieren anestesia, no deberían ofenderme a mí. Por suerte esto no lo he oído, pero sí tengo amigas que han sufrido estas opiniones y que incluso han llegado a sentirse mal por querer recurrir a la anestesia.
Como decía, la epidural tiene sus riesgos y sus desventajas y no tiene eficacia asegurada. Pero es absolutamente opcional y cada una tiene que juzgar si son más los pros o los contras.
Otro punto importante de la parte informativa del curso fue la lactancia. Para mí, se trata de la parte más compleja de toda la maternidad. En un principio, es algo que sólo intuí al leer la guía “Los consejos de tu matrona”; pero después, durante el curso, lo constataría. Hablaré sobre mi experiencia con la lactancia en otra entrada.
También hubo información sobre reproducción, sobre métodos anticonceptivos (“¿para qué?”, se preguntarán algunos; pues porque otro embarazo antes de recuperarse del primero no es recomendable), sobre temas laborales (bajas, mobbing...), sobre papeleo...
Por supuesto, también hicimos la parte de “las películas”: ejercicios sobre las colchonetas. Pero es muy importante mantenerse en forma durante el embarazo. Hay una serie de músculos que sufren mucho (los del abdomen, los de la espalda, las articulaciones) y, al mismo tiempo, hay que fortalecer más aquellos que intervendrán en el parto (especialmente, los del suelo pélvico). Quien crea que con caminar un rato es suficiente... se queda corto.

sábado, 17 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 2: El embarazo

Llegado el día en que vimos las dos líneas rosas en nuestro test de embarazo y tras reconfirmarlo con un análisis, empecé a prepararme para la difícil etapa del embarazo.
Como siempre, todo el mundo me hablaba de lo horrible que es. De las náuseas, de los vómitos, del engordar... Tuve dos experiencias muy cercanas sobre lo terrible que es vivir un embarazo: una persona que se vio totalmente trastocada emocionalmente (y lo digo de verdad, quizá porque se había quedado embarazada después de un procedimiento hormonal brutal, la cuestión es que siempre andaba nerviosa, deprimida, malhumorada, agresiva...) y una persona que me dijo literalmente que “las mujeres que dicen que el embarazo es la etapa más bonita de sus vidas mienten; no es verdad, es ho-rri-ble, yo me sentía fatal”.
Así que, con estos “consejos” (porque cuando la gente te comenta este tipo de embarazos cree que te está ayudando) me enfrenté a mi primer trimestre de embarazo, el que se supone más fastidioso y lleno de síntomas.
Pues he de decir que es posible un embarazo sin náuseas ni vómitos. Jamás sentí una náusea y mucho menos vomité. Si acaso, por las tardes y sólo el primer mes, me mareaba y creía que me iba a dormir allá donde me sentase (sofá, silla, escalón... cualquier sitio era bueno). Tenía la impresión de llevar dos horas en el asiento trasero de un coche que circula por carretera de montaña (¡mi reino por una biodramina!), pero eso fue todo.
Es cierto que muchas embarazadas, un alto porcentaje, sienten esas náuseas y vómitos. Pero yo no. Y con esto no quiero regodearme en mi suerte, sino dar algo de esperanza a aquellas que creen que van a sentir estos síntomas sí o sí.
¿Cambios de humor? Sí.
¿Moqueo y congestión? Sí (de esto no se habla mucho, pero sí que lo tuve).
Sé que hay otros síntomas del primer trimestre, pero no los padecí.
Después van apareciendo otros que se deben, más que a los cambios hormonales, a los cambios físicos del cuerpo (la barriga que crece, el estómago que cambia de lugar, el útero que se hace enorme, las articulaciones que se relajan...).
Pero, aunque parezca obvio, muchos de estos síntomas puramente físicos (tan “sólo” dolor y cansancio en muchos de los casos) mejoran con una dieta sana y ejercicio. Parece el consejo fácil de los anuncios contra el colesterol, pero es absolutamente cierto.
Yo introduje en mi dieta la fruta y conseguí una sensación de energía que antes no tenía.
Y caminé cuanto pude, al menos mientras el calor no era asfixiante, y creo que debido a ello mis piernas no engordaron “tanto”. ¡Engordar es inevitable, es un embarazo!
Para marzo, tenía apenas la barriguilla de después de la comida de Navidad. Ya no me sentía cansada ni mareada ni somnolienta. De hecho, hice un viaje de trabajo en el que estuvimos inspeccionando una media de doce hoteles al día (en pie a las ocho de la mañana, cenando a las nueve; viendo zonas comunes y habitaciones de, repito, unos doce hoteles al día). Fue una auténtica paliza, pero estar embarazada no supuso ningún problema para mí. La pena fue no poder comer determinadas cosas, ya que durante el embarazo están prohibidos los embutidos y las carnes crudas (depende de si se ha pasado la toxoplasmosis pero, como no la había pasado...) y se aconseja evitar determinados alimentos (mayonesa casera fuera de casa, huevos poco hechos, pescado crudo, verduras y frutas crudas por si no se han lavado adecuadamente...). He de decir que, salvo los embutidos y las carnes crudas, el alcohol, el tabaco y los medicamentos, no hay nada prohibido durante el embarazo. Pero es bueno cuidar lo que se come; no hará un daño directo al feto, pero una intoxicación, infección, gastroenteritis u otros, que no se podrán, casi con total seguridad, tratar con medicamentos, pueden hacernos sentir realmente mal.
Y aquí me permitiré el único consejo que quiero dar para el embarazo... No fuméis. Personalmente, no llego a entender del todo lo de “es mejor fumar menos que dejar el tabaco y sufrir ansiedad”. La ansiedad se puede sufrir por muchas causas (yo lo sé), la mayor parte de ellas inevitables, y por ello tienes que aprender a cambiar tú para que esas cosas que no puedes evitar dejen de causarte ansiedad. Pero el síndrome de abstinencia es una causa absolutamente evitable que, con la debida voluntad, paciencia e incluso ayuda externa, tiene un principio y un final. Entiendo el caso de las mujeres que no planearon su embarazo y que se vieron incapaces de dejar la adicción (tomar pan con las comidas es un hábito o costumbre: fumar es una adicción), pero no entiendo a las que lo planifican y no planifican también dejar el tabaco. Habrá unas pocas que se queden embarazadas realmente rápido y no les dé tiempo, pero cuando he sufrido lo que se tarda en encontrar a ese bebé que se busca con tanto ahínco, sé que en la mayor parte de los casos dejar el tabaco a tiempo es una meta alcanzable.
En fin, cada uno es responsable de sus actos. Y, sí, por supuesto, también tienen cáncer de pulmón y bebés con malformaciones las no fumadoras... Todo es una cuestión de probabilidad, pero hay más probabilidades de sacar dos calcetines del mismo color del cajón cuando sólo tienes verde y rojo que cuando tienes también azul, rosa y amarillo.
Y, volviendo a la alimentación, no noté una gran diferencia con lo que antes comía. Eliminé de mi dieta los fritos “de freidora” (aunque me dijeron que no las tomara, seguí comiendo patatas fritas, me gustan demasiado; pero se acabaron las anillas de calamar, las crepes, las croquetas...), el sushi (por el cuidado que pudiesen poner los cocineros en el tratamiento del pescado crudo), el alcohol (no bebo cerveza con las tapas ni copas los sábados por la noche, pero sí que eché de menos la sangría en verano y, ahora, una copita de vino tinto...), las pizzas (por miedo a la mozzarela); añadí ingentes cantidades de fruta y aumenté las raciones de pescado que tomo a la semana; eliminé la pasta y el arroz hasta quedarme tan sólo con una ración semanal de una de las dos cosas y volví a las lentejas, garbanzos y otras legumbres.
He de decir que agradezco infinitamente haber tomado estas decisiones. No he vuelto a tomar fritanga de la mala (aunque no puedo resistirme a unas croquetas o a una tortilla de patatas caseras), tomo muchos menos hidratos que antes y más legumbres, frutas y verduras. Y añado proteínas de pescado, carne y lácteos cuando me apetece, eligiendo mucho mejor si hoy quiero un buen pescado al honor o un sabroso chuletón.
Y, volviendo (aún más atrás) a los síntomas del embarazo, me quedan los físicos.
Los calambres por la noche (que sí que los sufrí, llegando tres o cuatro noches a llorar del dolor) se pueden evitar (o al menos se puede disminuir su intensidad) con ejercicio y buenos estiramientos antes de acostarse. Me dieron entre mayo y junio, es decir, en el segundo trimestre.
El lumbago sí que me acompañó desde marzo aproximadamente, cuando aún no tenía barriga. Y me acompañó hasta el final. Pero no eché en falta poder tomarme un analgésico potente. Sí que intenté no forzar la espalda más de lo normal, ya que la columna estaba modificando su curvatura y el dolor era inevitable, pero tampoco era cuestión de pasarse de bruta (cuidado con hacer ejercicio que nunca antes has hecho o con seguir haciendo tareas de la casa que requieren un gran esfuerzo). Di las gracias por no padecer ciática.
En agosto, sobre la semana 34, sufrí de retención de líquidos. Sólo podía ir a trabajar en chanclas y las di de sí (en septiembre se me caían de los pies...); el tobillo desapareció completamente y sentía los dedos de las manos secos y doloridos, como cuando has cargado con demasiadas bolsas el día de la compra. Nunca he tomado mucha sal y ya tomaba bastantes líquidos; poco más podía hacer. Sinceramente, creo que la retención se debió, más que a mi actitud, al agosto tan caluroso que hemos padecido este año.
Después, sobre la semana 36, empecé a notar que la cadera me dolía bastante. El lumbago empeoró ligeramente y, cuando intentaba levantarme de la silla en la oficina para ir a coger un papel a la impresora, tenía que hacerlo despacio y acababa recorriendo los escasos seis metros cojeando. Tenía la sensación de que el fémur no encajaba donde le correspondía. Y, aunque la explicación es algo burda... efectivamente: mi cadera se había ensanchado y desplazado, ¡el fémur no sabía dónde se tenía que encajar! El dolor no era tan horrible como parece al explicarlo. No es una luxación de la articulación ni mucho menos. Pero cuando tienes diez kilos de más, un bebé que se mueve en la barriga, la curvatura de la columna aumentada, pies de pato y la cadera relajándose (junto con el resto de articulaciones del cuerpo) para permitir al bebé nacer con mayor facilidad, lo notas. La semana 38 comenzó mi baja. Así que estuve trabajando (trabajo en una oficina, 8 hrs sentada; no es recomendable estar tanto tiempo sentada, pero tampoco es peligroso para el desarrollo del bebé) hasta casi el último momento. Mi doctora me dio esa baja por lumbalgia, porque con esa barriga y esos dolores necesitaba descanso, pero yo siempre quise trabajar.
Y, bien, creía que no iba a dar muchos consejos (ni lecciones), pero supongo que está en nuestra naturaleza humana entrometida... ¡Ahí va otro! Viviendo como vivimos en el país de la apariencia, de la avaricia, del enchufismo y del trepismo, hago un llamamiento a las embarazadas sanas cuyos trabajos no interfieran en sus embarazos a que continúen trabajando. Un embarazo fácil, como el mío, sin riesgos propios ni sin riesgos laborales (trabajar de pie, trabajar con personas desequilibradas, trabajar manejando peso, trabajar con productos tóxicos...), es perfectamente compatible con el trabajo. Y mantenernos trabajando ayuda a que les den las bajas a todas esas mujeres que realmente lo necesitan, bien porque sus bebés peligren o porque puedan sufrir el menor tipo de daño trabajando y que requieran reposo. Recibí varios consejos de los de “échale cara y pide la baja”. Lo más triste fue tener que dar evasivas a esas personas... Porque no todo el mundo entiende que tengas unos principios y un fuerte sentido de la responsabilidad (para con tu trabajo y para con las embarazadas que realmente necesitan una baja y les cuesta conseguirla).
Así que mi embarazo fue ejemplar. Pocos síntomas y, los que tuve, perfectamente soportables. Trabajando casi hasta el último día (madrugar, tren, trabajo, comer fuera, trabajar, tren, mimos en casa) e inmensamente feliz.
Porque cuanto más iba avanzando la cosa más real se hacía.
Así que hablaré no sólo de los síntomas, de la alimentación y del trabajo, sino del feliz proceso de llevar galletas al trabajo para dar la noticia, de ver las ecografías, de saber cuál es el sexo de tu bebé, de oír que todo va bien...
Cuando vi la primera ecografía, al fin me convencí de que era cierto. Doce semanas. Doce semanas gestando, con una falta (o dos, nunca he llevado bien la cuenta con “las faltas”), pero sin llegar a creérmelo del todo. Cuando vimos esa imagen con forma, tan humana, con su cabecita y sus cuatro extremidades y, sobre todo, con un corazoncito que oímos latir, no pudimos evitar que se nos saltaran las lágrimas (yo) o llorar como una magdalena (él). Al fin estaba aquí. Al fin había llegado, para sellar nuestra larga relación de amor.
En la siguiente ecografía nos dijeron que era una niña. Así, a las claras. Una niña. Y mis compañeros me dijeron que yo era muy de niñas. Ciertamente, era lo que quería en el fondo de mi corazón. A todos se lo decía. Aunque también es verdad que en ese momento lamenté que no fuera niño. Supongo que, de alguna manera, lamentas que no pueda ser todas las cosas que podría, porque lo quieres todo a la vez. Necesitas experimentarlo absolutamente todo.
Y después, según me había comentado otra amiga (una amiga a la que aprecio un montón, porque con su ejemplo fui consciente de que no hay que dejar los sueños, ni las aficiones; ni dejar de trabajar, ni dejar de correr una media maratón; con su ejemplo fui consciente de que un embarazo puede ser algo precioso), sentí esos tintineos en el interior de la barriga. Ella me decía que notaba como si alguien diese leves golpecitos desde dentro; yo notaba como una pompa de jabón, muy sutil, explotaba. Pero las pompas de jabón dieron lugar a las volteretas y, más adelante, a las pataditas. ¿Lo más bonito? Notar que una niña pequeña se despereza dentro de ti, y notar sus extremidades rozando tus costillas y tu pubis
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lunes, 12 de noviembre de 2012

MATERNIDAD 1: La decisión de tener un bebé y su búsqueda

Después de mucho meditarlo y de haber creído siempre que las cuestiones personales no tienen cabida en este blog que es más bien un cajón de sastre que me sirve de desahogo y de recordatorio gramatical y ortográfico, creo que voy a hablar de mi maternidad.
No hay nada más personal ni más único que esto. Pero, por otro lado, me ha ido tan bien hasta ahora que me veo impelida a contarlo. Cuando una está llena de dudas y busca en internet, siempre encuentra las peores experiencias: la decisión de tener un bebé y su búsqueda (la infertilidad), el embarazo (los fastidiosos síntomas), la preparación al parto y la atención médica (la mala información y la poca amabilidad), el parto (partos secos, cesáreas, negligencias...) y la lactancia (mastitis, hipogalactia, de nuevo mala información).
No será, desde luego, un examen exhaustivo de la experiencia vivida.
Y no creo que mucha gente consulte este blog para leer sobre este tema. Y dudo que nadie llegue hasta aquí buscando información sobre el proceso de la maternidad habiendo tanta información como hay en internet, con infinidad de foros, webs y blogs especializados.
Sobre la decisión de tener un bebé... Soy consciente de que mucha gente no lo decide. Hay niños que llegan, sin más, y luego están los que parece que no llegan y los que definitivamente no llegan nunca.
Nuestra decisión fue tomada en verano de 2009, aunque sin demasiada oficialidad dentro de nosotros. Lo que teníamos claro era que no se lo íbamos a decir a nuestras familias porque habíamos vivido, por otras parejas, lo que es sentirse presionado constantemente con las llamadas y las visitas y el “¿ya?” Así que decidimos no decírselo a nadie. Posteriormente, en octubre, ya de forma clara y no sólo como un futurible, decidimos ir a buscar a ese bebé.
En nuestro caso, la decisión había sido meditada largo y tendido. Queríamos conocernos bien, vivir juntos y experimentar ciertas cosas en la vida antes de implicarnos en la crianza de un hijo. Habíamos reflexionado enormemente sobre lo que es tener un hijo y sabíamos que era el momento.
Desafortunadamente, por causas familiares y laborales, la decisión se vio aplazada hasta 2011. Una serie de acontecimientos tristes en la familia, de crisis de pareja y, por supuesto, debido a la inestable situación económica de nuestro país (y del cierre de la empresa donde yo trabajaba más concretamente) hicieron que no nos viésemos fuertes de nuevo hasta el verano de 2010 y que no tuviésemos la solvencia económica necesaria hasta el verano de 2011.
Lo más valioso para mí de todo este proceso que implica querer y decidir tener un hijo es dar nombre a lo que estamos haciendo. Tener un hijo no es tener a alguien que te cuide cuando seas viejito; tener un hijo no es tenerlo antes de que pase tu edad fértil; tener un hijo no es sucumbir a la presión social (“ya lleváis mucho tiempo casados...”, “¿es que no queréis tener hijos?” y demás frases que son ya casi dichos).
Para nosotros, tener un hijo es culminar una historia de amor auténtico. Crear una vida, mitad yo y mitad él, en la que se fundan lo que yo y él somos, sin saber qué tendrá de cada uno pero con la certeza de que nos hemos hecho uno al fin.
Respecto a la búsqueda... Es la parte menos bonita de todo ello.
La decisión, cuando para ti es algo tan grande como esa fusión de dos personas que se quieren en un solo y nuevo ser, es una cosa grandiosa.
Pero la búsqueda, después de un año, puede convertirse en algo frustrante y agotador. Puede incluso hacer que tu relación se tambalee y retroceda hasta puntos que ya creías olvidados. De nuevo dimos gracias por no haberle comentado a nadie en nuestras familias de nuestra idea de tener un bebé. Porque el bebé no llegaba...
Estadísticamente, encontrarte al azar con tu pico de fertilidad, no es fácil. Emocionalmente, después de meses de intentos, empiezas a estar en baja forma. Cuando en tu trabajo las cosas vuelven a torcerse y sientes que la ansiedad regresa a tu vida, crees que todo es causa del estrés. Pero necesitas el trabajo para poder criar a tu hijo y el trabajo que tienes va ligado inequívocamente al estrés que sufres.
Por lo que yo he probado, y aunque no me gusta hacer publicidad gratuita, puedo recomendar el test de ovulación de clearblue. Estábamos planteándonos ya serios problemas de infertilidad, pero nos hablaron de este producto y probamos. Al tercer mes, al fin, estaba todo en marcha. No lo supimos hasta el día de Reyes de 2012, pero alguien estaba empezando a formarse dentro de mi barriga. Después de un largo proceso de meditación y de búsqueda, feliz y complicado también.