“Cinco idiotas”, de
Jakob Arjouni
Un buen libro para
leer en verano. Cinco historias cortas, entretenidas, que permiten la lectura a
ratos. Es bastante original pero, sin embargo, lo que en un principio es un
punto a su favor al final se torna en su contra: en la primera historia, uno no
se imagina el final; en la segunda, puede intuirlo; a partir de la tercera, se
pierde el efecto sorpresa y se convierte en algo repetitivo.
“Caperucita en
Manhattan”, de Carmen Martín Gaite
Me sorprendió que
tanta gente a mi alrededor hubiese leído esta novelita. Imagino que durante
años debió ser de obligada lectura en colegios e institutos, aunque yo no tuve
la suerte. He de decir que, aunque lo haya leído hace unos meses, es un libro
perfectamente apto para adultos. Sin duda, un acierto incluirla en la colección
“las tres edades” de Siruela. Disfruté mucho con ella y disfrutaría también
leyéndosela, dentro de algunos años, a mi hija.
“El hombre de
los círculos azules”, de Fred Vargas
Una policíaca, por
supuesto, género que me encanta. Tremendamente sencilla y a la par enrevesada.
Mientras la lees y disfrutas de todos los personajes arquetípicos que se
dibujan en las novelas policíacas, vas fabulando, conjeturando… Te aventuras a
saber quién es “el hombre de los círculos azules”, cómo, por qué. Parece que el
camino es llano, que al lector se le llama para que precisamente haga esas
averiguaciones. Pero los giros de guión te sobresaltan más de una vez y se
agradece la sorpresa.
“El faro por
dentro”, de Menchu Gutiérrez
No puedo decir que
el primer texto que incluye este libro, “El faro por dentro”, me gustase. No me
pareció atractivo en absoluto. En cambio, con “Basenji” la experiencia fue muy
distinta. Leo en todas partes que se trata la soledad, la locura… Pero yo estoy
convencida de que se trata otro tema, la muerte, de una forma solitaria y
enloquecida que es como probablemente nos enfrentemos todos a ese momento, a
ese segundo del tiempo (eterno para nuestra mente que tiembla de miedo) en el
que el alma se desprenderá del cuerpo. Se trata de una interpretación, pero
para mí esa interpretación cierra a la perfección todo lo que queda reflejado
página tras página, de Basenji a Anubis.
“María cumple 20
años”, de María Gallardo & Miguel Gallardo
Hace tiempo leí la
primera parte y me encantó. No podía perder la oportunidad de leer esta segunda
y, después, no perderé la de ver la película que se hizo del primer comic (¡no
lo sabía!). Como en “Arrugas”, creo que el comic se convierte en el vehículo
perfecto para comprender la vida de aquellos que no viven la vida dentro de la
“n-o-r-m-a-l-i-d-a-d”. Como resumen, me quedo con la viñeta en la que Miguel
comenta para sí mismo ante la reacción de un fan de María: “en la película es
bonito, pero en la vida real no tanto”.
“Charlotte”, de
David Foenkinos
Una novela con un
estilo muy muy particular. Al abrirla el futuro lector cree que se va a
encontrar con una serie de poemas o con una novela contada a modo de poema.
Pero no, no hay rima. Sólo la estética de los versos. Al mismo tiempo, el autor
se mezcla con la historia que está contando, habla de su fascinación por
Charlotte Salomon, de su búsqueda desesperada por vivir los lugares que vivió
ella en su infancia, adolescencia y madurez. El relato no puede dejar
indiferente al lector por su contenido, sobre todo, y, como digo, por su forma.
Y, después, indudablemente, el lector correrá a Google a buscar esas pinturas
de la época breve y prolífica durante la que trabajó Salomon, consciente del
destino que la aguardaba.
“El hombre que
confundió a su mujer con un sombrero”, de Oliver Sacks
Se trata de
una compilación de historias clínicas del – entre otras cosas – profesor de
Neurología Oliver Sacks. Algunas pueden parecer anecdóticas. Otras demuestran
el cambio que puede suponer para una persona un daño cerebral, un
acontecimiento que desencadena un cambio vital a un nivel extremo. Como no
sentir tus miembros como tuyos. Como paralizarte. Como no poder hablar. Como no
poder reconocer los nombres de las cosas. Lo interesante es que, meses después,
leyendo “La fórmula preferida del profesor”, regresasen a mi memoria estos
textos. Por aquellas personas que pierden la memoria pero también por aquellas,
como los gemelos de Sacks, que ven el mundo en su esencia numérica y que
parecen conectados directamente con el libro de dios, como genios tratados como
enfermos.
“Aeropuerto
de Funchal”, de Ignacio Martínez de Pisón
Un
recopilatorio de relatos breves, género que me encanta (tanto para leer como
para escribir), y del que Martínez de Pisón es un magnífico exponente. Los
relatos pueden parecer sencillos, pero cada uno es tan distinto, su lenguaje
tan simple o tan complejo (los protagonistas son diversos), que no queda duda
de la validez del autor. Al mismo tiempo que se puede disfrutar de la lectura,
nos permite una introspección sobre la forma en que las personas vivimos,
maduramos, nos enfrentamos, en fin a la vida. “Siempre hay un perro al acecho”
es el que más me sobrecogió de todos.
“El laberinto de las aceitunas”,
de Eduardo Mendoza
“El misterio de la cripta
embrujada”, de Eduardo Mendoza
Se trata de dos novelas con el
mismo protagonista, aunque no es necesario haber leído una para leer la otra.
No obstante, empecé con “El laberinto” y, si quieres leer la otra, mejor
empezar por donde hay que empezar. Más que nada porque todo se entiende pero creo
que hay una depuración del personaje y del estilo de la novela que sólo se
disfruta si se leen en el orden correcto. Son novelas policíacas absolutamente
disparatadas, en las que el protagonista es un loco de atar (literal). Las
valoré enormemente por su capacidad para hacerme reír, por sacarme esa sonrisa
que te hace parecer ante el resto de usuarios de metro un poco de la olla… Y,
también, por la cantidad de chascarrillos vulgares, cada vez más comunes a lo
largo que se avanza (sobre todo en “El laberinto”, donde en el mayor momento de
tensión una buena flatulencia corta absolutamente el ambiente). Sin embargo, en
“La cripta” queda bastante del escenario en el que se desarrolla la acción (el
fin del franquismo, el movimiento obrero, los partidos políticos…).
“Lo que ocurría es que, consciente de
haberme rehabilitado, juzgando por ende innecesario prolongar el encierro
prescrito por los tribunales y deseando gozar por fin de una libertad a la que
me consideraba merecedor, no podía evitar que en ciertas ocasiones me
traicionase la impaciencia y la emprendiese a palos con algún enfermero,
destruyes artículos que no me pertenecían o tratase de violentar a las
enfermeras o a los visitantes de otros internos que, quizá sin mala intención,
no ocultaban como habría sido aconsejable su condición femenina.”
“ - ¿Quién anda ahí? – pregunté
muerto de miedo.
Y de su escondrijo salió un negro
fornido, lustroso y cubierto con un taparrabos de lamé, el cual, aprovechando
mi inmovilidad, se acercó a mí, tanteó mis glúteos y dijo con palmario
sarcasmo:
- Yo soy aquel negrito del África tropical – y
agregó haciendo restallar contra su piel aceitada el elástico del braslip – y
te voy a demostrar las múltiples cualidades de este producto sin par.”
“Las deudas del cuerpo”,
de Elena Ferrante
“La amiga estupenda”, de
Elena Ferrante
“Un mal nombre”, de
Elena Ferrante
Una vez más,
empecé una saga no por la mitad, sino por el final. Porque “Las deudas” era
(ahora ya no, se publicó en octubre la cuarta entrega) la última publicación de esta
historia de amores, pasiones y violencia; de amistades que no son tales, de
envidia, de intento de crecer, de medrar, de ser más que los demás de alguna
manera (ya sea siendo el más fuerte, el más rico o el superior
intelectualmente). Literariamente hablando, me parece mejorable. A menudo se
repiten las mismas fórmulas, las mismas palabras y, cuando la protagonista
intenta hablar de su forma de pensar, de hablar o de actuar… no se sabe en el
fondo de qué está hablando. Sin embargo (y supongo que de ahí el éxito y que en
los próximos días me vea pidiendo la compra de “La niña perdida” en la biblioteca
municipal), el contenido de la historia, los diversos temas que trata y la
forma de entretejerlos todo tienen un gran valor. Aunque empecé la saga por la
tercera entrega, no me arrepiento. No sé si hubiese seguido de haber leído la
primera por la “falta de sustancia”. Porque “Las deudas” tiene mucha miga: la
revolución del proletariado, la represión fascista, las bonitas palabras de los
universitarios y la clase acomodada; la difícil conciliación de la vida
familiar y laboral y, aún más, de la vida conyugal y personal; la vergüenza de
la mujer respecto al sexo, los tabúes, la píldora anticonceptiva, la
posibilidad de decidir… He leído muy buenas reseñas aquí. De hecho, creo que
sintetiza muy bien el tema de la amistad femenina en “Un mal nombre”.
"- Debes
dejarle más tiempo a tu mujer – dijo después, dirigiéndose a Pietro.
- Dispone de
todo el día.
- No lo digo
en broma. Si no lo haces, no solo serás culpable en el aspecto humano, sino
también en el político.
- ¿Y cuál
sería el delito?
- El
derroche de inteligencia. Una comunidad que encuentra natural sofocar la
energía intelectual de tantas mujeres con el cuidado de los hijos y de la casa
es enemiga de sí misma y no se da cuenta.
Esperé en silencio a
que Pietro contestara. Mi marido reaccionó con ironía:
- Elena
puede cultivar su inteligencia cuando y como le apetezca, lo esencial es que no
me quite tiempo a mí.
- Si no te
lo quita a ti, ¿a quién va a quitárselo?"
“La fórmula preferida del
profesor”, de Yoko Ogawa
Un libro
bastante sorprendente. Escrito con sencillez y sin alardeos literarios, se
trata de una historia de amor entre desconocidos y amor por la ciencia en un
entorno de lo más familiar y entrañable. Me sorprendí buscando fórmulas
matemáticas en internet e interesándome por comprender las teorías explicadas
en la novela. “Primos”, “Perfectos”, “Cuadrados”, “Compuestos”… Todas estas
palabras toman un nuevo significado en matemáticas.
“Cada mañana al despertarse y vestirse, le
sentenciaban la enfermedad que padecía a través de las notas escritas por él
mismo. Le obligaban a enterarse de que el sueño que había tenido no era el de
la noche anterior sino el de la última noche que podía recordar, hace muchos
años. Lo anonadaba el hecho de saber que su yo del día anterior había caído en
el abismo del tiempo, del que no podría recuperarse nunca más. El profesor que
había protegido a Root de la pelota fallida estaba ya muerto en el fondo de sí mismo.”
“¿Acaso no matan a los
caballos?”, de Horace MacCoy
Una historia
corta y concisa, que le hace a uno sentir el aire acabársele en el pecho
imaginando decenas de personas bailando sin apenas descanso durante más de
ochocientas horas. Un resultado cualquiera de la Gran Depresión estadounidense,
una forma insólita y casi diría inhumana de ganarse, literalmente, el derecho a
cama y sustento. Una historia de ilusión pero también de hastío. Del esfuerzo
por salir adelante y de la rendición.
“El responsable de las ranas”, de
Pedro Zarraluki
Una novela
realmente asombrosa. A menudo parece que nos sumergimos en una nebulosa, pero
una nebulosa construida de agua pútrida y hormigón. Los personajes son a cada
cual más dispar y el tratamiento de un carácter trágico y a menudo también
cómico. La historia de quien quiere ser un guía, vivir por libre, y acaba
siendo el más mediocre de los mediocres. Como comentan en la contraportada del
libro, “ninguna historia acaba bien si se prolonga lo suficiente”.
“(…) y aquella misma mañana alquiló
un coche, a pesar de que el cielo estaba muy sucio y podía pasar cualquier
cosa. Laura tomaba sin parar decisiones de este tipo, por lo que el azar tenía
con ella realmente muy poco trabajo.”
“La gente no debería festejar el paso
del tiempo, aunque siempre sea noble el obstinarse en celebrar el triunfo del
enemigo.”
“Los infinitos”, de John Banville
Con total seguridad, el segundo mejor libro de este
listado (y la mejor novela). En el ambiente de una casa de campo, con su jardín
y su bosquecillo anexo, durante tan sólo un fin de semana, se unen el mundo
celestial y el terrenal mientras los personajes se preparar para despedir a un
familiar en sus últimas horas de vida. Lo más impresionante es que los dioses
elegidos no son / es “Dios”, sino los dioses del Olimpo. Hermes es el narrador
de la historia, al mismo tiempo narrador en primera persona y omnisciente. Aparecen
también Zeus (quien le suele distraer de la acción) y, aunque no se diga
claramente, Pan. Y, sin duda lo magistral de la obra: conseguir escuchar
también la voz del moribundo, a quien apenas le quedan sus funciones vitales
más básicas y de quien todos dudan si oirá o entenderá lo que sucede alrededor.
“Como almas que lleva el diablo”, de Barry Hannah
Barry Hannah fue el mayor descubrimiento del verano y el mejor libro que he leído. Queda apuntado el título para comprarme el libro (incluso en versión original, aunque no pueda apreciar todos los matices). Sería incapaz de resumir en unas líneas lo que me ha transmitido, lo que he disfrutado con los diferentes usos del lenguaje, con sus crudezas, con el retrato que hace de los distintos estratos sociales, edades, sexos… Una auténtica maravilla.
“Una anomalía de la cadena alimentaria que muy rara vez puede verse. Aquí tenemos al equivalente acuático de un zorro y una gallina en nuestra cadena. Recordemos al mismo hombre. Todos nuestros artilugios funerarios son una negación de la cadena alimentaria: ataúdes, piras, mausoleos o pirámides. Declarándonos tristemente al margen de ella. ¡Qué arrogancia! Pero no tenemos razón, no la tenemos. Seremos pasto de piojos, garrapatas y gusanos. No lo dudéis.”
“Esther Haste era una de aquellas mujeres a la que tendría que haber besado. Recordaba que cuando ella le declaró su amor, él pasaba casi todo el tiempo con Eileen, una belleza que se fustigaba y recitaba la lista de sus defectos como si no hubiera otra cosa en el mundo de la que hablar. Pronto quedó claro que este autodesprecio era sencillamente un barniz social que, a poco que se examinara, revelaba un egocentrismo sin límites, un solo de orquesta como él no había visto jamás; los ataques de Eileen a sus propias gracias eran la otra cara de un monólogo en el que sus encantos brillaban más por haberse puesto en duda.”
“La obligaría a salir, por ejemplo a la farmacia, y el amable patán que preparara la receta sacudiría la cabeza con desvaída cordialidad; luego, cuando ella saliera, él contaría su caso con senil monotonía junto a la caja registradora. Las sacudidas de cabeza se repetirían y un auténtico temor reverente recorrería la tienda como un mono con una pajarita. Clem no lo podía soportar. Imbéciles equipados de cebo y aparejo sacudirían la cabeza cuando el coche familiar pasara por delante y lamentarían “su caso”.”
“Me cabo la leche caburrido, ojala sería halcón o candrejo. Cuando lo vi la primera vez, pegué un bote dalegría porque no pasa nada emocionante ultimamente mas que coger algun conejo y meterme de cabeza comun cuete hastal fondo de la caña morada. Deacon Charles de lescuela de VT dice que palante, quescriba todo esto y que no lo cambie. Quiere verlo rapido porque e visto al Yarp. O alguien como el. Por favor, perdonen por no escribir bien pero intento esforzarme pa que por lo menos lortografia sea decente. Yo, un ombre de la montaña o un chico de diecinueve años, aquel día a las dos cuarentaiuno en punto de la tarde lencontré el primero en aquella carretera cuando subía a casa de la Missus Skatt.
Darn it were boring, wisht I were a hawk or crab. When I seen him first i Leapt out of my face for glad cause nothing moving lately but only rabbit nibble and run headfirst into the bottom of the purple cane. Deacon Charles at the VT school say go a head and write like this dont change. He wants to see it quick cause I seen the Yarp. Or somebody like him. Xcuse me please for not correct but I am hard attempting to spell at least sweller it being so important. Of a mountain man/boy nineteen first that day at two forty-one o’clock afternoon on the watch I found at the road going up to Missus Skatt’s House.”