miércoles, 26 de octubre de 2016

Restaurar: ¿hacer nuevo o acentuar lo viejo?

Un día cualquiera, mientras intentas echar la siesta, recibes una llamada de tu chico que está yendo ya camino al trabajo. Te preguntas: ¿qué se le habrá olvidado? ¿le habrá pasado algo con la moto?
Pero, no, no es eso. Te sorprende con un: "No sabes lo que han dejado los vecinos al lado del contenedor. Una silla de las que tanto te gustan, parecida a las de nuestro salón. Baja corriendo antes de que se la lleve otro. ¡Seguro que se te ocurre qué hacer con ella!"
Y tú, que siempre has aborrecido eso de recoger las cosas del contenedor pero que llegaste a leer un artículo sobre el tema en una revista de decoración, le has empezado a coger el gusto al tema... No se trata de recoger porquerías o cosas totalmente desahuciadas, pero a veces la gente deja las cosas ahí (y no dentro) precisamente porque saben que esos objetos y muebles pueden tener perfectamente una segunda vida en otra casa.

Eso es lo que ocurría con la silla de estilo Tapiovaara que había dejado en la calle algún vecino. Obviamente no era una silla de diseño, pero estaba inspirada en ese estilo nórdico que tanto me gusta y que, para un toque en casa, me parece todo un detalle. Al mismo tiempo, el encolado seguía siendo perfecto y el peso de la silla denotaba una calidad nada desdeñable. Así que a casa se vino, si bien no sabía qué iba a hacer con ella ni dónde ponerla.

La silla estaba muy rozada en las patas y en el respaldo. Además, el asiento, lo que peor se veía, estaba en algunas zonas cuarteado. Es decir, que para pintarla habría que lijar sí o sí, y bastante cansada acabé de lija ya con la mecedora infantil.
Aparte de ser la salida fácil (soy experta en eso), ya que no me apetecía mucho pintar y habría supuesto mucho trabajo, me acordé de la técnica japonesa de arreglar los objetos con oro: el 金継ぎ (kintsugi). Se trata de una técnica por la que no se intenta tapar o disimular aquello que pudiera parecer roto o viejo, sino precisamente de acentuar de un modo bello lo que el paso del tiempo deja en todas las cosas. Es también de lo que hablaba Tanizaki en su ensayo "El elogio de la sombra" que tanto me gustó. Es decir: cuando algo tiene historia, cuando algo nos permite ver su pasado a través de sus muescas o sus vetas, ¿es necesario disfrazarlo de color y fantasía para que parezca recién sacado de fábrica? A veces no lo es en absoluto. A veces, aquello que es imperfecto es bello.

Con mi material de décopatch (barniz-cola, brocha, papel de décopatch, agua para limpiar de vez en cuando la brocha y un paño), me puse manos a la obra. No fue difícil encontrar un papel blanco con vetas doradas para que, por un lado, el blanco no cubriese totalmente los defectos de la madera y, por otro, para que el dorado hiciese un poco el juego de (salvando las diferencias) el kintsugi.


 Cortando el papel en pequeños trozos o incluso tapando grandes áreas con trozos más grandes, lo más complicado fue rasgar el papel para conseguir líneas más o menos gruesas que se fuesen estrechando al final y que permitiesen tapar las grietas de una forma natural. Esto es lo que mejor funcionó en el asiento de la silla.


Como en otras entradas he explicado, tan sólo hay que mojar la brocha en el barniz-cola, aplicarlo sobre la superficie que se va a cubrir, colocar el pedacito de papel y volver a tapar con otra capa de barniz-cola. No hace falta ser muy exagerado con la cantidad y, aunque el papel es difícil que se empape hasta el punto de romperse, sería un desperdicio utilizar un producto que no es necesario. Tan sólo hay que asegurarse que debajo del papel en toda la superficie hay producto para que no se formen las indeseables burbujas.
Una vez pegados todos los papelitos que se quiera, ya que en este caso no se trataba de tapar toda la superficie sino de marcar aún más las imperfecciones del mueble, tan sólo hay que dejar el producto secar. Si es verano bastarán tan sólo unas horas para que el producto esté seco. Esto es interesante a la hora de aplicar más papeles o pintar algo encima si así se desea. Si lo que se quiere es utilizar el mueble, aconsejo dejarlo bastante tiempo secando. Es también bastante difícil que se desprenda el papel, pero es cierto que el barniz-cola queda pegajoso durante un tiempo. Existe un líquido vitrificador que deja la superficie totalmente igualada y se puede hasta mojar el objeto sobre el que se ha hecho décopatch, pero yo de momento no lo he utilizado ni lo he necesitado.


Después de terminar la silla (un trabajo que me llevó unas tres o cuatro horas en total), quedaba la cuestión de dónde colocarla. Me gustan los espacios abiertos, las paredes sin cuadros y sin mucho artificio y, la verdad, nuestra casa ya estaba prácticamente terminada en cuanto a decoración se refiere. Así que, por casualidad, la coloqué en la cocina. Había otro hueco en el recibidor, pero en el futuro lo necesitaríamos para el carrito de la bebé, así que allí fue a parar mientras no tenía lugar ni función. Con el tiempo, se ha demostrado el sitio perfecto para dar charla a quien cocina y, no hay duda: va muy bien con el aire semi vintage y semi industrial de nuestra cocina.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Renovar los cojines

A veces, comprar determinados productos con unas imágenes que nos encantan encarece mucho el precio de aquello que compramos. Ya no se trata de la calidad de la tela o de la calidad de impresión sino, simple y llanamente, de que aquello que pintamos pueda estar de moda.

Se nos estropearon los cojines del salón y queríamos comprar algo nuevo. Como ya teníamos los rellenos y sólo queríamos cambiar las fundas, nos volvimos locos mirando en internet. El catálogo es extremadamente amplio. Pero no nos poníamos de acuerdo con lo que queríamos. Yo no quería meter ningún elemento figurativo, ya que en casa tenemos varios cuadros con muñecos, animales, dibujos, etc. Y, especialmente, en la zona del sofá, es donde más se concentran esos motivos. Pero él no quería tampoco estampados tribales ni geométricos que, ahora, la verdad, están muy de moda.

¿Y qué es lo más sencillo (y, además, ¡lo más económico!) cuando no encuentras nada que te guste en el mercado? Pues hacértelo tú mismo: DIY al poder.
Como otra de las discusiones del hogar era "el poco friquismo que rezumaba" (lo entrecomillo porque no comparto en absoluto esa afirmación), se me ocurrió hacer un guiño en los cojines. No creo que muchos de los que los vean sepan lo que es pero, para mi marido, es una fricada porque se trata del emblema de Gondor y, para mí, aunque es hasta cierto punto figurativo, también se trata de un dibujo esquemático y mucho menos rimbombante que un dibujo muy realista y recargado.

Así que, como otras veces, acudí a mis pinturas para textil de Setacolor. Hasta el momento esta pintura me ha dado estupendos resultados en ropa y calzado. Es cierto que el calzado, al estar más en contacto con suciedad, barro, etc., sí que pierde algo de brillo. Pero no así  la ropa, que ha aguantado muy bien los lavados.
Cómo no, la aplicación en textil del hogar es también muy sencilla, puesto que se trata de un material liso y, en el caso de mis cojines de lino, al ser un material bastante grueso la aplicación fue especialmente fácil.

Los pasos son los siguientes:

1. Elegir el dibujo y recortarlo a modo de plantilla.
2. Utilizar un lápiz o una pintura de fácil borrado para marcar los bordes que después se recortarán. Supongo que lo ideal sería el jaboncillo que utilizan en costura para los patrones pero, como no lo tengo, utilicé pasteles.
3. Colocar un cartón debajo de la superficie que se va a pintar. Ya no sólo por proteger la mesa sino, sobre todo, para que la pintura no traspase y no cale la superficie que no se quiere pintar.
4. Rellenar los contornos esbozados con la pintura permanente para textil.
5. Dejar secar al menos 24 hrs. Si el ambiente es húmedo y se ha aplicado mucha pintura, podría ser recomendable dejarlo bastante más tiempo.
6. Colocar un paño sobre la superficie pintada y pasar una plancha por encima para fijar la pintura.
7. Borrar con un paño húmedo los restos de jaboncillo / pastel que hayan quedado a la vista después de pintar la decoración.
8. Quitar el cartón.
9. Lavar, secar y colocar el relleno.



Veo este método, incluso con cinta de carrocero, muy inspirador a la hora de crear motivos geométricos que, como decía, ahora están muy de moda. Precisamente porque se llevan, estos cojines suelen ser bastante caros (aunque, por supuesto, Ikea también nos hace la vida más asequible) y, al mismo tiempo, cuando su precio haya bajado, probablemente ya los veamos un poco "pasados".


En casa estamos encantados con el resultado. Y, curiosamente, han sido renombrados por nuestra hija como "los cojines de Frozen" en lugar de Gondor. Discútele tú la denominación...

martes, 23 de agosto de 2016

Manualidades con niños

Hay cientos de recursos para hacer manualidades con niños. Páginas webs, tutoriales, libros... De momento no tengo ninguno, pero me parece una gran idea cuando mi hija (mayor) es una niña a la que le gustan mucho las actividades tranquilas como pintar, decorar o recortar.
Mientras tanto, lo que he ido intentando en los últimos meses, dado que mi hija (pequeña) estaba por llegar, ha sido implicarla lo máximo posible en las tareas y proyectos referentes al cambio que iba a sufrir nuestro hogar. La recién llegada y su habitación pero también ser cuatro y no tres.
Aparte de hacer algún proyecto para la mayor y que no se viese relegada, se encuentran fácilmente proyectos en los que ella puede ser parte activa. Y, además de aprovechar la creatividad que como niña desprende, ella se siente orgullosa de ayudar y de poder mostrar a todo el mundo lo que ha creado.



¿No son una monada? Con tan sólo unos salvamanteles de corcho y un rotulador edding. Y, como otras veces, irrepetibles.

jueves, 11 de agosto de 2016

Gordibuenas y modelaje

Lleva años hablándose de que en el mundo de la moda el canon de belleza, totalmente antirrealista, se basa en la extrema delgadez. De hecho, incluso modelos anoréxicas, con enfermedades diagnosticadas y en muchos casos sin necesidad de diagnóstico para que cualquiera sepa que padecen una enfermedad, han desfilado en pasarela y han protagonizado campañas publicitarias de gran alcance.
Suele argüirse que este tipo de imágenes impactan enormemente a las chicas jóvenes y pueden llevarlas a padecer anorexia. Es cierto que muchas chicas y mujeres viven con culpa, con baja autoestima… y que lo que venden el mundo de la moda y las revistas “femeninas” no hace sino acentuar todas esas inseguridades. Pero, al mismo tiempo, la anorexia no es un virus “que se coge”; no cualquiera ve una persona huesuda en la pasarela y se ve tentado a dejar de comer. Se trata de un trastorno alimentario bastante complejo que de hecho tratan psicólogos especializados.
En 2006, la Pasarela Cibeles prohibió desfilar a aquellas modelos que tuviesen un IMC menor de 18. Al parecer, según la OMS, el IMC mínimo para considerarse “saludable” es de 18,5.
En abril de este año, en Gran Bretaña se prohibió un anuncio de Gucci por mostrar a una modelo “insalubremente delgada”.
Unos y otros se tiran los trastos a la cabeza cuando discuten sobre este tema, que no deja de levantar ampollas.

Yo, en cambio, y aunque es cierto que en algún punto hay que marcar el límite, no discuto tanto el problema de la delgadez como que creo que la pasarela debería mostrar gente bonita y saludable. No ya por la lectura que se dé a lo que se muestra, sino porque el modelaje es una profesión de belleza. Por ello hay modelos de pasarela, modelos de cabello, modelos de manos… Una modelo de manos o una modelo de crema hidratante para la cara, no tendrá quizá un cuerpazo; ¿por qué habría de tenerlo?
Y, por ejemplo, ¿pondríamos el grito en el cielo porque las modelos de “melenaza” no muestran todas las realidades? ¿Por qué no más pelos cortos, más encrespados, con canas?
En fin, ¿queremos que la pasarela sea bonita o que enseñe personas “reales”? De nuevo, me quedo con bonita.

Como apuntaba antes, para mí “bonita” no significa flaca o gorda. Bonita no era Luisel Ramos, modelo uruguaya de 22 años que murió de una parada cardiorrespiratoria después de un desfile (basta ver la foto y que te digan que llevaba varios días sin comer antes de desfilar para comprender el motivo del fallo). No al menos en su extrema delgadez.

Pero, en cambio, de algún modo parece que las chicas “flacas por naturaleza”, chicas que usan una talla 34 o 36, que las hay, no sean bonitas. Y, en cambio, empiezan a proliferar las pasarelas de “talla grande”, de chicas “XXL”, etc. Creo que ambas, por arriba y por abajo, siempre que tengan un aspecto saludable, pueden ser bonitas y podrían desfilar juntas. De hecho, sería interesante que alguien se planteara colocar el mismo modelo a una 36 y a una 46, que caminasen juntas por la pasarela y que se hiciese ver a la gente que en la diversidad y en lo sano también está lo bello. Porque parece que ahora se quiera, en cierto modo, invertir el cliché y que las chicas “reales” sean sólo las que más pesan.

Dentro de tantísimas bellezas de “talla grande” que hay en los medios últimamente, ¿qué decir de Tess Holliday? (1,65 de altura y 120 kg) Obviamente, no la voy a comparar con Isabelle Caro, pero no sé hasta qué punto es una persona sana. Sí, quizá lo sea, igual que estoy defendiendo que hay mujeres muy delgadas que no tienen ningún problema de salud ni son “feas” por tener un aspecto algo más “extremo” que la norma. Pero sólo quiero que nos planteemos por un momento por qué a unas se las echa de la pasarela y a otras se las invita a entrar. ¿No tienen todas cabida? ¿Por qué se habla de un IMC mínimo saludable y no se un IMC máximo saludable para las modelos de talla grande? Sobre todo para no utilizar un doble rasero a la hora de poner los límites de lo “admisible” y lo peligroso de lo “copiable”.


Y entonces, después de las modelos de talla grande, XXL, curvy, etc., etc., etc… aparece el término gordibuena.
Para gordibuenas, Tara Lynn, Ashley Graham, Marquita Pring…
O la ideal Candice Huffine.
Pero, pensémoslo de nuevo: ¿qué es eso de gordibuena? ¿De dónde ha salido esa definición y qué quieren vendernos? ¿Acaso que si tenemos sobrepeso seguiremos estando buenas? ¿Qué si tenemos sobrepeso tendremos unas curvas de infarto? En mi opinión, ninguna de estas afirmaciones es cierta.

En mi caso personal, por ejemplo, que soy de complexión media tirando a delgada, con poco pecho y facilidad para acumular grasa en el abdomen, el culo y las caderas (creo que bastante parecido a lo que le pasa a la mayoría de mujeres a mi alrededor):
--- Adelgazar no me hace más guapa ni acentúa mi cintura, sólo hace que mi cara se afile y se afile e incluso que me salgan ojeras. A lo mejor mi cuerpo se ve más delgado y esbelto, más bonito según los cánones “erróneos” de belleza de flaca = guapa, pero de cara nunca mejoro.
--- Engordar tampoco me hace más guapa ni me convierte en una curvy de infarto: mi tripa engorda, mis caderas engordan y mi pecho no termina de rellenar la copa que ya llevo, así que parezco una pera.

Es muy fácil decir que con “más kilos estás más guapa” o que “a ellos les gusta tener donde agarrar”, como si por engordar ocho kilos de repente fuese a tener un pecho grande y firme y una cintura marcada, con el precioso cuerpo de reloj de arena que lucen muchas modelos. Y, luego, para que te engañen también con Photoshop, con fajas o con los remedios de las que se ponen corsé durante horas para afinar la cintura o se sujetan los pechos con cinta aislante (o algo parecido).
Por no hablar (y vuelvo a mentar la maravillosa cara de Candice Huffine) que muchas chicas con talla grande engordan y pierden esas finas facciones o engordan también del cuello… Digamos que hay modelos que no se corresponden con el funcionamiento mayoritario del cuerpo femenino.
Esto, en lo que respecta al mundo de las modelos.

En lo que respecta al mundo de las mortales comunes y corrientes (y es que hay cierto error al hablar de mujeres “reales” porque aquellas que tienen tipazo, y siempre que no lo sean Photoshop mediante, también son reales), las gordibuenas se supone que también existen. Y digo, “se supone” porque nos han intentado hacer colar que las gordibuenas y su homónimo masculino, el fofisano (daddy body, ni siquiera se dice igual en su término original), son lo mismo. Y no lo son, en absoluto.
Estos extractos de dos artículos que he encontrado en la red lo explican a la perfección:
Por un lado, esto:
Al final, el fofisano viene a perpetuar la desigualdad con la que se trata la imagen corporal de hombres y mujeres, como explica el periodista de Time Bryan Moylan en un artículo, los hombres pueden permitirse ser flojos, pero esperan que sus mujeres sí hagan ejercicio.
Evidentemente, estamos a favor de los hombres con barriga, en el sentido de que TODO EL MUNDO, debe sentirse bien con su cuerpo y no tenemos que sucumbir a los cánones estéticos que nos impone la sociedad. Que estás gorda y te encantas, genial. Que estás intentando adelgazar con cabeza, perfecto. Que pasas de dietas, pues chachi. Que te gustan los tíos con barriga,  súper. Que te ponen las tías con lorzas, olé tú. Que pasas del gym, maravilloso. Pero esto debe ser aplicado tanto a hombres como a mujeres. Fofisanos y fofisanas, gordibuenos y gordibuenas, gordos y flacos y los del cuerpo ‘normcore’. Todos molamos y todos tenemos derecho a querernos y molarnos. Creo que no hace falta aclararlo, pero ya sabemos que algunos entienden lo que quieren.
Así que, ¿por qué ellos si tienen el sano en su nuevo ‘apodo’?  ¿Por qué a una mujer se le cuestiona más cuando no quiere someterse a los cánones de delgadez?
Y por otro lado, esto, con lo que estoy aún más de acuerdo porque no habla de delgadez, sino de esbeltez, firmeza, esfuerzo tras un cuerpo diez, ya sea de talla grande o de talla pequeña:
(…) han entrado en escena dos nuevas figuras con exigencias estéticas mucho más relajadas: el fofisano (masculino), del que ya mucho se ha hablado, y la gordibuena (femenino) que ahora aparece. ¿Significa que por fin se admiten los michelines? ¿Que la celulitis ya está absuelta? No parece que para las mujeres suponga el fin de la tiranía.
Y en estas aparecen las gordibuenas reivindicando la sensualidad de las curvas. ¿Aplaudimos? Porque podríamos pensar que son el equivalente femenino de estos nuevos ídolos. Pues no, porque no se trata de mujeres con flacidez, michelines o gordas a secas, sino de las que tienen las carnes bien puestas y bien prietas.


En el mundo del videoclip, que de momento parece que recibe menos críticas abiertas de las que reciben la pasarela (delgadez) o los videojuegos (hipersexualización femenina), es muy común encontrar a chicas jóvenes y “tías buenas” de todo tipo (entendiéndose por ello delgadas o tipazos de esos tonificados a fuerza de entrenador personal). No tanto encontrar a chicas de talla grande. Porque éstas, de haberlas, desde luego que no aparecían realizando sus coreografías en ropa interior ni rodeadas de un ambiente sexy en el que eran adoradas. Para ejemplo, Ariana Grande vs. Adele.
Pero, por fin, he descubierto el clip de Elle King, con su “Ex’s and oh’s”. No sólo tiene un cuerpo distinto, sino que no me parece que sea insano. Se pinta, se viste guapa, no necesita mostrarse en sujetador (parece que ir ligera de ropa te hiciera cantar mejor… pero en la ducha vamos desnuditas y las que desafinamos desafinamos igual) ¡y se rodea de un séquito de tíos que la alaban y que le hacen el juego de hombres florero! Divertido, fresco y al mismo tiempo, creo yo, reivindicativo. Algún chico aparece que se sale del cuerpo perfecto a lo Chris Hemsworth, pero lo que está claro es que todos le bailan el agua y es ella la que corta el bacalao. ¡Y eso es lo que mola!


Yo no sé cuál es la solución. Qué debería mostrarse porque, ¡es tan subjetivo! Pero lo que está claro es que están cambiando algo las cosas en el sentido de que lo insano ha de salir de las pasarelas, pero se nos meten otros cánones de belleza por los ojos que siguen sin ser sanos del todo, se nos dice que podemos estar “buenas” siendo “gordas” cuando no es verdad, e infinidad de mentiras más que siguen haciéndonos sentir inseguras. En nuestro cuerpo de gordas o en nuestro cuerpo de flacas. Por exceso de pecho o por falta del mismo. Por ser demasiado altas o por ser demasiados bajas. Cuando mujeres reales somos todas.


Para otro día, reflexiones sobre la belleza de las embarazadas o la necesidad de que ellas y “gordas” se escondan bajo caftanes y capas, para que no se note que su cuerpo no tiene la cintura ideal. Para muestra, las maravillosas y bellas personas Chrissy Teigen y Melissa McCarthy (a esta última, los grandes nombres de la moda no la han querido vestir para que sus modelitos no se viesen "mal"...).

jueves, 14 de julio de 2016

No es necesario ser un experto de ikebana

Si hay una cosa que siempre me ha encantado, a pesar de mi alergia al polen, han sido las flores. De pequeña, aun cuando me dormía dando a la comba sentada en una silla para que saltasen mis amigas (porque el asma me impedía saltar y a veces la fatiga me hacía quedarme dormida en los sitios más insospechados), tenía la ilusión de ser Botánica. Cuando nos mandaron en el colegio hacer una redacción y presentación de un tema libre, elegí las flores.
Y, aunque hubo años relativamente buenos en lo que a alergia se refiere, ha habido también crisis asmáticas que me lo han hecho pasar muy mal.
No obstante, lo bueno de tener un asma alérgica es que no la tengo todo el año y puedo disfrutar de las flores en pequeñas dosis.
Como cuando en la carrera tuvimos una práctica sobre ikebana. He de decir que mi arreglo fue de los más mediocres y que la nota fue normalita, pero, al vivir en un pueblo pequeño, tampoco tenía medios para comprar en una floristería ejemplares exóticos o llamativos como otros de mis compañeros.
O como, últimamente, cuando me decidí, de unos meses a esta parte (porque en cuanto han empezado a florecer todas las plantas he decidido hacer un parón en esta nueva afición), en ir a comprar semanalmente flores para adornar la casa. Liliums, claveles, lirios… Todos son bienvenidos. Dan una alegría y una vida a la casa incomparable.
Además, ¡me sirven para utilizar mi último DIY de décopatch! Guardé hace tiempo unos botellines (o botellones) de cerveza turca en un restaurante donde fuimos a cenar. Me parecieron muy originales y una buena base para hacer algo especial. Así que limpié bien las botellas, quité los papeles que traían y, no sin mucha indecisión, escogí papel de décopatch con el que decorarlas. Es cierto que el color oscuro de las botellas y el exceso de pegamento que utilicé hacen que el resultado no sea tan bonito, ya que no se ven tan claramente los dibujos, pero tampoco estoy a disgusto con cómo ha quedado. Ahora que, para futuras ocasiones, quizá sería interesante poner una capa “base” de papel décopatch blanco, para que los colores que van encima se vean más vivos.
La técnica, como siempre, sencilla. En este caso muchas piezas fueron cortadas más grandes para conservar el cuerpo de las chicas de las imágenes y las tiras doradas fueron cortadas con tijera, ya que el acabado perfecto no se podía lograr de otro modo. Y, muy importante: cuidado con las formas cónicas, ya que cortar líneas rectas hace que la línea se vaya desvirtuando y no se mantenga recta en el borde que le corresponde. Mejor medir, cortar la línea recta y después hacer pequeños trocitos para ir pegándolos seguidos pero poder al mismo tiempo corregir la curvatura.

lunes, 4 de julio de 2016

Libros leídos en abril, mayo y junio de 2016

“Manolón y Miguelín”, de Joao Guimaraes Rosa

Lo más llamativo para mí de este libro, compuesto de dos pequeñas novelas, ha sido la traducción. Creo que la traductora ha plasmado a la perfección (y sin saber portugués de Brasil) el habla de las gentes de Guimaraes Rosa. Además, el ritmo de la historia de “Miguelín” nos hace meternos totalmente en la piel de un niño, en la vida en la selva… En cambio, el ritmo de “Manolón” es mucho más lento, serio, y, aunque interesante, me atrajo muchísimo más la primera historia.

"-“¡Adentro, niño! Que te lleva el viento…” –“Ven a ver allá adelante, lo feo que viene, va a derrumbar el mato…” Era Dito, llamándole. Los cocoteros, por encima del corral, los cocoteros se encorvaban, se retorcían, las hileras de cocoteros viejos, que se doblaban. El viento confuso: fiíf… fiíf… Silbaba en las hojas de los cocoteros. Rosa pasaba, con un balde, que lo habían dejado al borde del corral. Tres hombres en el cobertizo, cavadores, que habían venido a recibir alguna paga en tocino, estaban queriendo decir que iba a ser como nunca nadie había visto; estaban sin saber cómo volver a sus casas, diciendo que todo lo que iba a pasar por allí; estaban medio-tristes, fingían estar medio-alegres. De repente, sonó un estruendo. Que el viento quebró una rama del yenipapero del corral y lo tiró junto a la casa."

“El camino cruel. Un viaje por Turquía, Persia y Afganistán con Annemarie Schwarzenbach”, de Ella Maillart

Una historia más allá del viaje, donde llama la atención la supuesta tranquilidad de dos mujeres que viajan solas por Oriente Medio y que huyen de una Europa al borde de la catástrofe. Porque como libro de viajes, al ser el primero que leo, quizá no lo he sabido apreciar. Pero como retrato de una relación de amistad tortuosa y muestra de una vida de esas que nacen ya marcadas, es un diez.

"A partir de aquel momento, Cristina vivió un nuevo episodio del infierno particular que tan bien sabía prepararse. Algunos pormenores que me dio a este respecto, me permitieron comprender que el hambre o la pobreza son menos temibles que ciertas torturas del alma."
"Simultáneamente se veía desgarrada entre el deseo de esta vida intensa, que ampliaba el campo de su conciencia, y el temor de que esta clase de existencia se le escapase. Esclava de esta necesidad, aceleraba con impaciencia los procesos de la vida. Y en el vacío que separaba dos oleadas de intensidad, se sentía de tal modo dormida, que creía morir."
"- Usted sabe, como yo, que el afgano de las montañas, el tibetano, el mogol, tienen dificultades – añadí –. Pero no los atormenta nuestro afán lacerante de considerar de modo global la miseria del mundo, cual si fuésemos Dios. En cuanto hemos gozado de alguna cosa bella o buena, nos sentimos falibles, nos acordamos de que nuestros hermanos se están matando entre sí en China, o que los hijos de nuestra lavandera están demasiado pálidos y llevan ropas demasiado delgadas."
"La droga era siempre el abandono, la huida ante el exceso de sensibilidad que me hace sufrir, el deseo fatal de matar la vida. La droga es borrar el dolor y la alegría, la tensión-manantial de la actividad humana."

“Las hormigas”, de Boris Vian

Cuando decidí leer esta recopilación de relatos y vi en la contraportada que se hablaba del de Vian como un “universo surrealista”, sentí bastante curiosidad. Aunque hay algunas historias que no me han parecido muy entretenidas, como que no “enganchan” y parecen casi un puro ejercicio de escribir con un propósito muy concreto, basado más en el artificio que en el contenido, la mayor parte de ellas no son así. Para muestra, el comienzo del relato que da título a la recopilación, “Las hormigas”.

"Llegamos esta mañana y no hemos sido bien recibidos, pues en la playa no había nadie a no ser montones de individuos muertos y montones de pedazos de individuos, tanques y camiones destrozados. Llegaban balas un poco de todas partes, y a mí no me gusta tal desorden así porque sí. Saltamos al agua, pero era más profunda de lo que parecía, y resbalé sobre una lata de conservas. Al muchacho que estaba justo detrás de mí le ha arrancado las tres cuartas partes de la cara el proyectil que llegaba en ese momento, y yo me he guardado la lata de conservas como recuerdo. He recogido los pedazos de su cara en mi casco y se los he entregado, y él ha partido a hacerse curar. Pero ha debido equivocarse de dirección, porque se ha adentrado en el agua hasta que le ha faltado pie, y no creo que pudiera ver lo suficiente por el fondo como para no perderse."
"Estaba excitado hasta tal punto que lancé un ladrillo contra la cabeza de Johnny, que acababa de fallarle a uno y, actualmente, tengo dos nuevos dientes de menos. Esta guerra no renta nada en lo que a dientes se refiere."


Por último, el gran descubrimiento de estos meses ha sido la literatura africana. La primera novela por recomendación y la segunda, de nuevo, porque la casualidad quiso que la biblioteca municipal la colocara entre las recomendaciones del mes.
En ambos casos, se trata de las vidas de emigrantes africanos, visiones del mundo (del que dejan y del que empiezan a conocer), de sus familias (la de origen y la que formamos) y, también, historias de amor. El amor incondicional, en cierto modo ese amor romántico y casi platónico, aquel que hace a dos personas estar predestinadas. En ambas novelas se relata la historia desde diversos puntos de vista: en “Americanah”, son ella y él quienes nos cuentan cómo les ha ido emigrar a EEUU y cómo les ha ido volver a Nigeria; en “Lejos de Ghana”, son ella y él los que cuentan su historia de emigración, formación de familia y desintegración de la misma, sin olvidar, muy importantes, las visiones de sus hijos. Añadiría que en el caso de “Americanah” hay también una visión importante porque se da mucha importancia al componente de la “raza”, algo con lo que yo no estaba familiarizada en absoluto y sobre lo que he aprendido mucho.

“Americanah”, de Chimamanda Ngozi Adichie

"Alexa, y los demás invitados, y quizá incluso Georgina, comprendían todos que se huyera de la guerra, de la clase de pobreza que aplastaba el alma humana, pero no entenderían la necesidad de escapar del letargo opresivo de la falta de elección. No entenderían por qué las personas como él, que se habían criado sin hambre ni sed pero vivían empantanadas en la insatisfacción, condicionadas desde su nacimiento a mirar hacia otro lugar, convencidas eternamente de que las vidas reales se desarrollaban en ese otro lugar, ninguna de ellas famélica, ni víctima de violaciones, ni procedente de aldeas quemadas, estuvieran ahora decididas a afrontar peligros, a actuar ilegalmente, para marcharse, ávidas solo de elección y certidumbre."
"- Ese hombre no se puede creer que quieras patatas de verdad – dijo Obinze en tono sarcástico –. Para él, las patatas de verdad son un atraso. Recuerda que este es nuestro nuevo mundo de clase media. No hemos completado el primer ciclo de prosperidad, no hemos vuelto aún al origen, a beber leche de la ubre de la vaca."

“Lejos de Ghana”, de Taiye Selasi

"Los ibeji “gemelos” eran las dos mitades de un mismo espíritu, demasiado grande para que lo albergara un solo cuerpo, y eran también seres liminales, a medio camino entre lo humano y lo divino, a los que por tanto cabía honrar e incluso venerar. Concretamente, el segundo gemelo – el inconstante, el embaucador, menos fascinado por las cuestiones terrenales que el primero – viene al mundo a regañadientes y permanece en él con gran esfuerzo, pues echa de menos el reino espiritual. En la víspera de su nacimiento y su conversión en dos cuerpos físicos, este segundo gemelo de naturaleza escéptica le dice al primero: “Sal ahí fuera y averigua si el mundo es un buen lugar. Si lo es, quédate. Si no lo es, vuelve.” El primer gemelo, Taiyewo (del yoruba to aiye wo, “ver y saborear el mundo”, Taiye o Taiwo en su forma diminutiva), obedece, abandona el seno materno para emprender su misión de reconocimiento y el mundo le gusta lo bastante para quedarse. Kehinde (del yoruba kehin de, “llegar el siguiente), al comprobar que su otra mitad no regresa, se dispone a seguir los pasos de ésta para unirse a Taiyewo, dignándose así a asumir la forma humana. De ahí que los yoruba consideren a Kehinde el mayor de los gemelos: nacido en segundo lugar, pero más sabio y, por tanto, “mayor”."

"Tristeza, tensión, ausencia, angustia, pero todos están enteros, tal como los alumbró, quizá no del todo bien pero vivos, en este mundo, como peces en el agua, así estaban cuando ella los parió (respirando y luchando), y con eso tiene suficiente. Otras quizá no, cavila Fola, esas madres que rezan para que sus retoños alcancen fama y fortuna, el amor con mayúsculas y la felicidad (madres mejores, muy probablemente; pequeñas madres de sonrisa infalible, de ánimo incansable, madres monovolumen), pero ella sí tiene suficiente, pese a que mataría, mutilaría y moriría por cada uno de sus hijos, aun sabiendo que esa disposición a morir tiene sus límites."

domingo, 19 de junio de 2016

Grumpy cat: inimitable

Hace ya algunos años que este “lindo gatito” apareció en la red. Me enamoró completamente, con su cara de disgusto.
Se trata de una gata que se ha hecho famosa en todo el mundo por su cara de mal humor y su dueña la ha llevado hasta a los platós de televisión de EEUU. Cierto que hay muchos gatos famosos, pero sobre todo por ser monos: como Grumpy… ¡ninguno! Cierto también que este gato pueda estar ya un poco "pasado", pero no para mí.










Pero, aparte de su cara, la gracia, sin duda, está en la infinidad de memes y chistes a los que se ha prestado su “gesto”. Y, por supuesto, en incluirle en grandes momentos históricos o en imágenes que todos tenemos guardadas en nuestra memoria.

Aunque haya dejado de seguirle, a día de hoy sigo sonriendo al ver sus fotos.

jueves, 9 de junio de 2016

MATERNIDAD 6: La conciliación de la vida familiar

Si hay un concepto que no me puede gustar menos en lo relativo a la maternidad es el de “conciliación de la vida familiar y de la laboral”. ¿Por qué? Pues porque da la impresión de que con lo único que hay que contar a la hora de tener un hijo es con el trabajo. Y no es así, en absoluto.
Cuando un bebé llega a una familia, trastoca toda la rutina que (creámoslo o no) tenemos creada. Aunque seamos una familia (hablo de familia porque también me parece desfasado hablar de pareja) muy “desordenada” o “impulsiva”, lo cierto es que el bebé llega y altera incluso ese desorden. El bebé rompe nuestra rutina porque nuestra rutina ya no es nuestra, sino de los que estaban y el que llega; e imposibilita el desorden o las decisiones de última hora porque impone sus propios ritmos.
Cuando llegó nuestra hija (nosotros sí somos una pareja, en este caso de papá y mamá), yo no me cansaba de decir que no me había cambiado tanto la vida. ¡Qué ilusión! ¡Qué tontería! El tiempo me quitaría la razón. Otra cosa es que nosotros sí que éramos una pareja tranquila, muy planificadora y amante de las rutinas, con los imprevistos justos que le dan la sal a la vida. Pero pronto te das cuenta de que no… No es así.
Y no sólo por los horarios de trabajo. Sino porque el niño impone unos ritmos fisiológicos muy distintos a los de los adultos (aunque la nuestra no nos hiciese ir al trabajo o a las reuniones con amigos perfumados de olores poco agradables de los niños) y, por otro lado, tiene ciento diez mil citas médicas para revisiones, vacunas, etc., ciento diez mil papeleos que hacer, ciento diez mil plazos que buscar y acatar (si quieres guardería, la búsqueda del colegio…). Cuando tu vida está encauzada y sabes qué vas a estar haciendo cada día y, si no lo haces, es porque quieres, llega el bebé y te encuentras con los horarios de las administraciones, los no huecos del pediatra, las huelgas del transporte público no sólo para ir al trabajo sino ¡para volver a casa!, la desesperación de llegar tarde a todas las reuniones familiares… Y, claro, crees que necesitarás la ayuda de tu familia (otros incluso necesitan la ayuda de canguros) cuando el bebé está malo, pero después la pedirás también para poder salir a darte el tinte, para tomarte un respiro de unas horas a solas con tu pareja o para ir a Ikea (que ya es bastante terrible en sí mismo como para ir con un carro – o un bebé que empieza a andar y que te hace salir del recorrido infernal para entrar tres veces al cambiador, que indefectiblemente estará en la otra punta del lugar donde estés en ese momento). Cómo no, también habrá cosas buenas, o de cómo aprendí a ducharme en cinco minutos según se dormía la niña (y ahorré cuarenta minutos de mi tiempo, de agua y de gas).
Dicho todo esto, que se suele pasar por alto, vayamos al tema que más nos preocupa: la conciliación de la vida familiar y la laboral. ¿Será porque no depende sólo de nosotros? ¿Será porque la decisión no es una decisión a dos – la familia pre-bebé y el bebé – sino una decisión a tres, donde la empresa se convierte en un tercero que no comprendemos bien por qué ha de meter sus narices en nuestra vida?
En España (y en mi caso concreto, Convenio de Agencias de Viajes), hay una serie de medidas (bastante insuficientes) que ayudan a los padres a adaptarse a la nueva vida que les espera y, sobre todo, como debería ser realmente, que velan porque el recién nacido se encuentre en la mejor situación en base a las necesidades que tiene. Téngase en cuenta que esta información es defectiva, que hay muchos más casos (como las madres que nunca han trabajado, por ejemplo), y que se mezcla con muchas opiniones personales.


El permiso de paternidad.
Empiezo por aquí porque me parece el tema que necesita una revisión más urgente.
No se trata ya sólo de conciliar la vida familiar y la laboral, sino de fomentar la corresponsabilidad en el seno familiar (y, ojo, que esto creo que sigue un poco anclado en el tipo de familia más tradicional, no sé qué ocurre cuando una pareja homosexual adopta, por ejemplo) y la implicación de los hombres en sus hijos. Al fin y al cabo, ayudar no sólo a que el bebé esté atendido sino a que vivamos en un entorno verdaderamente igualitario.
En España, cuando un padre tiene un hijo puede disfrutar de dos días (como en cualquier caso en que un familiar de primer grado ingrese en el hospital) más trece días de permiso. Es decir, un total de quince días naturales para compartir con su nueva familia. ¿Suficiente? No. Pero suficiente, ¿para qué? ¿En qué emplean los padres estos días?
Si están casados, para que la madre que ha parido pueda recuperarse mejor, será el encargado de recorrerse todas las administraciones para ocuparse de la parte más tediosa de la crianza: la burocracia. Entre los tres días en el hospital y el tiempo que se pasará en la calle sin disfrutar y sin cuidar a su pequeño, se le habrá ido la mitad del permiso.
Es cierto que lo tenemos mejor que en otros países europeos donde los padres no tienen ningún tipo de permiso (y eso que muchos son países “más adelantados”, donde deberían saber que la implicación del padre en la crianza es muy importante también), pero al mismo tiempo podríamos destacar el caso de Suecia, donde padre y madre tienen un permiso exactamente igual.


El permiso de maternidad.
En España las madres disfrutamos de 16 semanas de permiso de maternidad después del parto. Seis de ellas deben ser disfrutadas después del parto, ya que se entienden son para facilitar la recuperación de la madre. No obstante, no sé si hay algún organismo que vigile esto, porque en la esfera pública hemos visto en muchas ocasiones a madres que dentro de estas seis semanas han acudido a sus puestos de empleo (aunque no de forma continuada pero… ¿no se trata de velar por su salud y recuperación?). Las otras diez semanas se le pueden ceder al padre.
En algunos países europeos, como en Alemania, han pensado un poco más allá: ¿qué ocurre con la madre durante las últimas semanas de gestación? En España se entiende (y así es), que el embarazo no es una enfermedad. Comparto al 100% esta afirmación. Ahora: ¿qué ocurre cuando el embarazo y el trabajo no son incompatibles pero hay riesgos alrededor de las últimas semanas de gestación, cuando la salud de la madre es cada vez más delicada pero tampoco la incapacita para trabajar? Es decir, en España se regula en cada convenio y en cada puesto el riesgo de ejercer una determinada profesión (manejar sustancias químicas, levantar peso, tratar a pacientes de enfermedades mentales o infecciosas, etc.), por lo que el embarazo y el trabajo se hacen absolutamente incompatibles y la madre recibe una baja por riesgo desde el primer momento o a partir de una semana determinada de gestación. Pero, por ejemplo, ¿qué ocurre con una madre que puede estar sentada en una oficina tecleando y utilizando el teléfono, si son sus principales herramientas de trabajo? Pues que no hay un riesgo en trabajar. Ambas actividades son compatibles. ¿Pero ha pensado alguien qué ocurre cuando una madre, en las últimas semanas de gestación, con el cuerpo hinchado, el vientre muy prominente, pesada y muchas veces torpe al caminar, con las articulaciones totalmente laxas (preparadas para el parto pero más propensas a la luxación), tiene que tomar una hora de transporte público o caminar una buena distancia? Porque las mutuas cubren como accidente laboral todo percance que ocurre desde que un trabajador sale de la puerta de su casa hasta que vuelve a ella por la tarde, no sólo las horas que está sentado en la oficina. Pues no, parece que en pocos sitios se piensa en este tema. Y en Alemania y Noruega sí. Oh, sí, nos permiten tomarnos las diez semanas del permiso antes de dar a luz… ¿Pero esas no son las que tienen los padres para atender al bebé?
Respecto al tiempo ideal de la baja… ¿Quién podría determinarlo? ¿Los niños tienen las necesidades según las capacidades de cada país y sus ciudadanos o es al revés? ¿Quién se amolda a quién? Citaría aquí las recomendaciones de la OMS (compartidas por la AEPED) sobre la conveniencia de la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses del bebé. Parece ser que alguna vez se ha intentado en España pero sin éxito. Al comentar esto con algunas compañeras, me he encontrado con el: “¿Y quién realmente se pone a dar el pecho hasta los seis meses?”, a lo que he respondido: “La pregunta debería ser: con el permiso de maternidad que tenemos actualmente, ¿quién consigue llevar una lactancia materna exclusiva hasta los seis meses?”; o: “Pues todos los pediatras recomiendan introducir otros alimentos a partir de los cuatro meses”, respondido con un: “A esa edad ya te incorporas al trabajo… ¿Cómo hacerlo si no?”. A este respecto considero que estamos adecuando las necesidades de nuestros hijos al dinero que hay en las arcas y las soluciones que se nos dan, no al revés. No hablemos ya de conseguir una lactancia materna mixta (con artificial y otros alimentos) que perdure más allá de la incorporación al trabajo, ya que, sin demanda de leche, no habrá oferta… Me considero una afortunada por mi tesón y el de la nena, que hicieron posibles dos tomas diarias de leche materna hasta los catorce meses. Pero no todo el mundo puede ni tampoco se puede organizar (una cosa es querer y otra cosa es poder, que esta constancia no es sólo “quiero y lo hago”, sino si tu cuerpo responde, si no vives lejos del trabajo y temes que la leche que te sacas se estropee, etc.; y, por supuesto, que bastante tienes con volver al trabajo y reintroducir esta rutina en tu vida).
Aparte, mencionar simplemente el hecho de la remuneración de los permisos. Solemos pensar en “vaya, en este país tienen más días que en España”, pero no pensamos en si esos días se recibe el 100% del salario. A lo mejor está genial poder estar en casa más semanas, pero si no se tienen recursos económicos… se renunciará al permiso con bastante frecuencia.


Las vacaciones.
En mi convenio se especifica que el trabajador puede solicitar quince días de vacaciones en el momento que quiera y le serán concedidos, igual que la empresa podrá fijar los otros quince en el momento que quiera. Y eso es el papel, ya sabemos que no es la realidad.
De momento he tenido suerte, porque a esos quince días de vacaciones que puedo disfrutar cuando quiera y que la ley me permite pasar a otro año natural para sumarlos a un permiso de maternidad me han permitido sumar los quince días que decide la empresa. Así que mis 16 semanas se han convertido en la práctica en 20 semanas.
En el caso de mi marido, igualmente, en ambos embarazos lo ha pedido y se lo han concedido: disfrutar sus quince días de permiso más los treinta de vacaciones seguidos, con lo que disfrutó en su momento mucho más de la mayor y esta vez también podrá hacerlo.

El permiso de lactancia.
Aquí hay unas especificaciones del Estatuto de los Trabajadores pero, a la hora de la verdad, pesa más el convenio aunque sea más restrictivo.
Las modalidades posibles son: a) Tomarse una hora libre al día (dentro de la jornada laboral, no al inicio ni al final) como permiso de lactancia remunerado, para dar el pecho al bebé, hasta que el bebé tenga nueve meses, b) Tomarse media hora libre al día, al inicio o al final de la jornada, en las mismas condiciones que en el punto a, o c) Acumular el permiso de lactancia, de modo que daría lugar a un total de días que estipula cada convenio colectivo, y disfrutarlo, si la empresa da el visto bueno, seguido al permiso de maternidad (y vacaciones si también se están acumulando).
La cuestión es que, por ejemplo en mi caso, con jornada reducida por guarda legal, al acumular el permiso de lactancia pierdo horas, ya que el Estatuto de los Trabajadores fija un número de horas de permiso de lactancia acumulado y el Convenio un número de días que, al trabajar cuatro horas, hace que lo que el Estatuto me ofrecía se quede en la mitad. Pero viviendo a una hora del trabajo no tiene mucho sentido tomarse las horas o medias horas libres…

Las excedencias.
Creo que este punto es importante porque muchas veces la excedencia es equiparable al permiso de “crianza” de otros países (como, por ejemplo, el de Japón, o los países nórdicos). Es decir: nos encanta ver que en otros países los padres tienen derecho, de algún modo, para criar a los niños en casa hasta incluso los tres años de vida (aunque algunos estudios que he leído por ahí indiquen que no todos los niños están preparados para separarse durante horas de su entorno familiar hasta los seis años), pero nunca nos paramos a pensar si reciben alguna remuneración por ello ni de quién. Es decir: en algunos países con una importante carga impositiva, el gobierno gestiona esos fondos y destina partidas para los padres y madres que se acogen a los permisos de crianza posteriores a los permisos de maternidad y paternidad; en algunos países donde no hay una “seguridad social” tal como en España la conocemos, son las empresas y sus seguros quienes tienen recursos destinados a estos permisos, teniendo también la libertad de poder remunerar sólo un porcentaje del salario que el trabajador percibe (y el estado pagar el resto o… nada).
En el caso de España, el Estatuto de los Trabajadores establece la posibilidad de cogerse una excedencia sin sueldo para atender al cuidado de cada hijo. Pero hay que destacar que durante dicha excedencia no se percibe remuneración alguna y que el puesto sólo se guarda durante el primer año de excedencia, aunque se permita cogerse tres años en total.
Así que de lo que nos acabamos quejando todos en la calle es del hecho de que sólo quien tenga ahorros o un sueldo contundente por una de las dos partes (siempre que la familia la formen una pareja y el bebé, porque las familias monoparentales lo tienen más complicado todavía), la excedencia ni se planteará.

La reducción de jornada.
Una vez se reincorpora uno al trabajo, agotados ya todos los permisos y recursos o si se quiere tener al hijo en casa y no en una guardería de siete a siete o con los abuelos sin disfrutar de su vida, le queda la reducción de jornada en concepto de “guarda legal de menores”.
En la actualidad, para ejercer este derecho no se necesita la aprobación de la empresa. Basta con que el hijo sea menor de doce años y siempre que se avise a la empresa con al menos quince días de antelación del comienzo de la jornada reducida y de su duración. Ahí ya hay algunos detalles que determinan en qué condiciones se ha de tomar dicha reducción: por ejemplo, que se reduzca la jornada a un máximo de la mitad de las horas por las que se está contratado (cuatro si se está contratado por ocho diarias) y un mínimo de un octavo (una hora si se está, también, contratado por ocho horas diarias). Los casos en los que sí es necesario el visto bueno de la empresa (y aquí mucha gente se queja por desinformación) son cuando el horario reducido que se solicita está fuera del horario de apertura de la oficina (si la empresa abre de nueve a seis y queremos trabajar de ocho a dos, podrían denegárnoslo) o cuando hay otros trabajadores que ya tienen jornada reducida (ahí habría que llegar a un consenso con la empresa y la cuestión se vuelve realmente farragosa). Cierto que estas medidas pueden ser injustas, sobre todo visto desde el punto de vista de un país donde la tasa de natalidad es preocupante, pero los legisladores podrían ponerse un poco las pilas a este respecto porque que nazcan más niños es un interés nacional. Y, que conste, que entiendo la inviabilidad de una empresa que tiene, por ejemplo, un horario de atención al cliente de diez a ocho (hablar de los horarios laborales en España da para una buena disertación también…), y que se vea con la mitad de sus empleados con jornada reducida de nueve a una.
Me gustaría mencionar también otro tema sobre el que hay bastante desinformación: el blindaje “de las madres” en los trabajos. Es cierto que, para proteger a la familia, la ley no permite que se despida por despido improcedente a los padres y madres (no olvidemos que, salvo el permiso de lactancia y las seis primeras semanas del permiso de maternidad, el resto de derechos los tiene también el padre) y, en el caso de que se trate de un despido procedente por causas económicas, por ejemplo, se despedirá primero a otros trabajadores antes que a quienes tienen la jornada reducida. Pero el hecho de tener un hijo no te blinda de esta manera, sólo si te reduces la jornada. Y, al mismo tiempo, estoy segura de que una persona a la que se despide procedentemente por hechos imputables al trabajador y demostrables será despedida igualmente, independientemente de si se redujo la jornada o no.


Aparte de todas las opiniones personales que he entremezclado con los asuntos legales y objetivos con los que se encuentran los nuevos padres, hay muchos otros que me gustaría mencionar aquí y que tienen que ver con los juicios a los que los padres someten a su situación personal (por eso lo de que la conciliación no es sólo con lo laboral) y a los que son sometidos por todos los sabios de alrededor. Es decir, que igual que opino yo puede opinar cualquiera, ¡faltaría más!, pero creo que juzgar a alguien que lo que busca es el bien de su recién nacido, que le llegue el dinero a fin de mes, no perder su trabajo, no sobrecargar a sus familiares, poder seguir cumpliendo sus sueños… es muy desconsiderado.
Cada uno toma las decisiones en base a unas circunstancias personales que sólo quienes viven en su casa conocen. Sólo nosotros sabemos lo que queremos hacer con nuestras vidas y sólo nosotros creemos saber lo que el camino que llevamos puede depararnos.
Yo misma he juzgado, por ejemplo, a las mujeres políticas que han saltado a la palestra en los últimos años, coincidentes con mi maternidad, por su actitud respecto a sus hijos. Y hoy me digo: “¿Por qué no cerrarías la boca?” Porque sólo ellas saben el porqué de sus decisiones. Desde la cesión de parte de su permiso de maternidad a su marido de Carme Chacón, en el que valoraría si le dificultaría la lactancia materna, si quería su marido implicarse al 50% en el cuidado del bebé, si quería volver ya a su puesto, hasta la atención de ciertas funciones de su trabajo de Soraya Sáenz deSantamaría cuando su bebé contaba con diez días de vida, quizá para no truncar su carrera política o simplemente porque quería hacerlo. Dos posturas muy diferentes pero atacadas porque todos creemos ser poseedores de la verdad absoluta… No me ha pillado igual, en cambio, la polémica sobre Carolina Bescansa, quizá porque ya he sufrido lo que es que te juzguen. Quizá hoy sigo sabiendo qué cosas de las que ellas hicieron yo haría o dejaría de hacer, pero ya no juzgaré su decisión.


Después de casi cuatro años de conciliación, he llegado a la conclusión de que lo único que hay que hacer es buscar el beneficio de la familia. En mi caso, somos tres y viene otra en camino, y somos quienes debemos ser felices en casa y con nuestras vidas. Si parte de esa felicidad nos la da el trabajo, entonces miraremos también por nuestros objetivos profesionales a la hora de hacer que el engranaje familiar funcione.
Luego está, por supuesto, el querer vs. el poder, porque en casa yo me he reducido la jornada a seis horas diarias y posteriormente (por motivos que no tienen que ver con la crianza, sino por la situación como trabajadora que, digámoslo de paso, evado un poquito más aprovechándome de la reducción por guarda legal de menores) a cuatro horas diarias. No todas las familias pueden hacer que uno de los dos sueldos baje a la mitad y seguir cubriendo necesidades básicas y deudas. Así que, ¿quién es el que puede juzgar a unos padres que tienen que llevar a todas las actividades extraescolares y ampliaciones horarias del colegio a sus hijos? No será lo mejor para su hijo, y seguro que ellos lo saben, pero a lo mejor esas personas no tienen otra forma de asegurar que sus necesidades básicas queden cubiertas. O esas personas tienen unas metas profesionales que quieren cumplir porque así se lo dicta su forma de ser y sus motivaciones. Tampoco se puede andar tildando a los padres de egoístas todo el tiempo. ¿O sí? Ah, claro, y después recibir también el juicio de “Es que tienes que pensar más en ti, no vivas sólo por tus hijos”. Por eso, mejor escuchar a la familia propia, la que uno crea, que a los compañeros, a los padres o al vecino del cuarto.
Después vienen los juicios gratuitos de “Claro, te reduces tú porque eres mujer y es lo que te toca”, dando por hecho que en tu casa no se ha dialogado cientos de veces sobre quién de los dos va a llevar más peso en la crianza de los hijos (porque reducirnos los dos habría sido ideal pero económicamente imposible; ¿o qué decir de esas parejas que no se ven más que cuando se van a dormir porque, para conciliar, uno trabaja de mañana y el otro de tarde?). Como si nunca se hubiese hablado si a alguno le gusta más estar con los niños, si a alguno le interesa más hacer carrera. No: se da por hecho que la madre se coge la excedencia y se reduce la jornada, sólo porque es “ella”. Y, error más garrafal aún, hacer lo contrario sólo para evitar el critiqueo: ya está bien también de demostrar que elegimos lo que queremos y que lo que queremos es lo que no está asociado a nuestro rol de género. Pues si coincide que lo que se asocia a nuestro rol de género es lo que queremos (o lo que no nos queda más remedio que hacer), ¿qué pasa?
En nuestro caso, por ejemplo, la situación era más que clara. Él quería reducirse la jornada y hacer todo lo posible por los futuros niños. Yo me dedicaría a mi vida profesional y sería “la proveedora”, pero porque siempre me había gustado mucho estudiar y ponerme metas y porque, sinceramente, soy menos niñera. Primera bofetada de realidad: él acaba en una empresa de más de quinientos empleados, en la que poco a poco va ascendiendo y en la que todos los años le hacen entrevistas sobre sus motivaciones y aspiraciones y le dan alas para crecer; yo acabo en una empresa de (ahora) veinte empleados, en la que se premia a quien está más horas en la silla fuera del horario laboral y donde nunca se te habla de números relativos como la rentabilidad, sino de números absolutos como la facturación. Visto este panorama, optar yo por una “carrera” en una empresa así era absurdo. Y, de hecho, viendo la progresión de las subidas de sueldo en ambas empresas a lo largo de los años, el acierto fue que me redujese yo la jornada, por el bien económico de la unidad familiar y nuestra seguridad.
Hasta aquí, las decisiones personales / familiares y los oídos sordos que habría que hacer a los comentarios que llueven a diario (tanto para elogiarte como para criticarte).
Ahora, lo más frustrante: la actitud de la empresa (¿será por eso que he acabado ilustrando esta espinosa entrada con un cardo?). Uno debe contar con una fuerza interior y una autoestima antibombas cuando se prepara para coger todos los derechos que, ojo, le brinda la ley, porque en muchas ocasiones la empresa le hará sentir como si estuviese robando. Muchas amigas me han comentado que (ya sea viviendo en España o en Japón, porque nada tiene que ver la situación laboral ni social de estos países con la que vive mi amiga afincada en Finlandia) no se han acogido a sus derechos o tienen miedo de utilizar los recursos como los mencionados arriba por las represalias que pueda tomar la empresa. Si te reduces la jornada y se “blinda” tu contrato, ¿qué miedo puedes tener? Pues mucho, mucho miedo. Porque no te despedirán, pero siempre hay cosas peor que despedirte. Pueden humillarte, pueden minarte a diario, pueden maltratarte psicológicamente… y puedes acabar de baja por ansiedad como yo el año pasado. Pero seguiría aconsejando a todo el que quiera ejercer sus derechos (otra cosa es quien quiera incorporarse pronto al trabajo y dejar al niño en una guardería, tan buena opción como cualquier otra y más si es querida y no necesitada) que lo haga. Que no se permita que la ley avance más rápido que nuestra sociedad. Que las empresas también cambien el chip. Pero, también, que se preparen para sentirse culpables, para recibir insinuaciones (cuando no amenazas) sobre su “maldad” como empleados y compañeros, que entrenen para hacerse fuertes y aguanten el chaparrón si llega.
Mi empresa, al parecer, es de las de contratar gente joven para recibir las subvenciones correspondientes. Por otro lado, al tratarse del sector turístico, hay un porcentaje muy alto de mujeres. Vista la ecuación, lo increíble es que después se echen las manos a la cabeza cuando llegan los embarazos y los permisos de maternidad y que las malas de la película sean las madres (porque, obviamente, ni se les ha pasado por la cabeza la idea de que los padres que ha habido en la oficina fuesen a cogerse más que sus quince días de permiso, cuando podían haber estado en casa un total de doce semanas si sus parejas les hubiesen cedido el suyo).
Y he tenido que recibir comentarios del tipo: “Por supuesto, estás en tu derecho de reducirte la jornada y no te vamos a poner ningún problema -- que es un derecho, no necesito tu aprobación --, pero piensa que lo que no puedas hacer lo harán tus compañeros y llegará un día en que te puedan echar en cara que tengan que hacerse cargo de tus tareas” o “¡Enhorabuena por tu embarazo! Bueno, estamos encantados contigo, no hablo de despidos ni mucho menos, ¿pero no te has planteado si no te compensa encargarte de los hijos a tiempo completo? Porque, en fin, cogerte a lo mejor una excedencia sin sueldo, pues al final no siempre es una buena opción”. Pero después de años así, después de una baja por ansiedad y, sobre todo, después de la decisión de pisar las menos horas posibles la oficina siempre que nos sea viable económicamente, reducirme a cuatro horas la jornada no ya por los hijos sino por mí se ha demostrado una buena solución.
Y cada día me doy más cuenta, por el tipo de empresas en las que trabajamos y por su filosofía, que no pudimos tomar mejor decisión respecto a la forma de “conciliar” en nuestra casa. Porque a mí desde el minuto uno se me dejó claro que al haber decidido ser madre iba a ser un impedimento para ascender o para viajar. Mientras que a mi marido, y a “pesar de ser hombre”, le dejan mover reuniones y flexibilizar su jornada para atender a su hija sin la mínima pega.