lunes, 28 de marzo de 2016

Libros leídos en enero, febrero y marzo de 2016

“Crónicas del desamor", de Elena Ferrante

Libro de relatos compuesto por tres pequeñas noveles: “El amor molesto”, “Los días del abandono” y “La hija oscura”.
Todas ellas giran en torno a mujeres procedentes del sur de Italia que, de distintas maneras, intentan escapar de su entorno / destino.  Los textos son de una fuerza enorme y las imágenes que evocan son a menudo desgarradoras.

“¡Dame esos pendientes, dame esos pendientes! Quería arrancárselos con toda la oreja, quería quitarle su hermosa cara con los ojos la nariz los labios el cuero cabelludo la melena rubia, quería llevármelos como si fuese un garfio que despegase su traje de carne, la bolsa de los pechos, el vientre que le cubría las tripas y las ensuciaba hasta el ojo del culo, hasta el coño profundo coronado de oro. Y dejarle solamente lo que en realidad era, una fea calavera manchada de sangre fresca, un esqueleto recién desollado. Porque la cara y la piel sobre la carne no son en definitiva sino una cobertura, un disfraz, un maquillaje para el horror insoportable de nuestra naturaleza viva.”
“Sí, me dije, también de adultos fantaseamos e imaginamos un montón de insensateces, por alegría o por agotamiento.”
“Desde el momento en que me había enamorado de Mario, había empezado a temer que le dejase de gustar. Lavar el cuerpo, desodorarlo, borrar todas las señales desagradables de la fisiología. Levitar. (…) Quería que amase mi cuerpo, pero olvidándose de lo que sabe de los cuerpos. La belleza, pensaba angustiada, es ese olvido.”

“La niña perdida", de Elena Ferrante

Un cierre magnífico para la saga “Dos amigas”.
Muy turbadora, cierra el siglo comenzado novelas atrás y años atrás en las vidas de las protagonistas. Se nota una gran madurez literaria respecto a las anteriores.

“- Piénsalo. Una mujer separada, con dos hijas y tus ambiciones, ha de tener en cuenta la realidad y decidir a qué puede renunciar y a qué no.”
“¿Te acuerdas del espanto que me producía el cielo nocturno en Ischia? Vosotros decíais que era hermoso, pero yo no podía con él. Notaba un sabor a huevo podrido con su yema amarillo verdosa encerrada en su clara y su cáscara, un huevo duro que se rompe. (…) Y, sin embargo, en Ischia estaba contenta, llena de amor. De nada servía, la cabeza siempre encuentra una rendija por donde espiar más allá – arriba, abajo, de lado –, donde está el espanto.”
“Conocía a hombres que me atraían, que hacían que me sintiera importante, que me daban alegría. En pocas horas se abría ante mí un abanico de posibilidades seductoras. Y los vínculos de madre se debilitaban, a veces me olvidaba de telefonear a Lila, de desearle buenas noches a las niñas. Solo cuando notaba que habría sido capaz de vivir sin ellas, volvía en mí, me arrepentía.”
“Dijo: si una criatura de pocos años muere, está muerta, se ha acabado, tarde o temprano te resignas. Pero si desaparece, si no vuelves a saber de ella, no hay que quede en su sitio, en tu vida. ¿Volverá Tina o no volverá más? Y cuando vuelva, ¿estará viva o muerta? A cada instante – murmuró – te preguntas dónde estará. ¿Andará por la calle como una gitanilla? ¿Estará en casa de gente rica sin hijos? ¿La obligan a hacer cosas feas y luego comercian con las fotos y las películas? ¿La han descuartizado y vendido a un alto precio su corazón para ponérselo en el pecho a otro niño? (…) Y si la tierra y el fuego no se la han llevado, y se está haciendo mayor quién sabe dónde, ¿qué aspecto tendrá ahora, cómo será más adelante, si la encontráramos por la calle, la reconoceríamos? Y si la reconociéramos, ¿quién nos devolverá todo lo que hemos perdido de ella, todo lo que pasó cuando no estábamos y Tina, que era pequeña, se sintió abandonada?”

“El viento que arrasa”, de Selva Almada

Una pequeña novelita, podría parecer que poca cosa, pero que deja cierto regusto de, diría, insatisfacción vital al lector. La acción transcurre en apenas un par de días y el ambiente, tanto por los pocos personajes, el espacio tan pequeño que comparten y el clima descrito, se hace sofocante. Como la he visto descrita en otras webs, muy cinematográfica.

“Muerte en el Leviatán”, de Boris Akunin

Si bien en un principio me recordó demasiado a “Asesinato en el Orient Express”, lo cierto es que, al tiempo que es igual de entretenido, lo supera para mi gusto en cuanto a nivel literario y cultural. Un despliegue absoluto de los conocimientos del autor y digno de recomendar.

“El calígrafo”, de Edward Docx

Nunca la recomendaría... Demasiado pretenciosa, demasiado simple en su estilo y, a veces, rayando lo absurdo al querer mezclar dos lenguajes muy distintos: uno altisonante y otro barriobajero (diría que la expresión “mola un huevo” es la que más se repite en todo el libro). Una pena, puesto que, argumentalmente, el final sorprende.

“Orlando”, de Virginia Woolf

De todas las lecturas de este trimestre, mi mayor acierto.
Es verdad que a veces la lectura es un poco ardua, pero se trata de una novela que bien lo merece. Por un lado, hay quienes defienden la historia como el primer relato sobre un transexual; por otro lado, la originalidad y la naturalidad con la que fenómenos totalmente fantásticos tienen lugar en la novela no tienen parangón (al menos, en lo que yo he leído hasta el momento). Los saltos temporales se introducen sin que nos demos cuenta; primero con leves cambios de ambientación, menciones aquí y allá a determinadas fechas y, después, con una simple campanada en una iglesia. Acaba uno viendo todo esto con naturalidad.

“Entonces, ella llamó: “¡Shelmerdine!” y la palabra salió disparada por aquí, por allá, a través de los árboles y llegó hasta donde estaba él sentado, haciendo maquetas en la hierba con cáscaras de caracoles. Él la vio venir, la oyó acercarse con la flor de azafrán y la pluma de arrendajo en el pecho, y llamó “Orlando”, lo que significaba (…), ante todo, que los helechos se doblegaban y oscilaban como si algo cruzara entre ellos; y ese algo era un barco a toda vela, meciéndose y cabeceando como en sueños, como si dispusiera de todo un año de días estivales para llevar a cabo su viaje; y entonces,  el barco se aproxima, virando hacia aquí, virando hacia allá, noble e indolentemente, y cabalga sobre la cresta de esta ola y se hunde en la sima de aquella otra, hasta que de repente, está ante ti (que lo miras desde la cáscara de nuez de un bote), con todas las velas palpitantes, y luego, he aquí que caen todas de golpe sobre cubierta… como caía ahora Orlando sobre la hierba junto a él.”
“Con todo, no podía negar que ella tenía sus dudas. Estaba casada, cierto, pero, cuando el marido siempre está doblando el Cabo de Hornos, ¿era aquello un matrimonio? Si a ella le gustaban otras personas, ¿era aquello un matrimonio? Y, finalmente, si sigues deseando, más que nada en este mundo, escribir poesía, ¿era aquello un matrimonio?”
“Pero Orlando era mujer… Lord Palmerston acababa de confirmarlo. Y cuando escribimos la vida de una mujer, podemos, es harto sabido, sustituir las exigencias de acción por el amor. El amor es, como dijo el poeta, la existencia toda de la mujer. Y si por un momento observamos a Orlando escribiendo ante su mesa, tendremos que admitir que jamás hubo mujer más digna de tal nombre. Seguramente, ya que es una mujer, y una mujer hermosa, una mujer en la plenitud de la vida, pronto dejará de lado sus pretensiones de escribir y de meditar y comenzará, al fin, a pensar en el guardabosques (y en tanto piense en un hombre, nadie la criticará por pensar). Y luego le escribirá una notita (y en cuanto escriba notitas, nadie la criticará por escribir), y le dará cita para el domingo a última hora de la tarde, y la última hora de la tarde del domingo llegará, y el guardabosques silbará bajo su ventana… todo lo cual constituye, naturalmente, la auténtica materia de vida y el único material posible de ficción.”

“Habanera”, de Ángeles Dalmau

Una novela que podría haber sido una historia bonita, para leer en vacaciones. Pero se queda coja, quizá por la rapidez con que se salta de un escenario a otro, por la poca profundidad de los personajes y, sobre todo, por la mención de un "secreto" que una vez desvelado no nos dice mucho.


“Cuentos imprescindibles”, de Anton Chéjov

He notado un estilo en cierto modo familiar (¿por la época en que se escribió? ¿por el origen del autor?), pero mucho más agradable al tratarse de relatos cortos.
Creo que la valía de estos relatos radica en la forma en que se tratan temas cotidianos, temas universales y, por encima de todos, el amor y la pasión. Pareciera que se hace casi a la ligera, en un monótono tono descriptivo, pero tras un breve análisis se da uno cuenta de que no es así.
Para mi gusto, cabe destacar los relatos “Campesinos” y “El pabellón número 6” (fragmento de este último a continuación).

“Después se hizo el silencio. El color líquido de la luna entraba a través de las rejas y en el suelo se veía una sombra que parecía una red. Andréi Yefímych, aterrorizado, se echó en la cama y contuvo la respiración; esperaba con terror que le golpearan otra vez. Le parecía como si alguien hubiera cogido una hoz, se la hubiera clavado y le hurgara con ella en el pecho y en las tripas. Mordió la almohada de dolor y apretó los dientes. Y de pronto, en su mente y entre el caos apareció con claridad una idea terrorífica, insoportable: que aquel mismo dolor debían de sufrirlo exactamente igual, durante años y día tras día, aquellos hombres que ahora parecían, a la luz de la luna, oscuras sombras. ¿Cómo había podido suceder que durante más de veinte años él no supiera o no quisiera saber todo aquello¿ No conocía, no tenía idea de lo que era el dolor, o sea que no era culpable, pero su conciencia, tan implacable y brutal como Nikita, lo dejó helado de la cabeza a los pies.”