Mi último proyecto con chalk paint, si no el más grande, diría
que ha sido el más complejo y, al mismo tiempo, sí, el más barato.
Tan sólo he gastado:
-- 5 € en una mecedora de segunda mano (rota, por cierto).
-- 10 € en pintura: un mini bote de pintura blanca
de Annie Sloan en color “pure white”, porque, en Arribas Decoración, te venden
los envases tipo de la marca y además otras medidas que ellos mismos te separan
al momento y que te vienen genial si no necesitas mucha cantidad.
-- 3,60 € en dos madejas de trapillo. Es cierto que
hay todo tipo de ellas y muchísimas calidades. En mi caso, una de ellas es de
una calidad estupenda para hacer bolsos, cestos, etc. (aunque, efectivamente,
no es de esas tan ligeras ideales para bolsos) y la otra ya no tanto, puesto
que es demasiado elástica y no sé qué otros usos diferentes al que le he dado
yo se le podrían dar.
-- Nada en cera. Utilicé un sobrante de la que compré
cuando transformé mi sinfonier azul.
-- Nada en otras pinturas. Reutilicé la azul
sobrante de la que compré cuando transformé el mencionado sinfonier y utilicé
pintura acrílica magenta que tenía en casa para hacer mezclas de colores.
-- Y utilicé también otras cositas que tenía en
casa: pinceles, trapos viejos, fieltro para proteger el suelo del balanceo de
la mecedora, cinta de carrocero, un clavo (¡sí, un clavo!) y algunas pegatinas
de mi hija para que ella pudiese participar en el proyecto.
Así que, por tan sólo 18,60 €, una cantidad más que
asequible viendo que online todo lo que encuentro cuesta entre 75 y 80 €, le he dado
a mi hija una mecedora única para su rinconcito de lectura. Porque lo que a mí
simplemente me parecía “una cucada”, ella lo ha convertido en un rincón de
lectura en toda regla: cada noche se sienta en la mecedora y le lee un cuento a
sus muñecos, alineados sobre el banco de los juguetes. Así que, sí, la
habitación ha quedado monísima, pero al mismo tiempo los juguetes están
ordenados y ella afianza cada día más el hábito de la lectura (lectura de tres
años: hojear libros e inventar lo que dicen los personajes, cosa que a mí me
parece genial).
Después de lijar, llegó el momento de pintar.
La pintura es muy fácil de aplicar, espesa y moldeable. Permite
modificar “la dirección” de los surcos que deja la brocha (mejor si es redonda,
se evitan bastante dichos surcos) o arreglar churretones. Como no me parece que
sea posible impedir que la brocha deje marca de su camino, al tratarse de una mecedora
con multitud de piezas opté por dirigir la brocha siempre en el sentido de las
maderas, no a la contra: es decir, mejor a lo largo. El efecto es más “lógico”
y por tanto no parece que se haya pintado mal el mueble.
Aunque tuve que ir pintando por partes, ya que hay que ir
cambiando la postura de la mecedora para pintar arriba y abajo y en cada rincón
entre las distintas piezas, tampoco tardé más de unas horas. Eso sí, espaciadas
para dejar que se secase cada zona pintada en su totalidad. En mi caso, opté
por dejar transcurrir un día entre cada sección: me aseguraba de que la pintura
secaba por completo y aprovechaba las horas que me quedan a veces libres
mientras mi hija va a extraescolares pero que no son suficiente tiempo como
para dedicarlo a otros temas.
Como la rejilla de la mecedora estaba rota y en esto sí que
soy una absoluta principiante… Opté por tomar un atajo. Podría haber comprado
el material, cambiarla por una nueva y pintarla de blanco como el resto de la
mecedora (habría quedado preciosa, la verdad), pero no me atreví. También es
cierto que no había visto tutoriales tan maravillosos como este en aquel
momento, así que tuve que buscar alternativas.
Dejé la rejilla de su color natural (madera), pintando con
un pincel muy fino los contornos para evitar mancharla. Si quería dejarla como
estaba, mejor que se viese tal cual, no como un “accidente”. Y, como primera
opción, pensé en coger una tela de arpillera, cortarla a medida, preparar un
pequeño dobladillo y graparla a la rejilla. Pero, ¿y si no quedaba bien? ¿Cómo
iba a hacer para conseguir sacar las grapas de nuevo? ¿Y si las grapas
terminaban por destrozar el junquillo y la rejilla?
Ahí llegó la segunda opción: el trapillo. Inspirada por
aquellas clases de Plástica de nuestra antigua EGB, en las que a los chicos se
les ponía a hacer maquetas del mapa de España con bombillitas y circuitos
eléctricos y a las chicas tapices de lana gorda (sí, así era incluso en los
90), y también inspirada por el magnífico blog ABM, se me ocurrió esta idea.
Antes de esto, decoré un poco con otros colores la mecedora,
para que encajara mejor en la habitación de mi hija, que ya tiene varias cosas
en amarillo, verde, azul y rosa en su dormitorio. Y, todo sea dicho, porque
ella tampoco quería que fuese blanca… Y me preguntaba constantemente: “Pero lo
blanco lo vas a tapar, ¿no?”
Así que reutilicé la chalk paint “greek blue” que me había
sobrado y que sabiamente había guardado. Y con el blanco que me sobró de pintar
la mecedora tenía base para crear también un rosa. Así que mezclé con acrílico,
que había leído en otros blogs que se podía hacer, y a base de chalk paint
blanca y acrílico magenta mezclé hasta obtener el rosa deseado. Hay que
remarcar que a la hora de pintar la mezcla es menos agradecida que el chalk
paint puro y, sobre todo, que hay que limpiar muy bien los pinceles para que no
se queden sucios.
Me ayudé de cinta de carrocero para ir marcando las zonas
que quería pintar. Una vez pintado el rosa y el azul sobre el rosa, para ir
siempre de más claro a más oscuro, y tras haber retirado los papeles, siempre
se encuentra una irregularidades. No sé si tengo la cinta de carrocero más
potente del mundo, pero no es la primera vez que esta cinta “de quita y pon” me
ha desconchado la pintura de algún sitio (primero fueron los techos donde
colgamos guirnaldas de cumpleaños…). Así que me serví de un pincel muy fino
para pintar los desconchones y también las zonas donde una pintura se había
metido por debajo del papel y estaba en el lugar que no le correspondía.
Una vez terminado el trabajo de la pintura, llegaba el de la
cera. Ya hablé en otra entrada sobre sus peculiaridades y, sobre todo, sobre su
toxicidad, así que tampoco quiero extenderme con este tema. La cuestión es que,
comparando con la vez anterior que la utilicé, esta vez no he esperado tanto
para el secado (apenas veinte o treinta minutos) y el resultado ha sido mejor. Se
ha retirado bien el sobrante y, de momento, no veo que se haya desprendido
ninguna lasca posteriormente.
Así que, finalizada la parte de pintado y encerado, quedaba
el toque final. Ahí volvemos al trapillo.
He visto cosas hechas con trapillo y la mecánica parece la
de los tapices. Aunque soy nefasta con una aguja en la mano, el trapillo me
recordaba a los tapices, con esas herramientas tan sumamente sencillas
(lanzaderas y peines) y, al mismo tiempo, al macramé que, aunque he olvidado la
técnica, se hacía trenzando cuerdas con los dedos.
Así que fui creando una base sobre la marcha para ir tapando
el mimbre. No totalmente, eso habría sido imposible, pero lo más simétricamente
posible y dejando a propósito mucho mimbre a la vista. De no haber sido así,
sólo se habrían visto los bordes y, al no estar pintados, el efecto habría sido
bastante feo. De esta manera, aunque no es la solución más profesional,
conseguí tapar los agujeros y dar algo más de consistencia al asiento (no
olvidemos tampoco que se trata de una silla infantil y que no va a estar
sometida a tanto peso). Una vez tenía la base de líneas en un sentido, fui
trenzando como se hace con los tapices pero con los dedos entre las líneas que
estaban sujetas al mimbre. Debajo de la mecedora quedan bastantes nudos, pero
por arriba creo que el aspecto del asiento es bastante satisfactorio. Desde luego,
es más o menos lo que yo imaginaba que iba a conseguir. Y los toques de rosa…
¡eso a mi hija le fascina!
Lo que decía: por 18,60 €, puede que no sea de diseño ni
profesional, pero es única.
Y, ¿para qué el clavo? Pues, bien, es el remedio rápido para
todos los quebraderos de cabeza. Después de tejer con los dedos todas las
líneas de trapillo, me doy cuenta de que una de las cuerdas va a caer en un
trozo de mimbre roto en el mismo borde… ¡Así que no hay cómo enganchar esa
cuerda! La solución fue, como siempre, sencilla: coser el trapillo para poder
dar la vuelta a la cuerda y después clavarla sobre el junquillo tapando del
todo el agujero.