miércoles, 26 de octubre de 2016

Restaurar: ¿hacer nuevo o acentuar lo viejo?

Un día cualquiera, mientras intentas echar la siesta, recibes una llamada de tu chico que está yendo ya camino al trabajo. Te preguntas: ¿qué se le habrá olvidado? ¿le habrá pasado algo con la moto?
Pero, no, no es eso. Te sorprende con un: "No sabes lo que han dejado los vecinos al lado del contenedor. Una silla de las que tanto te gustan, parecida a las de nuestro salón. Baja corriendo antes de que se la lleve otro. ¡Seguro que se te ocurre qué hacer con ella!"
Y tú, que siempre has aborrecido eso de recoger las cosas del contenedor pero que llegaste a leer un artículo sobre el tema en una revista de decoración, le has empezado a coger el gusto al tema... No se trata de recoger porquerías o cosas totalmente desahuciadas, pero a veces la gente deja las cosas ahí (y no dentro) precisamente porque saben que esos objetos y muebles pueden tener perfectamente una segunda vida en otra casa.

Eso es lo que ocurría con la silla de estilo Tapiovaara que había dejado en la calle algún vecino. Obviamente no era una silla de diseño, pero estaba inspirada en ese estilo nórdico que tanto me gusta y que, para un toque en casa, me parece todo un detalle. Al mismo tiempo, el encolado seguía siendo perfecto y el peso de la silla denotaba una calidad nada desdeñable. Así que a casa se vino, si bien no sabía qué iba a hacer con ella ni dónde ponerla.

La silla estaba muy rozada en las patas y en el respaldo. Además, el asiento, lo que peor se veía, estaba en algunas zonas cuarteado. Es decir, que para pintarla habría que lijar sí o sí, y bastante cansada acabé de lija ya con la mecedora infantil.
Aparte de ser la salida fácil (soy experta en eso), ya que no me apetecía mucho pintar y habría supuesto mucho trabajo, me acordé de la técnica japonesa de arreglar los objetos con oro: el 金継ぎ (kintsugi). Se trata de una técnica por la que no se intenta tapar o disimular aquello que pudiera parecer roto o viejo, sino precisamente de acentuar de un modo bello lo que el paso del tiempo deja en todas las cosas. Es también de lo que hablaba Tanizaki en su ensayo "El elogio de la sombra" que tanto me gustó. Es decir: cuando algo tiene historia, cuando algo nos permite ver su pasado a través de sus muescas o sus vetas, ¿es necesario disfrazarlo de color y fantasía para que parezca recién sacado de fábrica? A veces no lo es en absoluto. A veces, aquello que es imperfecto es bello.

Con mi material de décopatch (barniz-cola, brocha, papel de décopatch, agua para limpiar de vez en cuando la brocha y un paño), me puse manos a la obra. No fue difícil encontrar un papel blanco con vetas doradas para que, por un lado, el blanco no cubriese totalmente los defectos de la madera y, por otro, para que el dorado hiciese un poco el juego de (salvando las diferencias) el kintsugi.


 Cortando el papel en pequeños trozos o incluso tapando grandes áreas con trozos más grandes, lo más complicado fue rasgar el papel para conseguir líneas más o menos gruesas que se fuesen estrechando al final y que permitiesen tapar las grietas de una forma natural. Esto es lo que mejor funcionó en el asiento de la silla.


Como en otras entradas he explicado, tan sólo hay que mojar la brocha en el barniz-cola, aplicarlo sobre la superficie que se va a cubrir, colocar el pedacito de papel y volver a tapar con otra capa de barniz-cola. No hace falta ser muy exagerado con la cantidad y, aunque el papel es difícil que se empape hasta el punto de romperse, sería un desperdicio utilizar un producto que no es necesario. Tan sólo hay que asegurarse que debajo del papel en toda la superficie hay producto para que no se formen las indeseables burbujas.
Una vez pegados todos los papelitos que se quiera, ya que en este caso no se trataba de tapar toda la superficie sino de marcar aún más las imperfecciones del mueble, tan sólo hay que dejar el producto secar. Si es verano bastarán tan sólo unas horas para que el producto esté seco. Esto es interesante a la hora de aplicar más papeles o pintar algo encima si así se desea. Si lo que se quiere es utilizar el mueble, aconsejo dejarlo bastante tiempo secando. Es también bastante difícil que se desprenda el papel, pero es cierto que el barniz-cola queda pegajoso durante un tiempo. Existe un líquido vitrificador que deja la superficie totalmente igualada y se puede hasta mojar el objeto sobre el que se ha hecho décopatch, pero yo de momento no lo he utilizado ni lo he necesitado.


Después de terminar la silla (un trabajo que me llevó unas tres o cuatro horas en total), quedaba la cuestión de dónde colocarla. Me gustan los espacios abiertos, las paredes sin cuadros y sin mucho artificio y, la verdad, nuestra casa ya estaba prácticamente terminada en cuanto a decoración se refiere. Así que, por casualidad, la coloqué en la cocina. Había otro hueco en el recibidor, pero en el futuro lo necesitaríamos para el carrito de la bebé, así que allí fue a parar mientras no tenía lugar ni función. Con el tiempo, se ha demostrado el sitio perfecto para dar charla a quien cocina y, no hay duda: va muy bien con el aire semi vintage y semi industrial de nuestra cocina.